Entrevista
en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti
Manuel Ruano nació
el 15 de enero de 1943 en el barrio Saavedra, de Buenos Aires (ciudad en la que
reside), Argentina. Habiendo realizado estudios sobre literatura española, se
especializó en Siglo de Oro Español. Es profesor honorario en la Universidad
Nacional de San Marcos y en la Universidad Nacional San Martín de Porres, de
Lima, Perú, donde en 1992 fundó la revista de poesía latinoamericana “Quevedo”,
la cual dirigió hasta 1997. Entre 1969 y 2007 fueron publicados en su país, así
como en Venezuela, Ecuador, México y Perú, sus poemarios “Los gestos interiores” (Primer Gran Premio Internacional de Poesía
de Habla Hispana “Tomás Stegagnini”), “Según
las reglas”, “Son esas piedras vivientes” (Edición Premio Nacional de
Poesía de la Asociación de Escritores de Venezuela, Caracas, 1982), “Yo creía en el Adivinador orfebre”, “Mirada de Brueghel” (Fondo de Cultura
Económica, México, 1990), “Hipnos”, “Los cantos del gran ensalmador” (Monte Ávila Editores,
Caracas, 2005), “Concertina de los
rústicos y los esplendorosos”. En
2010 da a conocer su libro de cuentos “No
son ángeles del amanecer”. Y en Caracas el volumen “Lautréamont y otros ensayos”, donde también se editó el CD “Manuel Ruano en su tinta” (poemas). En
su condición de antólogo, citamos “Poesía
nueva latinoamericana” (1981), “Y la espiga será por fin espiga”
(1987), “Cantos australes” (1995), “Poesía
amorosa de América Latina” (1995), “Crónicas
de poeta” (sobre artículos de César Vallejo, 1996), “Obra poética de Olga Orozco” (con estudio preliminar, 2000), “Cartas del destierro y otras orfandades”
(correspondencia de César Vallejo, 2006), “Olga
Orozco – Territorios de fuego para una poética” (Sevilla, España, 2010), “Vivir en el poema – Homenaje a Carlos
Germán Belli” (Sevilla, España, 2013). Ha sido investigador y redactor del “Diccionario Enciclopédico de las Letras de
América Latina” (1995). Acerca de
su poesía se han difundido estudios de Miguel Fajardo, Ricardo González Vigil,
Eduardo Chirinos, Alberto Baeza Flores, etc. Y éstos son los títulos de algunas
antologías que han incluido poemas suyos: “Antología
de escritores argentinos” (Madrid, 1967), “Poesía política y combativa argentina” (Madrid, 1978), “Antología de la poesía argentina” de Raúl Gustavo Aguirre (tres tomos, Ediciones
Fausto, Buenos Aires, 1979), “Al sur”
de Satoko Tamura (Tokio, Japón, 1987), “El
verbo descerrajado” (homenaje a los presos políticos de Chile, 2005).
Manejó, por ejemplo, http://liroforodelmardulce.blogspot.com.ar
(2010) y http://manuelruano.blogspot.es (ya
desactivado). Y ahora, http://interraignota-manuel.blogspot.com.ar ,
donde además de poemas y artículos de su autoría, interesantísimos videos, una
entrevista a él realizada, se hallan textos de Romilio Ribero, María Granata,
Horacio Armani, Rafael Alberti, Antonio Cisneros, Gutierre de Cetina (Sevilla,
1520 – México, 1557), Emily Elizabeth Dickinson, Fernando Pessoa, Ricardo E.
Molinari, Vicente Martín Soler (España, 1754-1806), Juan del Valle Caviedes
(España, 1652 – Perú, 1698), Wilfred Owen, Gayo Valerio Catulo (hacia 87 a. C.
– hacia 54 a. C.), Dante Alighieri, Edith Sitwell, Malcolm Lowry, Robinson
Jeffers, John Keats…
1 – Fuiste integrante del equipo de
una de nuestras insoslayables revistas literarias del siglo XX: “El Escarabajo
de Oro” (la cual yo adquiría cada vez que asomaba en los kioscos). Sería
oportuno para lectores argentinos que no la han conocido, o que la conocen “de
oídas”, y para tantísimos extranjeros, que nos ilustres respecto de ella:
fundadores, otros integrantes, características gráficas, propósitos, autores
publicados, reuniones de los hacedores, circulación, secciones fijas, sesgo
ideológico, lapso durante el cual existió… Y que nos ilustres respecto de vos
en aquel entonces, con compañeros, algunos, ahora con una obra notable.
MR: Fueron
varios los “vasos comunicantes” que me unieron a la revista “El Escarabajo de Oro”: el surrealismo, la
independencia en el arte, la crítica estética y social, y sobre todo la
filosofía. Por esos días yo tenía hecha una lectura de Sartre, como modelo
intelectual que iluminaba la mentalidad del momento con libros como “La náusea” , “Los caminos de la libertad” o, su definitivo
“Las Palabras”, que era como una
biblia por aquellas jornadas nocturnas de los escarabajos, como le gustaba decir a Sábato… Aunque antes de entrar
en “El Escarabajo de Oro”, ya había transitado otros núcleos intelectuales de
escritores de las más diversas procedencias. En 1962, había obtenido un premio
de ensayo que fue una sorpresa para mí, porque un profesor de literatura del Colegio
Nacional nocturno “Domingo Faustino Sarmiento”, presentó un trabajo mío, sin
que yo lo supiera, obteniendo un primer premio de ensayo. Eso me estimuló
mucho, y nunca dejé de agradecer ese gesto a ese profesor de literatura. Ya en
1964, cuando hice el servicio militar en el Centro Instrucción de Artillería de
Córdoba, tuve un camarada (soldado como yo, que fue después amigo entrañable
hasta su muerte, me refiero a Eduardo Goncalvez), que me puso en contacto con
la filosofía de Albert Camus. Sus libros “El
mito de Sísifo” y “El hombre rebelde”, me acompañaron de ahí en
adelante. Pero mi principal interés era, por aquellos días, la poesía. De ahí
que me carteara con el poeta Víctor García Robles, que fue, sin lugar a dudas,
el que me animó a integrar el grupo cuando gané el Primer Premio de Poesía de
la revista “Microcrítica”, dirigida en ese entonces por la señora Eve Bonasso.
