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Revista Isla Negra
Casa de Poesía y literaturas
16 de Agosto, 2012 · General

Los ’60 en la Argentina ¿La segunda vanguardia?

Jorge Ariel Madrazo

 

 

Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires, 1931). Exiliado en Caracas entre 1975/1983. Más de una docena de poemarios. Los más recientes: De vos, 2008 y Ayer decías mañana, 2012. Su poemario Cuerpo Textual obtuvo Premio Municipal en 1987. Publicó también dos libros de cuentos así como “Quarks” (microficciones) y la novela Gardel se fue a la guerra (Ediciones Centro Cultural de la Cooperación - 2011, Primer Premio Eduardo Mallea Ciudad de Bs. As.). También, los ensayos Breve historia del bolero (Venezuela, 1979) y El Anticristo (Madrid, 2004, Círculo Latino). Integra la revista Trilce (Concepción, Chile, que edita el poeta Omar Lara). Invitado a numerosos festivales internacionales de poesía.

 

 

Los escritores argentinos, principiantes o ya formados, que en los ’60 desafiaron al canon dominante, se exaltaban como sus pares de cualquier rincón del planeta con la carrera al Cosmos, la libertad sexual y el Flower Power, las guerras de liberación y la revolución cubana. Subsistían los ecos del poema “Aullido” entonado en 1956 por Allen Ginsberg, cuyo misticismo escatológico convulsionó la década. Nos desvelaban Vietnam, la teología de la liberación, el boom novelístico (y también poético) latinoamericano, el Tropicalismo de Gilberto Gil, la Nueva Trova cubana, Joan Baéz y Bob Dylan. Alzábamos  altares a En la Masmédula, el enorme poema de Oliverio Girondo, tan audaz como el Trilce vallejiano. Cuando llegaban a nuestras manos, devorábamos El Corno Emplumado, Pájaro de Cascabel, El techo de la Ballena.

 

¿Qué hubo de propiamente argentino en aquella oleada artística del 60? ¿Fue una vanguardia? Lo fue en cuanto al empuje negador de gestos poéticos momificados, a su interés más extendido por un experimentalismo que incluyó la mezcla de jerga culta y tanguera-popular, y la fe de muchos (que más tarde algunos pagaron con la vida) en “la” revolución.  Lo fue porque transformó el lenguaje: por primera vez desde Girondo y González Tuñón nuestra literatura mayoritaria hablaba argentino. Era una oleada provocadora que en una de sus vertientes –la más explícitamente política- detestó a ciertos próceres y recuperó a nuestros caudillos populares del siglo 19. Volvimos al Popol Vuh 

Por entonces invadía la gran ciudad una música de raíz folclórica más compleja y de espíritu continental: la encarnaron Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui; los jóvenes “ilustrados” giraban en el vértigo del happening y del Instituto Di Tella, toda una nueva era estética… Nacía el rock del Río de la Plata. Y lo más crucial: se vivía por parte de núcleos más decididos la resistencia a las dictaduras militares que, con respaldo de buena parte de la población “bien pensante”, derrocaron a Perón en el 55, a Frondizi en el 62 y a Illia en el 66, desmantelando en cada caso la economía y la cultura. La radicalización ideológica y hasta una reivindicación del peronismo, formidable movimiento de masas aun cuando se propusiera la alianza de clases desde un burocratismo y un personalismo muy cuestionables, caló hondo en prestigiosos intelectuales y poetas.

 

Neruda, Vallejo (dos nombres gigantescos que nos dividían absurdamente en dos bandos), Lorca, Miguel Hernández, Alberti, Cernuda, Drummond,Vinicius, que nos visitó y que publicó en Buenos Aires “Para vivir un gran amor”, eran con los grandes franceses, con Perse, Pessoa, los norteamericanos, Eliot y, es claro, otros poetas de Latinoamérica, nuestro pan cotidiano. Revivió el ideario americano del Modernismo rubendariano, impulsor de una "América latina" con destino propio. En la pintura alternaban el Informalismo, el surrealismo y la nueva figuración expresionista, uno de cuyos artistas más emblemáticos, Luis Felipe Noé, defendió teóricamente “al caos, única estructura de toda realidad”.

