Entre-vista
en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti
Marcela Predieri
nació el 9 de junio de 1960 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina. Desde
1991 reside en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Entre
1989 y 2007 publicó los poemarios “Sangre de amarras”, “Invierta un hijo”, “La
pancarta”, “Los andamiajes del miedo”, “Ébano” (disponibles en www.delapalabra.com.ar).
Su quehacer literario fue incluido en antologías de poesía, de poemas
ilustrados, de relatos, de cuentos, de cuentos infantiles. Desde 2006 coordina
libros colectivos de cuentos y poemas, tal como lo hizo con la novela experimental
“Puzzle”, concebida entre once narradores. Además de integrar los equipos
hacedores de diversas revistas, dirigió dos: “La Mazmorra” y “La Avispa”. Colabora en el
diario “La Capital”
de Mar del Plata y suele ser convocada para integrar el jurado de concursos y
dictar conferencias. Desde el 2000 organiza el Café Cultural “De la Palabra” y está al
frente de la Colección De la Palabra, con más de setenta títulos, muchos de los
cuales ha prologado. También De la Palabra se denominan los grupos de estudio y
creación literaria que fundó hace veintidós años. Entre otros, obtuvo el Premio
Lobo de Mar a la Cultura
2004 en reconocimiento a su aporte a las Letras Marplatenses, otorgado por la Fundación Toledo.
Fue vice-presidenta de la
Sociedad Argentina de Escritores, filial Atlántica, en 1994 y
1995. Participó en festivales y congresos no sólo nacionales, sino también en
Lima, Perú, 2008, abordando la temática Arte y Salud Mental; en Bucaramanga,
Colombia, 2009, exponiendo sobre Identidad Literaria Argentina; en Oaxaca,
México, 2010, dictando el seminario Teoría del Cuento Argentino. Desde 2001
prepara a algunos de sus talleristas egresados como coordinadores de talleres.
Durante 2004, conjuntamente con la licenciada Karina Krol, impulsó el proyecto
de extensión Markas, interdisciplinario –psicología y letras- y el curso de
formación en la lectoescritura para bibliotecarios en la Biblioteca de Naciones
Unidas. Entre 2006 y 2009 incorporó a sus actividades la propuesta Palabra
Clara, para internos de la Clínica Psiquiátrica “Clara del Mar”. Su blog es http://mpredieri.blogspot.com.
1 -
Me suena que el principal periódico de tu ciudad de adopción es precisamente
donde colaborás. ¿Lo hacés con crítica bibliográfica, con textos literarios o
artículos periodísticos? Y “La
Mazmorra”, revista que no creo haber conocido: ¿merece que la
evoques?
MP: Mientras estuvo Pedro Leguizamón como
director del suplemento de Arte y Cultura de “La Capital”, colaboré con las
reseñas bibliográficas cada semana; después eso se fue espaciando (en realidad
dejaron de enviarme libros y yo aproveché para comentar aquellos que me
gustaban mucho aunque me llegaran por otras vías). Por supuesto, desde entonces
no he dejado de colaborar con cuentos, poemas y ensayos breves. Y “La
Mazmorra”, ¡ja, ja! Sólo salió un número. Estábamos en ella todos condenados,
como corresponde a cualquier revista literaria que se precie.
2 - En tanto involucrada orgánicamente con la
salud mental desde tu lugar de escritora, Marcela, se me hace perfecto
compartir con vos un fragmento del magnífico “Antonin Artaud, el enemigo de la
sociedad” del notable poeta argentino, ya fallecido, Aldo Pellegrini. Entre
ayer por la noche y hoy me lo he leído por cuarta vez (precede el volumen “Van
Gogh, el suicidado por la sociedad”, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1971):
“La locura representa una ruptura total del molde que se denomina mentalidad
del hombre normal, y por ello no sólo prescinde de todas las normas
convencionales, sino que vive directamente en el mundo de la imaginación. De
ahí el estrecho contacto de la locura con la poesía. Pero lo que el poeta se
limita a volcar en el verbo, el loco lo vive integralmente.” Te cedo la
posibilidad de que nos trasmitas tu reflexión.
