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02 de Noviembre, 2011 · General

El Vuelo del Dragón y la obra de Manuel Martínez Maldonado

 

En las letras, desde Puerto Rico

por Carlos Esteban Cana

 

Ahora que recién publico la edición de En las letras, desde Puerto Rico dedicada a Olga Nolla recuerdo que la última vez que la escuché fue en el Ateneo Puertorriqueño. En esa ocasión la poeta compartía auditorio con Angela López Borrero (a quien conocí en el grupo Puertas) y con Manuel Martínez Maldonado. Si no me equivoco, Martínez Maldonado conversó esa noche acerca de su novela Isla Verde.

 

Después supe de Manuel cuando se le nombró Presidente de la Junta de Directores del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Y con el tiempo jamás imaginé que trabajaríamos juntos en la directiva del Pen Club de Puerto Rico, una integrada por Juan Antonio Rodríguez Pagán (QEPD), Mario Antonio Rosa, Ana María Fuster, Carlos Roberto Gómez, Martínez Maldonado y este servidor. Indudablemente, con uno u otro de los miembros de esa junta, antes y después, he tenido una relación estrecha. Pero en lo que se refiere a ese año y a ese grupo rector del Pen Club, fue Martínez Maldonado quien demostró más solidaridad y respeto hacia mi persona y mis iniciativas.

Fue Manuel Martínez Maldonado el principal arquitecto de la visita de dos personalidades de la cultura contemporánea española. Hablo de Luis Antonio de Villena, poeta de referencia generacional en la Península Ibérica, y que ha marcado toda una época dentro la poesía española de las últimas décadas del siglo XX, y Francisco Brines, poeta con una vasta obra de corte ontológico que gravita en torno al misterio de la muerte. Publicado por prestigiosas editoriales como Ediciones Cátedra, Brines recientemente fue galardonado con el Premio Reina de Sofía de Poesía Iberoamericana. Los eventos que se realizaron en torno a la visita de estos escritores, eventos que se efectuaron en diferentes partes de Puerto Rico -actividades en las que participaron algunos de los poetas nacionales más importantes- fueron los acontecimientos que mejor representan esa época del Pen Club de Puerto Rico (el otro podría ser el premio por toda una obra que se le otorgó en vida a la poeta Laura Gallego). Y como dije al inicio de este párrafo, fue Manuel Martínez Maldonado el responsable principal de la visita de Villena y de Brines a suelo boricua.

 

Después de esa época Manuel Martínez Maldonado viajó a los Estados Unidos para desempeñarse en labores ejecutivas en el campo de la investigación médica en la Universidad de Louisville. Reconocimiento que se le otorga a personalidades con una brillante trayectoria. Yo desconocía que Manuel Martínez Maldonado era un prestigioso nefrólogo con valiosos descubrimientos en su especialidad y colaborador consecuente en importantes publicaciones periódicas de la medicina. Tampoco sabía que fue crítico cinematográfico aunque alguna vez, cuando yo trabajaba en el Canal 6, pude verle en el estudio televisivo cuando se grababa un episodio del programa En cinta que conducía Rubén Ríos Ávila. 

 

He recibido siempre de Martínez Maldonado una cordial y genuina solidaridad. Recuerdo que entre los pocos comentarios que merecieron las primeras ediciones de este boletín cibernético (que ya hoy se reproduce en diferentes partes del planeta) siempre destacaron las palabras amables y entusiastas de Manuel. Hoy, por todo lo anterior, y con motivo de la publicación de su nueva novela, El Vuelo del Dragón, bajo el sello de Terranova Editores, En las letras, desde  Puerto Rico conversa con el amigo y escritor Manuel Martínez Maldonado. ¡Mucha salud para ti, Manuel! Mis respetos, siempre.


CEC: ¿Por qué un poeta como Tú se lanza nuevamente a la narrativa?

 

MMM: Mis poemas han sido en su mayoría experienciales, anécdotas de mi vida disfrazadas con la ficción que se elabora para hacer literatura. Aunque sobran los antecedentes en la poesía de todos los tiempos y de muchas lenguas, el poema épico se practica poco hoy día, y las historias que quería contar en El Vuelo del Dragón no son amenas a ninguna otra forma que no sea la novela. El amor se presta mejor para un poemario como lo es Novela de Mediodía (Cultural 2003, Verbum 2004), que cuenta una historia sin que se pierda la individualidad de cada poema. Por supuesto, escribí Isla Verde o el Chevy Azul (Verbum 1998), otro libro que, como esta nueva novela, fue de larga gestación. Aquella experiencia, me preparó para escribir este libro. Mi educación como científico e investigador médico me brindó los métodos  investigativos para el estudio del trasfondo histórico y político de la época en que se desarrolla la trama de El Vuelo. También influyó, para que ahora cuente historias largas, el querer que mi poesía esté más cerca de la “poesía pura” de Juan Ramón y dejar la “protesta” (toda novela es “una protesta”) para lo novelístico.    

 

CEC: ¿Cómo contrastas el proceso de redacción de la novela con la creación de tus libros de poemas?

 

MMM: Yo escribió los esqueletos de mis poemas a mano en libretas; en las libretitas promocionales que me dan en reuniones científicas, si la discusión de las conferencias me aburre; en la página en blanco de un libro que me ha dado una idea; en servilletas; en el plano de un museo; en el programa de una obra de teatro o de un concierto o una ópera; en mi Moleskin; hoy día, a veces en mi iPhone; etc. Me aseguro de guardarlos, pero los abandono por un tiempo y regreso a ellos a ponerles sangre y músculo, y, mucho más tarde, y más importante, a ponerles piel. Me refiero a ese proceso no siempre exitoso de buscar la palabra precisa y tratar de eliminar las superfluas.