Y la poesía de los 60 reflejó en buena medida un realismo a veces caótico, delirante y mal hablado. El vos destronó al castizo y bien educado “tú”. La sintaxis se liberaba día a día. Poetas militantes, como Juan Gelman, integraban el mítico grupo El pan duro, ligado al partido Comunista y que organizaba numerosos recitales públicos. Varios de esos poetas pasaron luego al grupo La Rosa Blindada, liderado por el legendario editor –-ya fallecido- José Luis Mangieri y de tendencia más chinoista. Sobresalían en aquella estética el coloquialismo y una cadencia narrativa entre pavesiana, passoliniana y ginsberiana; por fortuna, eran unos cuantos los que rechazaban el mal llamado realismo socialista, tanto como evitaban la pose melancólica de los imitadores de Rilke y a los hispanistas declamadores y adocenados, abundantes aún hoy.

 

Los principales voceros de los distintos sectores de izquierda literaria fueron, aparte de La Rosa Blindada, El grillo de papel y El escarabajo de oro a fines de los ‘50 y principios de los ‘60, la revista de poesía Barrilete a mediados de los ‘60, Hoy en la Cultura (1962-1966); y Contorno, de espíritu sartreano y combativo, acaso la  más influyente en el medio universitario-intelectual de la época, piloteada por los hermanos David e Ismael Viñas, con Juan José Sebreli, Leon Rozitchner y otros. Y como vocero de la onda beatnik-ecologista: Eco Contemporáneo, de Miguel Grinberg.

El caso de Juan Gelman es bien notable por sus quilates poéticos, su fidelidad al cambio personal permanente dentro de una línea de gran coherencia, y sus trascendentes aportes rupturistas. sin abandonar por esto un sustento último sensual-social ligado al coraje civil y a los ritmos del habla de su pueblo. Su primer libro, Violín y otras cuestiones, apareció en 1956, y ya desde el título –que remite a El violín del diablo– saludaba a Raúl González Tuñón. Tanto el imaginario (poblado de personajes marginales) como el tono de los primeros libros de Tuñón, fue ampliamente recogido por muchos poetas del sesenta. En Velorio del solo (1961), Gelman escribió su "arte poética": "Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío (…) A este oficio me obligan los dolores ajenos,/ las lágrimas, los pañuelos saludadores,/ las promesas en medio del otoño o del fuego,/ los besos del encuentro, los besos del adiós,/ todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre".

 

  Aparte de Gelman y de una pléyade de poetas que marcaron una fuerte impronta de talento y creatividad (Ramón Plaza, el asesinado por la dictadura Roberto Santoro, Rafael Alberto Vásquez, Horacio Salas, y un fecundo etcétera), más los casos de otros “sesentistas” que continúan marcando su sello merced a una notable capacidad de renovación personal y crecimiento lírico, como es el caso de Juana Bignozzi, Gianni Siccardi o de los merecidamente prestigiosos y plenamente vigentes Marcos Silber y Alberto Szpunberg, debe nombrarse aquí a tres creadores  anteriores generacionalmente que el resto pero cuya obra más duradera es fruto del imaginario colectivo sesentista y con fuerte presencia hasta nuestros días –al menos, los dos primeros-, y que se apartarían también radicalmente del lirismo de cuño europeísta. Se está hablando de Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini y César Fernández Moreno, los tres ya fallecidos hace años, hermanos mayores del grueso de los sesentistas, con quienes coincidían –salvo excepciones- en el discurso de fuerte voltaje político-coloquial.

 

"Usted, al despertarse esta mañana,

vio cosas, aquí y allá, objetos, por ejemplo.

Sobre su mesa de luz

digamos que vio una lámpara,

una radio portátil, una taza azul.

Vio cada cosa solitaria

y vio su conjunto.

Todo eso ya tenía nombre.

Lo hubiera escrito así.

¿Necesitaba otro lenguaje,

otra mano, otro par de ojos, otra flauta?

No agregue. No distorsione.

No cambie

la música de lugar.

Poesía

es lo que se está viendo."

