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15 de Abril, 2015 · General

El pueblo boliviano y Playa Girón.

 

Por Froilán González y Adys Cupull.


En ocasión de conmemorse  el 50 aniversario de la Victoria de Playa Girón, sostuvimos  una entrevista  inolvidable con el periodista Antonio Peredo Leigue, quien fuera  Senador del Estado Plurinacional de Bolivia. El encuentro se desarrolló en su departamento de la ciudad de La Paz, con la presencia de su esposa María Martha González,  la común amiga Roxana Vaca y Leandro González Cupull, que filmó ese encuentro. 


Después conocimos que fue su última entrevista. En esa ocasión acabábamos de visitar la Higuera, donde presentamos  el libro La Batalla Inevitable,  del escritor cubano Juan Carlos Fernández, un signo de los nuevos  tiempo, que emocionó a los presentes.


Con Antonio  Peredo, conversamos entre otros asuntos, sobre  la  invasión mercenaria, de abril de 1961, apoyada y armada por los Estados Unidos. Su visión clara de analista, sus agudos comentarios sobre la desinformación de  las agencias de noticias  y el impacto   en los  bolivianos, quedaron  expuestos. Transcribimos textualmente:
 "Me han pedido recordar lo que ha sucedido hace 50 años. Fue en abril de 1961 cuando se produce la invasión a Playa Girón. Ese   fue un momento sumamente importante, que en un país como Bolivia, donde la Revolución Nacional de 1952 comenzaba a agotarse.


"En realidad estaba agotada ya. Era la segunda presidencia de Víctor Paz Estensoro, que en 1960 había traído el plan triangular... Existía   la necesidad de un cambio revolucionario y esa necesidad la cubría Cuba; pero Cuba estaba alejada y de pronto, la invasión de Playa Girón, cambia todo, toda esa visión; y Cuba está cercana en ese momento.


"Yo en ese tiempo era redactor,  Jefe de Redacción de un vespertino que pertenecía a Paz Estensoro. Esa  mañana comenzamos a recibir informaciones  de cómo habían llegado (los mercenarios) a Playa Girón o Bahía de Cochinos, cómo avanzaban con el "apoyo" de la gente, "aplaudidos", prácticamente sin disparar un tiro. Avanzaban "victoriosos" hasta  La Habana,"Mientras Fidel... se desconocía qué había pasado con él, que el Che se había pegado un tiro, Raúl Castro estaba en una embajada. En Realidad,   era una cosa triunfante,  que venía cada 15 minutos de la agencia United Press International, UPI en ese tiempo, prácticamente, eran los únicos cables que recibíamos.


"Las emisoras de radio, anunciaban, que  la Fuerza Aérea Cubana se había sublevado y bombardeado los principales aereopuertos. El 80 por ciento de los cubanos se estaban informando por las emisoras de Estados Unidos o de otros países, porque las cubanas estaban censuradas, debido a la falta de libertad de expresión en la Isla y  carecían de objetividad, que el 95 por ciento de los cubanos estaban en contra de Fidel Castro y de la Revolución y que el presidente de Estados Unidos tenía mayor aceptación entre los cubanos que Fidel Castro, Raúl Castro y el Che Guevara. 


"Era evidente que esas informaciones, estaban preparadas desde dias anteriores. Salían metódicamente cada 10 minutos. Se habló de que era por varios lugares por donde se  había invadido el país, entre ellos Pinar del Rio,  que Pinar del Rio estaba sublevado contra la Revolución y por lo tanto era notorio que se estaba aislándo a La Habana; que en Santiago de Cuba se comenzaban a sentir algunas manifestaciones. 


"Otras de las informaciones, que recibíamos ahí, hablaban del importante puerto de Bayamo, en manos de los  "libertadores". El  gran públco boliviano desconocia que Bayamo estaba a más de 70 kilómetros de la costa y que no es ningún puerto. 


"De pronto como a las 11 de la mañana, comenzamos a recibir, ya de las otras agencias- Yo recuerdo muy bien, que la primera que efectivamente comenzó a dar la información, fue France Press y France Press, comienza a decir que estaban empantanados en la Ciénaga, repelidos, que no habían podido avanzar, ni un solo metro y relata toda la historiaEl jefe de la página internacional me pregunta: ¿qué hago?. Yo le dije ándate a tu casa, y me hice cargo de la edición. En primera plana publiqué arriba  KNOCK OUT  DE CASTRO, y en un lado puse: "Esto es lo que decía UPI  y esto es lo que sucedió en realidad.