La escritura de mis novelas ha sido más premeditada. La generación de notas ha sido más formal y estructurada. He construido bosquejos de la trama, he escrito guías y descripciones de los personajes, he construido árboles genealógicos y trascendencias familiares, y eso lo he ido enmarcando en la época, en la historia, con la intención de que el lector llegue al punto que comience a cuestionarse qué es verídico y qué es ficción. Además, por el hecho de que hay un trasfondo político importante en El Vuelo del Dragón, que presenta tanto las pasiones ideológicas que permearon con su combustible la llamarada de la guerra civil española, como las que incendiaron al Puerto Rico de la época de Winship, la persecución de los nacionalistas, y la creación del Partido Popular, he tratado de permanecer lo menos abanderizado posible. He querido dejar que sean los personajes los que armonicen con sus acciones y sus pensamientos sus creencias ideológicas y que le den ellos cuerpo a la trama.

Como te imaginas, ha habido mil correcciones y revisiones; muchos amigos han hecho sugerencias, lectores profesionales (correctores de prueba) y lectores apiadados han probado el guiso y han sugerido condimentos o encontrado ratas husmeando en algunas esquinas. Es un texto extenso e intenso, y, difícil. No por el lenguaje en sí, que me parece muy asequible, sino por sus complejidades narrativas y la ambigüedad ideológica que afecta a algunos de los personajes. Ha sido un proceso arduo, pero apasionante.     

      

CEC: Para beneficio de los lectores de este boletín ¿de qué se trata El Vuelo del Dragón?

 

MMM: Tal vez sepas que el modelo de avión que llevó a Franco desde las Canarias a Marruecos para comenzar la guerra civil española se le conocía como Dragon Rapide. De ahí el título de la novela y que el avión sea un leitmotiv en ella. Dos hombres que son cuñados, uno de izquierdas otro de derecha, están involucrados en las intrigas que se han suscitado en Madrid. Uno participa en el asesinato de Calvo Sotelo, el otro –desde el clandestinaje y la quinta columna- es responsable del sabotaje del polvorín de Lista, en el que mueren numerosos inocentes. Dado por muerto en el asalto al Cuartel de la Montaña por su familia, el derechista, conocido por su alias “Banderilla”, es perseguido por la policía militar. La pesquisa la encabeza su cuñado sin saber la identidad del saboteador. Por razones imperiosas, los principales huyen a Puerto Rico donde se involucran en la política de la isla antes y durante la militarización que en ella ocurrió en los años precedentes a la segunda guerra mundial. Aquí se codean con los gobernadores Winship y Leahy; y las masacres de Río Piedras y Ponce. Las acciones de Hitler y Franco, influyen en sus acciones. Una vorágine de intrigas, espionaje y muertes los sigue por el Caribe y los lleva a Cuba y a la Francia de Vichy durante la ocupación alemana, mientras sus vidas van uniéndose cada vez más con consecuencias sorprendentes

 

CEC: ¿Cuáles son tus influencias como escritor? ¿Desde cuando comenzaste a escribir?

 

MMM: Siempre he sido un lector empedernido. Comencé a leer cuando tenía cuatro años y lo primero que recuerdo haber leído es una serie de libros de cuentos de hadas (creo que venían de España) y el Billiken (una extraordinaria revista Argentina para niños, que aún circula). Los cuentos de hadas (letra grande; oraciones simples) eran orientales, nórdicos y germanos, y estaban ilustrados. Por motivo de esas lecturas y porque en diciembre de 1941 comenzó la guerra mundial contra Alemania y los japoneses, a los cinco años escribí un cuento de cuatro o cinco oraciones (que desafortunadamente se me ha perdido en una de mis mudanzas) sobre un vecino de Yauco en su primera misión como piloto. Era muy escueto y decía (según recuerdo) exactamente lo que había sucedido. Algo así como: Fulano, que vive a tantas casas de la mía y es el hermano de mi amiguita fulana, se fue de piloto, y los alemanes (pueden haber sido los japoneses, ya no recuerdo) tumbaron su P-39 (me aprendí los modelos de los aviones de la guerra y los podía dibujar; hoy recuerdo sólo algunos) y murió. Recuerdo que a sister María Caridad, mi maestra de primer grado, le pareció muy lúgubre.

Pero pasaron muchos años antes de que volviera a escribir algo que no fuera para la escuela. Leía las asignaciones y aprendía poemas de memoria (Rubén Darío, Llorens, Espronceda, Núñez de Arce) y cuando llegué a sexto grado descubrí las Leyendas de Coll y Toste y otras cosas que me daban a leer mi madre y mi abuela. Pero mi primera influencia, algo que hizo decirme “voy a escribir algo así” fue la Llamarada. Ya estaba en octavo grado y leía una lista ecléctica de material variado: La Sombra, Doc Savage, Perry Mason, Ellery Queen, Agatha Christie, comics, novelas “pornográficas”, que eran traídas de contrabando al vecindario por los chicos mayores de diecisiete, tales como La Piel de Curzio Malaparte y La Coquito de Joaquín Belda. Éstas las leía de prisa para llegar rápido a los pasajes salaces. Pero no tardó mucho para que cayeran en mis manos Azorín, Pérez Galdós, Hemingway, Fitzgerald, John O’Hara, que considero uno de los grandes cuentistas del pasado siglo, y, especialmente, J.D. Salinger, que me condujo a comenzar a escribir Isla Verde  (El Chevy Azul), que al principio se llamaba Anoche en San Juan, en 1961, y cuya influencia asoma en el libro de cuando en cuando. Cada uno de estos autores influyó en mí de forma distinta: Azorín por la belleza de sus descripciones, Galdós porque fue mi primer encuentro con la mezcla de historia y ficción en la literatura (no leí hasta después a Walter Scott y a Dumas), Hemingway por su precisión y la ausencia de sentimentalismo en su escritura; Fitzgerald por su estilo y su prosa conmovedora; y Salinger por su comicidad tan triste y real, y su conocimiento de las perturbaciones emocionales de un adolescente. Después, Cervantes, quien me alegro haber leído después de haber cumplido los treinta, Borges, Graham Green, Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes, DeLillo, William Kennedy, y, recientemente, Aira, Piglia y Bolaño.             