 

Este muy conocido poema de Joaquín Giannuzzi, Premio Nacional de Poesía y una de las voces poéticas más jerarquizadas e inquietantes de la Argentina) radiografía un afán en el fondo utópico: el de recuperar, en la mayor medida imaginable, lo específico de seres y cosas, reviviéndolos en su unicidad intransferible al volver a darles nombre; y al renominarlos, hacerlo de un modo tan austero como desconcertante; podría decirse: corrido de lugar. Este poeta no adhiere, sin embargo, a un “objetivismo” a ultranza; por el contrario, su palabra trasciende con amplitud a objetos y situaciones, abarcándolos en una cosmovisión honda y sugerente. Ocurre que el universo objetal sugiere, para Giannuzzi, el funcionamiento de leyes que nos resultan inescrutables, y opuestas al caos humano: «...el frío interno de las manzanas, / el calor inestable del café, / dos razones de la naturaleza que escapan a mi dominio...».

En Giannuzzi hay, en un singular registro poético, una mirada más epifánica de los objetos cotidianos, la vida social podía ser vista por él como amenaza, junto a una aguda conciencia de la finitud. El universo de Giannuzzi es desencantado e indiferente: la salvación está en el vigor raigal de lo que existe pese a todo.

Como recordó en su libro de 1967 “Las condiciones de la época”:

 

“Escuchando en el laúd la nota antigua / uno ve poetas en el pasado y no asesinos. / Ve la ingrávida sustancia incorporada / a la calamitosa energía de la historia / y esta confusión no termina de aclararse. / Increíbles poetas entre nubes de sangre / salvando a medias la verdad, dejando el resto / a la convicción del crimen general…”

A su turno, Lamborghini es quien más se ubicó del lado de las masas peronistas, quiso ser “la voz de los sin voz”. Ello origina un lenguaje poético deliberadamente fragmentario y balbuceante, deliberadamente “feo” y antipoético. “Esto no es poesía”, clamaron los teóricos del establishment. Lamborghini arremetía con sarcasmo vitriólico y fraseo inédito. Su libro Las patas en la fuente (1965) no condesciende a ninguna de las efusiones sentimentales con que se abordaban los temas sociales, un hecho que, pese al respaldo de Leopoldo Marechal, confinó a Lamborghini a un aislamiento que terminaría cuando su poética –hecha de parodia, reescritura y distorsión– fue recuperada en los 80 y 90. Él mismo remarcó:

“Yo intenté una ruptura desde la tradición de la gauchesca, considerando como elemento esencial de ésta esa "risa paisana" que le da su sello y que, tal como uno la leía en esas obras, no era simplemente humor, sino que, como la risa de la que estamos hablando, era responder a la distorsión con una distorsión multiplicada: "tanto dolor que hace reír", dice Discépolo.
Ahí estaba la parodia, ahí estaba el grotesco, ahí estaba la caricatura: era la risa del bufón expresando de ese modo la condición humana en situaciones límite. el país convertido en la pista de un circo, con toda una sociedad convertida en nada más que público, espectadora de sus piruetas y cabriolas….” “Planteaba para ese momento una escritura política pero en la que los problemas del estilo y de la política fueran una sola cosa a resolver”.

 

Me detengo un momento
por averiguación de antecedentes 
trato
de solucionar importantísimos 
problemas de estado; 
vena mía poética susúrrame contracto,
planteo, combinación 
y remate.

En vez
tú no tienes voz propia 
ni virtud 
dijo 
y escribes sólo para 
yo quise decirle mentira mentira 
para purificarme…”

……..

 

O bien:

……………………………

“Se lo ve

encogido,
en cuclillas,
de espaldas
a ella,
tomándose entre
sus manos-muñones
la cabeza,
vuelto
hacia adentro,
los ojos reducidos
a una
fruncida rayita,
cuando ella
le advierte
con prontitud:
–no, no,
el que me
embarazó fue
aquel pájaro,
-deseosa
de aclarar
de inmediato
el equívoco,
al tiempo que,
levantando el brazo,
señala hacia
arriba
con su apenas
esbozada mano…”

…………………….

