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Revista Isla Negra
Casa de Poesía y literaturas
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28 de Octubre, 2014 · General

Casaus profundiza en los puentes culturales entre Cuba y Argentina

El escritor, poeta, documentalista y gestor cultural cubano Víctor Casaus, pasó por la Argentina para afianzar lazos culturales entre ambos países a partir del Centro CulturalPablo de la Torriente Brau, que impulsa desde hace casi 20 años.

 

 “Nuestro Centro, que es muy pequeño pero que abarca diversas disciplinas como la memoria, el testimonio, el arte digital y la Nueva Trova, tiene una vocación integradora que nos ha permitido concretar intervenciones culturales en la Argentina que se llaman Nuestra voz para vos y que el año próximo va a generar tres embajadas culturales”, adelantó Casaus a Télam.

Las actividades de diciembre de 2015 se rematarán con una jornada y acampada en Tucumán, como cierre del proyecto de investigación, memoria y producción cultural sobre la experiencia guerrillera en esa provincia, en la década del 70.

Con esa finalidad, el autor de libros de poesía como Todos los días del mundo, Amar sin papeles,El libro de María y Perfume y secuencia de mujer, contó que “se ha formalizado la presencia del Centro Pablo en la Argentina con Nirma Acosta y René Hernández, que fueron los fundadores de una importantísima revista cultural digital cubana, La Jiribilla”.

Como notable aperitivo que testimonia esos acuerdos y se plasman en estos días en la Isla socialista, la coplera Laura Peralta y el cantautor chaqueño Coqui Ortiz, acompañados por Julio Daniel Ramírez (acordeonista) y Pablo César Figueroa (guitarrista), están desarrollando la giraTodas las voces todas.

El pequeño tour que desde hace una semana pasó por Santa Clara y La Habana tiene una jornada clave en el Centro Pablo, donde además del concierto se inaugura la exposición de carteles Mercedes Sosa: baquiana del mundo, que viajó a Cuba gracias a la Fundación Mercedes Sosa.

En tanto, la despedida musical de Ortiz, Peralta y sus músicos será el domingo en El Jardín de la Gorda, el espacio creado por la legendaria trovadora cubana Sara González.

Además de corporizar acuerdos con el Ministerio de Cultura de la nación, el artista cubano aprovechó la visita para desplegar tareas artísticas, recibir distinciones y buscar apoyo para el Centro Cultural, jaqueado por recortes presupuestarios.

 Puesto a repasar las aristas de la actividad desplegada, el realizador de los filmes de ficciónComo la vida misma y Bajo presión y de 13 documentales, destacó: “me alegró mucho poder realizar varias presentaciones de uno de mis oficios que es el de la poesía junto a la canción con (el cantautor salteño) Eloy López. Esa es una línea de trabajo que me interesó mucho poder llevar a escuelas, centros penitenciarios y espacios culturales”.

 A la hora de los reconocimientos recogidos se destacó la distinción La Rosa de Cobre, otorgada por la Biblioteca Nacional por primera vez a un autor no argentino.

Y en relación a los apoyos para el sostenimiento del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, resultó central el recital solidario que en La Plata protagonizaron Liliana Herrero, Raly Barrionuevo,Fulanas Trío, Julia Zenko con Luis Gurevich, el cubano dúo Karma y el marplatense dúo La Trova.

 “Estamos en busca de apoyos capaces de ayudar a nuestra situación económica porque tenemos un Centro pequeño, con pocos recursos”, precisó Casaus acerca del espacio que debe su nombre y su impronta a un periodista y escritor cubano que murió combatiendo en la Guerra Civil Española.

 El hacedor de textos fundamentales de la literatura cubana como “Girón en la memoria”, “Vengo de América” y “Che desde la memoria”, precisó que entre las ayudas estatales al ámbito cultural en el que trabajan 15 personas se cuentan una del Ministerio de Cultura (fundamentalmente para la publicación de libros) y otra del Instituto Cubano de la Música (ICM).

“El aporte del ICM –detalló– se usa para varios proyectos pero fundamentalmente para el ciclo de Nueva Trova A guitarra limpia, pero ese programa padeció una rebaja del 80% a principios de este año”.

 Al margen de los problemas concretos de esa tribuna musical, Casaus consideró que la Nueva Trova “es una forma muy completa, ética y estética de acercarse a la realidad, pero en estos tiempos vive los embates de la presencia del mercado y, sobre todo, sufre los embates de una política de difusión insuficiente, desacertada, de los medios”.