CEC: ¿Por qué escribir? ¿Tienes alguna poética?
¿Un ars poético?

 

MMM: No creo en tendencias del momento ni en “movimientos”. Creo en el deber del artista con su entorno y la sociedad, pero también creo que, a menos que no tenga grandes talentos y sea muy valiente, se debe de concentrar en expresar sus ideas a través de su arte. Mi “ars poética”, si así se puede llamar, es que puedo ser tierno o devastador, y que digo lo que tengo que decir y no me amedrento ante la opinión de muchos o de pocos. He decidido que escribir es una catarsis emocionante y cautivante. Entiende, por favor, que hago estos comentarios desde la perspectiva de un novelista que comienza su carrera, que es cómo me veo. Pero escribir es lo que haré ahora hasta que me muera.

 

CEC: Manuel, tú eres un escritor que se ha codeado con diversos escritores, algunos de la talla de Francisco Brines y Luis Antonio de Villena, quienes visitaron el País gracias a ti… Puedes hablarnos de eso…

 

MMM: Mis viajes como conferencista médico y presentador de mis investigaciones me han traído en contacto con mucha gente en muchos sitios. Pero le debo parte de mis amistades literarias a mi buen amigo Carlos Prieto (hay varios Carlos Prieto, todos familia y famosos, que incluyen un chelista, y un director de orquesta, que estuvo aquí en el Festival Casals, de 2006, si recuerdo bien) un nefrólogo español dedicado a los trasplantes renales, que no sólo es un gran aficionado a la música clásica (como sus primos), sino que es primo carnal de Carlos Bousoño. Con Prieto y su mujer fuimos mi mujer y yo a conocer a Vicente Aleixandre, en Madrid. Allí estaba Bousoño que durante treinta o más años visitó al Nobel casi todos los días. Don Vicente, que hacía poco había recibido el Nobel, fue un anfitrión generoso y de una dulzura indescriptible. Ambos leyeron mis poemas y me alentaron a que publicara; muchos están en La Voz Sostenida 1984. Don Vincente me regaló unos libros autografiados que siempre me acompañan. Mi amistad con Juan Ramón Jiménez fue motivo de conversación porque éste me había sugerido que me fuera a estudiar literatura a Madrid y que me daría una carta de presentación para Aleixandre. ¿Qué hubiera sucedido de haber pasado eso? Nunca se sabrá y, en realidad, nunca lo consideré.

 

De todos modos, la próxima vez que fui a Madrid Carlos Prieto me dijo que estábamos invitados a comer (almorzar) a casa de Bousoño, en las afueras de Madrid, y allí conocí a Paco Brines y a Luis Antonio de Villena. Nos hicimos amigos rápidamente y he seguido viéndolos cuando vistamos Madrid. En otra tarde memorable en casa de Bousoño, también conocimos al gran Claudio Rodríguez, un hombre de una sencillez asombrosa y un poeta del parnaso de la poesía moderna en español. Bousoño, Brines y de Villena vinieron a Puerto Rico dos veces, incluyendo, en el caso de los dos últimos, la vez que mencionas. El estupendo poeta Ángel González había sido compañero de escuela (en el mismo grado, según recuerdo) de Bousoño, y con esa introducción me carteé con González, a quien invité a San Juan y pasamos una semana deliciosa leyendo poesía y tomando Don Q y Barrilito. De paso, Bousoño, González y Rodríguez, han sido galardonados con el Asturias de Letras.  

 

Gracias a mi especialidad, también conocí a Jorge Guillen, quien al final de su vida sufría del riñón, pues fui a verlo con su nefrólogo (amigo mío) en su casa en Málaga. También he conocido a Antonio Colinas en Salamanca y, poco, a Luis García Montero, en Madrid.

 

Lo más importante de esas relaciones ha sido que todos (excepto García Montero; no tenía ningún poema conmigo en lo que fue un encuentro fortuito) leyeron mis poemas con entusiasmo. Me hicieron algunas críticas, pero también hicieron elogios de mi poesía. Los poetas tienen pocos lectores. Saber que uno cuenta entre ellos a poetas como estos es un gran premio para un chico de Yauco, Puerto Rico, que envejece.


CEC: ¿Tienes algún ritual en particular a la hora de acercarte a la página en blanco?

 

MMM: Trato de escribir todos los días, aunque sea una oración. Si no me sale lo que de primera intención era mi meta, me mudo de la novela a un poema, o viceversa. O me voy a algo ya escrito, y lo corrijo.

 

CEC: ¿Qué libros son importantes en tu biblioteca?

 

MMM: Tengo los libros dedicados por excelentes escritores que he conocido personalmente sobre mi escritorio. Además, vuelvo a ellos constantemente, particularmente en el caso de la poesía. No pasan muchos días en que no lea por lo menos una línea de Juan Ramón. Claro, están mis diccionarios y las gramáticas, que me desesperan.  


CEC: ¿Te ocupa en estos momentos alguna nueva creación?

