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29 de Enero, 2012 · General

Tomás Segovia, de lo inmortal

 

Manuel García Verdecia

 

 

La llamada fue precisa como un corte cirujano. Había muerto en México Tomás Segovia. Me quedé helado, farfullando obscenidades contra el destino. Era un justo, un iluminado y por si fuera poco un poeta esencial. Se cortaba una amistad que habíamos labrado en una correspondencia afectuosa de años, desde que lo conociera en México en 2006. Nos conectaban intereses seminales: la poesía, la traducción, los devaneos de la política y el destino del hombre en el mundo contemporáneo, asuntos estos que había analizado puntual e inquietantemente en sus ensayos. La infausta noticia me convoca a publicar las notas que siguen, las cuales formarían el prólogo a una selección de su poesía que elaboré con él y que aún aguarda ver la luz.

 

La vida, que siempre ordena las cosas con su misterioso proceder, quiso que en 2006 fuera yo invitado al Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, en Villahermosa, Tabasco. Allí, entre otros poetas cardinales, conocí al autor valenciano de origen. La aproximación fue como casual, aunque no lo era pues ya lo observaba de lejos, sobre todo porque acababa de recibir el Premio Juan Rulfo y porque, además, siempre se hacía acompañar de la bella y excelente poeta María Baranda. Charlamos sobre trivialidades en el ómnibus que nos conducía a los lugares de lectura. Para colmo de goces, los organizadores me habían planificado leer junto a él en predios de la Universidad Olmeca. Al final tuvo palabras estimulantes para mí, insinuando que su poesía no había impactado. Lo animé. –Maestro, le dije, es que yo fui pícaro y leí cosas menores y usted leyó poesía de verdad. Su sonrisa selló la relación.

 

Había pensado, por todas las menciones que se hacía a su obra, por autores como Octavio Paz, que sería alguien impermeable a los afectos y hermético al diálogo. Todo lo  opuesto. Me encontré con un señor más bien tímido, que esquivaba oportunamente la alharaca de la vida literaria. Accedía solo a conversar en pequeños grupos, dos o tres personas, con palabra escueta, casi medida. Alguno confundió su actitud con orgullo. No me dejé sofocar por una valoración externa que me encallara en algún prejuicio. Me le acerqué para decirle que me había gustado lo que leyó. Después siempre traté de encontrarlo y hablarle. Nada teje más lazos que la abierta y decidida intención de amistad, cuando obviamente no la mueven otros intereses que la simpatía. De manera que una mañana tuve la sorpresa de ver acercarse a Tomás con tres de sus libros dedicados para mí.

 

Luego del Encuentro, proseguimos la relación por correo electrónico. Así, infrecuente pero persistentemente, hemos estado estos años en contacto fiel. Hemos hablado principalmente de la vida y de las circunstancias horripilantes que han ido creciendo en estos años. Y por supuesto de su obra. Quise contribuir a que el lector prójimo tuviera acceso a algunas voces que no se escuchan como debe ser. Logré que Ediciones Holguín me permitiera reunir una muestra de destacados poetas iberoamericanos poco conocidos en Cuba. Recabé la autorización de los poetas que pensé podían integrar esa muestra. Todos, sin hesitación alguna, accedieron a la idea. Aquella muestra estaba enmarcada, como un paréntesis guardián, por dos polos altísimos: el vivísimo poeta brasileño Ledo Ivo y el poeta hispano-mexicano Tomás Segovia.

Específicamente este, al responder a mis requerimientos para poder publicar sus textos me contestó: «Por supuesto puede usted publicar todo lo mío que quiera. La “propiedad intelectual” siempre me ha parecido una aberración, y he escrito más de un ensayo sobre eso.» Estas palabras suyas ya apuntan al sentido de su ética. Fue así que pudo salir el tomito, Más que el leopardo, que es sobre todo un acto de solidaridad poética.

En el prologuillo al libro dije de Segovia:

«Tomás Segovia es poeta esencial. Sus textos van desasidos de historia y circunstancias inmediatas, ya que “bajo ese espesor vamos siempre desnudos”, es ese cuerpo a piel limpia el que trata de reflejar el poeta. Hábil en animar los más sutiles pensamientos y estados de ánimo, los asume y expresa como seres con vida propia con los cuales dialoga. La palabra pulida, pulcramente colocada como piedra inca, sirve para establecer el universo de lo bello. Las estaciones, la lluvia, el cielo, los ocasos, el viaje, “el inmortal deseo de vivir”, son asuntos circulantes. Los elementos de la naturaleza entran en comunión pero no como en el caso de los románticos, como reflejos especulares del temperamento del poeta, sino anexándoles estados anímicos propios. La belleza es una realidad y tiene su vida propia. El poeta, en estado whitmaniano, se siente su parigual y conversa. La materialización de ese rapport es el poema.»

 

Tomás es un hombre –no puedo hablar de él en pasado– sin ínfulas de poeta. Primero que todo porque es un poeta. Y también porque sabe que sus tratos son con algo más trascedente y enriquecedor, el misterioso acontecer de la existencia. En un mensaje me decía, «Yo siempre sentí que yo no jugaba en la cancha de “los poetas”, las “grandes figuras” y los “consagrados”. Siempre he sido un señor particular que hace versos en los cafés…» Y es así porque, para este señor que un poco necesita el ruido del café para escribir –que es como decir sentir la vida trajinando –, la poesía viene a ser como una adivinación, un encuentro con algo más allá de definición o apresamiento lógico. Es así que en el aire, las horas, los objetos, los cuerpos, el clima, las presencias que nos envuelven y acogen todos los días, una y otra vez sin reposo, el poeta se asoma y busca lo que alimenta, sostiene y dignifica todo.

 

De aquí que ame las claridades, no solo en la expresión sino en el ámbito adonde alza a sus ojos. Al leer sus textos, notamos que asiduamente se refiere a lo cristalino, lo límpido, lo desnudamente frío. Es consciente de que la claridad es siempre engañosa, lleva más sustancia de cuanto creemos. Toda transparencia encubre algo inefable. No se necesita lo caótico y oscuro para cruzar arduos dilemas y enigmas. La propia claridad es paridora de ellos. Así queda evidenciado en un breve poema (“En vida mía”). Primero describe el ambiente donde se halla: «Este límpido frío vivo/Esta luz blanca y centelleante/Y este leve orden claro». Luego precisa cómo, en ese espacio de nitidez, percibe el estímulo de vivir, ya que allí: «Se rebulle desierta la de siempre/ La dichosa emoción engatusada». Al fin, los misterios latentes en la transparencia pueden ser más incitantes, pues se ocultan en su propia visibilidad.

 

 Y esta claridad por supuesto que se transfiere al texto, a su escritura. Una cualidad persistentemente franca en la poesía de Tomás Segovia es su legibilidad. Las vanguardias y la posmodernidad bien se sabe han convertido muchos de los textos poéticos en verdaderos acertijos cuando no en códigos cifrados, distantes galácticamente de una lectura sin ayuda metatextual. El acto de leer ha devenido un descifrar. Por el contrario, Tomás prefiere la palabra precisa, desnuda, y debidamente estructurada, de imágenes justas y sin excesos metafóricos. No juega a enturbiar sus hallazgos con fanfarronerías líricas ni mucho menos con enmascaramientos simbólicos. La suya surge de la voz que se esfuerza por apresar y transferir, lo mejor posible, eso que se da en el silencio y que es huidizo a toda fijación definitiva. Sabe que cuando se tramita con algo verdaderamente hondo y esencial, ya esto en su médula porta su enigmática ambigüedad y distancia conferidas por el vértigo complejísimo de la vida.  A él se podría aplicar una frase tomada de En la belleza ajena en la cual el poeta polaco Adam Zagajwezki enuncia: «Los buenos poetas envuelven lo desconocido en lo conocido. Los malos dan en la superficie lo desconocido.» No resulta fortuito que el poeta se considere distante de toda invención, se perciba mejor como un traductor –oficio que, además, ejerce con excelencia. Es alguien que halla un texto en las difusas claridades del universo y lo reescribe en otro lenguaje para volverlo legible a sus coetáneos.