 “La falta de capacidad de quienes programan en la radio y en la televisión, en manos del Estado, genera una vertiente superficial y banal que en general empobrece la cultura”, resumió al respecto quien escribió junto a Luis Rogelio Nogueras Que levante la mano la guitarra, un ensayo acerca de Silvio Rodríguez.

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20 de Agosto, 2014 · General

Argentina: Biblioteca Nacional, distinción al poeta cubano Víctor Casaus

La Biblioteca Nacional de la República Argentina anunció la entrega de su Premio Rosa de Cobre, edición especial, al poeta, investigador y cineasta cubano Víctor Casaus, quien ha dirigido por 15 años el prestigioso Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, institución que generosamente ha contribuido a la promoción y rescate de la memoria y ha construido un puente cultural excepcional entre Cuba y Argentina.

El acto que establece una más que merecida distinción en el marco de hermandad entre ambas culturas, tendrá lugar el viernes 22 de agosto a las 14 hs en la Sala César Tiempo, 1er piso, de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en Buenos Aires.

Desde la revista Isla Negra saludamos la iniciativa y celebramos a Víctor Casaus, uno de nuestros poetas de patriagrande imprescindibles.

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22 de Enero, 2012 · General

La pupila de un cubano en La Higuera

 

 

CHE DESDE LA MEMORIA

 

 

Tengo ahora aquí delante las notas apresuradas que hice en estos días al regreso de Bolivia –de La Higuera y Vallegrande– y del otro lado, en la máquina, las decenas de imágenes tomadas en esas jornadas emocionadas y emocionantes, pequeño compromiso personal con la historia y la memoria, viaje iniciático (como lo llamó en un mensaje Silvio, hermano querido), travesía por senderos de cornisas, estremecimientos de fechas, momentos, fotos, recuerdos. Mucho, mucho más de lo que pueda caber en una crónica casi urgente que debiera ser escrita en esta tarde apacible de Córdoba, antes de que pasen más días o, peor, antes de que las pequeñas exigencias cotidianas de estas dos semanas restantes en la Argentina terminen por anular el espacio de tiempo necesario para escribirla.

 

Aunque no todos éramos de esa ciudadanía mencionada en el subtítulo de esta crónica, he escrito la pupila de un cubano…, para reivindicar esa frase que agradezco a un amigo, Iroel Sánchez, cuando publicó el pasado mes de noviembre en su blog La pupila insomne los apuntes que le envié sobre la presencia de los indignados estadounidenses y su audaz plan de Occupy Wall Street. Entonces quería continuar con una serie antecedida por la mención de la pupila caribeña en la que contaría otras experiencias realizadas durante un mes en universidades y centros culturales de varios estados por los que transitó la solidaridad con Cuba, la poesía, la memoria, la historia oral. Retomo la idea de compartir estas miradas de la pupila (cubana, caribeña, insomne), ahora en tierras del Sur, que también existe (y ahora existe incluso un poco más).

 

El pequeño grupo con el que llegué hasta La Higuera la semana pasada, desde Santa Cruz de la Sierra y Vallegrande, estaba integrado por mi compañera María Santucho, el trovador jujeño Eloy López y su compañera Florencia Lance. A él se unió, por imperativos de la transportación, Marcus Luecke, un viajero que llegaba desde Ulm, en el sur de Alemania, para cumplir con un viaje probablemente también iniciático, después de sus visitas a Cuba en años recientes. El viaje hasta La Higuera se realizó en una camioneta de ocho plazas, que allí llaman truffy, muy castigada por los ripios y los serruchos de ese camino serpenteante por el que el chofer boliviano que guiaba (junto a su esposa y su hija pequeña) iba acortando la distancias, al borde de las cornisas, en el vértigo de las curvas imprevisibles. Fue una sorpresa preocupante conocer, en medio del trayecto, que la madrugada anterior había llegado a Vallegrande desde Sucre, en un recorrido de 800 kilómetros, y no había tenido tiempo de dormir cuando le avisaron de este viaje a La Higuera.

 

El aviso para este viaje se lo había dado Gonzalo, miembro de la Asociación de Guías Turísticos de Vallegrande, a quien habíamos conocido la tarde anterior en el pequeño local de la oficina de turismo en el  edificio del Museo Municipal, frente a la plaza central del pueblo. Con Gonzalo visitaríamos al día siguiente de La Higuera los lugares de Vallegrande donde estuvieron los cuerpos y después los restos del Che y sus compañeros: la lavandería del Hospital Señor de Malta y los terrenos del antiguo aeropuerto del pueblo, donde ahora se levanta un mausoleo, construido por Cuba, para mantener la memoria de aquella gesta dramática y  formidable.