Ese galardón literario hizo que también me nombrara secretario de redacción de
esa publicación. Tal es así, que el director de “El Escarabajo de Oro”,
Abelardo Castillo, publicara el poema premiado en el número 33 de marzo de
1967, con estas palabras: “Manuel Ruano,
poeta. No publicó libro. Anda por los 23 años. Es nuestra última adquisición:
vino premiado. Los versos transcriptos lograron, por unanimidad, entre más de
600 poemas, el Primer Premio de la revista “Microcrítica”. Julio Imbert,
Antonio Requeni e Irma M. Cavallini, fueron el jurado. Ruano pertenece a partir
de este número, a la sección poesía de nuestra revista”. Y así fue, aunque
se me viniera encima un alud de libros para ser comentados. Yo, como es de
suponer, no perdía noche en el Bar Tortoni y hasta amanecía en su bohemia. Las
charlas de literatos y del talento que solían acompañarnos en aquellas jornadas
eran invaluables. “El Escarabajo de Oro” tenía colaboradores y reseñadores de
inapreciable valor internacional: Julio Cortázar, Beatriz Guido, Marta Lynch,
Pedro Orgambide, Augusto Roa Bastos, Nicanor Parra, Fernando Quiñones, Juan
Goytisolo, Carlos Fuentes, Miguel Oviedo, Adriano González León, Félix Grande...
Allí conocí, también, al poeta dominicano Manuel del Cabral. Siempre seguí con
verdadero fervor la trayectoria de aquellos muchachos formidables de la
revista. Abelardo Castillo, por la fibra de sus cuestionamientos, deslumbraba a
la hora de hacerlos y, además, por el carácter invalorable de su magnífica obra
narrativa. Fue el poeta Víctor García Robles, quien me dijo: “Si vas a ser poeta, tenés que tirarte al
vacío sin saber qué vas a encontrar abajo”. Esto me abrió los ojos hasta el
día de hoy… En palabras de Abelardo, que era nuestro pope mayor y su creador,
podría decirse: “ Creo que en el Tortoni
empezamos alrededor de 1960 y estuvimos hasta el 74, durante toda la etapa del
“El Escarabajo de Oro”. Fueron unos15
años… Desde entonces, los encuentros pasaron a realizarse en mi casa.” La
subdirección estuvo a cargo de Liliana Heker; la secretaría de redacción la
llevó Vicente Battista; la sección poesía estaba a cargo de Víctor García
Robles y, más tarde, la asumí yo transitoriamente. El consejo de redacción
tenía entre sus integrantes a Alberto Lagunas, Oscar Barros, Luis De Paola,
Bernardo Jobson, Jorge Vázquez Santamaría, Ricardo Maneiro…
2 – Me cuesta imaginar a otros
argentinos contemporáneos –aunque, por supuesto, los hay- que pudieran haber
adquirido una formación tan robusta como la tuya en Siglo de Oro Español. ¿Qué
desfiladeros transitaste para adquirirla (además de haber leído a troche y
moche a personalidades de ese Siglo)? ¿Podés discernir cómo se te fue generando
esa predilección (y cómo se sostiene en tu actualidad)?
MR: ¿Acaso
Boscán no jugó en el siglo XVI en el cambio de la poesía española del Siglo de
Oro, junto a Garcilaso, un papel semejante al que realizara Ezra Pound en el siglo pasado, para la poesía de habla
inglesa? Pues bien, creo que el amor que sentí desde niño por la literatura
española, me llevó a enfrascarme en el barroco peninsular. Lope, Góngora,
Quevedo, fueron mis lecturas favoritas a las que vuelvo siempre. En 1992 edité
una revista llamada “Quevedo” que se
hizo itinerante. Allí publicaba textos raros de Herrera, de Alemán, así como de
poetas modernos como César Moro. Por problemas económicos tuve que congelar su
aparición. Al menos virtualmente, me sentí el Buscón quevedeano buscando rastros en la terra ignota. Amé la poesía bucólica y sigo amándola como a una
mujer que se pierde en la espesura de la historia. Como amé el sentido
epopéyico de un poema. Como arte típico, según algunos, de la Contrarreforma,
el barroco revitaliza una estética que da vida a la Edad de Oro, donde el
fervor religioso reluce y está vivo y fue construida con una anterior Reforma
española que va más allá del Concilio de Trento de 1563. En todo caso, aquellos
poetas dejaron un sello indudable en la lírica hispana más allá del reinado de
Felipe II, que influyó mucho en nuestros poetas de ultramar… Razón tenía
Quevedo al exclamar en un soneto: “Tras los reyes y príncipes se vaya/ quien da
toda la vida por un día,/ que yo me quiero andar de saya en saya.” La poesía se
transforma de época en época y ese es su misterio. Hubo un poeta chileno
contemporáneo, Alberto Baeza Flores, considerado del surrealismo
hispanoamericano, que dijo de mi poesía algo que me enorgullece: “Aquí está la confluencia del barroquismo
hispanoamericano y la aventura expresiva de la poesía más moderna, más actual,
más de exploraciones. Manuel Ruano reúne estos ríos neorrealistas mágicos y los
unifica en su expresión poética.”