MP: Hasta que me radiqué en Mar del Plata, de
esto hace ya más de veinte años, sabía sobre este tema tanto como la mayoría, o
sea muy poco, y tenía una visión absolutamente romántica sobre su relación con
el arte. Uno de mis primeros trabajos acá fue la de encargarme de las reseñas
bibliografías para el diario “La
Capital”. Me hacían llegar entre ocho y diez libros por mes
para leer y comentar. Una tarde, entre ellos llegaron tres de un poeta local a
quien no conocía ni había sentido antes nombrar. Los leí y cosa extraña –ya que
en estos casos debía elegir sólo uno-, en lugar de hacer la reseña solicité
encarar una nota sobre el conjunto. ¡Tanto
me habían impactado! Se trataba de tres poemarios de Jorge Lemoine escritos a
finales de los ‘80. Para la misma época, allá por los ‘90, conocí al poeta René Villar. Fascinada como buena poeta
treintañera con Artaud, me encontraba de
pronto con que Mar del Plata tenía sus propios Artaud, pero era casi imposible dialogar con ellos,
trabajar y hasta a veces, tratar… Sin embargo, esos “locos” tenían dosis de
talento admirables. No sabía qué hacer, así que me obsesioné con el tema de
arte y salud mental. Leí, estudié, hice seminarios, trabajé –durante diez años-
en La Rada, un centro
de arte y salud, donde recibía, además de gente que quería pulir o desarrollar
su estilo en mis talleres literarios, a personas con padecimiento mental,
adictos y alcohólicos en recuperación, la mayoría de las veces derivados por
sus psicólogos o psiquiatras. Tiempo después coordiné junto con la licenciada
Karina Krol, el taller interdisciplinario Markas, para personas con angustias y
depresiones leves, y más tarde el taller Palabra Clara en la clínica
psiquiátrica Clara del Mar, donde trabajé casi tres años. Quienes eran dados de
alta asistían luego a los talleres (sin que nadie supiera de sus patologías), a
veces con AT -acompañantes terapéuticos que se hacían pasar por alumnos-, y
encontraban en De la Palabra un lugar donde eran considerados como escritores y
no como pacientes. ¿Por qué lo hice? Porque creo en el poder sanador del arte.
Recuerdo el caso de un paciente que vivía enfrascado en sus cuadernos, a tal
punto que había creado un idioma propio que incorporaba a sus trabajos; en
general, a casi ninguno de los talleristas internados les interesaba
comunicarse con el otro, pero éste era un caso extremo. No obstante, a los
pocos meses de asistir al grupo empezó a poner entre paréntesis la traducción
de esas frases en su extraño idioma y, al año, lo había dejado de lado. Sí, el
arte sana, no la patología, pero sí el alma, el dolor y el aislamiento con que
conviven quienes la padecen. Por eso trabajamos en La Rada con la emisora La Colifata en una jornada
de tres días a principios del 2000, y tiempo después ese mismo proyecto radial
lo encaramos junto a los chicos de radio La Azotea, para que se trasmitiera desde la clínica
Clara del Mar para toda la ciudad. Los llevábamos al Café “De la Palabra” cada
mes, con el enorme esfuerzo de acompañantes terapéuticos y psicólogos (a razón
de uno cada cuatro pacientes), quienes hacían este trabajo en forma voluntaria
en grupos de a veinte o treinta. No eran presentados como pacientes sino como
talleristas o poetas invitados. Algunos, lo sé, se preguntaban: “de dónde saca
Marcela a toda esa gente” o cuchicheaban acerca del ambiente enrarecido del bar… y dejaron de
acompañarnos. Por la misma razón los publicamos en “La Avispa”, porque los
internos en clínicas psiquiátricas siguen estando excluidos, hoy como siglos atrás,
y hay entre ellos muchos artistas que necesitan y merecen ser escuchados. La
creación artística les da esa posibilidad. Vos citás: “lo que el poeta se
limita a volcar en el verbo, el loco lo vive integralmente.” Fijate en esto: es también el caso de
Jacobo Fijman, y aunque él no se reconociera como enfermo mental, en su poema
“Canto del Cisne” del libro “Molino Rojo”, define a la demencia en un sentido
total como “El camino más alto y más
desierto”. En el volumen “Conversaciones con Pichón Riviere”, de Zito Lema,
Pichón dice algo que creo todos compartimos: “Es la poesía la que muestra como
ningún otro medio, la débil línea entre el cielo y el infierno, la vida y la
muerte, la salud y la demencia, pero no hay que olvidar lo que escribió
Chesterton: ‘El loco lo pierde todo menos
la razón’”.