 

Hay una pieza que constituye toda una detallada y puntual confesión de su personal modo de concebir el poema. Me refiero a “Ceremonial del moroso”. Aquí declara esa morosidad que se enreda en el silencio, en el acto de descubrir, de paladear el sentido en su forma aún no anunciada, antes de convertirlo en palabra. Sabiendo del peligro que conlleva toda palabra pues, una vez articulada, cristaliza y, por esto, engaña ya que reduce las aristas de sentido. El poeta duda al articular porque sabe de su responsabilidad en hallar la voz más flexible para fijar algo fluyente y mutante. Es la paradoja del poema: decir lo indecible, concretar lo intangible. Decir sin congelar mortalmente. Como dice: «Es la impaciencia del decir/ La que silencia todo en torno suyo». Se refiere al apremio de los torpes enunciadores por tener palabra antes de tener sentido. Es un poeta lógico mejor que locuaz. Se cuida de proferir palabra, de apresar en verbo y, cuando lo hace, lo asiste la pulcritud que bebe del mundo, de ese inefable que tira de su voz. Y esa pulcritud va asistida por cierta latitud de viveza, de respiración y movilidad. «Nada he nombrado en nombre del nombrar/ Sino ceremonialmente en nombre del llamado». El llamado, esa convocatoria de lo vital, desde donde crece todo sentido y toda magnitud de importancia. Es así que de este respetuoso y admirado acercamiento alcanza lo cristalino de su escritura.

 

El deseo es un elemento central en la poesía de Tomás Segovia. El deseo entrevisto como un valor humano. El poeta ha declarado: «El hombre es obra del deseo». No lo concibe como una mera ansia de satisfacer oscuros impulsos ventrales  en lo inmediato. Entrevé el deseo como el impulso del ser a complementarse siempre en un más allá. Surte de la aspiración de conquistas en la naturaleza y el sueño. Germinan en la infatigable inquietud por sobrepasarse, bien sea en el yo, en el cuerpo otro, en el entorno circundante, o en los espacios intergalácticos. En el deseo ve el poeta la fuerza que nos catapulta a la búsqueda y la insistencia en un rumbo de vida. «Sólo el deseo sabe tender el arco/Y sólo volverán a silbar tus venablos/ Si aún sigue palpitando en ti tu Ítaca». El hombre es en el mundo, según el poeta, por ese pálpito que tira de él y lo hace enfrentar contingencias y vencer obstáculos, pues es esa nostalgia de lo posible inconseguido lo que alimenta la vida. «Luchamos siempre así justificados/ Con todo lo inmortal que ulula afuera/ Y que el vivo deseo de nuestra vida misma/ Sostendrá siempre en vida». De cierta manera ser poeta es dar cuerpo y voz al deseo, a ese anhelo de apresar las formas de lo inefable.

 

Es la suya una poética de la sensibilidad sutilizada por la inteligencia. Poesía de ideas sensibles. Imágenes traslúcidas (¿tras lo lúcido?). Al leer sus textos nos percatamos de que la elegancia y el ritmo del discurso no dejan de reflejar un razonar. Sus imágenes son superlativamente lógicas antes que visuales, táctiles u otras. Se sabe que la palabra ya es en sí imagen, al potenciarla en su acontecer con otras para dar cuerpo a un pensamiento, ascienden al fulgor metafísico: «Hemos subido aquí a callarnos/ Más cerca de las nubes pálidas/ Y de su manso frío/ Plantados en la loma solitaria/ Reconfortados frugalmente/ En una escueta solidaridad/ De fuertes matas serias/ Y de vastas espaldas de grandes rocas francas/ Nos asomamos desde todos los niveles/ De los tiempos vividos y soñados/ A la inmensa llanura acostada en el fondo/ Del gran silencio de los mundos». Poesía alejada de patetismo, de cualquier manifestación de sentimiento externa y fácil, constantemente apela a lo más fino de nuestra capacidad intelectiva para el paladeo de lo ofrecido. Dominada de una lógica invernal, es decir de pulidas claridades puras, espaciosamente razonadas, no es ardua por la forma de decir sino por el constante referirse a un más allá indefinido y escurridizo a nuestras percepciones, un distante destello que abre mundos tras la cercana claridad del aire.

 

El tiempo es un elemento consustancial de tu poesía. No es solo las coordenadas de pasado, presente, futuro. Es su esparcido y reiterado ser. Tiempo que es  un espacio inabarcable. Tal vez por eso su iterativa referencia a las estaciones. A lo largo de su poesía, como ellas mismas en su circular, se repiten poemas a estos ciclos temporales. Hay una cierta noción de un tiempo esencial e incambiable, un tiempo genitor, anterior y fuera de cualquier temporalidad. Tiempo que es un espacio inacabable e inmutable a pesar de todo el afán que en él rebulle cíclicamente. «El tiempo se ha evadido/ Sólo para rondar su casa/ En su paseo ensimismado/ Cada etapa nos vuelve siempre a ella/ Por fin tranquila y lejos/ Para ser ella misma/ Ausente en nuestra bella distracción/ Y fuera de propósito cada vez encontrada.» Un tiempo que aunque se mueve queda ileso, siempre el mismo, como a la espera del suceder. «Acabo de estar horas o edades o minutos/ Tratando de entender quién era un pino/ Ante el cual me senté sabiendo con certeza/ Que me había esperado allí toda la vida».

 

Tal vez relacionado con esto hay una actitud nada definitiva. No se aposenta en un término categórico. Más bien lo definitivo es la ambigüedad o, mejor, lo paradójico. Constantemente la dicotomía se resuelve en paradoja. Así, en la presencia de la belleza que se explaya en lo natural, el poeta se pregunta cómo hacer para ser en ella y no perderla. Entonces se responde: «Sin querer otra cosa que querernos más/ Pero pidiendo siempre/ Pidiendo sin descanso aquello que es ya nuestro». ¿Cómo pedir lo que ya pertenece? Misterio de las cosas que nos rebasan y no se aquietan. Es nuestro por cercanía pero no en su infinitud. Pedir no para poseer sino para no dejar de alabar. Igual sucede en la presencia de las transparentes alturas inalcanzables. Allí se ve un ave que se mueve como sin moverse. Encuentra la voz poética un símil de nuestro discurrir por la existencia: «así es como avanzamos/ Siempre tan cerca del deslumbramiento/ Sabiendo que jamás será avanzando / Como lo alcanzaremos». Avanzando no se avanza en ese tiempo-espacio insondable. Es con otro tipo de travesía, otra forma de penetración. El mundo es entendible porque no es entendible, alcanzable por inalcanzable, efímero por intemporal. La condición del ser es su dialéctica paradojal.

 

Esa magnitud inmutable e inacabable del tiempo se asocia con la constante permanencia de la vastedad espacial y sus elementos. Su poesía siempre está en comunicación con el entorno natural. La intemperie, el abierto, los montes y huertas, el cielo, las infinitas claridades espejean en su obra. Son la página en blanco donde se deletrea el poema de la existencia, las sensaciones que mueven los más complejos y hondos pensamientos. «No es que hable yo dentro de mí/ Es que la vida y yo con ella en su intemperie/ Hablamos fuera». El diálogo con la intemperie es una suerte de anagnórisis, de identificación con el resto de las cosas. No son estas para el poeta fríos e inermes objetos o dimensiones. Son criaturas que hablan, contestan, interrogan, informan, cuentan al poeta. Tal vez invirtiendo los términos del axioma poético de Fina García Marruz, en la suya encontramos con una búsqueda de la “intimidad de lo externo”. Así lo ve el poeta, «Los antiguos maestros nos mintieron/ No está en nuestro interior el interior/ Lo interior es la luz que no tenemos/ Sino que ella nos tiene si nos tiene.” Esto es consecuente con quien ha descubierto que “Siempre habrá más espacio que mirada».