 

Pero ahora estábamos encontrando –hilo de la memoria–  ya muy cerca de La Higuera, junto al camino, el sitio para la recordación de la vanguardia de la guerrilla abatida en una emboscada cuando se movía por  un sendero ubicado más arriba, tratando de “llegar a Jagüey y allí tomar una decisión sobre las mulas y el Médico”, como anota el Che en su Diario el 26 de septiembre. Allí, en un pequeño pedestal, están las fotos y los nombres de los integrantes de la vanguardia: “nuestras bajas han sido muy grandes esta vez; la pérdida más sensible es la de Coco, pero Miguel y Julio eran magníficos luchadores y el valor humano de los tres es imponderable”.

 

El valor humano: esa categoría, esa noción, nos acompañó durante todo el tiempo. Entrar al pueblito de La Higuera, donde la imagen del Che recibe a los que llegan, fue una forma de recordar también lo que él había escrito en su Diario aquel 26 de septiembre, a muy pocos días de su captura y su asesinato precisamente en una de las humildes edificaciones del pueblo: “Al llegar a la Higuera todo cambió: habían desaparecido los hombres y sólo alguna que otra mujer había”.

 

Las humildes edificaciones siguen ahí, algunas convertidas ahora en lugares de alojamiento para los visitantes que llegan o en la tienda llamada Tania, donde es posible tomar café o comer algo antes de iniciar el recorrido o antes de regresar, camino abajo, hacia Vallegrande y Santa Cruz. 

 

La edificación más importante, por supuesto, es la escuelita. Allí se cometió el crimen contra los guerrilleros apresados en la Quebrada del Churo (como reza el nombre en el cartel que indica el camino hacia el lugar del último combate). La escuelita es ahora un solo espacio donde se muestran fotos del Che y donde los que llegan dejan algún recuerdo de su visita: un papelito escrito, un carnet, una foto personal. Un actor que llevó un espectáculo de homenaje al guerrillero y sus compañeros de lucha quiso dejar el uniforme utilizado en la obra, y ahora cuelga allí, sobre la puerta original de la escuelita, que fue desmontada y aparece reclinada en una de las paredes laterales de la edificación. En el otro extremo están los únicos otros elementos originales del lugar: tres pupitres de la escuelita que funcionó en ese sitio. Recordé la anécdota leída alguna vez en la que el Che prisionero y herido le señala, desde el suelo, a la joven maestra una errata en el pizarrón. Trampa de la memoria: ¿dónde estará aquel pizarrón?

 

Otra trampa: los dos pequeños espacios de la escuela se convirtieron en uno con el paso del tiempo. Las dos puertas que daban al exterior se convirtieron en una sola, nueva y central, por la que entramos al espacio donde la memoria nos remite a los testimonios de aquel momento terrible, pero donde no aparecen, ahora, los elementos que harían justicia al patrimonio de la historia y al recuerdo de aquel hecho fatal en el que el valor humano tomó cuerpo en el cuerpo de aquel hombre a punto de alcanzar los cuarenta años de su vida combatiendo y cantando, como nos comentó en aquellos días el poeta.

 

Nuestra memoria se debate entonces allí entre la inmanencia de aquel hombre humildemente grandioso (la imagen de su rostro mirando a la cámara, con el pelo largo y revuelto por las inclemencias del tiempo y de la selva, con sus harapos gloriosos y con su carabina inutilizada por un proyectil del enemigo); y la situación física actual de aquel sitio al que se accede cuando una mujer del lugar encargada de hacerlo abre con su llave la puerta renovada pero se esconde después cuando siente que la cámara del visitante la incluye en su encuadre.  Tenía razón Gonzalo, el guía, cuando me dijo en Vallegrande que el patrimonio histórico de esos sitios sagrados necesitaba preservarse de manera sistemática y creadora.

 

¿Cómo combinar, cómo acoplar, cómo hacer que convivan ahora –en este minuto de gloria y de rabia, entre los recuerdos de este lugar maravilloso y terrible– el dramatismo devastador de aquellos instantes conocidos a través de los testimonios (las palabras recordadas por alguien, las fotos sobre las paredes del Museo Municipal de Vallegrande) y los contextos físicos que el visitante encuentra, donde la memoria no ha sido conservada como la memoria quisiera?

 

Creo que la mejor manera de asumirlo es aceptando –y mostrando– la existencia de esas instancias contradictorias.

 

Las palabras del guerrillero, que anota en el día 26 de septiembre de su agenda alemana convertida en diario de la epopeya: “Coco fue a casa del telegrafista, pues hay teléfono y trajo una comunicación del día 22 en el que el Subprefecto de Valle Grande comunica al corregidor que se tienen noticias de la presencia guerrillera en la zona…”                                                              .” 