Por
eso me gustaría también hacer una breve referencia a la literatura de hoy. Es
fácil ver cómo la literatura, de los ‘90 hasta hoy, describe no al individuo
enfermo sino a la toda la sociedad
enferma y lo hace precisamente con una escritura “enferma”. La literatura de
hoy, igual que en la época de las vanguardias, mata lo consagrado, busca otra
cosa. Exige otro lenguaje, uno que refleje que todo está fuera de los límites
(y eso es locura), ese lenguaje es fragmentario; como escribió Diana Bellessi:
“hoy se da la astillación del lenguaje porque lo que se astilla es el hombre y
la sociedad”. Ambos parecen estar al borde… y, qué coincidencia, hay una
patología que aparece por asociación sonoro-semántica: el border. Un borderline
presenta los siguientes síntomas que, no me van a poder negar son los de
nuestra sociedad toda: inestabilidad afectiva, episodios de
intensa irritabilidad o ansiedad, iHYPERLINK
"http://es.wikipedia.org/wiki/Ira"ra y
dificultades para controlarla, sentimientos de vacío, impulsividad, alteración
de la autoimagen, estrés elevado. Y ahora presten atención a esto: la
literatura puede también tener misión de borde… precisamente para
evitar su caída. O sea que tanto la locura como la literatura se transforman en
un acto de resistencia, y en algo liberador. Por último: ya no sólo a los locos
o a los creadores sino a todos la realidad nos resulta insoportable; tal vez
por eso aparece con increíble fuerza un nuevo arte, esta nueva literatura que
como decía Camus: existe para no morir de
verdad.
3 -
Es a la autora de un libro cuyo título es “Invierta un hijo” a quien le
transcribo un segundo fragmento del citado ensayo de Pellegrini: “El nacimiento
es una sorpresa terriblemente dolorosa de la que nunca llega el hombre a
reponerse. Estamos marcados a perpetuidad por la sorpresa del nacimiento. Pero
además el nacimiento es un proceso que no llega a complementarse en el curso de
la vida, por más prolongada que ésta sea. El hombre no acaba de nacer, y lo
sorprende la muerte sin haber podido completar el nacimiento.” Te cedo la
posibilidad de que nos trasmitas tu reflexión.
MP:
Con esta pregunta no sé si hablar del poemario “Invierta un Hijo”, que no es
otra cosa que el diario de un soldado de todas las guerras, o de la novela en
la que estoy trabajando ahora: “De
crecer y otras muertes prematuras”. La muerte te sorprende, claro que sí. Tal vez pueda contestarte con un poema de
otro libro, “Los Andamiajes del Miedo”, poema titulado “Dejar de Ser”: Quieta divisoria conduce a la caída /
Desciendo / a inhalar hondo / mi propia gestación // Todo es silencio / y un jadeo inútil / que profundiza la
asimetría de los cuerpos // Cada porción de piel construye el infinito // Los
límites se expanden / como si huyeran
/ avergonzados / del residuo que dejan
en el otro // Mueca innominada /
"Salir requiere mil disfraces" . La frase encomillada es
de Antonio Aliberti.
Creo
que todo artista, y en especial los poetas, buscamos siempre entender las
cosas, la vida en definitiva, por eso escribimos. Pensá en la palabra
alumbramiento, de eso se trata nacer, pensá en dar a luz… un hijo o un poema…
No hacemos otra cosa que intentar poner las cosas en claro. Y no sale. Eso no
hace que deje de intentarlo, aunque sea vanidad, como dice Eclesiastés: correr
tras el viento. Tal vez por eso tenga otro poema que hace intertexto con eso; tiene
como título “Correr antes de la muerte”, porque no quiero vivir un abecedario
incapaz de pronunciar mi nombre. Hay quienes dicen que hay más tiempo que vida.