 

MMM: Tengo 73 años y soy paciente de cáncer: voy de prisa, pero con cautela. Me retiré hace año y medio y completé otra novela y he escrito otras dos, además de El Vuelo. Sólo te quiero dar noticias sobre una de ellas que me ha tomado más de 15 años escribir y que trata del caso infame del Dr. Cornelius Rhoads, médico que declaró haber asesinado 8 pacientes y de haberles inyectado células cancerosas a otros 8 pacientes, cuando practicó en el hospital Presbiterano del Condado en 1931. Estoy en proceso de revisarla y trataré de publicarla lo antes posible. Trataré de que no compita con El Vuelo. Por ahora lleva el título La Muerte se Viste de Blanco y es un “thriller” que también incursiona en el tema del mal uso de sujetos humanos para la experimentación médica. También necesitó una gran investigación histórica y la dedicación de muchas, muchas horas de lectura y estudio. Pienso que junto al Chevy Azul, El Vuelo y La Muerte, forman una especie de trilogía puertorriqueña que cubre desde los años 30 hasta los 60. Las otras dos novelas, que están básicamente terminadas, son de mi total invención. Ya hablaremos de ellas a su debido tiempo.

  

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publicado por islanegra a las 13:36 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
31 de Octubre, 2011 · General

En las letras, desde Puerto Rico:

                                                 Por la ruta creativa de Madeline Millán

 

por Carlos Esteban Cana

 

 

Hay momentos singulares en tu vida que la memoria registra de manera permanente entre las neuronas… y en aquella época sobrevivías como cartero por las calles de Santurce durante aquella semana de bipolaridad climática con vientos traviesos, nubarrones oscuros cargados de lluvia y el incisivo calor inmediato del sol. Había que sobrevivir a toda costa pero era complejo terminar el turno para redactar páginas interminables de tesis y estudiar trasnochada para el examen de grado, con la inminente presencia de síntomas agudos de una pulmonía que transparentaba en lágrimas todo tu dolor acumulado…

 

Yo he tenido periodos que aunque hubiera querido escribir no podía, te repites… Algunos escritores tienen que ganarse el pan duramente, continúas… Escribir es siempre una lucha contra todo. Todo sirve, rezas como mantra… Haber trabajado en el correo, los chistes que hacía mi familia. Todo está integrado, porque no hay vivencias más importantes que otras.

 

Quien va en contra de su propia naturaleza impone cargas intolerables al cuerpo, que espera pacientemente su momento para pasar factura y fractura del proceso. Recordar que una vez transitaste la muerte en vida, que fuiste zombi y te sentías drogada permanentemente porque intentaste dejar de escribir, te despierta del letargo. Amputada como estabas por el tren desbocado de la existencia. Cargada y cansada de interminables deberes, casi llegas a la locura. Pero detuviste aquel asesinato del alma a tiempo y aunque el dolor era inmenso lograste, lentamente, iniciar movimientos en los dedos…

***

Conocí a Madeline Millán en la azotea de un edificio de El Viejo San Juan. Ya había presentado su libro De toros y estrellas, publicado bajo el sello Terranova Editores, en la librería Borders, y era precisamente ese libro lo que me había llevado hacia ella. Con un techo tachonado de estrellas, cerca del mismo lugar donde Pedro Salinas contempló su contemplado, que por nosotros tener la noche encima no podíamos contemplar, Madeline y yo comenzamos a conversar por primera vez.

 

MM: “De toros y estrellas tiene partes de un libro que yo escribí, que se llamaba originalmente Nanas por la ciudad letrada. Sucede que mi hija nació en Alphabeth City, en Manhattan, que es un barrio muy bohemio, muy boricua, porque todavía hay casitas de madera y en el verano se juega dominó. Y Paola nació en la Avenida B, y yo escribí unos poemas desde un punto de vista de la maternidad no tradicional. Otro libro que está entre los poemas incluidos en De toros y estrellas es Ciudades con puertos, que recoge una época de mi vida en relación a Chile. Yo iba los veranos a Chile porque aunque estaba haciendo investigación en Argentina mi ex era de Chile. Entonces me mantuve mucho por Valparaíso, amé mucho Valparaíso porque tiene unos cementerios divinos. Yo me la pasaba paseando por los cementerios. Ciudades sin puertos lo escribí entre finales de los 80’s y principios de los 90’s. Y de esa experiencia nace también un cuento titulado El día que me quieras. Volviendo a la antología, porque De toros y estrellas es una colección de cuatro o cinco libros muy diferentes, y quizás no se nota esa diferencia entre ellos porque tuve cuidado en confeccionar la selección, aspirando a que funcionara como una unidad. Hay poemas de un libro que se llama La maestra de York que surge cuando sucede lo del 11 de septiembre y enfrenté un periodo de desgarramiento personal en el que mi deseo de mantener control provocó que me encerrara. En ese tiempo lo que quería encontrar eran mis emociones y, sin embargo, lo que  salió fue una serie de poemas fríos porque estaba como amputada, ¿entiendes? Después de todo ese proceso fue que me di cuenta de la magnitud del desgarramiento. Y también hay poemas del primer libro que publiqué que se llama Para no morir por segunda vez. Ese título sale del Libro tibetano de los muertos, porque la idea principal que ocupa las páginas es que uno tiene que entrenarse con los ojos cerrados, en la oscuridad, para poder transitar el camino de la muerte. Ese libro, que salió en los 90’s, lo reseñó Belia Segarra en su momento. De ese libro son los poemas Largo metraje y Michael Jackson.”