 

Y esas mismas palabras escritas hoy sobre una piedra pintada de blanco a la entrada de lo que fue la casa del telegrafista pero donde convive hoy una edificación moderna, recién construida por el empresario francés que compró –a precio de ganga– el terreno y la edificación histórica para instalar esa Guest  House / Posada Camping que se anuncia sobre la madera cuidadosamente tallada, con una estrellita mínima en el medio. Al lado, sobre una tabla que quiere ser rústica, se anuncia el Menú del día: Desayuno del guerrillero: mate de coca o café. Pan de la guerrilla / 10 pesos bolivianos.

 

Más abajo, en la fachada de una de las viejas edificaciones de La Higuera alguien escribió (o gritó) estas palabras que vimos allí (y en una foto del Museo Municipal de Vallegrande): No a la comercialización del Che!

¿Dónde buscar, dónde encontrar entonces los ecos, las consecuencias de aquel sacrificio mayor? Así nos preguntamos –aquel día y en los días siguientes, hasta hoy– los integrantes de este pequeño grupo que realizaba su viaje iniciático a estos territorios (para nosotros sagrados) de la historia americana.

 

Habrá muchos lugares, sitios, ideas, sentimientos donde buscarlos –y en algunos de ellos seguramente los encontraremos.

 

Para nosotros esos ecos aparecieron  en la realidad actual de nuestro Continente, que es otra: en la naciente y creciente necesidad de integración basada en los imperativos geopolíticos de esta época, pero en los que también podría/puede tener cabida y desarrollarse el valor humano que nos mostraba, como guía, aquel melenudo asmático y magnífico que terminó sus días (pero no) en la escuelita humilde que acabábamos de visitar. La realidad cambiante de nuestro Continente no se logró por el triunfo en aquellos combates que hoy podrán verse con admiración, escepticismo o extrañeza, pero no se hubiera logrado (como no se lograrán las metas futuras a las que muchos aspiramos) sin las enseñanzas creadoras y éticas de aquellos combates.

 

Y aparecieron también esos ecos en otros signos pequeños, cotidianos, como la conversación con Gonzalo, el guía de turismo, cuyos padres desconfiaron y rechazaron la idea y la presencia de aquel extranjero que llegaba a inmiscuirse, sabe Dios con qué propósitos, en la pacífica modorra de la vida boliviana de los sesenta. El mismo Gonzalo que después trabajó, como joven peón, en las excavaciones de la pista del aeropuerto vallegrandino donde finalmente aparecerían los restos del Che y sus compañeros de lucha, y que después leyó, estudió, hasta tener los conocimientos y la comprensión de aquellos hechos que ahora comparte con los visitantes que llegan para cumplir un viaje iniciático o simplemente para conocer, en el terreno, los escenarios de aquellos acontecimientos históricos.

 

En otras edificaciones de La Higuera encontramos también la presencia de aquel valor humano. Annia y Hubert, la pareja de médicos cubanos que atienden  las instalaciones de salud en el pueblo, contribuyen también, como otros miembros del personal médico cubano en diversas regiones bolivianas, al mantenimiento físico de esos sitios donde quiere conservarse la memoria histórica de aquellos combates y las enseñanzas éticas y humanas que puedan llegar hasta hoy.  Conservar los libros de la pequeña Biblioteca Che Guevara, reunir y compartir poemas de autores latinoamericanos en uno de los salones del Alojamiento comunal La Higuera del Che donde residen, o iluminar las piedras que rodean los monumentos que los artistas o el pueblo mismo colocaron en la plaza, son algunas expresiones de aquellas aspiraciones guevarianas que hoy muchas veces inspiran las justas indignaciones de tantos habitantes del planeta.

 

Semejantes interrogaciones, búsquedas, hallazgos acompañaron nuestro viaje de regreso a Vallegrande, en la misma truffy invencible, a pesar de la lluvia, la neblina y las nubes bajas, en manos del mismo chofer, ahora menos soñoliento, que bordeaba las cornisas huyéndole a las piedras que se desprendían de las paredes de la montaña mientras miraba y disfrutaba la risa de su hijita en el asiento de al lado. Esa  noche encontramos, junto a varios integrantes de la brigada médica y diplomáticos cubanos, a otra persona que iba a recorrer, al día siguiente, el camino de Vallegrande a La Higuera.