A mí no me asustaría tener menos tiempo si la intensidad de lo vivido lo
hubiese ya colmado, pero me queda mucho por vivir todavía. Eso es descuido:
creer que tenemos todo el tiempo del mundo.
4 -
Ha sido en el marco del Café Literario “Último Infierno”, organizado por la
Asociación de Poetas Argentinos, cuando en un reducto porteño, en 2005, dentro
de un segmento que yo conducía te presenté, Marcela, leíste tus poemas, te
formulé un par de inquietudes, y destaqué la evolución que hasta entonces había
ido sosteniendo la Revista Cultural “La Avispa”. Estamos ahora ante otro
público, mucho más amplio y anónimo: no tenemos delante, como en aquel acogedor
bar próximo al centro intelectual de la Capital Federal, a nuestros amigos, o
conocidos, o desconocidos, en contacto directo: ante estos otros destinatarios,
¿nos contás cuál es la historia de tu Revista, por qué se estableció una
primera etapa y comenzó una segunda, con qué vaivenes e innovaciones se sigue
manteniendo, a qué apuntó al principio y cómo fue modificándose? Entiendo que
en la actualidad la dirige Gustavo Olaiz y el último número ha sido el 56, el
año pasado, y en soporte digital: ¿es así?
MP:
“La Avispa” nació el 13 de junio −día del escritor− de 2000, con el nº 0 como
un pliego de encuentro que ofrecía a grupos, instituciones y autores
independientes la posibilidad de funcionar como lazo que los contactara de
alguna manera (para esa época yo había contabilizado unos veinte grupos que se
caracterizaban por organizar sus actos siempre el mismo día y a la misma hora,
ja ja). Los invitamos entonces a acercarnos textos, para hacer difusión sobre todo de nuevos
autores, gacetillas para que dejaran de superponer actividades, y les ofrecimos
una página institucional; nosotros publicaríamos 1000 ejemplares de
distribución gratuita. La sorpresa fue enorme: las entidades nos enviaban
textos del presidente o del vice, edad promedio 83; las actividades seguían
superponiéndose, para que llegaran a tiempo a la fecha de cierre con sus
páginas había que correrlos o hacer diez llamados telefónicos… pero los autores
independientes y jóvenes enviaban cada vez más material. Como repartíamos la revista
(en formato diario con cuatro pliegos
ya) en bares, salas de espera y centros culturales, la gente empezó a pasarla
de mano en mano y como los miembros del staff solíamos y solemos viajar
bastante a encuentros o congresos literarios, en poco tiempo se conoció afuera
de Mar del Plata. Entonces la echamos a volar. O dicho de otra manera, dijimos
basta de hacer beneficencia con instituciones que no quieren abrirse; nosotros
sí queremos. Cuando pensamos el nombre no fue el insecto lo que nos sedujo sino
la imagen del avispero: apenas sujeto por arriba y una gran boca hacia abajo
que crece y crece; había que volver a eso: yo la dirigía, un grupo pequeño
trabajaba en ella y estábamos abiertos a recibir autores nuevos de todas las
estéticas. Así “La Avispa” empezó a crecer y a crecer; pasamos del formato
diario o pliego al cuadernillo 14 x 20, si mal no recuerdo, en el nº 17, que
fue cuando apareció también la versión digital y se fundaron nuevas secciones
no literarias. Hoy tiene colaboradores de casi todas las provincias argentinas
y también de España y Latinoamérica (he viajado para presentarla a Chile,
Colombia, Uruguay, México y Cuba); hay muchos escritores que piensan como
nosotros con respecto a los lazos, la apertura, el trabajo en red. Y no sólo
escritores; por eso además de literatura −cuentos, poemas, ensayos y reseñas
bibliográficas− la revista tiene
secciones sobre cine, teatro, plástica, música, humor y dos que quiero
particularmente: la infantil y la de opinión: “dar la cara”. Estuve a cargo de
la dirección hasta el nº 55 a fin del 2012, ahora lo hace Gustavo Olaiz, desde
Mar del Plata; la vice-dirección está a cargo de Cristina Mendiry, en Buenos
Aires; yo sigo trabajando, claro; el haber dejado el cargo me da tiempo y
permiso para publicar en ella, cosa que antes no hacía (demasiado ocupada
recibiendo, corrigiendo o seleccionando material, ja ja).