3 – Que a tus veinticuatro años –y
habiendo recibido con anterioridad otras distinciones- te fuera otorgado el
premio que posibilitó la publicación de tu primer poemario a través de la
prestigiosa Editorial Losada, debe haberte “vapuleado de felicidad”. Que ese
libro haya sido presentado por Leopoldo Marechal, añadió su plus. Que, además,
mantuvieras conversaciones con Gonzalo Losada y por iniciativa de él, a través
de su sello también apareciera tu segundo poemario, habrá sido el sumun. ¿Cómo
nos trasmitís a nosotros, cuarenta años después, lo que te pasaba (lo que le
pasaba a aquel Manuel Ruano, no a cualquier otro -no demasiado neurótico- en
similares circunstancias)? Se habrán,
unos, enorgullecido de vos, y otros, te habrán envidiado. ¿Cómo nos trasmitís esto,
y tu contacto con Don Gonzalo y con el autor de la novela “El banquete de Severo Arcángelo”?
MR:
En 1967 obtuve el Primer Gran Premio Internacional de Poesía de Habla Hispana “Tomás
Stegagnini”, correspondiente a los V Juegos Florales de Poesía, Mar del Plata,
Provincia de Buenos Aires, que consistía en un dinero, una placa y la edición
del libro (que nunca se llevó a cabo). De
manera que “Los gestos interiores” en
la colección Poetas de ayer y de hoy
de Losada, se debió a que sólo recibí de aquel galardón la parte monetaria y
otros honores que contemplaba el premio; pero la edición del libro, lo que se
dice el poemario en sí, que para mí era fundamental, jamás. Tuve la suerte de
que se interesara don Gonzalo Losada de
ese percance y lo leyera, no una, sino varias veces (como él mismo me dijera),
y decidiera la edición del mismo. Ese manuscrito (todavía) pasó por varias
manos, entre ellas, las de Margarita Aguirre (ex secretaria de Neruda), y que a
raíz de allí, fuera mi amiga durante varios años. Y Neruda, según me dijeron,
tuvo algo que ver en eso; pero no lo puedo asegurar. El libro fue ilustrado por
un joven artista plástico llamado Pablo Suárez y recibió la bendición de un
poeta y escritor consagrado, como don Leopoldo Marechal, que, para el caso,
escribió: “Sigo con atención las
tendencias de la nueva poesía, y Manuel Ruano se cuenta entre los jóvenes
poetas cuya originalidad e inspiración están dando ahora sonidos nuevos a la
poesía nacional. No sólo trata él de bucear en “lo posible” de los temas
líricos: gracias a una severa conciencia de su arte, busca y halla también una
notable afinación de su idioma poético. A mi entender, la poesía continúa
siendo la “quintaesencia” del arte por la palabra, y Manuel Ruano trabaja en
esa vieja y perdurable afirmación.” Con don Gonzalo Losada, tengo hermosos
recuerdos. Ha sido un gran editor. Y ha tenido la gentileza de presentarme al
poeta Francisco Luis Bernárdez, quien me
dijo palabras más, palabras menos, conceptos
muy elogiosos sobre mi poemario. En otra oportunidad, Losada me leyó,
completa, una carta que había recibido del gran escritor peruano José María
Arguedas, anunciándole su próxima muerte. Esto resultaba conmovedor para un
joven poeta como yo. Era tanto el detalle de cómo lo lograría, que le describía
hasta la marca del revólver que había comprado para llevar su muerte a cabo.
Yo, lo sé, quedé muy impresionado por aquel relato. Más allá de todo esto, don
Gonzalo publicó mi segundo libro de poemas, “Según
las reglas”, cuando compartí un premio con el poeta chileno Braulio
Arenas, en Venezuela, de la revista “Imagen”, en 1972. De ese libro, un poeta
colombiano nadaísta, Armando Romero, escribió para la revista “Zona Franca”: “Humano, terriblemente humano, el poeta cae
exhausto mil veces sobre el suelo de realidades que hacen rabiar su ánimo,
porque a fuerza de soplar fluidos creadores sobre las insaciables gargantas de
los hombres todo se resiente, la batalla parece absurda, los dedos se
encalambran sobre eso único, indefinible, que acciona todos los mecanismos: el
amor. El poeta sabe, alquimista osado, que solo desde esa piedra se puede
fundar la existencia; sus dedos lo aprisionan sintiendo ese castigo que
pertenece a todos pero que hace del poeta su más precisa víctima a la vez que
su vocero. El amor salta como una carta del Tarot universal afirmándose hasta
dentro de su propia negación.” En cuanto a la envidia, la he sentido de
cerca muchas veces desde la aparición de “Los
gestos interiores”. Y la sentí de muy, muy cerca, cuando salió “Mirada de Brueghel” en F.C.E.
de México, donde algún compatriota residente en Costa Rica dijo que pertenecía
a la mafia de Octavio Paz, cuando ni siquiera lo conocía personalmente ni
epistolarmente. ¿Qué te parece?