 

Nacido en 1927, luego de abandonar la Universidad trabajó como tejedor, a partir de 1956 Leónidas Lamborghini se dedicó intensamente al periodismo –igual que Giannuzzi- y a la poesía, por la cual recibió el rápido reconocimiento de escritores como Marechal, Juan L.Ortiz y Girondo. Se exilió en México con su familia entre 1977 y 1990, año en el que regresó a la Argentina. Su obra poética, una de las más originales y revulsivas de la literatura actual en lengua española, incluye títulos como Al público (1957), El solicitante descolocado (1971), Episodios (1980) y Odiseo confinado (Premio Boris Vian 1992). El conjunto de su obra recibió el Premio Leopoldo Marechal, en 1991.

Otra figura emergente recobrada en nuestros días,  que aunque surgida en la búsqueda mística y  precolombina que también tiñó a los 60, se destaca del pelotón: Miguel Ángel Bustos (“desaparecido” por la última dictadura militar) incorporó a sus poemas, en Fragmentos fantásticos (1965) y Visiones de los hijos del mal (1967), el misticismo y la magia, aunque de una manera que le debía poco al surrealismo europeo.

 

I.


Afuera oigo la lluvia, adentro siento la lluvia. Mi cuerpo de barro se deshace.

[de Visión de los hijos del mal,1967.]


Monte silencio del Verbo

 

‘… Ah, día de los días, patria salvaje, inocente eternidad. Cielo de quietud, bello abismo: mañana del Verbo. Fui en aquel sin tiempo, un perpetuo amanecer y pasé la celeste muralla; región de banderas y soles llevados por dioses; crucé su puente en llamas , encarnación de las niñas, dejé la mañana y entré en la Noche del Verbo’.

[de El Himalaya o la moral de los pájaros, 1970.]

 

El surrealismo, en cambio, es claramente perceptible en la obra de Alejandra Pizarnik, a caballo entre los ’50 y los ’60. Como sucede con Gelman y González Tuñón, la poesía de Pizarnik sería difícilmente concebible sin la precedencia del Poesía Buenos Aires. O sin la cercanía con cierta línea estetizante y despolitizada de Sur, revista con la que solía colaborar. Según señaló lúcidamente César Aira en un su libro monográfico sobre la poeta, Pizarnik "vivió y leyó y escribió en la estela del surrealismo". Sin embargo, los poemas tan breves como intensos de Pizarnik –recogidos en Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1971)– tuercen los postulados surrealistas. Observa Aira: "Pizarnik invierte el procedimiento surrealista poniendo la evaluación, el ‘Yo crítico’, al mando de la escritura automática.”

 

Por su parte, nacida en 1937, Susana Thénon (Edad sin tregua, 1958, Corazón de piel afuera, 1959) publicó De lugares extraños en 1967. ese libro constituye, desde su nombre mismo, un emblema de lo mejor que pasó en la poesía argentina de los sesenta: la audacia y la libertad de hacer que lo conocido se tornara extraño.

 

Sueño quebrado

 

Sueño quebrado
levántate y anda
Marcha de mi frente
abre mi tierra.
Levanta
ruda muralla de niños
al dólar de fuego y zarpa de balas.
Vuelve
joven enamorado del agua
al mordido corazón rebelde,
abraza y besa prieto hasta la llama
pedernal de lágrimas,
mi corazón
clavado a pico de sangre
en las vigilias desnudas de mi cuerpo.

 

[de Corazón de piel afuera, 1956.]

 

--------------------------

“…El vacío tiende al vacío y así llaman amor
a la atracción ciega de lo igual por lo igual
sin comprender que es muerte,
nada más que muerte y despojo.
Y en tanto que en la sangre, en sus cisternas,
algo se ha liberado de los hilos
y libre se desliza a la nada,
otros cierran puertas, corren pasadores,
rebuscan en sus sueños
hasta encontrar desnuda a la locura,
sospechan del ave y de los ojos de los ratones,

muerden libros como cuerpos, a tambor,
a campana batiente, para mejor dormir / entre algodones sucios y pajaritas.

(De lugares extraños, 1967) 

 

 

Por último, en esta rápida reseña de figuras de la poesía que adquirieron especial relieve en los años ’60 –aun cuando hubieran surgido a la consideración poética en años anteriores- hay que mencionar a César Fernández Moreno, uno de los hijos (y el más destacado en el campo literario-intelectual) del muy recordado Baldomero Fernández Moreno.