 

Tal vez de esta convicción dimane la apelación abrumadoramente mayoritaria a un recurso que transmite esta suerte de panvitalismo. No resulta fortuito que sea la prosopopeya figura muy visible y reiterada en sus textos. El tiempo es otro ser que desconoce al curioso poeta: «Qué poco debe el tiempo/ Esperar ya de mí/ Para ya no pararse nunca/ A mirarme a los ojos». O el camino por donde se adentra este en los días se torna compañero de viaje: «A veces me parece mientras marcho/Que todo este camino recorrido/…/ Se pone también él calladamente en marcha/ Y que avanza a mi lado pero absorto en sus cosas». Y el verano se levanta como un niño remolón ante el poeta atento: «También el machacón verano duerme/ Y cuando empieza a clarear el cielo/ En su semiceguera neonata y pasmada/ Sobre su peso muerto corretea despierto». Esta continuidad hombre-intemperie es tal que en un momento el sujeto deviene también naturaleza: «Vamos la lluvia y yo por nuestro mundo/ También soy yo una lluvia/ Van lloviendo en la tierra mis miradas/ Que la empapan también y la fecundan». Hay aquí un dejo whitmaniano, ese ser que se eleva desde la brizna de hierba hasta el espacio cósmico como un componente fraterno más en solución de continuidad vital.

 

La poesía de Segovia es antidogmática sin dejar de tener credo, antisectaria sin rechazar tomar partido por la honestidad vital, sin moralina sin evadir lo ético,  acendrado en lo más sensible de lo humano. En el año 2000, su “Honrada advertencia”, nota con que presentaba los textos de Resistencia. Ensayos y notas 1997-2000, hacía explicito elementos de su convicción intelectual que se traslucen en su hacer poético. Allí clamaba con tono profético, «me parece que nos estamos acercando muchísimo a una crisis en la que va a ser inevitable revisar muchas ideas (…) Cada vez son más, y más coherentes, las dudas sobre el modelo de sociedad que hemos estado tratando de aplicar, y sobre todo, diría yo, sobre el modelo de ser humano que hemos dado por bueno (…) Mientras tanto sigo creyendo que un pensamiento que aspire a alguna lucidez y honradez no puede tomar otra forma que la de la resistencia». Una mirada a las noticias del mundo no hace más que confirmar subrayadamente los juicios del poeta.

Esas dos voces que invoca, lucidez y honradez, han sido norte y sur de su ser en la vida y la poesía. Por eso, su pensamiento apuntaba a una visión de alta valía humana que debía ganarse por la instrucción, por la obra de los verdaderos poetas y por la fuerza del espíritu. Así caracterizaba lo deseado: «un mundo donde los libros abunden más que los nintendos, una idea valga más que un gol, una gran obra de arte importe más que una gran fortuna, entender a otro dé más gusto que venderle algo, pensar satisfaga más que ganar, o incluso (colmo de los colmos) la justicia se enfrente a la riqueza». En acto y palabra resistió –vocablo al que apelaba – los embates del grosero consumismo y la estupidización generalizada en pos de aquella postura que lo sostuvo.

 

¿Qué más decir de este amigo y poeta de ley que ya se ha fundido con su amada luz? Los datos del autor, esas cifras triviales que gustan a periodistas y profesores, se encuentran en cualquier enciclopedia de las tantas que hay. Su mejor biografía está en su obra. Tal vez añadir que el poeta, que naciera en Valencia, el año en que se daba a conocer una importante generación de poetas, 1927, fue expulsado con espada llameante de la tierra de su nacimiento por los triunfadores de la Guerra Civil. Esto lo obligó a vivir entre dos mundos. De modo que la condición de exiliado, de autor entre dos ámbitos, no deja de espejear persistente en su poesía. Pero esa condición, pienso, que lo ha dotado con una singular percepción donde, sin dejar de ser un zoon politikon, ni renunciar a lidiar con lo que considera impropio e injusto, ha estado filiada, más que a un ala u otra de pensamiento, a una medianía fijada por su honradez y su simpatía por el hombre. Esto es fundamental en su obra y su persona. Su sensato, apasionado y definitivo humanismo. Lo demás es poesía donde todo él queda. | Manuel García Verdecia, Holguín, Cuba, 12 de noviembre de 2011.
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29 de Enero, 2012 · General

Cuba - No hay que llorar: la encrucijada

Escribir sobre el Período Especial puede ser un esfuerzo que implique lo negativo y lo positivo, lo sano y lo insoportable, lo que se puede repasar o lo que se quiere borrar. Pero las razones de Arístides Vega Chapú fueron tan sólidas para “armar” el libro No hay que llorar  que terminó siendo Premio Memoria 2009 y ahora sale por  Ediciones La Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.

La primera virtud del texto es que la selección de sus testimoniantes fue diversa y escogida, por lo que aparecen figuras de tanto relieve intelectual como Rebeca Murga, Virgilio López Lemus, Reynaldo Montero, Arturo Arango, Yoss, Aitana Alberti, Manuel García Verdecia, Lourdes González y Laidi Fernández de Juan, entre otros muchos de categoría indiscutible.

Así que estamos ante un retablo, al estilo que le gustaba a Chaucer, o sea, un retablo vital, en el que los enfoques pueden coincidir en algunos aspectos, pero se multiplican las ópticas y quedan plasmadas, auténticamente, las esencias de aquel período, tan verdaderamente “especial”, que por muchas zonas coincidentes que querramos encontrar con nuestra existencia actual está francamente lejano.

Cada testimonio es un acercamiento a lo que tuvimos que realizar para sostenernos en una situación altamente contradictoria, lo que da por resultado una suerte de “fabulación realista” que servirá de examen de nuestras propias conciencias.

Traer a nuestros días el tema específico del Período Especial nos vuelve más comprometidos con nuestras posiciones políticas, ya que, aunque  casi se “tocó fondo”, cada quien pudo sobrellevarlo y discurrir como un ente polisémico, y hacer nuestra literatura u obra artística, a pesar de las dificultades.

Pero sobre todo, los textos acopiados reflejan la sensibilidad de los intelectuales cubanos ante cuestiones que generaban contrastes en el pensamiento de ¿cómo sobrevivir?

Especie de estado de pos-guerra, hay anécdotas que acaban reflejando la integridad y sensibilidad del escritor o artista, y siempre su mirada, iluminada de inteligencia, va a ser verídica y auténtica a la hora de definir nuestros estados de ánimos y nuestra sobrevivencia.

La enorme multiplicidad que la situación provocaba en nuestras maneras de sobrellevar las escaseces también dejan evidencia de la riqueza humana del artista cubano, que, en medio del “gran apagón” que tan bien pintara  Pedro Pablo Oliva, optaba por no anonadarse, sino que debatió su vida en momentos de esfuerzo magnífico y de tristezas desesperantes.

Entre los testimonios se destacan el de Rebeca Murga y el de Aitana Alberti. Muy distintas entre sí, lo literario estará cargado con una introyección de aquella etapa, que bien pueden dar una imagen exacta de lo que ocurría esos días.

La utilidad de No hay que llorar estará en que, sin necesidad de acudir  a la prensa, o utilizar criterios subjetivos extremos sobre el tema, tanto los que vivieron aquellos momentos como los jóvenes o nacidos hoy día podrán tener una explicación exacta de lo que el tiempo olvida o edulcora.

La excelente idea de Arístides Vega Chapú para realizar el texto, habla, no solamente, de como se pueden hacer libros bellos, literariamente hablando, sino con resonancias, como diría Lezama, para todo lector, y con carga suficiente para valorar el transcurso de los noventa.