"Al día siguiente había un  memorándum de despido al Jefe de Internacionales. Yo entré donde el Gerente y le dije: "Estas equivocado, si tienes que despedir a alguien, es a mí".  No hubo ningún despido, pero era evidente, que en ese momento para el gobierno de Bolivia, para el presidente Víctor Paz Estensoro, no era bueno aparecer con una posición en su periódico favorable a Cuba.


"Yo creo que UPI,   tuvo que reconocer su fracaso de insistir,  era una guerra mediática, les era muy dificíl explicar, como  un pueblo sometido a una dictadura y que según sus reportes, mayoritariamente apoyaba a Estados Unidos, derrotó en pocas horas a los enviados de Estados Unidos, al mismo tiempo, que la invasión de Bahía de Cochinos, el hecho mediático está en que el representante norteamericano en Naciones Unidas dice: "Nosotros no hemos participado" y no había  pasado una semana, cuando se  presenta y dice: "Vengo a presentar mi dimisión porque ahora sé qué ha pasado y a mí me ocultaron la información y yo no puedo aceptar eso" y se retira de Naciones Unidas, Yo no me acuerdo, creo que era Stevenson.


"Aparte de eso, en el pueblo,  en las organizaciones sociales en la Universidad, había una gran movilización. Yo recuerdo a gente joven  convocando  a los estudiantes universitarios a organizarse. Me acuerdo que le llamaban Brigada Simón Bolívar, dispuesta a ir a Cuba inmediatamente.


"La Central Obrera Boliviana abrió un libro de inscripciones de voluntarios, que estaban dispuestos a ir a Cuba a defender a la Revolución, se produjeron manifestaciones contra Estados Unidos.


"Era una manifestación de desafío, no era simplemente de condena. Era el desafío que mostraba el pueblo boliviano, en todas sus capas sociales, estaban allí, profesionales, estudiantes, obreros, artesanos, que muy pocas veces salen en manifestaciones de este tipo.


"La Embajada de Estados Unidos estaba por entonces, en el  centro de la  ciudad, exactamente al frente de la Alcaldía Municipal de La Paz, un edificio en cuyo planta baja, estaba lo que entonces se llamaba el Banco Popular del Perú y que ahora se llama Banco de Crédito,  sigue siendo el mismo banco. En los pisos superiores  estaba la embajada de Estados Unidos.


"Yo lo recuerdo muy bien, porque no solamente las manifestaciones  fueron en esos tiempos, mucho después, hemos hecho plantones frente a la Embajada,  ahí mismo, con mi esposa María Marta ya hemos hecho plantones, en la Embajada en relación a otros temas pero es indudable que para los universitarios, para los obreros, para todos los manifestantes, pasar por la Embajada norteamericana, era un ritual, dentro de la manifestación cualquiera que fuese la manifestación, había que pasar frente a la Embajada y señalar a Estados Unidos como causante de la pobreza y de la miseria  de nuestro país, pero en ese momento de la invasión a Playa Girón, era otra cosa.


"Era una manifestación de desafío, no era simplemente la condena. Era el desafío que mostraba el pueblo boliviano en todas sus capas sociales, estaban allí profesionales, estudiantes, obreros, artesanos que muy pocas veces, salen en manifestaciones de este tipo.



"Mi hermano Coco, en ese tiempo estaba en Cuba,  creo  que incluso participó como miliciano, en la defensa de La Habana,   porque se puso todo el dispositivo de defensa de La Habana. Inti..,  era un hombre muy conocido en la Universidad, estaba organizando a la gente, insuflando  ese entusiasmo, por algo que se había convertido en nuestro, porque no recuerdo ninguna otra Revolución, que se haya considerado, ¡tan nuestra, como la Revolución Cubana! Creo, que ese abril de 1961 las esperanzas revolucionarias volvieron a renacer en Bolivia."