 

Era Sareska Pantoja, hija de Orlando –Olo en la Sierra Maestra, Antonio en la guerrilla boliviana–, quien iba a realizar su viaje iniciático: mucho más importante, mucho más definitivo que el nuestro, aunque bordeáramos las mismas cornisas y contempláramos la misma lluvia interminable sobre el parabrisas. Esa noche, en el sitio donde se alojan los médicos cubanos en Vallegrande, hubo anécdotas y cuentos y canciones y recuerdos tristes y repaso de vidas y creo que también algo del valor humano que nos vino acompañando desde La Higuera.

 

Victor Casaus

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19 de Octubre, 2011 · General

La pupila de un cubano en Nueva York

 

 

DESDE LIBERTY PLAZA:  OCUPAR LA MEMORIA

 

Víctor Casaus

 

Los participantes en este movimiento insólito, indefinible y esperanzador llevan un mes ocupando un espacio que antes se llamó Liberty Park, en los alrededores de Wall Street, años después recibió otro nombre y ahora ha sido rebautizado por estos nuevos pobladores entusiastas con el viejo-nuevo nombre de Liberty Plaza.

 

Llegar allí, en la parte baja de Manhattan, en esta ciudad alucinante y dura, vertiginosa y muchas veces insensible, me hizo recordar al momento a un puertorriqueño-cubano, exiliado en dos ocasiones en Nueva York en la década del 30 del pasado siglo, quien partió desde allí a su destino final en las filas de los defensores de Madrid, donde encontró la muerte el 19 de diciembre de 1936, siendo comisario de una brigada republicana comandada por Valentín González, El Campesino.

 

Pablo de la Torriente Brau decidió, en unas de estas plazas concurridas y simbólicas de Nueva York  –Time Square– marchar a la guerra civil española. Lo contó en una carta con esta frase memorable y entusiasmada: “He tenido una idea maravillosa. Me voy a España, a la revolución española…La idea ha incendiado mi imaginación…” Pablo tomó esa decisión en medio de una demostración a favor de la república española convocada por los sectores radicales y de izquierda de entonces y las múltiples organizaciones latinoamericanas que existían en el Nueva York de la época, una de ellas fundada precisamente por Pablo, Raúl Roa y otros amigos y compañeros de lucha con el nombre de Club José Martí.

 

Recuerdo ahora a Pablo aquí en Liberty Plaza porque él estaría seguramente en este espacio de confrontación y dignidad, sentado frente a una computadora de nuestros tiempos o arengando, sin micrófono, a los participantes en las asambleas generales que se realizan todo los días, a la caída de la tarde, en este lugar. Lo haría sin micrófono, como estos jóvenes que ahora gritan sus opiniones y propuestas, sus criterios y ensoñaciones a la compacta multitud que los escucha. Las autoridades no han dado permiso para que se utilicen equipos de amplificación de sonido de ningún tipo, con el pretexto de que esos recursos alterarían el ambiente de esta ciudad ya de por sí eléctrica y ruidosa. Los que participan en este movimiento llamado Occupy Wall Street han encontrado solución al problema generado por la negativa de la policía y el gobierno de la ciudad: utilizan lo que llaman el micrófono del pueblo (the people’s microphone). El método es sencillo y antiguo, pero lo han hecho reverdecer en esta era y este país de formidable e implacable exuberancia tecnológica: el orador lanza una frase al aire, un pequeño coro de unas diez personas a su lado lo repite y esa frase va viajando de boca en oído hasta el fondo de la Plaza.

 

Recuerdo nuevamente a Pablo aquí en Liberty Plaza escuchando a los oradores de esta asamblea general, porque él polemizó en una noche memorable con los enemigos franquistas del Parapeto de la Muerte, junto al pueblo de Buitrago del Lozoya, 70 kilómetros al norte de Madrid, a donde habían llegado las fuerzas golpistas en su camino hacia la capital. Nunca lograron avanzar por esa vía. Fueron detenidos en aquel punto, en el que era defendida el agua de Madrid –proveniente de los embalses generosos del Lozoya– por los improvisados y valerosos milicianos entre los que se encontraba el corresponsal de la revista New Masses de Nueva York y El Machete de México, que trajo su palabra, desde América, para los “camaradas fascistas” de las trincheras enemigas, desde la Peña del Alemán, una noche clara de octubre de 1936. Y Pablo lo hizo también entonces con “el micrófono del pueblo”, bajo la noche lunar de Buitrago, desde una plaza de la libertad que nunca fue tomada.