En el lanzamiento realizado en el Centro Pablo de la Torriente Brau,  recientemente, el libro se vendió con éxito. Esperemos que, con portada atractiva y título aún más que adecuado este libro de textos sobre el Período Especial se pueda poner a la venta en todas las librerías de la nación, ya que, quien lo descubra va a fijarse en su importancia y no dejará que No hay que llorar deje de estar en su biblioteca.

Este texto, no es solo la memoria histórica solamente, sino también es un armónico compendio de buenas lecturas y amplia fabulación.

Insistimos, además, que el paratexto de la portada, elaborada con un sentido de aprehensión del tema más que sugerente, es una  forma muy ajustada de vender un libro cuyo tema, de por sí, viene a llenar un espacio que se hallaba vacío.


Lina de Feria

Enero del 2012- Tomado del Boletin del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, Cuba.  Nro 146

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24 de Enero, 2012 · General

Poeta de encrucijadas

 

KAVAFIS Y SU LECCIÓN POÉTICA

 

 

El griego Constantino Kavafis es un poeta de los que deben acompañarnos siempre. Lo es por todas las razones que pueden cultivar un poeta esencial. Sin embargo quiero destacar básicamente dos de ellas. Una es el dominio sostenido de lo exactamente poético. Esto no se refiere al tema o al uso de un determinado lenguaje. Es algo más sutil y raigal. Tiene que ver con la mirada, la aproximación, la intención descifradora que halla y exhuma lo de interés humano que está agazapado tras lo familiar rutinario. La segunda está dada por el control estricto sobre el arte para componer sus poemas. No me refiero a teorías ni teoremas sino al sentido que dicta la intuición de cómo debe expresarse lo que se siente. Siempre he pensado que la tarea primordial del poeta es encontrar su voz. Tiene que esforzarse por escuchar, entre el coro de lecturas y contaminaciones inmediatas, su propio timbre. Una vez que localiza, define y afina su voz, ya logra la manera que lo distingue.  

 

Cavafis fue un poeta de encrucijadas. Nació de padres griegos en Alejandría, una vez importante centro de la cultura helenística, creció en Inglaterra, vivió en Constantinopla, viajó por Francia y Grecia, de modo que conoció el contexto cultural grecolatino. Reúne en sí mismo lo permanente de una cultura hereditaria y lo versátil de la influencia cosmopolita. Desanduvo el mar y los interiores de la geografía mediterránea. Tal vez por esta circunstancia se abre esa mirada suya desprejuiciada, de amplios horizontes y siempre inconforme con lo recibido, decidida más bien a construir su propio ámbito existencial. Su concepción de la vida era absolutamente personal y se erigía a contrapelo de costumbres y clichés. No admitía la visión histórica consabida, tampoco aceptaba la entronización de un cristianismo ortodoxo que desechara los valores del antiguo paganismo, desafiaba la ética sexual convencional, rechazaba la estrechez de miras del nacionalismo y el patriotismo que manca lo vario ecuménico. En fin, era un humanista demócrata en lo más depurado de la prístina acepción helénica.

 

Varias son las lecciones que puede transmitirnos la obra del autor alejandrino a los poetas actuales. En primer lugar, nos brinda esa sensatez de ir más allá de escuelas y modas para hallar la expresión que se impone al tiempo y las eventualidades. En segundo lugar, nos muestra la utilidad de huir del histrionismo literario, esa pompa hueca que se consume en sus propios humos. Más le interesaba irse al mar en compañía de hermosos jóvenes que sentarse a campanear sobre lo que escribía. Necesitaba encontrar el latido de la vida que se palpa por la experiencia de los sentidos. Y finalmente, para abreviar, considera la virtud de la poesía como una forma de entender y ser en el mundo más que un ejercicio de pedantesca infatuación para inundarlo de cacofónicas páginas.

 

Para Kavafis publicar no era una necesidad principal, sino comunicarse con sus semejantes. La mayoría de sus poemas los imprimió en volantes que regaló a sus amigos. Premios y condecoraciones jamás lo atrajeron. El poema era un modo de cifrar su pasión por la vida. El volumen de su obra no rebasa los doscientos y tantos textos, hasta donde se conoce. No obstante, en ese escueto cuerpo escritural, hay tal densidad, variedad y hondura de significaciones permanentes para el ser humano, que lo convierten en territorio de necesarias revisitaciones y reiterados descubrimientos.

 

En la poética de Kavafis son visibles ciertas constantes expresivas. Sin el objeto de ser exhaustivo (¡líbreme Dios de tal soberbia!) repasemos algunas de cardinal interés. Destacaría en primer lugar la armonización que el poeta consigue entre lo sensitivo y lo reflexivo. Hay algunos criterios que apuntan a la poesía como una obra que mana ante todo sentimiento. Otros consideran que es un tejido principalmente de conceptos esenciales. Sin embargo, pienso que todo buen poeta logra ambas cosas, transmitir ideas y mover los sentimientos. Quizás lo que varíe es el modo de conseguirlo. Mientras unos llegan a la idea a través de imágenes emotivas, otros alcanzan la emoción por el impacto deslumbrante de sus ideas. En Kavafis se da esa rara armonía donde lo sensual de las imágenes, muy concreto y preciso, siempre es portador de ideas que nos deslumbran. Véase el poema «Cirios» (empleo en todos los casos las versiones del poeta José Emilio Pacheco, que me parecen esmeradas, publicadas en El oro de los tigres III, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011) que en otros casos se traduce como «Velas»:

 

Como hilera de cirios encendidos,

cirios dorados, cálidos, vivaces,

se alzan los días futuros.

Los días ya pasaron son en cambio

triste hilera de cirios apagados.

Siguen humeando aún los más recientes

cirios que se derriten y se encorvan.

Miro ante mí los cirios que llamean.

Me niego a contemplar para mi horror

a qué velocidad crece la hilera,

cómo aumentan los cirios ya extinguidos.

 

Obsérvese que solo hay dos imágenes lógicas, o sea razonamientos que refuerzan las imágenes visuales: Los días ya pasaron… y Me niego a contemplar para mi horror… Todo lo demás se arma a partir de la metáfora extendida de los cirios que se encienden y apagan. Ahí se encierra la meditación sobre el tiempo, su fugacidad, el peso del pasado y la incertidumbre del futuro, entre otras posibles disquisiciones.

 

Otro elemento constitutivo del orbe creativo de Kavafis es la vinculación de lo histórico con lo personal. La historia es un sustrato proteico para el poeta en tanto que proporciona imágenes y metáforas que agilizan y solventan eficientemente la creación de sentidos. Este poeta se enraíza en un ámbito donde lo griego y lo egipcio, primero, proseguido por lo romano y lo turco, conforman ricas coyunturas históricas. Kavafis se aprovecha de ellas para presentar sus visiones particulares, en que lo humano y lo ético incluyen también lo político y lo subjetivo. Muchos son los textos donde se aprecia esta conjunción. Un buen ejemplo es «Al regresar a Grecia». Aquí se vislumbra la peculiar situación propia del autor. Dos filósofos, en el barco que los devuelve a Grecia, ante la euforia del capitán por la cercanía de la patria, establecen ciertos reparos. No se dejan ganar por la estricta visión de una cultura única sino que matizan sus sentimientos. No quieren negar una realidad mayor.

 

Somos griegos también,

pues ¿qué otra cosa

podríamos ser?

Pero con gusto y sentimiento asiático,

un gusto y un sentimiento

a veces repugnante al helenismo.

 

Recuerdan cómo se reían de los dignatarios que los visitaban en la escuela, mientras intentaban ocultar su matiz oriental:

 

Qué cómico artificio usan los muy idiotas

tratando de ocultarlo.

Pero eso no está bien para nosotros.

Ante griegos como nosotros ese tipo

de pequeñez no sirve.

No debemos estar avergonzados

de la sangre de Asia en nuestras venas.

Debemos por lo contrario honrarla

y gloriarnos en ella.