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publicado por islanegra a las 18:18 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
22 de Enero, 2012 · General

La pupila de un cubano en La Higuera

 

 

CHE DESDE LA MEMORIA

 

 

Tengo ahora aquí delante las notas apresuradas que hice en estos días al regreso de Bolivia –de La Higuera y Vallegrande– y del otro lado, en la máquina, las decenas de imágenes tomadas en esas jornadas emocionadas y emocionantes, pequeño compromiso personal con la historia y la memoria, viaje iniciático (como lo llamó en un mensaje Silvio, hermano querido), travesía por senderos de cornisas, estremecimientos de fechas, momentos, fotos, recuerdos. Mucho, mucho más de lo que pueda caber en una crónica casi urgente que debiera ser escrita en esta tarde apacible de Córdoba, antes de que pasen más días o, peor, antes de que las pequeñas exigencias cotidianas de estas dos semanas restantes en la Argentina terminen por anular el espacio de tiempo necesario para escribirla.

 

Aunque no todos éramos de esa ciudadanía mencionada en el subtítulo de esta crónica, he escrito la pupila de un cubano…, para reivindicar esa frase que agradezco a un amigo, Iroel Sánchez, cuando publicó el pasado mes de noviembre en su blog La pupila insomne los apuntes que le envié sobre la presencia de los indignados estadounidenses y su audaz plan de Occupy Wall Street. Entonces quería continuar con una serie antecedida por la mención de la pupila caribeña en la que contaría otras experiencias realizadas durante un mes en universidades y centros culturales de varios estados por los que transitó la solidaridad con Cuba, la poesía, la memoria, la historia oral. Retomo la idea de compartir estas miradas de la pupila (cubana, caribeña, insomne), ahora en tierras del Sur, que también existe (y ahora existe incluso un poco más).

 

El pequeño grupo con el que llegué hasta La Higuera la semana pasada, desde Santa Cruz de la Sierra y Vallegrande, estaba integrado por mi compañera María Santucho, el trovador jujeño Eloy López y su compañera Florencia Lance. A él se unió, por imperativos de la transportación, Marcus Luecke, un viajero que llegaba desde Ulm, en el sur de Alemania, para cumplir con un viaje probablemente también iniciático, después de sus visitas a Cuba en años recientes. El viaje hasta La Higuera se realizó en una camioneta de ocho plazas, que allí llaman truffy, muy castigada por los ripios y los serruchos de ese camino serpenteante por el que el chofer boliviano que guiaba (junto a su esposa y su hija pequeña) iba acortando la distancias, al borde de las cornisas, en el vértigo de las curvas imprevisibles. Fue una sorpresa preocupante conocer, en medio del trayecto, que la madrugada anterior había llegado a Vallegrande desde Sucre, en un recorrido de 800 kilómetros, y no había tenido tiempo de dormir cuando le avisaron de este viaje a La Higuera.

 

El aviso para este viaje se lo había dado Gonzalo, miembro de la Asociación de Guías Turísticos de Vallegrande, a quien habíamos conocido la tarde anterior en el pequeño local de la oficina de turismo en el  edificio del Museo Municipal, frente a la plaza central del pueblo. Con Gonzalo visitaríamos al día siguiente de La Higuera los lugares de Vallegrande donde estuvieron los cuerpos y después los restos del Che y sus compañeros: la lavandería del Hospital Señor de Malta y los terrenos del antiguo aeropuerto del pueblo, donde ahora se levanta un mausoleo, construido por Cuba, para mantener la memoria de aquella gesta dramática y  formidable.

 

Pero ahora estábamos encontrando –hilo de la memoria–  ya muy cerca de La Higuera, junto al camino, el sitio para la recordación de la vanguardia de la guerrilla abatida en una emboscada cuando se movía por  un sendero ubicado más arriba, tratando de “llegar a Jagüey y allí tomar una decisión sobre las mulas y el Médico”, como anota el Che en su Diario el 26 de septiembre. Allí, en un pequeño pedestal, están las fotos y los nombres de los integrantes de la vanguardia: “nuestras bajas han sido muy grandes esta vez; la pérdida más sensible es la de Coco, pero Miguel y Julio eran magníficos luchadores y el valor humano de los tres es imponderable”.

 

El valor humano: esa categoría, esa noción, nos acompañó durante todo el tiempo. Entrar al pueblito de La Higuera, donde la imagen del Che recibe a los que llegan, fue una forma de recordar también lo que él había escrito en su Diario aquel 26 de septiembre, a muy pocos días de su captura y su asesinato precisamente en una de las humildes edificaciones del pueblo: “Al llegar a la Higuera todo cambió: habían desaparecido los hombres y sólo alguna que otra mujer había”.