 

“Cuando fui a presentar De toros y estrellas en Borders juraba que el evento iba a estar vacío. Yo iba preparada para leer para dos o tres gatos, y esa noche me llevé la sorpresa que asistió gente con la que tuve afectos y contacto hacía 20 años. Me asombró ver que Mario Cancel, a quien yo no conocía, tenía un trabajo escrito como de 8 ó 10 páginas acerca del libro. Entre las sorpresas que esa noche me dio estuvo la de encontrarme a Luis López Nieves, porque  curiosamente yo me acuerdo que cuando conocí a Luis él decía que detestaba la poesía. Y yo le dediqué el libro haciendo referencia a eso, ¿pero tú no me decías que odiabas la poesía? Y fue con su esposa muy solidario a felicitarme. Y aquello estaba lleno. La gente me demostró que este país, dentro de todas las cosas que podamos encontrar, es un país que todavía lee, porque de las personas que estaban habían algunos que se encontraban allí porque leyeron el libro, no porque me conocieran. Ese libro se abrió camino a sí mismo, como lectura, sin conexiones. Recuerdo que estuvo también Yolanda Arroyo. Ella fue allí, me tomaba fotos, estaba bien llena de alegría, pero yo no sabía quién era Yolanda Arroyo. Yo sé que ella me dio un abrazo y me felicitó. Debo mencionar que también fue Etnairis Rivera, a quien en ese momento no conocía. Momento que sirvió para que me invitara a leer en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe junto a ella, que era de la generación del 70 y con una muchacha joven de la generación del 90 llamada Kattia Chico. Fue la primera invitación de peso que recibí para participar con escritores de aquí.”

 

Madeline también me habla de que tuvo que subvencionar ese libro. Que le salió en un billetal, eco de palabras que me remiten a una conversación que tuve con Magaly Quiñones, nuestra Poeta Nacional, en la que me decía que de sus 10 libros publicados en aquel momento, ocho los había pagado ella de propio su bolsillo. Madeline no estaba sola en esa situación, muchos escritores son inquebrantables en cuanto a la fe que tienen a su vocación y obra. Madeline finalizó el párrafo anterior haciendo alusión a esa primera invitación de peso. Sin embargo, silenciosamente, difiero de ella. Ella olvida, momentáneamente, que fue una de las participantes del V Encuentro Internacional de Escritoras que se dio en San Juan, organizado por Mairym Cruz Bernal en el 2003, evento que abrió puertas a otras oportunidades. Pero en el curso de otra de nuestras conversaciones recuerda.

 

MM: “El primer libro Para no morir por segunda vez se presentó aquí en El Encuentro de Mujeres Escritoras que organizó Mairym en El Viejo San Juan. Para la ocasión Belia Segarra escribió una reseña impresionante, y mi libro se da a conocer gracias al tiempo que Belia me dedicó. Y ese evento fue importante porque me volví a encontrar con una serie de mujeres poetas que nos habíamos conocido en los 80’s, como Maribel Sánchez, la propia Belia Segarra, y de ahí fue que salió Poetas sin tregua: compilación de poetas puertorriqueñas de la generación del 80. Tengo que reconocer que esa antología tiene un pequeño desperfecto y es que el libro no tiene número de serie. Faltaría sacar una nueva edición subsanando eso porque es importante el número de serie para la circulación adecuada del mismo. Además Maribel tiene la inquietud de continuar el proyecto porque siempre pregunta acerca de la cantidad de escritoras de la generación del 80 que están regadas por el mundo. Sin lugar a dudas esa antología necesita tener continuidad.”

 

Le digo a Madeline que me hable de gente importante en su trayectoria. Y sin pensarlo menciona el nombre de una escritora que dirigió el Pen Club de Puerto Rico durante los años de 1989 a 1991. Poeta y narradora que reside parte del año en Puerto Rico, parte del año en Nueva York.

 

MM: “Hay otra persona importante que me ha acompañado casi 30 años de mi vida que es María Arrillaga. Ella hizo un taller en los 80’s y luego me la encuentro cuando yo estaba embarazada en una de las calles de Manhattan. Ella me invitó al Pen Club de Nueva York, allá estaba Carmen Valle, Anita Vélez Mitchell, una señora que fue bailarina y que escribe en ambos idiomas. Es curioso porque a veces éramos la única presencia hispana en el Pen de  Nueva York. Y pues María también me metió en ese mundo. En Puerto Rico ella había sido mi profesora de taller en 1981, taller del cual salió una antología. Para ese tiempo ella era profesora de la universidad. En esa antología está Daniel Torres y Edgardo Nieves Mieles. Se sabe que existe y hay que mencionarla como trabajo de reseña histórica.”

 

“Estaba hablando con Vanessa Droz, que en los actos de generosidad más grande que yo he visto en mi vida no ha habido un solo hombre, con muy pocas excepciones y entre ellas tengo que mencionar a Ángel Matos. Ángel Matos fue la persona que durante los 90’s, después que naciera mi hija en el 95, dedicó unas líneas a mi obra en un artículo. En cierta forma yo había sentido, por otro lado, que la generación del 80 me había borrado del mapa. Aún cuando muchos de sus integrantes estudiaron en Stony Brook University, donde yo hacía el doctorado. Incluso, allí hubo publicaciones en las que publiqué con ellos. Había publicado también en Puerto Rico con ellos. Por lo que no me explicaba tanta amnesia. Por eso tengo que señalar que la generosidad siempre me la he encontrado de parte de mujeres, y de hombres muy afeminados en su forma de amar y de querer y de ver el mundo. Ángel Matos me abrió las puertas y me invitó a leer. Me buscó a mi casa y con él caminé y leí en diferentes lugares. Cuando nadie me conocía la generosidad de Ángel me abrió puertas.”