 

El poema, que también visibiliza el balance entre lo sensible y lo racional, no solo expone la aceptación de una verdad histórica, el elemento de transculturación que se dio en esos pueblos. También hace patente el rechazo del autor a estrechos nacionalismos y modos usuales de ensalzar cierta cultura en detrimento de otras.

 

Un componente destacado y atractivo de la escritura de Kavafis es la limpidez del discurso. El poeta se atiene a un mínimo de recursos expresivos, lo cual no deja de derivar de cierta influencia oriental. Esto es una gran enseñanza para una parte considerable de la poesía occidental que es a veces abrumadoramente locuaz y retórica más que elocuente y sugestiva. Los poetas a veces nos entusiasmamos con un motivo o idea y empleamos una multitud de imágenes para concretarla, sin añadir nuevos matrices sino solo reiterándola hasta el cansancio. Kavafis nos mete en el asunto con pocos detalles y con el uso de las voces precisas. Nunca se desborda por el gusto de las palabras o imágenes. Tiene un control estricto sobre ellas. Muchos han hablado de pobreza metafórica. Diría más bien conciencia de la medida eficacia de imágenes y metáforas. De entre muchos escojo un poema emblemático, «Ventanas»:

 

En estas tenebrosas habitaciones

paso días de opresión

y voy y vengo

en busca de ventanas.

Cuando se abran

será un consuelo enorme.

Pero no las encuentro o no hay ventanas.

Acaso es preferible no encontrarlas.

La luz será una nueva tiranía:
Quien sabe cuántas cosas va a mostrarme.

 

Compruébese que la sencillez de expresión y la parvedad de elementos no restringen la potencialidad de connotaciones. En este texto se verifica también cierto sesgo simbólico que el autor suele emplear. A fin de cuentas toda metáfora es un sentido que apunta a otro. Kavafis gusta de manejar determinadas referencias simbólicas solo para abreviar el reconocimiento de la situación humana que trata y exponer un significado del modo más iluminador.

 

Un aspecto que tiene que ver mucho con la asunción y manejo de la historia con fines expresivos es su gusto por la parábola. Numerosos poemas kavafianos adoptan esa forma de breve historia humana que ejemplifica una deficiencia de carácter, inteligencia o sensibilidad que no pocas veces conducen al hombre a la frustración cuando no a la aniquilación. Léanse poemas como «El rey Demetrio», «Ítaca», «Esperando a los bárbaros», «Teódoto», «Un viejo». Un ejemplo interesante es su texto «La prórroga de Nerón». Utiliza la figura histórica para exponer su visión de cómo no fiarnos de las subjetividades y considerar siempre el elemento azaroso de las circunstancias. El oráculo le ha dicho al tirano que se cuide de la edad de setenta y tres, de modo que como solo cuenta con treinta, pues se siente cómodo:

 

La prórroga

que el dios le ha concedido

es más que suficiente

para olvidarse de futuros peligros.

Así que se involucra en un largo viaje de placer:

Fiestas en el jardín, teatros, estadios…

Noches en las ciudades de Acaya…

Sobre todo el deleite de los cuerpos desnudos…

 

Sin embargo, el exceso de confianza derivado de una interpretación errónea de los hechos lo pierde. Como en todo símbolo, un augurio hay que leerlo en su duplicidad.

 

Eso cree Nerón. Pero, en la Hispania, Galba

en secreto reúne y ejercita sus tropas.

El viejo Galba

que ya hace tres cumplió los setenta años.

 

La ironía hace cumplir el augurio en el sentido insospechado.

 

Sucede que Kavafis apela a la ironía  la ironía para destacar cómo lo humano no siempre depende solo de la propia voluntad sino del azar de circunstancias que se tejen. Estas pueden estar determinadas por el destino, una mala interpretación de las circunstancias, una desproporción de intenciones o una torpeza del carácter. De cualquier forma, la ironía es como una forma de voluntad supraindividual que gravita determinantemente sobre nuestros actos. Es por ello que el poeta gusta de la estructura epigramática. En todos los casos enfrentamos esta intención de mostrar nuestras vanidades, estupideces o imprevisiones. Textos como «La satrapía», «Troyanos» o «Ventanas», evidencia esta modalidad. Véase «Termópilas»:

 

Honor a quienes en la vida que llevan

definen y defienden unas Termópilas.

Nunca traicionan lo que es  justo,

son coherentes y rectos en sus acciones,

pero muestran también compasión y piedad.

Son generosos cuando ricos,

lo siguen siendo en la pobreza

y dicen siempre la verdad

y no desprecian al que miente.

Aún más honor merecen aquellos

cuando prevén (como muchos prevén)

que Efialtes traicionará finalmente

y que los medos pasarán pese a todo.

 

Pues sí, a pesar de que haya seres virtuosos, a veces la historia la decide un mezquino. Por eso el honor se vierte, sobre todo, a aquellos que saben descifrarlos. Es un poco la visión del poeta que ve tras lo aparente.

 

El centro sustantivo de los poemas de Kavafis puede ser bien una experiencia sensible o una percepción moral que quiere hacer visible. Tal vez de ahí el carácter didáctico que leía en él Brodsky (léase su ensayo «La canción del péndulo»). Pero en Kavafis no hallamos el gusto por aleccionar del poeta didáctico, sino la añeja inclinación del aeda por compartir una idea que considera significativa y enriquecedora.

 

La lectura de los poemas de Constantino Kavafis constituye un ejercicio de hermoso aprendizaje. En ellos aprendemos humanismo, sensibilidad y belleza. O sea, lo que nos sostiene sobre el tiempo que incesante quema nuestros cirios.

 

Manuel García Verdecia, Holguín, 22 de enero de 2012.

 

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24 de Enero, 2012 · General

manoseo de la información para atacar a Cuba

 

¿Por qué se silencian los presos muertos en cárceles norteamericanas y españolas?

 

Fuente: Cubadebate

 

El pasado 3 de enero moría en una cárcel de Chicago (EEUU) una mujer que realizaba una huelga de hambre. En noviembre de 2011, tres presos varones morían en California también tras una huelga de hambre que movilizó a 12.000 prisioneros en 13 estados del país. Nada de esto fue noticia internacional, ni provocó protestas diplomáticas contra el Gobierno de EEUU.

 

El pasado 19 de enero, fallecía en Santiago de Cuba el recluso Wilman Villar Mendoza. Inmediatamente, los medios internacionales divulgaban la versión de la llamada “disidencia”

 

cubana, vinculada al Gobierno de EEUU: el recluso habría fallecido por una huelga de hambre en protesta por haber sido encarcelado tras participar en una manifestación pacífica.

 

Esta información, repetida hasta la saciedad en los grandes medios, es absolutamente falsa. Wilman Villar Mendoza fue detenido en julio del pasado año por la agresión con lesiones a su esposa, tras una denuncia realizada por la madre de ésta. En el momento de la detención, Villar agredió con violencia a los agentes, y en noviembre fue condenado a 4 años de prisión por los delitos de desacato, atentado y resistencia.

 

Una vez condenado -siguiendo un patrón ya clásico en los últimos tiempos- entró en contacto con la “disidencia” cubana, con la intención de ser beneficiado por las medidas de gracia del Gobierno cubano a presos de este colectivo.

 

Villar fue atendido en el Hospital Clínico Quirúrgico “Doctor Juan Bruno Zayas” y falleció por las complicaciones de una neumonía severa. El Gobierno cubano asegura incluso que ni siquiera se encontraba en huelga de hambre.