 

Las humildes edificaciones siguen ahí, algunas convertidas ahora en lugares de alojamiento para los visitantes que llegan o en la tienda llamada Tania, donde es posible tomar café o comer algo antes de iniciar el recorrido o antes de regresar, camino abajo, hacia Vallegrande y Santa Cruz. 

 

La edificación más importante, por supuesto, es la escuelita. Allí se cometió el crimen contra los guerrilleros apresados en la Quebrada del Churo (como reza el nombre en el cartel que indica el camino hacia el lugar del último combate). La escuelita es ahora un solo espacio donde se muestran fotos del Che y donde los que llegan dejan algún recuerdo de su visita: un papelito escrito, un carnet, una foto personal. Un actor que llevó un espectáculo de homenaje al guerrillero y sus compañeros de lucha quiso dejar el uniforme utilizado en la obra, y ahora cuelga allí, sobre la puerta original de la escuelita, que fue desmontada y aparece reclinada en una de las paredes laterales de la edificación. En el otro extremo están los únicos otros elementos originales del lugar: tres pupitres de la escuelita que funcionó en ese sitio. Recordé la anécdota leída alguna vez en la que el Che prisionero y herido le señala, desde el suelo, a la joven maestra una errata en el pizarrón. Trampa de la memoria: ¿dónde estará aquel pizarrón?

 

Otra trampa: los dos pequeños espacios de la escuela se convirtieron en uno con el paso del tiempo. Las dos puertas que daban al exterior se convirtieron en una sola, nueva y central, por la que entramos al espacio donde la memoria nos remite a los testimonios de aquel momento terrible, pero donde no aparecen, ahora, los elementos que harían justicia al patrimonio de la historia y al recuerdo de aquel hecho fatal en el que el valor humano tomó cuerpo en el cuerpo de aquel hombre a punto de alcanzar los cuarenta años de su vida combatiendo y cantando, como nos comentó en aquellos días el poeta.

 

Nuestra memoria se debate entonces allí entre la inmanencia de aquel hombre humildemente grandioso (la imagen de su rostro mirando a la cámara, con el pelo largo y revuelto por las inclemencias del tiempo y de la selva, con sus harapos gloriosos y con su carabina inutilizada por un proyectil del enemigo); y la situación física actual de aquel sitio al que se accede cuando una mujer del lugar encargada de hacerlo abre con su llave la puerta renovada pero se esconde después cuando siente que la cámara del visitante la incluye en su encuadre.  Tenía razón Gonzalo, el guía, cuando me dijo en Vallegrande que el patrimonio histórico de esos sitios sagrados necesitaba preservarse de manera sistemática y creadora.

 

¿Cómo combinar, cómo acoplar, cómo hacer que convivan ahora –en este minuto de gloria y de rabia, entre los recuerdos de este lugar maravilloso y terrible– el dramatismo devastador de aquellos instantes conocidos a través de los testimonios (las palabras recordadas por alguien, las fotos sobre las paredes del Museo Municipal de Vallegrande) y los contextos físicos que el visitante encuentra, donde la memoria no ha sido conservada como la memoria quisiera?

 

Creo que la mejor manera de asumirlo es aceptando –y mostrando– la existencia de esas instancias contradictorias.

 

Las palabras del guerrillero, que anota en el día 26 de septiembre de su agenda alemana convertida en diario de la epopeya: “Coco fue a casa del telegrafista, pues hay teléfono y trajo una comunicación del día 22 en el que el Subprefecto de Valle Grande comunica al corregidor que se tienen noticias de la presencia guerrillera en la zona…”                                                              .” 

 

Y esas mismas palabras escritas hoy sobre una piedra pintada de blanco a la entrada de lo que fue la casa del telegrafista pero donde convive hoy una edificación moderna, recién construida por el empresario francés que compró –a precio de ganga– el terreno y la edificación histórica para instalar esa Guest  House / Posada Camping que se anuncia sobre la madera cuidadosamente tallada, con una estrellita mínima en el medio. Al lado, sobre una tabla que quiere ser rústica, se anuncia el Menú del día: Desayuno del guerrillero: mate de coca o café. Pan de la guerrilla / 10 pesos bolivianos.