 

Los integrantes de Occupy Wall Street utilizan ahora, sobre todo, los múltiples caminos que proporcionan las nuevas tecnologías de comunicación. Desde esta plaza han salido los miles de correos electrónicos, comentarios, mensajes, llamamientos que han difundido la poética y la política de esta acción en cada rincón de Estados Unidos… y en muchos lugares del mundo. Por eso hoy existen más de 700 sitios como este cercano a Wall Street en diversos lugares del país, caracterizados por la presencia de bolsas de dormir, carteles hechos a mano, pequeños stands armados sobre una manta, en el piso, donde se anuncia que allí está reunida una representación del 99% del país, el que no pertenece al 1% restante que detenta y acrecienta día a día su riqueza material, en detrimento de esa amplísima mayoría silenciosa que ha reencontrado por el momento su voz en estas ocupaciones sorprendentes y emocionantes que se reproducen hoy en diversas ciudades del mundo.

 

Pero también estos activistas que expresan su descontento con la estructura económica, política y social del país han utilizado el canal conocido de las publicaciones impresas. Por eso tengo frente a mí ahora este ejemplar de The Occupied Wall Street Journal, editado y distribjuido por ellos y ellas, que anuncia en su primera página: “La revolución comienza en casa”. El título de la publicación, un periódico de cuatro amplias páginas (mucho más grandes que los diarios habituales) es ejemplo de dos elementos que están presentes en muchas de esas acciones –y que también me recuerdan, por supuesto, a Pablo de la Torriente Brau–: el humor y la ironía. Con la palabra intercalada en rojo (Occupied) los activistas han hecho una apropiación del título del periódico ultraconservador, insignia y vocero del 1%.

 

En sus páginas centrales se incluyen sus opiniones sobre Por qué ocupamos.  Estas son algunas de ellas.

 

Porque las empresas que no pagaron impuestos y fueron rescatadas por el gobierno están destruyendo nuestra economía. @asucunt.

 

Mi hija merece un futuro mejor. @jstlilone

 

Siento más confianza en los que duermen en la calle que en los banqueros, los corredores y los políticos. @critmasspanic.

 

La democracia se construye, no se otorga. @reverendmanny

 

Cada generación necesita su propia revolución. (Thomas Jefferson) @ash_anderson

 

Las firmas remiten a la red Twitter. En ella y en otros espacios similares, bien utilizados para la confrontación a favor de la justicia, la igualdad y la verdadera democracia, andaría por estos días, aquí en Liberty Plaza y en muchos claros rincones del mundo, Pablo de la Torriente Brau.

 

En eso pensé cuando Julio, un puertorriqueño que acababa de viajar a esta ciudad para unirse a Occupy Wall Street, me dio este ejemplar del periódico en español y me dijo: “Trabajamos para traducir y publicar estos 50 mil ejemplares que volaron en una mañana. Por eso vine. Porque los latinos somos y seremos la fuerza mayor de este país que hay que cambiar para que el 99% tenga justicia, paz y dignidad”.

Y siguió entregando ejemplares de este Wall Street Journal ocupado, como Liberty Plaza, por estos sorprendentes, indefinibles, alentadores vientos de cambio.

 

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22 de Julio, 2011 · General

Cantar y contar la historia

 
Palabras de Víctor Casaus en la presentación del libro La historia me absolverá. Decimario, del poeta boricua Juan Camacho
 
Su autor, Juan Camacho, y la Brigada Juan Rius Rivera nos traen un regalo solidario y amoroso: este libro que recrea, desde la poesía popular, desde la décima, uno de los textos fundamentales de la Revolución Cubana: el alegato de defensa y acusación del joven abogado Fidel Castro, en el juicio por el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de l953.
 
Esta breve presentación quiere recorrer los caminos  inmediatos que antecedieron a este momento de hoy y evocar algunas de las múltiples relaciones de fraternidad, compromiso y solidaridad que han unido a los pueblos de Puerto Rico y Cuba, de la que es ejemplo hermoso y sistemático esta  Brigada que nos ha acompañado durante los últimos veinte años trayéndonos su mensaje y su presencia de hermandad revolucionaria.
 
Las primeras noticias sobre la presentación de este libro llegaron por las eficientes vías ya habituales de las nuevas tecnologías. Después de conocer la propuesta de nuestra hermana Milagros Rivera y los compañeros y las compañeras del ICAP para realizar este lanzamiento aquí en la Casa del Alba, Juan Camacho me envió este mensaje:
 
Víctor, saludos. Por fin te puedo enviar el texto del Libro. Los problemas para hacerlo antes fueron muchos, no obstante, ya están casi-resueltos... Tan pronto lo recibas me informas si lo pudiste recibir y/o abrir para entonces hacer otras gestiones. El texto que te envío va sin portada y contraportada, pero tan pronto el artista se le pare de encima y la termine, te la hago llegar. 