 

En contraste con el silencio diplomático tras las citadas muertes por huelga de hambre en EEUU, las presiones diplomáticas contra Cuba tras la muerte de este preso no se han hecho esperar. El Gobierno español, por ejemplo, exigía al cubano “liberar a todos los presos políticos”. Debemos recordar que Amnistía Internacional reconoce como presos de conciencia solo a 3 personas en Cuba. Y lo hace en un comunicado publicado -por cierto- al calor de estos últimos acontecimientos, ya que la ONG no reconocía ningún preso de conciencia en la Isla desde la última excarcelación, en marzo de 2011. Organizaciones de la “disidencia” cubana financiadas por EEUU sostienen, por otro lado, que existen al menos 60 “presos políticos” en la Isla. Pero la propia agencia de noticias norteamericana Associated Press (AP), poco sospechosa de apoyar las versiones del Gobierno cubano, relataba que estas 60 personas están presas por delitos “violentos, aunque políticamente motivados, como sabotaje y secuestro de naves”. Estos son, al parecer, los “presos políticos” que reivindica el Gobierno español.


Si tomamos en consideración estos datos, los 3 presos de conciencia en Cuba son bastantes menos que los más de 100 en cárceles españolas, condenados solo por su filiación política al independentismo vasco, y que jamás participaron en acciones violentas.

También habría que recordar que en julio de 2011 fallecía en la cárcel de Teruel, en España, un preso tras cinco meses en huelga de hambre. Su muerte no produjo denuncias diplomáticas, y los escasos medios que informaron de ello lo hicieron de manera escueta y oficialista. El pasado 20 de diciembre fallecía, en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE), de Madrid, una inmigrante congoleña sin papeles, por una neumonía que no le fue diagnosticada porque dicho centro carecía de servicios médicos.

Por todos estos hechos, el Gobierno cubano no ha dirigido ninguna nota de protesta al Gobierno español. ¿No es hora de que comience a hacerlo? 

 

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22 de Enero, 2012 · General

La pupila de un cubano en La Higuera

 

 

CHE DESDE LA MEMORIA

 

 

Tengo ahora aquí delante las notas apresuradas que hice en estos días al regreso de Bolivia –de La Higuera y Vallegrande– y del otro lado, en la máquina, las decenas de imágenes tomadas en esas jornadas emocionadas y emocionantes, pequeño compromiso personal con la historia y la memoria, viaje iniciático (como lo llamó en un mensaje Silvio, hermano querido), travesía por senderos de cornisas, estremecimientos de fechas, momentos, fotos, recuerdos. Mucho, mucho más de lo que pueda caber en una crónica casi urgente que debiera ser escrita en esta tarde apacible de Córdoba, antes de que pasen más días o, peor, antes de que las pequeñas exigencias cotidianas de estas dos semanas restantes en la Argentina terminen por anular el espacio de tiempo necesario para escribirla.

 

Aunque no todos éramos de esa ciudadanía mencionada en el subtítulo de esta crónica, he escrito la pupila de un cubano…, para reivindicar esa frase que agradezco a un amigo, Iroel Sánchez, cuando publicó el pasado mes de noviembre en su blog La pupila insomne los apuntes que le envié sobre la presencia de los indignados estadounidenses y su audaz plan de Occupy Wall Street. Entonces quería continuar con una serie antecedida por la mención de la pupila caribeña en la que contaría otras experiencias realizadas durante un mes en universidades y centros culturales de varios estados por los que transitó la solidaridad con Cuba, la poesía, la memoria, la historia oral. Retomo la idea de compartir estas miradas de la pupila (cubana, caribeña, insomne), ahora en tierras del Sur, que también existe (y ahora existe incluso un poco más).

 

El pequeño grupo con el que llegué hasta La Higuera la semana pasada, desde Santa Cruz de la Sierra y Vallegrande, estaba integrado por mi compañera María Santucho, el trovador jujeño Eloy López y su compañera Florencia Lance. A él se unió, por imperativos de la transportación, Marcus Luecke, un viajero que llegaba desde Ulm, en el sur de Alemania, para cumplir con un viaje probablemente también iniciático, después de sus visitas a Cuba en años recientes. El viaje hasta La Higuera se realizó en una camioneta de ocho plazas, que allí llaman truffy, muy castigada por los ripios y los serruchos de ese camino serpenteante por el que el chofer boliviano que guiaba (junto a su esposa y su hija pequeña) iba acortando la distancias, al borde de las cornisas, en el vértigo de las curvas imprevisibles. Fue una sorpresa preocupante conocer, en medio del trayecto, que la madrugada anterior había llegado a Vallegrande desde Sucre, en un recorrido de 800 kilómetros, y no había tenido tiempo de dormir cuando le avisaron de este viaje a La Higuera.

 

El aviso para este viaje se lo había dado Gonzalo, miembro de la Asociación de Guías Turísticos de Vallegrande, a quien habíamos conocido la tarde anterior en el pequeño local de la oficina de turismo en el  edificio del Museo Municipal, frente a la plaza central del pueblo. Con Gonzalo visitaríamos al día siguiente de La Higuera los lugares de Vallegrande donde estuvieron los cuerpos y después los restos del Che y sus compañeros: la lavandería del Hospital Señor de Malta y los terrenos del antiguo aeropuerto del pueblo, donde ahora se levanta un mausoleo, construido por Cuba, para mantener la memoria de aquella gesta dramática y  formidable.

 

Pero ahora estábamos encontrando –hilo de la memoria–  ya muy cerca de La Higuera, junto al camino, el sitio para la recordación de la vanguardia de la guerrilla abatida en una emboscada cuando se movía por  un sendero ubicado más arriba, tratando de “llegar a Jagüey y allí tomar una decisión sobre las mulas y el Médico”, como anota el Che en su Diario el 26 de septiembre. Allí, en un pequeño pedestal, están las fotos y los nombres de los integrantes de la vanguardia: “nuestras bajas han sido muy grandes esta vez; la pérdida más sensible es la de Coco, pero Miguel y Julio eran magníficos luchadores y el valor humano de los tres es imponderable”.

 

El valor humano: esa categoría, esa noción, nos acompañó durante todo el tiempo. Entrar al pueblito de La Higuera, donde la imagen del Che recibe a los que llegan, fue una forma de recordar también lo que él había escrito en su Diario aquel 26 de septiembre, a muy pocos días de su captura y su asesinato precisamente en una de las humildes edificaciones del pueblo: “Al llegar a la Higuera todo cambió: habían desaparecido los hombres y sólo alguna que otra mujer había”.

 

Las humildes edificaciones siguen ahí, algunas convertidas ahora en lugares de alojamiento para los visitantes que llegan o en la tienda llamada Tania, donde es posible tomar café o comer algo antes de iniciar el recorrido o antes de regresar, camino abajo, hacia Vallegrande y Santa Cruz. 

 

La edificación más importante, por supuesto, es la escuelita. Allí se cometió el crimen contra los guerrilleros apresados en la Quebrada del Churo (como reza el nombre en el cartel que indica el camino hacia el lugar del último combate). La escuelita es ahora un solo espacio donde se muestran fotos del Che y donde los que llegan dejan algún recuerdo de su visita: un papelito escrito, un carnet, una foto personal. Un actor que llevó un espectáculo de homenaje al guerrillero y sus compañeros de lucha quiso dejar el uniforme utilizado en la obra, y ahora cuelga allí, sobre la puerta original de la escuelita, que fue desmontada y aparece reclinada en una de las paredes laterales de la edificación. En el otro extremo están los únicos otros elementos originales del lugar: tres pupitres de la escuelita que funcionó en ese sitio. Recordé la anécdota leída alguna vez en la que el Che prisionero y herido le señala, desde el suelo, a la joven maestra una errata en el pizarrón. Trampa de la memoria: ¿dónde estará aquel pizarrón?

 

Otra trampa: los dos pequeños espacios de la escuela se convirtieron en uno con el paso del tiempo. Las dos puertas que daban al exterior se convirtieron en una sola, nueva y central, por la que entramos al espacio donde la memoria nos remite a los testimonios de aquel momento terrible, pero donde no aparecen, ahora, los elementos que harían justicia al patrimonio de la historia y al recuerdo de aquel hecho fatal en el que el valor humano tomó cuerpo en el cuerpo de aquel hombre a punto de alcanzar los cuarenta años de su vida combatiendo y cantando, como nos comentó en aquellos días el poeta.