 

Más abajo, en la fachada de una de las viejas edificaciones de La Higuera alguien escribió (o gritó) estas palabras que vimos allí (y en una foto del Museo Municipal de Vallegrande): No a la comercialización del Che!

¿Dónde buscar, dónde encontrar entonces los ecos, las consecuencias de aquel sacrificio mayor? Así nos preguntamos –aquel día y en los días siguientes, hasta hoy– los integrantes de este pequeño grupo que realizaba su viaje iniciático a estos territorios (para nosotros sagrados) de la historia americana.

 

Habrá muchos lugares, sitios, ideas, sentimientos donde buscarlos –y en algunos de ellos seguramente los encontraremos.

 

Para nosotros esos ecos aparecieron  en la realidad actual de nuestro Continente, que es otra: en la naciente y creciente necesidad de integración basada en los imperativos geopolíticos de esta época, pero en los que también podría/puede tener cabida y desarrollarse el valor humano que nos mostraba, como guía, aquel melenudo asmático y magnífico que terminó sus días (pero no) en la escuelita humilde que acabábamos de visitar. La realidad cambiante de nuestro Continente no se logró por el triunfo en aquellos combates que hoy podrán verse con admiración, escepticismo o extrañeza, pero no se hubiera logrado (como no se lograrán las metas futuras a las que muchos aspiramos) sin las enseñanzas creadoras y éticas de aquellos combates.

 

Y aparecieron también esos ecos en otros signos pequeños, cotidianos, como la conversación con Gonzalo, el guía de turismo, cuyos padres desconfiaron y rechazaron la idea y la presencia de aquel extranjero que llegaba a inmiscuirse, sabe Dios con qué propósitos, en la pacífica modorra de la vida boliviana de los sesenta. El mismo Gonzalo que después trabajó, como joven peón, en las excavaciones de la pista del aeropuerto vallegrandino donde finalmente aparecerían los restos del Che y sus compañeros de lucha, y que después leyó, estudió, hasta tener los conocimientos y la comprensión de aquellos hechos que ahora comparte con los visitantes que llegan para cumplir un viaje iniciático o simplemente para conocer, en el terreno, los escenarios de aquellos acontecimientos históricos.

 

En otras edificaciones de La Higuera encontramos también la presencia de aquel valor humano. Annia y Hubert, la pareja de médicos cubanos que atienden  las instalaciones de salud en el pueblo, contribuyen también, como otros miembros del personal médico cubano en diversas regiones bolivianas, al mantenimiento físico de esos sitios donde quiere conservarse la memoria histórica de aquellos combates y las enseñanzas éticas y humanas que puedan llegar hasta hoy.  Conservar los libros de la pequeña Biblioteca Che Guevara, reunir y compartir poemas de autores latinoamericanos en uno de los salones del Alojamiento comunal La Higuera del Che donde residen, o iluminar las piedras que rodean los monumentos que los artistas o el pueblo mismo colocaron en la plaza, son algunas expresiones de aquellas aspiraciones guevarianas que hoy muchas veces inspiran las justas indignaciones de tantos habitantes del planeta.

 

Semejantes interrogaciones, búsquedas, hallazgos acompañaron nuestro viaje de regreso a Vallegrande, en la misma truffy invencible, a pesar de la lluvia, la neblina y las nubes bajas, en manos del mismo chofer, ahora menos soñoliento, que bordeaba las cornisas huyéndole a las piedras que se desprendían de las paredes de la montaña mientras miraba y disfrutaba la risa de su hijita en el asiento de al lado. Esa  noche encontramos, junto a varios integrantes de la brigada médica y diplomáticos cubanos, a otra persona que iba a recorrer, al día siguiente, el camino de Vallegrande a La Higuera.

 

Era Sareska Pantoja, hija de Orlando –Olo en la Sierra Maestra, Antonio en la guerrilla boliviana–, quien iba a realizar su viaje iniciático: mucho más importante, mucho más definitivo que el nuestro, aunque bordeáramos las mismas cornisas y contempláramos la misma lluvia interminable sobre el parabrisas. Esa noche, en el sitio donde se alojan los médicos cubanos en Vallegrande, hubo anécdotas y cuentos y canciones y recuerdos tristes y repaso de vidas y creo que también algo del valor humano que nos vino acompañando desde La Higuera.

 

Victor Casaus

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publicado por islanegra a las 16:47 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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