LA
LECTURA EN AMÉRICA LATINA
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La
lectura surge de dos proyectos contradictorios: el de reducir el universo a
signos finitos, el de abarcar con ellos el infinito. El universo de
América ¿quién podrá leerlo? La historia oficial miente que nuestra
lectura comienza cuando los expedicionarios de Colón introducen algún
misal destartalado. De hecho, los pueblos que han llegado a Américan desde
40.000 años antes inscriben sus pensamientos en piedra, los cuecen en
cerámica, los funden en oro, los atan en quipus, los inscriben en
códices. Hay allí mil escrituras ante las cuales somos analfabetos. Se
descifraron los jeroglíficos egipcios ¿Quién hará hablar nuestros silencios?
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A
instancias del Papa y de Nebrija, Isabel la Católica reserva su Nuevo Mundo
para el idioma castellano y la Biblia como instrumentos de imperio. Pero
los libros del conquistador son las novelas de caballería. Las
promotoras ideológicas del genocidio americano son sagas delirantes haítas de
hecatombes, prodigios y quimeras. Comprensiblemente, cuando los cronistas
–algunos de los cuales, como López de Gomara, jamás han pisado América-
describen la intrusión europea, la contaminan de milagros, monstruos y hazañas
descomunales. Es necesario que otra escritura, la de quienes nacen o a la
postre mueren en América –el Inca Garcilaso, el soldado del común Bernal Díaz
de Castillo- conquisten un verismo literario que resultará a la postre más
maravilloso que el delirio.
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La letra, con sangre entra, pero ni siquiera los
océanos sangrientos derramados en América facilitan la introducción del
alfabeto. Así como controlan rigurosamente la migración al Nuevo Mundo, Corona
e Iglesia regulan con mayor rigor todavía el ingreso de la lectura. Sólo pueden
entrar libros no vetados en el Índice. La primera imprenta se instala en
ciudad de México en 1539, a instancias del obispo fray Juan de Zumárraga y
bajo patrocinio del virrey don Antonio de Mendoza, pero imprime
esencialmente documentos oficiales y obras evangelizantes. En
cuanto a las letras que germinan en América, se vigila el surco para que de él
no brote la maleza del pensamiento independiente. En todo
el Nuevo Mundo se impone la prohibición
expresa de redactar obras narrativas de ficción. La primera novela
escrita en América, El
periquillo Sarniento de José
Joaquín Fernández de Lizardi, apenas se publica en 1817, en plena guerra de
Independencia. Se permite la circulación de tratados, esencialmente religiosos.
Las autoridades están en perpetua alarma contra la introducción de obras
heterodoxas por los piratas. Se alerta especialmente contra el contrabando de
biblias luteranas. Se tolera escribir poesía, pero gran parte de la que se
pergeña es asimismo religiosa. A pesar de estas restricciones, todavía se
puede crear una obra de la extensión, la variedad y el vigor de la de Sor Juana
Inés de la Cruz. A la postre, a ésta se la recluye y se le prohíbe la
escritura.
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Si la Gramática de Nebrija es instrumento de Imperio,
la administración de las letras es monopolio del poder. Religiosos, barberos y
preceptores individuales las dosifican en principio para la casta dominante de
los blancos. La enseñanza de las profesiones liberales depende de la
Universidad desde que en 1538 se funda la de Santo
Domingo, la primera, o “primada” de 32 que el sistema colonial instituirá en
América Latina, de las cuales la última será la de León de Nicaragua, decretada
por las Cortes de Cádiz el 10 de enero de 1812. Como la de Caracas, creada en
1721 a partir de un colegio religioso, en su mayoría son reales y pontificias,
vale decir, bajo doble tutela de la Corona y la religión. Son
medievalizantes, teologizantes, aristotélicas, tomísticas, contrivium. quadrivium, lección
magistral en latín y acceso discriminatorio reservado a los varones
“notoriamente blancos”, sin tacha de ascendientes hebreos o moriscos. Algún
pedagogo heterodoxo, como Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, propone
inútilmente ante la Real Audiencia que “todas las clases del Estado son
acreedoras a la pública educación en las primeras letras”. Al poco tiempo debe
exiliarse. Con él se destierran la originalidad y el libre pensamiento, que
sólo regresarán armados con la Independencia.