 

Nuestra memoria se debate entonces allí entre la inmanencia de aquel hombre humildemente grandioso (la imagen de su rostro mirando a la cámara, con el pelo largo y revuelto por las inclemencias del tiempo y de la selva, con sus harapos gloriosos y con su carabina inutilizada por un proyectil del enemigo); y la situación física actual de aquel sitio al que se accede cuando una mujer del lugar encargada de hacerlo abre con su llave la puerta renovada pero se esconde después cuando siente que la cámara del visitante la incluye en su encuadre.  Tenía razón Gonzalo, el guía, cuando me dijo en Vallegrande que el patrimonio histórico de esos sitios sagrados necesitaba preservarse de manera sistemática y creadora.

 

¿Cómo combinar, cómo acoplar, cómo hacer que convivan ahora –en este minuto de gloria y de rabia, entre los recuerdos de este lugar maravilloso y terrible– el dramatismo devastador de aquellos instantes conocidos a través de los testimonios (las palabras recordadas por alguien, las fotos sobre las paredes del Museo Municipal de Vallegrande) y los contextos físicos que el visitante encuentra, donde la memoria no ha sido conservada como la memoria quisiera?

 

Creo que la mejor manera de asumirlo es aceptando –y mostrando– la existencia de esas instancias contradictorias.

 

Las palabras del guerrillero, que anota en el día 26 de septiembre de su agenda alemana convertida en diario de la epopeya: “Coco fue a casa del telegrafista, pues hay teléfono y trajo una comunicación del día 22 en el que el Subprefecto de Valle Grande comunica al corregidor que se tienen noticias de la presencia guerrillera en la zona…”                                                              .” 

 

Y esas mismas palabras escritas hoy sobre una piedra pintada de blanco a la entrada de lo que fue la casa del telegrafista pero donde convive hoy una edificación moderna, recién construida por el empresario francés que compró –a precio de ganga– el terreno y la edificación histórica para instalar esa Guest  House / Posada Camping que se anuncia sobre la madera cuidadosamente tallada, con una estrellita mínima en el medio. Al lado, sobre una tabla que quiere ser rústica, se anuncia el Menú del día: Desayuno del guerrillero: mate de coca o café. Pan de la guerrilla / 10 pesos bolivianos.

 

Más abajo, en la fachada de una de las viejas edificaciones de La Higuera alguien escribió (o gritó) estas palabras que vimos allí (y en una foto del Museo Municipal de Vallegrande): No a la comercialización del Che!

¿Dónde buscar, dónde encontrar entonces los ecos, las consecuencias de aquel sacrificio mayor? Así nos preguntamos –aquel día y en los días siguientes, hasta hoy– los integrantes de este pequeño grupo que realizaba su viaje iniciático a estos territorios (para nosotros sagrados) de la historia americana.

 

Habrá muchos lugares, sitios, ideas, sentimientos donde buscarlos –y en algunos de ellos seguramente los encontraremos.

 

Para nosotros esos ecos aparecieron  en la realidad actual de nuestro Continente, que es otra: en la naciente y creciente necesidad de integración basada en los imperativos geopolíticos de esta época, pero en los que también podría/puede tener cabida y desarrollarse el valor humano que nos mostraba, como guía, aquel melenudo asmático y magnífico que terminó sus días (pero no) en la escuelita humilde que acabábamos de visitar. La realidad cambiante de nuestro Continente no se logró por el triunfo en aquellos combates que hoy podrán verse con admiración, escepticismo o extrañeza, pero no se hubiera logrado (como no se lograrán las metas futuras a las que muchos aspiramos) sin las enseñanzas creadoras y éticas de aquellos combates.

 

Y aparecieron también esos ecos en otros signos pequeños, cotidianos, como la conversación con Gonzalo, el guía de turismo, cuyos padres desconfiaron y rechazaron la idea y la presencia de aquel extranjero que llegaba a inmiscuirse, sabe Dios con qué propósitos, en la pacífica modorra de la vida boliviana de los sesenta. El mismo Gonzalo que después trabajó, como joven peón, en las excavaciones de la pista del aeropuerto vallegrandino donde finalmente aparecerían los restos del Che y sus compañeros de lucha, y que después leyó, estudió, hasta tener los conocimientos y la comprensión de aquellos hechos que ahora comparte con los visitantes que llegan para cumplir un viaje iniciático o simplemente para conocer, en el terreno, los escenarios de aquellos acontecimientos históricos.

 

En otras edificaciones de La Higuera encontramos también la presencia de aquel valor humano. Annia y Hubert, la pareja de médicos cubanos que atienden  las instalaciones de salud en el pueblo, contribuyen también, como otros miembros del personal médico cubano en diversas regiones bolivianas, al mantenimiento físico de esos sitios donde quiere conservarse la memoria histórica de aquellos combates y las enseñanzas éticas y humanas que puedan llegar hasta hoy.  Conservar los libros de la pequeña Biblioteca Che Guevara, reunir y compartir poemas de autores latinoamericanos en uno de los salones del Alojamiento comunal La Higuera del Che donde residen, o iluminar las piedras que rodean los monumentos que los artistas o el pueblo mismo colocaron en la plaza, son algunas expresiones de aquellas aspiraciones guevarianas que hoy muchas veces inspiran las justas indignaciones de tantos habitantes del planeta.

 

Semejantes interrogaciones, búsquedas, hallazgos acompañaron nuestro viaje de regreso a Vallegrande, en la misma truffy invencible, a pesar de la lluvia, la neblina y las nubes bajas, en manos del mismo chofer, ahora menos soñoliento, que bordeaba las cornisas huyéndole a las piedras que se desprendían de las paredes de la montaña mientras miraba y disfrutaba la risa de su hijita en el asiento de al lado. Esa  noche encontramos, junto a varios integrantes de la brigada médica y diplomáticos cubanos, a otra persona que iba a recorrer, al día siguiente, el camino de Vallegrande a La Higuera.

 

Era Sareska Pantoja, hija de Orlando –Olo en la Sierra Maestra, Antonio en la guerrilla boliviana–, quien iba a realizar su viaje iniciático: mucho más importante, mucho más definitivo que el nuestro, aunque bordeáramos las mismas cornisas y contempláramos la misma lluvia interminable sobre el parabrisas. Esa noche, en el sitio donde se alojan los médicos cubanos en Vallegrande, hubo anécdotas y cuentos y canciones y recuerdos tristes y repaso de vidas y creo que también algo del valor humano que nos vino acompañando desde La Higuera.

 

Victor Casaus

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22 de Enero, 2012 · General

Nancy Robinson Calvet

 
La periodista y poetisa Nancy Robinson Calvet, quien por más de medio siglo pasó por las redacciones de Granma, Trabajadores y Radio Reloj, falleció en la noche del viernes en La Habana, tras agónica enfermedad.

Graduada de la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling dio cobertura, principalmente, a la información cultural, de la cual devino en crítica y especialista. Entre sus éxitos periodísticos estuvo la entrevista que le hiciese al afamado pianista y cantante estadounidense Nat King Cole en 1956 cuando visitó La Habana en momentos en que sus discos, junto a los de Frank Sinatra, encabezaban la lista de los más vendidos en Estados Unidos y Cuba.

Tras el triunfo de la Revolución  trabajó en la ex Unión Soviética como traductora y, al retornar a la patria, prosiguió ejerciendo el periodismo

Durante varios años en las páginas del periódico Trabajadores publicó la sección en décimas Retrato en Vivo, la que luego pasó a la emisora Radio Reloj con el nombre de Retrato Hablado, donde abordaba diferentes temas de la vida nacional e internacional.

Recibió numerosos reconocimientos en su vida laboral y social, entre ellos la Réplica del Machete del General Máximo Gómez.