4 – En el ’79 fuiste incluido con dos
poemas de tu primer libro en el tomo tres de la hospitalaria Antología que más
he releído y consultado en toda mi vida (apenas más breve que la tuya): “la
Antología de Aguirre” se decía. Para mí, entrañable. Y la tengo desde que
salió. ¿Fulano “está o no está en la antología de Aguirre”? Fui descubriendo
que no estaban Beatriz Vallejos, José Luis Mangieri, Alfredo Andrés, Héctor
Negro, Clara Fernández Moreno, Héctor Viel Temperley, Juan José Hernández,
¡Julio Huasi!, y otros. Consta allí que vos residías desde 1975 en Caracas. Y
sé que también has residido en Perú. ¿Qué te llevó a esos desplazamientos?...
¿Viviste en otros países? ¿Cómo evocás las respectivas atmósferas epocales?
¿Cómo te fuiste integrando a aquellos escenarios? ¿En qué revistas y periódicos
colaboraste? ¿Ejerciste el periodismo cultural?
MR: Sí,
recuerdo esa antología. Fue una muestra de la poesía argentina con algunos
olvidos. En realidad, yo residí en Caracas desde el año 1975 porque aquí, en la
Argentina, la situación política era insoportable. Así que tuve que viajar al
exterior donde me ofrecieron trabajo y
la posibilidad de hacer mi propia antología “Poesía
Nueva Latinoamericana”, que se publicó en la imprenta Minerva de los
hermanos Mariátegui, en Lima, en 1981. Fue una experiencia para rescatar las
voces claves de la poesía de esta parte del mundo. Era un proyecto que tenía
desde los años ‘70 y que vine a concretarlo en el Perú, país al que volví
reiteradamente desde 1972, año tras año, y en el que realicé una intensa
actividad cultural, dando forma a la integración latinoamericana que tanto
había deseado. También desarrollé un intercambio con otros países andinos:
Chile, Ecuador, Colombia... Dando conferencias, recitales y seminarios de
literatura iberoamericana. Y en esos periplos, surgió “Quevedo”,
mi revista itinerante. Además de desarrollar una intensa actividad de
periodismo cultural. En una palabra: todo eso está registrado en una columna
fija en Venezuela, llamada “El trayecto de lo imaginado”, del diario “Ultimas
Noticias”, desde 1975. Mientras colaboraba en radio, televisión y otros medios
escritos, como, por ejemplo, “El
Nacional”, “El Universal”, “La Religión”.
5 – En 2012 –no sé durante cuánto
tiempo- realizaste un viaje de estudio por España “siguiendo la ruta de Rainer
María Rilke”. ¿Tenés algún trabajo publicado a propósito de dicho viaje? ¿Lo
podemos descubrir en la Red? ¿Nos contarías en qué ha consistido exactamente?
MR: Estoy
escribiendo un libro en torno a la figura del poeta Rainer María Rilke y su
trayecto en España en el año 1912. En vistas a ese periplo por ciudades como
Madrid, Toledo y gran parte de Andalucía, realicé un viaje cien años después de
aquel recorrido, con el propósito de indagar acerca de las huellas dejadas por
el poeta. También reuní cartas y poemas por él escritos en su viaje, y
visualicé cuadros que él admiraba del Greco, su pintor mayor, en la sinfonía de
las imágenes. Se trata de un peregrinaje que culmina en la ciudad de Ronda,
Málaga, entre los años 1912 y principios de 1913. ¿No es esto, en parte,
perseguir la sombra de un fantasma agonizante, que va buscando su ideal
religioso a la par que reanimando su existencia para proseguir la escritura de
sus “Elegías”, a la vez que el clima
esencial que lo ayude a sobreponerse a su estado de salud delicado y siempre al
borde del abismo espiritual? Rilke suena en mis oídos como un violín desvelado.
Más bien, su poesía es un Stradivarius en el conjunto de violines que suenan en
una época. Por eso me permití seguir sus pasos por España.
6 – Vayamos al narrador: además del
libro de cuentos publicado en 2010, tenés al menos otro, aún inédito, titulado “No le cuentes tus secretos a la luna”.
En este género recibiste el Premio “Eduardo Mallea”, otorgado por el Gobierno
de nuestra ciudad. Tenés al menos una novela inédita. ¿Cuál es el título?
Ponenos en foco, Manuel: qué tenés publicado en cuento y no sé si en novela,
qué tenés inédito y en qué andás en ambos géneros, y de qué trata, primordialmente,
tu obra narrativa.
MR: Siempre
escribí cuentos; pero no los publicaba. La poesía, en cambio, fluía en mí
porque obtenía premios que me animaban luego a difundirlas. En cambio, la prosa
es distinta. Desde los primeros años de mi educación ya sentía la necesidad de
ejercitar la escritura, porque amaba las palabras. Cada palabra, encierra un
duende, decía mi abuela Dolores. Narro esto en una novela, que, también,
mantengo inédita llamada “Escorpiones
del mar dulce”. En tanto que el
título que mencionás, “No le cuentes tus
secretos a la luna”, en realidad, se trata de un cuento con referencia a
esos sucesos que transcurrían durante la secundaria en el colegio Rivadavia, en
el que todos éramos varones, con historias de varones... Es una historia terrible,
que integró, algunos años después, un libro de cuentos llamado “No son ángeles del amanecer”, que fuera
distinguido en el Premio “Eduardo Mallea” en el año 2004. En cuanto al ensayo,
publiqué un libro llamado “Lautréamont y otros
ensayos”, que el Celarg (Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo
Gallegos”) editó en Venezuela en 2010.
