por Galel Cárdenas
Posiblemente nuestro país haya descubierto que la
vida, la dignidad y la lucha por una sociedad equitativa y justa, constituyen
un valor sublime de la más alta consideración ética, a partir del 28 de junio
de 2009.
El golpe de Estado abrió la caja de pandora y todos los males salieron de ella como una
cascada huracanada de represión, persecución, muerte y con ello, un torrentes
de injusticia que se impuso a sangre y fuego contra una sociedad que poseía la
esperanza de solucionar sus problemas graves mediante la consulta popular que respondiera si
necesitaba, realmente, re escribir su Constitución política con el ánimo de que
viviésemos una vida plena de participaciones ciudadanas y de profundización de
las conquistas sociales que el Estado beneficiario liberal había aprobado para
la ciudadanía en general, obreros, campesinos, profesionales universitarios,
amas de casa, en fin, para una población que apetecía de más atención estatal
para promover su dignidad social.
Pero, el imperio y las fuerzas oscuras de la élite fáctica y mediática, junto a sus
partidos nefastos y los militares represores, unieron todas sus fuerzas, e
inmediatamente asestaron el golpe de Estado para implantar en toda su dimensión
social la dictadura del neoliberalismo,
que es precisamente la medida de la política internacional imperialista que se
ha impuesto en todos los continentes en donde ha podido ejercer su injerencia brutal y feroz.
Honduras, transitaba un tiempo de paz, de relativa seguridad, de esperanza y de
convivencia social, y sobre todo, vivía un tiempo de tolerancia política,
ideológica y social, con lo poco que poseía en sus bolsillos, siempre esperando
que su Estado y el gobierno desprendido de él, pensara en esa mayoría de
pobreza, sin que fuerzas oscuras arrebataran sus vidas, su territorio, su
salud, su educación, su seguridad ciudadana.
Entonces de un tajo se borró una mañana del 28 de junio de 2009, toda aquella relativa
calma social, política e ideológica. Se abrieron las compuertas y con ello
todas las fuerzas malignas del crimen, que aunado a la gobernanza oficial,
constituyeron de inmediato un verdadero aquelarre, que promovió con toda la
fuerza posible el odio, el asesinato, el secuestro, la extorsión, el
descuartizamiento, la persecución, el desempleo, la compraventa del territorio soberano,
en fin todos los males demóticos posibles, con los cuales, entonces,
usándolo como valor esencial de gobierno,
erigió una cúpula deshumanizada que aupada por el imperio, ha seguido al
pie de la letra todos los lineamientos políticos para despojar a la nación de un
estado independiente, libre, justo y equitativo.
Así que, cada vez más la represión no sólo
constituyó una línea gubernamental de despojo, si no que, junto con el crimen
organizado, se dieron a la tarea de arrinconar al pueblo hondureño, como dos
fuerzas que —dejando en el centro a la ciudadanía— la apretaron hasta dejarla
inerme, indefensa, y aplastada.
De este modo el crimen estatal y privado, se adueñaron de Honduras, hasta llevarnos a
un estadio de despojo total, que cobra vidas diariamente, como si ellos, dioses
del mal, fuesen los propietarios del aliento vital de cada hondureño honrado,
honesto y esperanzador.
Ahora, los índices de violencia del observatorio universitario, indica que en este año,
del 1 de enero al 8 de noviembre, se produjeron 4.889 homicidios y
que entre 17 y 20 muertes diarias son las que ocurren en el país.
La muerte entonces como expresamos en el artículo Honduras: ¿otra Ayotzinapa?, sigue una
ruta de luto de las familias hondureñas que sufren la incidencia de la mortandad
a que son sometidas. Y decíamos allá: “y
si no veamos las cifras espeluznantes que surgen en la masacre cotidiana de
nuestros ciudadanos: 4000 asesinatos de enero a agosto del presente año, 3000
huérfanos de familia a raíz de los crímenes contra los conductores de buses y
taxis, en todo el período hasta el mes de agosto se han registrado 67 masacres,
en Honduras ha habido mes en que se han asesinado más de 500 personas.
La colusión entre autoridades locales y organizaciones criminales poco a poco se van consolidando.”
Honduras se desangra, sus ciudadanos sin saberlo
están apuntados ya en una lista de los posibles muertos que establecen un
número de 20 ejecutados diarios.
El luto, sin embargo, no solo se produce por el asesinato continuo, sistemático cotidiano
y físico, sino porque se han asesinado todas las posibilidades democráticas y
participativas del pueblo. Así se han ido ejecutando con la más reprobable
deshumanización, todas aquellas medidas sociales que sostenían la mano de obra
del país, en el cual se ha apuñalado con alevosía el código del trabajo, cuya
sola figura parece ser una ley despojada de su contenido y forma, como una
norma obsoleta, se ha precarizado la salud, y los hospitales se han saqueado de
la manera más oprobiosa que recuerde el hondureño común, la educación se ha
reprimido de manera insidiosa, los campesinos han sido asesinados en el
occidente y norte del país, los obreros ganan menos que hace cinco años, la
moneda se devaluó ostensiblemente, el empleo se desnaturalizó hasta conducirlo
a una oferta insultante e indigna.
Se instaló una dictadura neoliberal que lleva una consigna imperial que se emplea en todas
las regiones del mundo, “haremos lo que tengamos que hacer”.
El luto en Honduras es un luto integral por tanto asesinato social, físico, institucional,
moral, político, y humano.
Nos han despojado de la calidad humana, somos unos simples seres sin volición que se
nos lleva al matadero diario como reses de una carnicería global.
El color negro nos cobija y nos impele a vivir en la más absoluta indefensión descarnada
y brutal. Sufrimos la bestialidad feroz de los dueños de nuestras vidas y
nuestros bienes materiales y espirituales.
El luto sólo es un símbolo de protesta que sirve para llamar la atención internacional, por que en Honduras,
los propietarios de la nación siguen intactamente gobernando este coto de caza
y despojo en que han convertido el territorio nacional.