En 1974 obtuvo el primer premio del concurso Rubén Martínez Villena, de la CTC, por su texto lírico Decimario Sindical a Lázaro Peña.

Según expresase en una entrevista con Trabajadores el pasado año, ella escribía con el corazón. Tal era su sensibilidad. 

Se caracterizó por su gran modestia, sencillez y un carácter afable y a la vez ocurrente, salpicado constantemente de un fino humor. 

La Presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba hace llegar a sus familiares el más sentido mensaje de condolencia.

(Cubaperiodistas.cu)
http://www.cubaperiodistas.cu/noticias/enero12/20/13.htm?utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter

                                                                        Lic. Rosa Cristina Báez Valdés "La Polilla Cubana"
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29 de Noviembre, 2011 · General

de Tony Guerrero para Silvio Rodríguez

Un bellísimo óleo de Tony Guerrero dedicado a Silvio Rodríguez (hoy es su cumpleaños) donde muestra una escena de los recitales que el poeta y trovador cubano ofrece por los diversos pueblos de la isla.

Gracias a Rosita Báez por el envío!!
Libertad para los Cinco!
 
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02 de Noviembre, 2011 · General

Samora Machel, un imprescindible

 

 

XXV aniversario de la muerte del Presidente de la República Popular de Mozambique

 

Fuente: Rebelión


 

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Bertolt Brecht

 

 

Este año se cumple el XXV aniversario de la muerte de Samora Machel, ocurrida el 19 de octubre de 1986 en una sospechosa catástrofe aérea. Al morir ocupaba el cargo de Presidente de la República Popular de Mozambique y de Presidente del Partido Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO).

 

Un hombre de extracción muy humilde, nacido en una choza,  como la inmensa mayoría de sus compatriotas. Desde muy joven tuvo una participación destacada en la lucha guerrillera contra el colonialismo portugués, convirtiéndose en el jefe de la misma y líder de todo el pueblo en la lucha por la independencia; como Presidente de la República, tras 500 años de explotación y humillación colonialista, aplicó medidas de carácter socialista que beneficiaron al empobrecido pueblo mozambicano, al que también elevó la autoestima y lo movilizó, con su carisma e integridad moral y política, hacia la construcción de una nueva sociedad.

 

Fue Samora Machel un antiimperialista, un internacionalista que dio apoyo a la lucha de diversos movimientos revolucionarios y abrigo a numerosos perseguidos de las entonces dictaduras militares latinoamericana.

 

En el período 1978-80 tuve la oportunidad de verlo de cerca en varias ocasiones. Los internacionalistas cubanos, que fungíamos como asesores técnicos del Ministerio de Agricultura, residíamos en un edificio dentro del área de la presidencia, frente por frente al Palacio Presidencial, al cruce de una calle. Un gran honor para quienes residíamos allí, una enorme muestra de confianza.

 

Durante esos años, estuve en actos de masas en que intervino, escuché muchas veces su “Canimambo FRELIMO, Canimambo”, y constaté su extraordinaria comunicación con el pueblo y de este con él.

 

También, tuve la oportunidad de visitar ciudades, pueblos y aldeas de todas las provincias del país y observé que gozaba de gran popularidad, era muy respetado y querido.

 

Su muerte  fue una pérdida irreparable para el movimiento revolucionario del Tercer Mundo y en particular de África. El pueblo mozambicano perdió a su líder y con él las esperanzas de una vida mejor, pues su legado, aún está por cumplirse. Los revolucionarios cubanos perdimos un compañero de lucha, un hermano.

Samora Machel es de los que Bertolt Brecht llamó: “los imprescindibles”.

 

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17 de Octubre, 2011 · General

Lucha es la vida, y no hay que rehuirla

 

 

Por Adys Cupull  y Froilán González

 

"Lucha es la vida, y no hay que rehuirla. Sólo los que se saben sacrificar llegan a la vejez con salud y hermosura”.  José  Martí, Patria, 13 de agosto de 1892

 

El encuentro del luchador antiterrorista René González Sheweret con sus hijas, su padre y su hermano, representó un acontecimiento muy emotivo para el pueblo cubano. René  no está libre, continúa preso y sobre su cabeza una mirilla de grueso calibre apunta: La amenaza y las prohibiciones que le imponen las autoridades norteamericanas. Hecho que preocupa a los que defendemos la justicia y la paz.

 

Debemos estar alertas a las provocaciones y atentados, en el país donde se autoriza el uso ilimitado de armas de fuego y los terroristas anticubanos caminan y actúan  libremente. 

A su madre y esposa les fue negada la entrada a Estados Unidos. Las imágenes del primer día, captadas por su hija Irmita dejaron una huella indeleble en cada familia cubana. Vimos que en los ojos  profundos y expresivos de René las palabras brotaban por ellos, mientras las estrechaba en  un abrazo compartido.

 

Las miradas del Héroe, decían tanto, tanto, que no existió el silencio. Un recibimiento en el que la música y letra de  “El Mayor” composición de Silvio Rodríguez, en la voz de las hijas y de René, dió fuerzas para detener el sentimiento de tristeza a punto de salir. Estábamos ante uno de los cinco Héroes que con su actitud indoblegable es continuador de las virtudes de Ignacio Agramonte, Mayor General de la Guerra de Independencia de Cuba, el cubano del Camagüey, que José Martí, calificó como “… diamante con alma de beso.” A quien el cantautor cubano dedicó la obra que escuchamos, símbolo de cultura, educación  e identidad.

 

Irmita tomó también la imagen de su abuelo que iba delante, cuando volteó la cabeza, vimos  una mirada tierna y austera que mucho decía: ¡Trece años prisionero injustamente!, por defender la vida de su pueblo contra el terrorismo engendrado en las entrañas del imperio norteamericano. ¡rece años de venganzas y odios! Y ahora tres años  más, amenazado. Un nuevo castigo.

Nada puede detener el viento que pasa clamando  justicia. Así  continuará la lucha, unidos, de norte a sur y de este a oeste, exigiendo el regreso a Cuba de los cinco Héroes:  René González, Gerardo Hérnández, Antonio Guerrero, Fernando González y Ramón Labañino.

 

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27 de Septiembre, 2011 · General

Cuba: Festival Trova

Con el objetivo de recuperar, difundir, desarrollar y preservar el patrimonio musical trovadoresco, se efectuará del 10 al 12 de octubre próximo, en la oriental ciudad cubana de Guantánamo, el festival FEDETROVA Carlos Güibert.

 

En el evento participará el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau , a través de los trovadores Lilliana Héctor y Ariel Díaz, quienes, además de interpretar sus canciones, mostrarán parte de la labor realizada por la institución a favor de la difusión y promoción de ese género musical. Así, se pondrán a disposición del público guantanamero varios de los discos producidos por el Centro a partir de los conciertos A guitarra limpia, al igual que se mostrarán libros y carteles relacionados con la trova y sus intérpretes.

 

Este festival, cuya segunda edición se efectuará este año como parte de la jornada de la cultura cubana y en homenaje al aniversario 81 del natalicio del combatiente-trovador Carlos Güibert y el 131 del trovador Benito Odio, es auspiciado por las Direcciones Provincial y Municipal de Cultura, el Centro Provincial de la Música , el sistema Provincial de Casas de Cultura , la Asociación Hermanos Saiz, la UNEAC , la Agencia de Turismo Cultural Paradiso en Guantánamo y la Sociedad JLJ, de Francia, país este donde Güibert iba a grabar su primer disco, lo cual se frustró por su repentina muerte, días antes, en agosto del 2003.

 

De acuerdo con las bases del festival, las categorías a concursar serán trova, trova pop rock, antología, grabación, diseño gráfico, producción y notas discográficas. Los premiados en cada categoría recibirán la réplica de la guitarra de Carlos Güibert en la gala de clausura del evento, a efectuarse el 12 de octubre. (Fte Boletin MemoriaCentro Pablo)

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