5 - Y la treintañera, a la que había visto
una vez, un sábado por la tarde, como invitada, en un grupo de reflexión sobre
la escritura al que yo concurría regularmente, ahí nomás, poco después, se
radica en la urbe turística más importante (donde en 2005 se celebró la
oxigenante IV Cumbre de las Américas) y la ciudad costera más poblada de la
Argentina. ¿Cómo fue aquel desplazamiento? ¿Qué te decidió, Marcela, a cambiar
tu radicación? Sé que sos ingeniera naval: ¿llegaste a ejercer? ¿Y cuál había
sido el diseño de tu vida hasta entonces?...
MP:
Cuenta mi madre que me trajo a veranear por primera vez a Mar del Plata cuando
tenía apenas meses; desde entonces vinimos cada verano. Tenía once años cuando
mis padres compraron un departamento, eso extendió mis estadías en la ciudad;
veníamos apenas terminadas las clases −30 de noviembre en aquella época sin
paros de maestros− y regresábamos el día anterior al inicio del ciclo −¡5 de
marzo!, estaba prohibido llevarse materias, no convenía tampoco−. Ya
adolescente empezaron las escapadas de fin de semana y, en la época de facultad,
ya que la mencionás, nada impedía continuar con la playa. Debo haber estudiado
media carrera en el espigón de la ya desaparecida Playa de los Ingleses o en
las rocas de Playa Chica (había que buscar lugares sin ruido, alejados del
tumulto). Me casé muy joven con un marino mercante que también amaba esta
ciudad, soñábamos con “algún día venir a vivir a Mardel”, así que una vez
recibida comenzamos a pasar sus licencias acá, o sea casi seis meses al año en
forma alternada. Luego vinieron mis dos hijos −los criamos tan nómades como
nosotros−, pero cuando la mayor estaba por comenzar la primaria tuvimos que
fijar un lugar de residencia definitivo. Sin lugar a dudas ese lugar era Mar
del Plata.
Con
respecto a mi profesión: ya radicada acá y sin familiares que me cubrieran las
horas de trabajo en astillero (nunca quise dejar a mis hijos en otras manos),
ni siquiera intenté salir a buscar trabajo −ya lo haría después, pensé− y abrí
el primer taller literario DELAPALABRA en mi casa. Casi no había nada de eso
acá, así que creció y creció y creció: seis talleres semanales, la colección de
autores marplatenses del mismo nombre, el café literario, la revista,
seminarios, viajes a encuentros o congresos nacionales e internacionales… Mis chicos crecieron y cuando me pregunté
quién era, qué era, qué quería hacer con mi vida y me respondí, yo también
crecí. Ahora considero a la ingeniería como un pecado de juventud que volvería
a cometer, pero se dio así. Muchas veces me preguntan sobre este tema pero no
me explayo tanto; les pregunto por ejemplo: Vos
sos médico y jugás tenis… ¿Y si hubieras tenido un excelente drive? ¿Y si
hubieras empezado a ganar torneos y torneos, no habrías tomado la decisión que
yo tomé? Como respuesta: simplemente se
ríen.
6 -
Entiendo que el fallecido poeta Enrique Blanchard (1953-1999) -quien también
participara como invitado un sábado por la tarde en el grupo de reflexión-,
editor de tus dos primeros poemarios, ha sido alguien significativo en tu
formación. ¿Nos hablarías de él? Es lamentable que el autor de “El Locutor
Físico” y “Retrato de Antifaz” no tenga casi difusión en la Red (acabo de
releer ese poema tuyo –“Una y Mil Veces”- a él dedicado).