7 – En algún lugar rescataste una
formulación simple y profunda de ese tal Voltaire que yo sólo he leído,
orgánicamente, en mi adolescencia: “Peligroso no es el hombre que lee, sino el
que relee”. Como hombres peligrosos que somos –aunque yo, ¡oh!, no he releído a
Voltaire (debo haber accedido a él en ejemplares que me habrán prestado)-, seguramente
hemos aconsejado muchas veces, no sólo a alumnos, el hábito de la relectura.
¿Nos ampliarías el alcance que para vos tiene el proverbio de Francois Marie
Arouet? ¿No merecería que alguien con tu experiencia en el ensayo explorara y
produjera alguno sobre el tema?
MR: ¿Quién
no se ha apasionado con Voltaire, con Diderot, con Julien Offray de La Mettrie?
El siglo XVIII fue el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia, pero también fue
el siglo de Swedenbog y de William Blake. Y el de un curiosísimo escritor
llamado Jacques Cazotte, cuya cabeza va a dar a la canasta del patíbulo,
gritando: “Muero como he vivido, fiel a
Dios y a mi rey”. Como aseguraba Borges: “El estilo de Voltaire es el más alto y límpido de su lengua y consta
de palabras sencillas, cada una en su lugar”. Voltaire llevó a cabo una
dura crítica de la guerra, y la sátira “El
templo del gusto” (1733) le atrajo la animadversión de los ambientes
literarios parisienses. Su obra es amplísima. Después de una violenta ruptura
con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de “Les
Délices” (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus aficiones
teatrales y el capítulo dedicado a Servet en su “Ensayo sobre las costumbres” (1756) escandalizaron a los ginebrinos,
mientras se enajenaba la amistad de Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana
de Arco, “La doncella” (1755), y su colaboración en la Enciclopedia
chocaron con el partido devoto de los
católicos. Resultado de su crisis de pesimismo fueron el “Poema sobre el desastre de Lisboa” (1756) y la novela corta “Candide” (1759), una de sus obras
maestras. Se instaló en la propiedad de Ferney, donde vivió durante dieciocho
años, convertido en el patriarca europeo de las letras y del nuevo espíritu
crítico; allí recibió a la elite de los principales países de Europa,
representó sus tragedias (“Tancrède”,
1760), mantuvo una copiosa correspondencia y arremetió con escritos polémicos y
subversivos, con el objetivo de “aplastar al infame”, es decir, el fanatismo del
clero. Sus obras mayores, en esta época, son el “Tratado
de la tolerancia” (1763) y el “Diccionario
filosófico” (1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de
las sentencias judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, entre otros).
Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a él, pudieron dedicarse a la
agricultura y la relojería. Poco antes de fallecer (1778) se le hizo un
recibimiento triunfal en París. En 1791 su osamenta fue trasladada al Panteón.
Y es hoy, en el siglo XXI, que sus ideas nos siguen iluminando…
8 – Ya en tu juventud tuviste ocasión
de codearte con Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y otros “consagrados”, y
también posteriormente con Ernesto Cardenal y tal vez con Octavio Paz. Te
propongo que sobrevueles mi recorte, el
adonde apunto, y nos digas respecto de los citados y de otros de
semejante nombradía, con quiénes estableciste un más grato intercambio y con
quienes, en cambio, te resultó (pudo haberte resultado) insulso, frustrante (se
me vienen a la mente esos dos emblemáticos, cada uno en lo suyo, Buster Keaton
y Samuel Beckett, en ocasión de “Film”, hallable en Youtube y en un librito
editado en España hace bastante).
MR:
Thomas Eliot decía que “sólo a través del
tiempo se vence al tiempo”. Es una verdad. Y te confieso que de todos los
grandes poetas y escritores que he conocido, únicamente me ha importado de ellos experimentar alguna
emoción. Esa es la piedra de toque, para mí, del conocimiento. A Borges lo
conocí (como cuento en el prólogo de mi libro “No son ángeles del amanecer”)
rememorando ciertas esquinas de Buenos Aires que el tiempo había escamoteado.
Lo oí cantar alguna milonga y, por último, lo vi llorar cuando me hablaba de
las Madres de Plaza de Mayo. Por “El Escarabajo de Oro”, como dije más arriba,
pasaron muchos personajes. Entre ellos, el poeta Mario Jorge De Lellis, al que
vi en aquellos encuentros y, más tarde, asistí a su lecho de muerte en el
hospital donde estaba internado. Allí estábamos todos: Abelardo Castillo,
Vicente Battista, Oscar Barros, Liliana Heker, Lucila Álvarez, Humberto
Costantini… Tuve la suerte, desde muy temprano de mi experiencia literaria, de
tener cerca de mí a personajes que han pertenecido a las dos grandes corrientes
de la vanguardia argentina de las letras: el Grupo Florida y el de Boedo.