Tal y como hemos acordado, el Libro va con nosotros. Si eso no es así, en lugar de una Presentación, tendrás que presentar un velorio, porque Milagros me matará....

El texto adjunto es el elemento objetivo para analizar y comentar, pero más allá de eso, está el amor y la solidaridad con que lo trabajamos, tanto en homenaje a Fidel como a todas y todos ustedes que tanto nos motivan y nos esperanzan.

Juan 
 
El libro ya está aquí en nuestras manos y sus dos dedicatorias expresan cabalmente la profunda significación de este momento:
 
A Fidel en su cumpleaños 85, con los mejores pensamientos de los boricuas que amamos la libertad.
 
A la Brigada Juan Rius Rivera, en su viaje número veinte a la hermana República de Cuba, en solidario desafío al embargo imperialista.
 
La Comisión de Dirección de esta vigésima brigada de solidaridad y amor ha expresado también, en mensaje reciente, que “este libro representa el agradecimiento de nuestro pueblo por toda la solidaridad que el Comandante Fidel y el pueblo cubano nos ha brindado en la lucha por alcanzar nuestra libertad”.
 
Señores, ese acusado
que ahora ejerce el derecho
dará versión de los hechos
de todo lo que ha pasado.
 
Les dirá como abogado
lo que haya que decir
cómo se quiso impedir
su libertad y defensa
como vil y cruel ofensa
al pueblo y a su sentir.
 
Así evoca Juan Camacho, en una de las primeras décimas que conforman este libro, la voluntad de aquel joven acusado que, ante la imposibilidad de contar con las garantías legales imprescindibles, asumió su propia defensa frente al tribunal que lo juzgaba en una pequeña sala del Hospital Civil en Santiago de Cuba, sólo con la presencia de dos magistrados, seis periodistas (sujetos por otra parte a la censura imperante) y un centenar de soldados armados hasta los dientes. La temperatura de aquel momento, expresada en el discurso de Fidel, pasa a las estrofas de este libro para transmitirnos las dificilísimas  condiciones en que se libraba aquella batalla por la verdad y la justicia.
 
El libro incluye, en sus inicios, como material documental, “las notas que la periodista Marta Rojas tomó de las escenas finales de aquel día histórico, viernes 16 de octubre de 1953, en que Fidel Castro Ruz pronunció su famoso alegato --convertido en obra imperecedera-- ante el Tribunal de Santiago de Cuba”. Comparto con ustedes un breve fragmento de esas notas que nos brindan hoy referencias presenciales de aquel momento:

El acusado doctor Fidel Castro no ha hecho ni un alto en su informe, a veces alza la
voz, y él mismo se contiene, en instantes se inclina sobre la mesita (que tiene de frente) y casi habla en secreto, a medida que habla, improvisando siempre, hay más silencio en el recinto, no se escucha ningún otro sonido más que su voz pausada, como si conversara con todos, mira fijo al tribunal que lo atiende con gusto. El Ministerio Público (Fiscal) a veces parece querer incorporarse para sacarle las palabras de la boca; los soldados están apiñados en la puerta y no disimulan su atención. A veces posa su vista en el retrato de Florence Nightingale que preside el saloncito de las enfermeras y parece que conversa con ella. No tiene un papel, ni un libro con él.
 
Efectivamente, los apuntes y notas habían quedado en la celda del acusado/acusador: desde las citas del autor intelectual de aquellos hechos, José Martí, hasta
 
(d)etalles facilitados
por la población penal
que a pesar de la brutal
amenazas y castigo
contribuyeron conmigo
filtrándome el material
 
como nos relata Juan Camacho en sus décimas, para resumir su versión de la situación del que habla (en el discurso y en las estrofas):
 
Y como vil resultado
de estas maquinaciones
estoy en estos rincones
donde aquí seré juzgado.
 
Es un cuartico cerrado
donde no se podrá oír
lo que tengo que decir
porque habrá una redoblada
de bayonetas caladas
para mi voz impedir
 
La presentación de este libro aquí, en La Habana, en homenaje al próximo 85 cumpleaños del que pronunció esas palabras, es también un eco de aquellas verdades denunciadoras de los crímenes de entonces y anunciadoras de las luchas por venir.
 