 

“Quisiera recordar quien me dijo que tenía mucha fe en la gente joven que se fue desarrollado durante los 90’s, me dijo que sentía que a diferencia de las antiguas generaciones literarias en Puerto Rico, que se caracterizaban por ser una claque cerrada, elitista, incluso mezquina en cuanto a ciertas dinámicas de exclusión, ésta, por el contrario, no parece padecer del síndrome de mi generación ni de las anteriores. O sea la generación que vino después de mí, a la que pertenece Ángel Matos, Kattia Chico y otra gente se ha caracterizado por ser más generosa, más libre y más abiertas. No estoy diciendo que no tienen defecto de otro tipo, pero sí que se han caracterizado por romper una tradición de falta de generosidad cuando por ejemplo leen la obra de otros y comentan cualquier aspecto de tu trabajo, aunque el comentario se trate de una sugerencia crítica. Tuvimos que esperar casi medio siglo, medio siglo en el que apenas hubo apertura, para que llegara gente así de linda. Es como el open mic que se da en el Puertorrican Poets Café. Es una forma de democratización que rescata posibilidades y aperturas que antes no existían.”

 

En otra de las ocasiones que converso con Madeline, reincidimos en el Viejo San Juan, pero esta vez estamos sentados en una zona aledaña y amurallada al Fuerte San Cristóbal. A nuestra derecha hay una especie de sesión fotográfica con una pareja de recién casados. Al fondo está La Perla, el cementerio Santa María Magdalena Pazzis y El Morro. La noche anterior había saludado a Madeline durante la entrega de premios del Pen Club de Puerto Rico. Ella viajó desde Nueva York para recibir el Premio Nacional de Poesía por su libro Leche. Sí, se trataba del mismo libro que había mencionado anteriormente y del cual había extraído algunas piezas para incluirlas en De toros y estrellas. Mientras agradecía el premio ella lucía satisfecha pero, a la vez, algo cansada. Creo que había llegado al evento directamente del aeropuerto, si no me equivoco.  Y venía con muchos planes de los que me quería hablar, pero en esa tarde siguiente, en cambio, me concentré en formularle preguntas acerca del libro premiado, Leche.

 

MM: “Fue un libro que empecé a escribir cuando estaba embarazada, en 1994. Imagínate la emoción ahora que mi hija tiene 15 años. Leche es como una re-escritura de los significados que otorga una nueva vida, escribí algo que hacía referencia al proceso de maternidad, con cierta poesía mística y una visión de eroticidad. Y mandé ese libro a muchas editoriales de Latinoamérica. La negativa que dio la única editorial que contestó hizo que cambiara el título. Porque sentí que la mayoría de los hombres que dirigen esas casas editoriales vieron la palabra “nanas” y se espantaron, recuerda que el título original era Nanas por la ciudad letrada. Estoy segura que no se dignaron tan siquiera a abrirlo porque el título decía “nanas”. Y decir, además, Alphabet City en inglés, que era el lugar real al que yo me refería, ya por traer una frase al inglés en el mundo hispanófilo, que padece de fobias con cualquier combinación bilingüe, es riesgoso. Entonces me planteé los peligros de una escritura de mujeres sobre mujeres, y acerca de discursos que tienen que ver con la maternidad. Y siendo la poesía el patito feo de la literatura, y cuando es además escrito por mujeres (por lo que comentaba de la visión masculina de los editores) aquello se convierte en un embudo dentro de otro embudo y si finalmente digo “nanas”, me pregunté ¿qué posibilidades tiene este libro? Entonces consideré más seriamente ciertos tipos de estrategias para la escritura. Y lo que se me ocurrió fue ponerle como título la palabra Leche, que causaba en el lector toda esa ambigüedad, por que de antemano no podían saber de qué leche se hablaba en el libro y de esa manera, por lo menos, tenían que abrirlo. Y es hasta gracioso porque hasta el día de hoy me preguntan: “¿Y qué usted quiere decir con eso?” “¿Y de qué se trata su libro?”, y yo digo: “Pues, de leches”. Por eso este libro se llama Leche, y en sus páginas hay poemas que yo amo y que están dedicados a mi hija. Leche lo patrocinó un mecenas a cambio de que hiciera una traducción para la Colección Bilingüa en Argentina. Esperemos que cuando yo le diga al editor de Leche que el libro fue galardonado con un Premio Nacional del Pen Club se compadezca en contestar correos.”

 

Y añadió acerca de la dinámica de los editores. Con cierto coraje contenido en su expresión, tono que comprendo pues con los años he aprendido que cada uno de los integrantes de la industria del libro, comenzando por los propios escritores y pasando por editores, libreros distribuidores y los que se desempeñan como agentes literarios, todos y cada uno de ellos tienen sus vicios y malas mañas.

 

MM: “Es difícil bregar con el mundo de los editores, con el mundo de la invisibilidad, porque da la impresión que hay tanto chauvinismo y tantas conquistas, tantos molinos de vientos que son gigantes, que uno no sabe ni de que están hecho. Pero están ahí y no se tiene nada, nada garantizado con un libro publicado. Es un acto de fe. Es bien difícil bregar con editores porque aunque ellos te publiquen es raro que asuman una responsabilidad real contigo. No pasa eso. Es como que ellos cumplieron sacando el libro y tú te encargas y defiendes como puedas.”

 

En la selección que suelo realizar al final de cada año, acerca de mis recomendaciones sobre aquellos libros producidos por escritores boricuas, que cumplen criterios de excelencia y creatividad en sus propuestas, incluí a Noches de Cornelia en la categoría de antologías publicadas. Madeline me habló con lujo de detalles acerca de esta experiencia como editora de una antología bilingüe.