En 1970, me presentaron al poeta Raúl González Tuñón, del grupo Boedo, a quien
traté luego en el Suplemento Cultural del Diario “Clarín”. A Marechal lo iba a
visitar a su casa de la calle Rivadavia y conocía muy bien su intimidad, sus
sufrimientos, su orgullo. Él escribió mi presentación, como dije, para “Los gestos interiores”. También viví su
partida y el dolor de su esposa Elbia. En cuanto a Octavio Paz, no lo conocí
nunca. Pero fue él quien se refirió a ese primer libro con estas palabras
registradas en la prensa mexicana: “Él es
su propia técnica inventada y concluida en el poema. Y también su sueño y su
esperanza”. Más tarde, en Madrid, conocí a su ex esposa e hija, en la
oficina de otro extraordinario amigo, Félix Grande, que acaba de morir. Por
intermedio de Félix conocí a Luis Rosales, amigo de Federico García Lorca. Te
podría nombrar a muchos otros: Jorge Amado, Martha Lynch, Olga Orozco, Enrique Molina, Ernesto Cardenal… Con
Cardenal me escribía en los años setenta, cuando él todavía estaba en
Solentiname. Después lo conocí personalmente en el Perú, cuando se realizó el
Congreso de Integración Latinoamericana. Me dio varios poemas inéditos para la
antología “Y la espiga será por fin la espiga”, que el gobierno peruano me
había encargado realizar. En cuanto al novelista Ernesto Sábato, lo conocí en
casa de Margarita Aguirre, donde tuve una oportunidad única de conversar con él
acerca de la brujería en Buenos Aires, hasta altas horas de la madrugada.
Recuerdo que él estaba muy al tanto del asunto y me dio una clase al respecto.
Era la época de su novela “Absalón, el
exterminador”. Un tiempo después escribí un ensayo acerca de “Los fantasmas que perturban a Sábato”,
que publiqué en varios países. En mi columna dominical “El trayecto de lo
imaginado” y en “Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid”. Con Sábato tuve
correspondencia y encuentros en Caracas y en Santos Lugares, su casa en el Gran
Buenos Aires. También le hice una
extensa entrevista que se publicó en “El Espectador” de Colombia, donde hablaba
de muchos aspectos de la novelística actual. Fue tan bien recibida esa
entrevista que el autor de “Sobre héroes y tumbas” me felicitó
epistolarmente, y “El Espectador” reprodujo el reportaje en una edición de lujo
de las mejores entrevistas. También conocí a David Viñas. Él solía pasar las
tardes en el Café La Paz de la calle Corrientes. Un día tuvimos una larga
charla y me invitó a su casa de la calle Córdoba, casi llegando a Callao. Allí
hablamos de su obra y del porvenir de la política nacional e internacional.
Recuerdo que se maravilló de mi información al formularle las preguntas y en
una dedicatoria de su libro me llamó “lúcido lector”… Es un lindo recuerdo, que
guardo en mi corazón, de ese gran escritor argentino.
9 – Sos quizá el primero de mis
reporteados que ha participado en la organización de una Enciclopedia.
(Cualquier “buscador” remite a este monumental “Diccionario Enciclopédico de
las Letras de América Latina”, editado por la venezolana Fundación Biblioteca
Ayacucho.) Te invito a que nos precises cómo ha sido, qué te ha “tocado” o qué
has elegido investigar y redactar.
MR: Un
poeta del Grupo Viernes, de
Venezuela, José Ramón Medina, desde la fundación de la Editora Biblioteca
Ayacucho, que, a su vez era Presidente del Pen Club, me invitó a participar de
un Congreso de la entidad, que se celebraría en Caracas en 1983. Al mismo
tiempo me entusiasmó para colaborar en la “Enciclopedia de las Letras de
América Latina”. Hice casi cien biografías de autores de todo el continente.
Además, una antología de Olga Orozco, “Obra
Poética”, 2000. Con Olga tuve una magnífica amistad desde los años setenta.
Ella valoró mi poesía. Un día, me dijo: “Tú
eres un poeta errante que va de país en país como una nube viajera. Tu lenguaje
es tan personal que me cuesta clasificarlo como al de otros poetas.” Con
ella (recuerdo que vivía en la calle Arenales, de Buenos Aires), trabajamos la
antología de su obra para la colección principal de la editorial. Ese libro,
hasta donde sé, tuvo más de doce ediciones. Me escribieron, unos años más
tarde, de la Universidad de Sevilla para colaborar en un estudio sobre Olga. El
libro salió en el 2010 con el título, “Olga
Orozco (Territorios de fuego para una poética)”, y estuvo a cargo de la
profesora Inmaculada Lergo Martín. Más tarde, la misma autora, tuvo la
deferencia de invitarme a participar de un estudio sobre la obra de otro gran amigo
y poeta, Carlos Germán Belli, “Vivir en
el poema”, que se editó en Granada, en la editorial Point de Lunettes, en
el 2013. Y viajé para saludarla en su presentación en Lima, en la Casa de la
Cultura. Otro dato, que a lo mejor interesa a tu pregunta: con editorial Biblioteca Ayacucho, he publicado varios
libros: “Poesía amorosa latinoamericana”
(1995), “Crónicas de poeta”, sobre
los escritos de César Vallejo en Francia (1996), “Cartas del destierro y otras orfandades” (2006) con el que gané un Premio Nacional
en Venezuela…Y trabajé en la Cronología del libro “Rayuela” de Julio Cortázar en el 2004, etc., etc.
10 – Cinco o seis años al frente de
“Quevedo”, decidiendo, seleccionando, difundiendo. ¿Cuál fue la impronta que
sostuvo tu revista? Y como con “El Escarabajo de Oro”: ¿características
gráficas, circulación, autores publicados…?