MP: Toda mi formación la hice en talleres
literarios. ¿Cuántos?: muchos, todos los que pude; eso es lo que hizo que esté
en donde esté, que pueda compartir en los talleres lo que aprendí: todas las
escuelas, todas las tendencias y estilos, muchas maneras de coordinar; hubo una
época en la que hacía tres por semana. Hasta que di con otro… parnasiano lo voy
a llamar, o mallarmeliano, y todo lo que significó el movimiento nuevo-milenista,
o como lo denominan algunos, malditismo rioplatense. Sí, Blanchard fue decisivo
en mi carrera literaria, un verdadero impacto. Un tipo trabajador, generoso y
obsesivo en todo −eso quiere decir no sólo corrección de estilo sino también en
lo que él llamaba la formación responsable del escritor de la modernidad−,
siempre nos trató no como discípulos sino como escritores −lo que intento ahora
yo hacer en los grupos DELAPALABRA-. No sé si no está difundido en internet, en
realidad hay grupos en Facebook y la gente que estuvo a su lado se sigue
reuniendo, escribiendo y promoviendo su obra; yo soy una de ellas.
7 - Tu función en “Puzzle” amerita que nos
describas la novela, des a conocer a sus autores y nos trasmitas cómo fue
concebida y gestada.
MP: Puzzle
fue publicada como novela experimental en 2004 −un juego para nosotros: once
narradores que nos integramos en un seudónimo, Armand Piece- luego se habló de
novela sinfónica, una denominación demasiado rimbombante. Armand Piece es
en realidad el seudónimo utilizado por un grupo de once narradores de Mar del
Plata y Miramar para configurar esta novela experimental: Mónica Aramendi,
Vilma Brugueras, Élida Correia, Edith Ruz de Colombo, Alejandro Gómez, Verónica
González, Nancy Lucotti, Paula Marrafini, Guillermina Sánchez Magariños, Juan
Mauricio Torres y yo. Surgió como desafío después de haber analizado y
discutido la conferencia "Qué es
un autor", presentada por Michel Foucault a la Sociedad Francesa
de Filosofía en 1969. En dicha conferencia se partía de una formulación de
Beckett: "Qué importa quién habla" y por qué la presencia o
desaparición del autor se había convertido en tema dominante para la crítica.
"La obra que tenía el deber de traer la inmortalidad -afirmaba Foucault-
recibe ahora el derecho de matar, de ser asesina de su autor". Nos gustó
la idea y de ella nació la propuesta: escribir una novela experimental (no
con múltiples narradores sino con múltiples escritores, lo que nos conduciría
por consiguiente hacia una enmarañada selva con saltos cualitativos, variadas
posiciones de autor, distintos puntos de vista, desiguales tonos discursivos,
secuencias contradictorias, diferentes tiempos narrativos). ¿Inmanejable? Eso
parecía, pero teníamos frente a nosotros la frase de Goethe: “Cualquier cosa que puedas o sueñes
hacer, empiézala”, y nos lanzamos a la aventura entre lícita y
blasfema de abordarla; total no tendría reglas ni autor, de manera que tampoco
habría trasgresión y por lo tanto, nunca castigo. Si como dijo Foucault:
"La escritura se despliega como un juego que infaliblemente va siempre más
allá de sus reglas", nosotros ya estábamos jugando, y la desaparición del
nombre propio o de las marcas individuales no era en absoluto trascendente.
Este sacrificio sería, para cada uno de los miembros del grupo, voluntario.
Teníamos el punto de partida y no una sino once voluntades dispuestas a regir,
ordenar, dar forma a los distintos personajes, adecuarlos a las situaciones
creadas, y por supuesto el regreso al origen (reunión semanal, café, mate o
whisky mediante) como punto de confluencia en donde las contradicciones podían
discutirse y resolverse. El puzzle se fue troquelando, esto nos llevó un año y
medio de trabajo, entonces descubrimos que la pregunta no es quién escribe la
obra sino desde dónde se ejerce esta función. La respuesta: desde las distintas
capas discursivas que conforman el cuerpo textual de la novela. Fue así como
cada uno de los once escritores fue perdiendo su identidad de troquel y
adaptándose a la trama que exigía la ficción, borrándose en beneficio del
carácter cada vez más sólido de este rompecabezas. Es verdad, por momentos
pensamos que sería imposible; tuvimos muchas páginas de descarte y días de
desánimo, pero también períodos increíblemente fecundos, de trabajo tan intenso
que sentíamos que literalmente se nos rompería la cabeza. En realidad la
novela es bastante mala, lo maravilloso y enriquecedor fue la experiencia.