 

MM: “Un día una de mis estudiantes, periodista como tú, que es además escritora, me llama y me dice que conoce al poeta Ángelo Verga, curador de lecturas en el Cornelia Street Café, que estaba interesado en hacer algo con grupos alternativos para la población de ese café tan maravilloso, tan bohemio, que tiene una tradición de casi 30 años de eventos en los que siempre han participado músicos y poetas. Es un sótano de un restaurante, iluminado un poquito, algo oscuro, con velas, vinitos, muy íntimo. No es el mainstream, se mantiene como un ambiente muy mágico, con poesía y después música. Entonces esta estudiante me contactó con Verga que me habló de su propuesta y dije que sí, que me interesaba. Ángelo me había dado el visto bueno para salirme del formato original y de esta manera pude traer poetas de variadas nacionalidades y lenguas. Cornelia Street Café se llenó de tantos poetas maravillosos que comenzaron a pasar por ahí. Han estado Etnairis Rivera, Daniel Tevini, Mairym Cruz Bernal, ha estado Emile Struchki, han estado tantos poetas importantes. Y después trabajé en esa edición bilingüe que incluyó algunos de los poetas que participaron en Noches de Cornelia. El trabajo fue de meses, 8 horas cada día, trabajando con una meticulosidad, codo a codo. Debo reconocer algo del editor, estuvimos mandándonos correos electrónicos durante meses, trabajando a capacidad completa, y él no me protestaba por las correcciones. Y todos los días había correcciones y correcciones, porque eso no saldría hasta que no estuviera al nivel que yo quería. Todo estaba claro: él no sacaría el libro hasta que yo le dijera que estaba listo para imprimirse, y él no nunca me protestó. Quizás debía protestar allá y a lo mejor me quería comer viva pero nunca me dijo ‘ya está bueno’, y reconozco que mis estándares eran altos porque el trabajo de hacer una edición bilingüe es un trabajo brutal. Errores como que de repente se corrió el título a una página que no era. Errores como que se cortó un verso donde no era. Yo le mandaba el texto al poeta para que hiciera una revisión nueva y siempre salían defectos y defectos y defectos. Que el título no debía ir de esta forma. Y lo entiendo porque todo poeta hace una arquitectura de un poema y cuando se edita en libros que son de cierta anchura limitada hay problemas. Si la línea es larga o lo que sea, todo eso se trabajaba hasta que cada uno de ellos me dijeron: OK, OK. Esperar el OK y corregir todos los defectos que ellos empezaban a ver, incluso cuando alguna poeta quiso hacer cambios de contenido, yo no lo protesté ni el editor me protestó a mí. Hasta ese tipo de cosas pudimos hacer. Yo puse el dinero para que la edición de Noches de Cornelia fuera posible.”

 

Para realizar este boletín dedicado a Madeline Millán repasé toda la obra que tenía disponible en mi biblioteca bajo su nombre. Por eso quiero incluir una muestra antológica en una edición futura de este boletín. Y su libro 365 esquinas tiene la liviandad y complejidad suficiente, totalmente adecuada para mi gusto. Con cierto aire de nostalgia en las primeras páginas y una poética silenciosa y sutil que va develando su perfil mediante una prosa repleta en intertextualidades, 365 esquinas no cansa, no agota, es preciso, es raro. Es un libro del cual apenas se comentó algo, pero es un libro que hay que leer. Escuchemos lo que la propia Madeline tiene que decir acerca del más reciente título que le publicó Terranova Editores.

 

MM: “El libro se llama 365 esquinas. Mezcla poesía con narración. Como dice Elidio, algunos relatos son poemas y algunos poemas son como relatos. Es un libro muy híbrido. Y nace porque Mairym me dijo una vez, estando en mi casa en Nueva York: “Madeline, tienes que empezar a contar todas esas cosas que me cuentas acerca de tu vida.” Y gracias a que ella me animó dije: “Coño, voy a empezar.” Precisamente uno de los primeros relatos es con la palabra coño, acerca de un accidente que tuve con una carretilla, y en el que me sacaron todos los dientes de leche y me partí la lengua. En esa época yo tenía cuatro años y no hablaba. Yo me crié con mi abuela y mi abuela decía que yo no decía nada. Y la primera palabra que dije fue coño.”

“Entonces lo que me ha gustado, que le comentaba hoy a Vanessa (Droz), es que para sorpresa mía, puedo recordar mi vida cuando era pequeña sin llorar, porque fue una vida que no fue un jardín de rosas. Sin embargo estoy feliz porque puedo recordar y me puedo reír, o lo transformo en un acto de risa o de sonrisa. Y digo: ‘Que chévere, como me estoy sintiendo.’ Lo he transformado todo casi como lo hizo Edith Piaf. No me arrepiento de nada y, de alguna forma, estoy contenta. Sale algún tipo de alegría. Hay algo que aun siendo triste, de alguna forma, en el texto tiene una sonrisa. Y estoy escribiendo así. No te puedo decir que todos los textos van en esa dirección, pero me estaba riendo cuando los hacía y entre los recuerdos estaba saliendo mucho humor.”

 

“Este libro tiene un relato que yo adoro que es el de 365 puestas de sol, un relato que termina como una película y tiene al final la palabra ‘fin’, y todo lo que oímos y vemos del cuento termina en que es una película. Incluso los personajes se mandan a callar unos a otros al final: ‘Pero oye, no me has dejado ver la película.’ ‘No te has callado en toda la historia.’ ‘Ah, pero ya pronto se está acabando.’ Y al final todo el mundo recoge las sillas como cuando se veía el cine al aire libre, y se acaba la película porque llega la puesta del sol 365, 365 puestas del sol que es lo mismo que una salida del sol. Todo el mundo está confundido. Nadie sabe cuando sale o se pone el sol. Y de ahí sale. Yo siento que 365 esquinas no es un libro amargo. Me río, lloro, se mezclan todos los sentimientos. Todas las máscaras se mezclan.”