MR: En 1992 me invitaron a participar en el Homenaje al
natalicio del poeta César Vallejo en la Universidad de Lima. En aquel momento,
decidí editar mi revista “Quevedo”, número 1. Ya en el editorial, decía: “QUEVEDO, más que un nombre glorioso de las
letras universales, es un concepto. Y más que un concepto, una piedra angular
en nuestro idioma hispanoamericano que, también, revela una actitud de
disonancia en el actual estado de cosas. Por eso, tiene ya el carácter de una
justificación para esta revista de poesía, ante la embestida monstruosa y embrutecedora del neoliberalismo
transcultural.” Fueron ocho números los que aparecieron. Inéditos de
Vallejo, de César Moro, Artaud… Entrevistas exclusivas a Borges, a Gonzalo
Rojas... Apócrifos y anónimos. Fue en 1996 cuando dejó de aparecer. De mis
comienzos literarios, podría decir que el dicho que afirma “la letra con sangre
entra”, es verdad. Ya que a la edad de cinco años estuve mudo debido a una
cirugía de garganta en el que experimenté que la sangre estaba unida a mi voz.
E inventé un lenguaje para comunicarme con los demás. De ahí, pienso, el título
de mi primer libro: “Los gestos interiores”. Y más tarde, a los quince
años, y trabajando yo en una imprenta del barrio San Cristóbal, que se especializaba en trabajos de timbrado y
sobrepujados, tuve un accidente con la máquina alemana que manejaba, al quedar
atrapados mis dedos índice y medio de la mano derecha en la impresora. Fue un
descuido mío al querer enderezar una hoja de papel seda que se había doblado, en
momentos en que el carrito timbrador (así le decíamos) hacía punto de presión
sobre el papel y mis pobres dedos. La sangre fluía, como podrás imaginarte, con
ganas. En esos días yo ya era un apasionado aprendiz de escritor. Escribía
mentalmente y pasaba en papel en los momentos que pedía permiso para ir al
baño. Años más tarde, nacería “Quevedo”, después que nuestro país saliera de
las sombras y del terror que había implantado una dictadura. ¿Habría que
agregar algo más a la frase de Eliot, sobre el hecho de que el tiempo solo
vence al tiempo?
Manuel
Ruano selecciona para esta entrevista, en febrero de 2014, los siguientes seis
poemas de su autoría:
NUBES VIAJERAS PARA
UNA DESVELADA AUSENTE
A
Olga Orozco, in memoriam
Esa es
tu voz.
Sí, un
cartílago de oro que iluminó al sol.
Más bien
debería recordarte que he aquí un cristal de roca
de belleza inaudita.
Ese espacio
por donde tu alma pasa con el verbo ad verbum
atemperado,
que
contradice a las presencias en su traje ritual.
En sinfonía
de voces.
Más
exactamente, había en ti una convalecencia de penumbra,
que llegaba
sin aliento a las conclusiones inesperadas...
De igual
manera había en la memoria una pajarera
desconocida para las nubes,
adonde
entrabas y salías siempre, alabando los paseos perdidos.
Tengo la
sensación de estar tomando contigo el té de las difuntas,
en el fondo
de un jardín y tú, con tu corona de flores.
-Es un
diálogo secreto entre los huérfanos-, dijiste.
No estoy tan
seguro de haber develado esas ausencias,
pero esos
lamentos, esos paraísos perdidos,
son de
aquella geografía del adiós.
Con rigor,
debo confesarte que no debes confundir los sabores,
los reinos
invisibles, las pasiones inescrutables
que alguna
vez te han hecho llorar.
¡Ah, tapices
revestirán una galería de abriles crueles,
de gladiolos moribundos,
de lágrimas
de una mujer solitaria que toma sopa
con los
retratos de un paisaje irrenunciable!
No debes
alzar la voz cuando alguien te habla
de los salones desiertos...
Más aún,
deberías controlar a quienes te adulan.
No siempre
son de confiar.
Pero la niña
terca que hay en ti, mira fijamente su plato
mientras se mueven
las cortinas que dan hacia un balcón vacío...
No hay nada
que hacerle: ¡robarle fuego al sol, ocasiona desgracias!
Te pone por
delante una viuda de luto que augura calamidades
y prepara el
pensamiento para la muerte.
Con todo
respeto, siempre hay un embaucador de cosmogonías,
que pretende
ocultar las nubes, las tormentas que se avecinan,
como un
anticipo de los tiempos.
No te dejes
impresionar por la distancia.
Recuerda que
los poetas se reconocen más cuando no hablan.
Realmente, no
hay embuste posible en los versos
que no hayan
dejado flores marchitas como la soledad...
Pero los
huéspedes, amiga, no han vuelto. Y tú me dijiste:
-Me voy por
unos días-, y yo te lo creí,
como un
creyente de las cosas que vuelan;
los poemas de
Pessoa se vuelan en un lejano bar de Lisboa
que ha
quedado fijo en tu recuerdo;
pero tú, te
ibas para siempre...
(Aparecido en “Olga Orozco: Territorios de fuego para una poética”)
ANÓNIMO ES EL POLVO DEL OLVIDO
Anónimo es el
polvo del olvido y anónima
la vieja profecía.
Es anónimo el
libro más leído y anónima la loca poesía.