Primero elegimos el género: sería un policial porque lo consideramos más fácil
de tramar; después cada uno de los autores (menos yo que oficiaría de comodín o
DT) eligió un personaje que escribiría en primera persona. Nos reuniríamos una
vez a la semana, el orden de lectura sería el de llegada y eso condicionaba el
argumento, los restantes debían ajustarse a los cambios y elementos
introducidos por el anterior. Era muy gracioso, porque si te llegaban a matar en
alguna de esas semanas, quedabas fuera del proyecto (ahora en serio: igualmente
se leía todo y si la segunda o tercera propuesta era mejor, se hacían los
ajustes necesarios). Así la novela fue avanzando hasta ponerle el punto final.
El problema fue lo que vino después: tardamos mucho en corregirla y darle su
forma definitiva. Por ejemplo, se eligieron a los tres autores que tenían un
tono más neutro y pasaron a fundirse para narrar en tercera persona; había
incongruencias: en pagina 4 alguien vivía en Libertad y la Costa y en la página 76 iba
al bar a la vuelta de su casa, en Luro y Salta… Y aunque todos los autores se
esforzaron mucho por diferenciar las voces de los personajes, por último se
eligió incorporar elementos de la “concreta” para ayudar al lector. Tendrías
que verlo: hay un falopero tartamudo que tiene lagunas; desde lo visual sus
páginas no tienen puntuación sino espacios más largos o más cortos o nolostiene en
absoluto. El policía escribe en
Courier New, las cartas están en manuscrita… ¿Me explico? Por último, como
coordinadora del grupo hice ajustes, escribí rellenos, incorporé nexos, barajé
capítulos… La presentación fue en un teatro. Cada uno vestido de su personaje e
interpretándolo; a mí me tocó algo así como un mago fantasma que se metía por
aquí y por allá, varita mágica en mano. Pero te decía lo de la experiencia:
todos crecimos. Era necesario tirar por tierra el ego del escritor y escribir
casi desde el anonimato. Acá lo importante era la obra. Si bien al final
explico quiénes participaron, en ningún lugar dice Fulano escribió esta parte, Zutano
esta otra, o yo aquella de más allá. Eso es humildad. O una verdadera locura.
Marcela
Predieri selecciona para esta entrevista, en febrero de 2014, seis poemas de su
autoría:
Faltan Los Barcos
Es necesario
invadir sus secretos
las horas de
agua que se trepan
fértiles de anclas y arena hasta el nido de
la noche
las bocas de
esos hombres que ofrecen la pleamar
y se abrazan a los puertos
Sin rastros
se pierden los nombres de las
mujeres del bar
como las estelas
tras la rompiente irremediable
y sus bocas de
rouge
arrancadas con el revés de las
manos
o la memoria
Porque ellas
saben guardar entre billetes su saliva
bautizan con
champagne la pieza que debe de mañana
mantener
las ventanas abiertas
mientras se
dejan inspeccionar por el sol
y cuadrillas de
viento descarnan de los techos
el jadeo de los clientes
No hay en ellas
rencor ni caricias
Tras haber
deshabitado la noche
beben
café despacio
cepillan sus
dientes y los cabellos enmarañados
porque la pena
no es pena mientras entre sus muslos
esté caliente aun el
recuerdo de la paga
Tal vez alguna
novata llore
Aprenderá
-dice la mujer con arrugas en las
sienes-
el segundo o el
cuarto ya no importan
y la besará en
la boca
como una madre
Al costado de la
cortina
la rubia joven se depila
una pierna
se arranca uno a
uno los marineros de esa tarde
y es tan bello
verla apareada al sol
con sus ojos de sueño de mediodía
aunque cargue
olor a vino
un mal recuerdo que
dormirá hasta que el sol
caiga exhausto
detrás del horizonte
Entonces
arqueará las cejas y recortará sus labios
será otra vez
yegua ensillada
un portaligas