Nacido en Buenos Aires en 1919 y muerto en París en 1985, el primer libro de CFM, Gallo ciego (1940), contó con un famoso prólogo en verso de su padre, B. Fernández Moreno. A esta época también corresponden Romance de Valle Verde (1941), La mano y el seno (1941), El alegre ciprés (1941), La palma de la mano (1941).

 

Sin embargo, en 1953, con la publicación de Veinte años después, va a dar un giro sustancial, dirigido a un nuevo tipo de poesía, menos preocupada por el brillo formal y abierta a lo que en aquellos años se conoció como poesía conversacional. Esta tendencia tuvo en el mismo Fernández Moreno y en el nicaragüense Ernesto Cardenal a dos grandes exponentes, entre otros. En el caso del autor argentino, alcanzó su cumbre expresiva en el año 1963 con la publicación de Argentino hasta la muerte. En 1982, Fernández Moreno publicó Sentimientos completos, que reunía el conjunto de su obra poética hasta esa fecha.

 

Un ejemplo de la propuesta poética de César Fernández Moreno:

(De Las palabras, 1963):

 

enormes escalinatas rampas rampantes

pero se sube por el pastito

aquí las vacunas nunca prenden

los timbres de alarma sólo suenan cuando se descomponen

entonces de todos modos nadie se alarma

la policía solo descubre a los terroristas cuando se les caen las bombas

los teléfonos se cortan solos ni las malas noticias pueden recibirse de un tirón

cuando alguien lleva un libro en la mano es su autor

cuando no es una caja de ravioles

y de pronto salta Macedonio Fernandez zapateando un malambo con Pascualito Perez

pero no me hable de la literatura argentina ni del atletismo nacional

no crean en lo general en el general

crean en lo particular en el particular

crean en algunas firmas no crean en ningún sello aclaratorio

la realidad tiene más de veinticinco renglones por foja

de qué sirve un papel bajo la lluvia

y bueno soy argentino

 

Otro tramo de lo que consideramos su aporte definitivo a la poesía argentina y latinoamericana, y por lo cual sin duda será recordado:

 

 “…tienen cuerpo las palabras tocan y son tocadas

son caramelos se las puede lamer chupar mamar

hierven como peces en un estanque tropical

tienen tantas formas como las valvas según las rocas a que se adhieran

pero importa mucho más lo que contiene su nacarado seno

la vida deliciosa frágil del ser que las habita

son transparentes para que resplandezca su contenido

son crisálidas clavos ardiendo

granadas que revientan en la mano si no se arrojan a tiempo

sólo viven para morir

son pilotos suicidas

perecen al tocar su objetivo

…..

todo es todo la verdad radica en soplos

la poesía la dice no hay otra ciencia exacta

la dice en cierto modo con ciertas palabras

confunde esas palabras las calienta para impedir que la vida

         se entumezca en ellas

hace converger la vida en las palabras

bosques vecinos uniendo sus incendios

el poeta nace se hace se deshace

se rehace renace

es el inspector más general

un contemplativo sin contemplaciones

todas las cosas le interesan por igual pero a algunas les presta

         demasiada atención

a otras demasiado poca

es un científico cuya mente funciona sin datos

es un deslenguado

es una cruza de perro y dactilógrafo

para ser poeta basta con saber oler y escribir…”

………………

“ustedes qué harían si vieran descender un plato volador

correrían a contárselo a todos

cualquier cosa que ve el poeta le parece un plato volador…”

“…aunque los dedos se le agarroten o se le derritan

a la madrugada levantándose o acostándose

con el deseo con el hartazgo

él estaba escribiendo

se quedó ciego y siguió escribiendo

el poema es el arma perfecta

complejo aceitado compacto

todo poeta vive como un pistolero

con el corazón en la boca.”

 

(De Argentino hasta la muerte, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1963)

 

Hasta aquí, esta reseña sin pretensiones de exhaustividad y sí de constituir un apunte para rescatar, de los ’60 argentinos (sobre todo, de su vertiente más urbana y porteña, no se pretende trazar un mapa poético del país) algunos nombres que marcaron con fuerza el terreno poético aunque, paradójicamente o no, varios de ellos hayan sido en más de un sentido excéntricos al lapso generacional considerado. *

 

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publicado por islanegra a las 06:59 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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