Apócrifo será
lo que has querido y apócrifa
es aún tu fantasía.
¿Qué turbia
sinrazón mata el olvido
del malogrado
amor que te encendía?
No sufras por
las páginas gastadas que en dramáticos versos
escribieron.
Son inciertas
las palabras más sagradas y profunda
la herida que te hicieron,
de anónimas
historias develadas,
del canto de
los días que se fueron...
(De “Concertina de los rústicos
y los esplendorosos”)
DE LAS MUCHAS ENCRUCIJADAS DE CIDE HAMETE BENENGELI
“...volviendo de improviso el arábigo en castellano,
dijo que decía: Historia de Don Quijote de la
Mancha,
escrita por Cide Hamete Benengueli, historiador
arábigo.”
Miguel de Cervantes Saavedra,
Don Quijote de la Mancha, Cap.IX
Yo,
Cide Hamete Benengeli,
encarnadura y
voz del sueño y la impostura,
escribí con
pluma de ganso mi Quijote en secreto gabinete.
Alá,
introdujo esas letras de una ruta de la ensoñación,
de caballero
andante, con adarga y armadura, e ilusoria Dulcinea
del Toboso.
Jamás sabré
ponerle nombre a las rutas del corazón,
sólo me fío
de quien me soñó en graves temporadas con la muerte.
Esas
cabalgaduras cierran cualquier herida.
Largas horas
pasé con un morisco toledano que tradujo esos folios
y un oscuro
amanuense llamado Cervantes,
secretario
años ha de un cardenal en Roma,
y soldado del
Rey, mutilado en la Guerra de Lepanto.
Yo celebro
ser criatura de su sueño y su penuria.
Perdido fui
en el jardín de los tropiezos,
argumentando
entre sombras glorias fallidas y soldaduras
de la peor especie.
No hubo lugar
ni papel de estraza que alcanzara para contar
tan luenga historia,
cuya
pertenencia fuera puesta en duda.
Que nadie
diga que Cide Hamete Benengeli traicionó a Dios.
Para que
ahora hablen de mí,
y me cierren
las puertas de la sensatez.
Tan real era
el hidalgo don Quijote, que soñó Cervantes,
como aquél
puesto en prisión en la noche de los
insomnes.
(No lejos
está maese Pedro y su mono adivino.)
Los
grilletes, trajeron a Cervantes el recuerdo de Argamasilla de Alba,
en la Cueva de Medrano, y no le dejaron dormir...
Pero estos
cautiverios, son asuntos para
picapleitos,
y han quedado
en un libro de actas donde se escritura la fe.
Yo, Cide Hamete
Benengueli, escriba de arábigas fronteras,
fui quien
dictó a Cervantes el Libro que los soñó a todos.
Y él, me soñó
a mí en trágico laberinto.
¡Oh, luna de
Mahoma, cuán tétrica es mi alabanza!
¡El mito nos
atrapa a todos en su desamparada resurrección!...
(De Homenaje al IV Centenario del Quijote, “Aldaba”,
Argamasilla de Alba, 1605-2005, Ecma. Diputación de Ciudad Real,
España.)
PARA CONFIARME A TU CUERPO
Para confiarme
a tu cuerpo no fui ladrón ni verdugo,
tampoco un
adicto que te regala versos, o finge
la locura más extraña;
ni un ángel
fumador de opio en los arrabales de
Alejandría,
que se
refleja cada tanto en tus sueños...
Para
confiarme a tu cuerpo por toda una eternidad,
fui contador
de perlas en Macao, transmisor de sífilis
en Estambul,
cantor de
tugurios como algo, creo, venerable;
acaso, un
bebedor más viejo que Khayyam con su hetaira
más hermosa y sus velos sensuales.
Para
confiarme a tu cuerpo, fui desvergonzado estafador
en Rímini,
divulgador de
historias en Bogotá que anduviera
por carne semejante...
Sí, para
confiarme a tu cuerpo.
Fui buscador
como el que más del metal sagrado que hay
en la apestosa muerte.
Nada más que
para confiarme a tu cuerpo.
(De “Mirada de Brueghel”)
LA INFELICE CARNE
Nací en
la majestuosa avenida de la Contradicción,
lindante con
la calle de los ojos alegres.
Enseguida me
bautizaron Equívoco,
porque dudé
de todo desde el primer instante.
Con los años,
tropecé con la señora Locura,
y busqué
abrirme las venas en canal,
a la primera
envestida del contrariado amor.
Entonces leí las
páginas de la resignación.
Y recalé en
el capítulo de la credulidad,
que me ha
hecho llevar esta pesada cruz.
Desde
entonces, he traficado la incomprensión,
es decir, del
mundo y la doliente carne.
(De “Escaramuzas con Arthur”,
Ediciones a Sottovoce,Caracas, Venezuela, 1998)
“POR MIRAR SU FERMOSURA"
"Por mirar su fermosura"
Marqués de Santillana
Do van
mis ojos por el alba, amiga,
como garza
enamorada en amancaes
que te sigue
por el sueño y el olfato.
Non va agora
la soledad en la pradera,
-dixe-, de
fembra prieta y fragante
de flor, febo
y torcaza.
Como aquel
venadito pardo
(en
castellano viejo)
al que canta
el corazón desde la herida.
Do se pierde
el home, amiga,
en desnudez y
ardor de amante.
(De “Los
Cantos del gran ensalmador”)
En la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Manuel Ruano y R. R., febrero 2014.