rojo o un corsette para su alma
quizá dulzura de
mentira y de duraznos
como de duraznos
los ojos
y el latir de su cuello
ebrio de sábanas
En ella me
encuentro
hoy a solas
para beber su
soledad
Está calzando
anillos en los dedos de los pies
Yo me visto de
luto
Acaso por el
miedo
(de “Ébano”)
*
Repensado
Ahí
está Eva
hueca del
aliento
de
la deidad
Ante su muerta
nonata
el
hombre acaricia
harto
sus ojos
zarcillos
de la desnudez
Viendo tender a
su Hijo los brazos
en
cruz llora el Fiel
su omnisapiencia
Lo cercano ha
pasado en el futuro
Sin pudor de
tempestades
la
parra hincha sus pulmones
y
Eva se levanta
Un río de
manzanas
desterradas para
siempre
bautiza
de semen
la sangre de sus muslos
(de “La Pancarta”)
*
Soy gemelo a mí
mismo en otra muerte
Puedo ser un
salto al infinito vacío de tus ojos
o un pájaro lleno de silencios
Estoy
desfigurado de mi ser
Hoy el cuervo
acelera los retornos
y sólo la noche
hembra madre del destierro
puede devolverme
al seno del cansancio
Yo que fui
espejo en los ojos de aquellas madres
que recibían a sus muertos
vi bajar de los
trenes
en guirnaldas
aquellos cuerpos enhebrados
Ya no asustaba a
las vecinas
que en los
ataúdes sembraran crisantemos
Era
setiembre en casa de mi padre
cuando las mujeres cargaron sus
semillas
Recuerda
He enterrado
esa
desesperación incesante de volver sin mí
Mírame
Yo sabía del aroma a azahar en los
naranjos
y he visto el
rostro de Dios llorando sangre
Dame Señor un
poco de tus náuseas
un poco de tu
llanto
o tu vergüenza
Estoy en cópula
con las llaves del infierno
hay una bestia
en mí
insaciable de coágulos y
exilios
Pero el tiempo
cauteriza el hedor de la carne
No sé
si pueda recordar
Ante un sol
verdugo
afiebrado de sentencias
la guerra zurce
prolija nuestras llagas
(Fragmento adaptado de “Invierta un Hijo”)
*
La Viuda Negra
Mis amantes saben que para escribir
me hace falta su ausencia
Por eso se conjuran en aquelarre
solícitos me dejan sola
por piedad
y desde el rincón de las sombras
como un voyeur
me espían
Murmuran:
Marcela está
creando
se
muere
pero les gusta cómo escribo
y consienten
que acabe con la pena entre los muslos
sobre la cama
revuelta
Ellos necesitan que escupa metáforas con olor a vino
desean mi lengua
amoratada
Tal vez sea tiempo de invitar a la poesía a casa
reconocer mi necedad de araña
obstinada en bordar sólo suicidios sobre la tela
y clavarle los colmillos al recuerdo
después de la cópula
(de la Antología MAR DEL PLATA EN BOCA DE TODOS, Ed. Martín, 2011)
*
La noche de la caridad
Estoy fumando un cigarrillo
en el umbral de una casa que no es mía
mientras miro al helicóptero
que patrulla las calles a mil dólares la hora
Me pregunto si habrá visto
sin muletas
vagar a la ciudad bajo la mugre
o mis ganas de abrazar a un hombre
que no es éste
que acaba de morir de frío a mi costado
La calma aúlla
No bastan manos en rosario
para acunar locas y perros
Me descalzo el pucho y la cojera
Esta noche seré infiel
En mí
la jauría de todos los
hombres
babeará revolución
(de la
Antología SOBRE RIELES, Ed. Martín, 2009)
*
Desaparecido
Todavía sangra entre las baldosas
la mano del último gesto
esa historia cotidiana
de espanto y levadura
un olor quizás ajeno
a la nariz de la tarde
Mientras hombres en fardo
abotonan insignias en fiesta de tenazas
el sol recuesta su cansancio
cara al
pueblo
(hay algo absurdo
en los nudillos apretados de los débiles)
Hermano intacto:
tu nombre aún late
bajo el cobijo de la ausencia
(de “Los Andamiajes del Miedo”)
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Ciudades de Mar del Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos 400
kilómetros, Marcela Predieri y R. R., febrero 2014.