El prologuista de este libro, el abogado y poeta boricua Luis Raúl Albaladejo, comenta el desafío que ha supuesto para el autor llevar a la estructura poética “un texto de denuncia y de combate, un texto político cuya prosa, en cierto sentido, es todo lo opuesto de la siempre más o menos fantasiosa literatura. Para dar este salto, Juan se lanzó a un reto de fondo, convirtiendo en décimas espinelas (…) el histórico discurso de Fidel Castro Ruz que en 1953, invirtiendo los papeles del drama judicial, sentó a los golpistas acusadores en el banquillo de los acusados”.
 
El autor de este libro, “poeta, maestro, dirigente sindical y comunitario, luchador incansable por la independencia de su patria, repite una proeza: convertir en décimas puertorriqueñas un texto en prosa de otro autor”. La experiencia anterior, nos continúa diciendo el prologuista, partió de la obra de un boricua, el escritor Abelardo Díaz Alfaro, cuya colección de cuentos Terrazo, “un clásico de la literatura puertorriqueña”, fue convertida, mediante un “ejercicio de destreza y maestría”, en una narración realizada a través de la poesía popular. 
 
La estructura del presente Decimario moncadista sigue, paso a paso, el desarrollo cronológico del discurso que le da origen. No ha tratado el autor de resumir o reinterpretar el contenido de aquella pieza oratoria, convertida en documento cenital de esta etapa de la Revolución Cubana, sino de contribuir a su difusión –en un acto de homenaje que hoy le agradecemos– utilizando las herramientas de un lenguaje comunicacional distinto, el de la décima: otro de los territorios culturales compartidos por nuestras dos islas hermanas. Por ello en la segunda parte de este encuentro en el que también estamos homenajeando la presencia fraterna de la Brigada Juan Rius Rivera en su vigésimo aniversario, compartirán este espacio artistas de la música campesina cubana e integrantes de la propia Brigada que también se expresan a través de ese lenguaje fértil y común, que también nos une.
 
“Nadie mejor que un puertorriqueño para haber realizado el trabajo que ha hecho Juan con el discurso de Fidel”, nos dice en su prólogo Luis Raúl Albaladejo, “La ya más que centenaria hermandad entre Cuba y Puerto Rico encuentra aquí otra de sus múltiples expresiones. Porque este trabajo no es sólo fruto del esfuerzo, el talento y la maestría de Juan, sino, y sobre todo, fruto del afecto y la solidaridad que él, como miles de puertorriqueños, guardamos para la hermana Antilla”.
 
Como se ha visto, los propósitos y los resultados de este empeño cultural tienen raíces firmes y compartidas en las historias de nuestras islas y de nuestros pueblos, que han vivido experiencias disímiles y a la vez comunes. Ahora que presentamos este libro, no puedo dejar de recordar a un puertorriqueño-cubano, escritor e internacionalista, periodista y luchador revolucionario de su tiempo (y del nuestro), Pablo de la Torriente Brau, quien ofreció en una de sus crónicas memorables este dato revelador: "detrás de un indomable caguairán un hombre, con su rifle, puede hacerle frente a diez, sin miedo a las balas; y al paso por las cañadas una sola ametralladora puede acabar con mil hombres!"
 
Años después de que Pablo incluyera esa frase en su formidable reportaje sobre el Realengo 18, aquel joven abogado, cuyas palabras viven en este Decimario, la tomó como una enseñanza útil y aplicable para la táctica y la estrategia de la lucha revolucionaria que daría continuidad victoriosa al asalto de los cuarteles de 1953.
 
Las enseñanzas múltiples y recíprocas entre Puerto Rico y Cuba han conformado, a lo largo de los años, la hermandad que ahora festejamos.
 
A la independencia puertorriqueña ha ofrecido ayuda Cuba de muy diversas formas, entre ellas, muy tempranamente, brindando espacio fraterno y posibilidad de expresión en la Asamblea General de las Naciones Unidas junto a la representación de nuestra isla.
 
A la lucha cubana contra el bloqueo imperialista que se ha extendido por casi cinco décadas han ofrecido su respaldo sistemático y firme las hermanas y los hermanos boricuas.
 
Hoy agradecemos infinitamente el apoyo que recibimos, también desde Puerto Rico, para exigir la libertad de los cinco hermanos injustamente encarcelados en Estados Unidos. “Es hora de traerlos a casa”: así recordamos y ratificamos aquella consigna que exigía el regreso de los independentistas puertorriqueños desde las cárceles norteamericanas donde cumplieron largas condenas por haber luchado para liberar a la isla hermana.
 
Gracias, Juan, por traernos este regalo de cumpleaños, de solidaridad compartida, desde la otra ala del pájaro.
 
Víctor Casaus

Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Calle de la Muralla No. 63, entre Oficios e Inquisidor, La Habana Vieja,
Ciudad de la Habana, Cuba

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