 

“Presenté 365 esquinas en España. Ese fue el libro que presenté en Huelva, y en facebook aparece cuando estoy con Uberto Stabile durante la presentación oficial. Leí algunas de las piezas a niños de escuela superior, y pasó algo bien cómico porque antes de contar el cuento les digo: ‘Yo quiero que ustedes juzguen si es ficción o es realidad.’  Hago el cuento y al final pregunto. Ellos me dicen ficción. No, les contesto, fue realidad. Y ahí todo el mundo muerto de la risa porque es la historia de una niña que come hormigas y ellos no se lo pueden creer.”

 

Ese aroma a nostalgia que destila algunas de las 365 esquinas, sublima la tristeza con el lúdico juego de memoria y, contrario a lo esperado, una sonrisa acude a los labios… La conjura del arte con la belleza hace alquimia. Por eso también la liviandad del texto. La sonrisa por la lágrima. La escritora recuerda su infancia…

 

MM: “Yo no conocí a mi papá. Mi madre tampoco conoció a su papá, ni mi abuela tampoco. Tres generaciones, un estilo de vida en el Caribe, donde es tan natural que las mujeres cojan a un hombre y después a otro. A mí nunca me hizo falta un papá, no me hizo falta pero después me doy cuenta que me faltan referencias para poder codificar la intríngulis mental y psicológica de los hombres. Yo no tenía referencias porque no tuve abuelo, no tuve tíos, no tuve primos. Y no tener esas referencias me puso en una situación de desventaja para jugar un juego de seducción, digamos. Porque crecí en una familia en la que éramos nosotras las que mandábamos, nosotras, todas mujeres, las que decidíamos. Y por eso me sentía que yo estaba más perdida que un juey bizco. No sabía como eran las dinámicas de dar y tomar, de tomar y dar…” 

 

En el 2010, yo mismo fui partícipe del evento que Madeline Millán coordinó en diferentes partes de Puerto Rico, que intentaba llevar literatura y creación a niños de escasos recursos. En Piñones impartí un mini taller de cuento e imagen a los niños del sector, y la pasé de maravilla. Entre la risa y el interés general de los pequeños participantes y sus familias, fui asistido en algún momento por la propia Madeline y el amigo Alejandro Román. Sé que otros escritores como el poeta John Torres y la narradora Yolanda Arroyo se sumaron al proyecto y ofrecieron de forma entusiasta y desprendida sus talleres en otros lugares. Eventos como este han tenido dignos precedentes con los esfuerzos de Awilda Castro durante la pasada década y los eventos en torno al Festival Internacional de Poesía, teniendo como organizadores a Vicente Rodríguez Nietzche y los escritores vinculados con el grupo Guajana. Esfuerzos que son genuinos y no pretenden lucrarse, a diferencia de ciertas excepciones que siempre circulan por ahí. Y aunque no hemos hablado de los libros inéditos de Madeline quiero dejar esta exploración por su ruta creativa en suspenso. No deseo agotar los temas, porque Madeline Millán es una de las pocas creadoras que conozco que en cada propuesta se renueva y no se repite. Por eso, y por ahora, prefiero dejar abierta la posibilidad de otras conversaciones acerca de su obra y quedarme con los ecos de las palabras que cristalizaban sus motivos para iniciar aquel proyecto en el que participé…

 

MM: “Quiero venir a mi barrio a trabajar, sola o acompañada. Por lo menos a mi barrio y a la Cacique Agüeybana que fue donde estudié. Recuerdo que la misma matrícula de estudiantes decidimos el nombre de esa escuela. Mi clase fue la primera clase graduanda de una escuela que no tenía biblioteca. Y yo quiero volver allí porque la Cacique Agüeybana es la escuela típica de un barrio como los que hay en muchos lugares de Puerto Rico. Quiero volver para dejar algo al lugar de donde yo salí.”
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30 de Septiembre, 2011 · General

Periodismo y literatura

 

en voz de Rosa Montero, Laura Restrepo y Elena Poniatowska

 

por Carlos Esteban Cana

 

Comentaba recientemente Javier Darío Restrepo, Director del Consultorio Ético de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, ante un auditorio de comunicadores en Puerto Rico, que el periodista continúa siendo irremplazable, particularmente, por la calidad de su trabajo. En tiempos en los que los medios se sirven de avances tecnológicos, incluso para transformar roles tradicionales en la cadena de información, aquel periodista que haga entender lo que pasa, que ofrezca antecedentes y ponga en contexto los hechos, es siempre necesario, apuntaba el veterano periodista, experto en ética. Y es que el buen periodista, ese que renueva constantemente su compromiso de hacer pensar, explicar lo que sucede e interpretar la voz de las comunidades, se diferencia de inmediato con respecto a otros seudo-comunicadores que habitan los medios. Quizás ese perfil que destaca al verdadero periodista se debe a una ética personal y propia que desemboca en eso de ser persona. Bien lo ejemplificó Kapuscinski cuando título Los cínicos no sirven para este oficio al libro que se ocupaba sobre el buen uso del periodismo.  

 

A lo largo de mi experiencia como escritor y periodista cultural he reflexionado sobre los puntos de contacto entre la literatura y el periodismo. También he consultado las valiosas reflexiones del Dr. Eugenio García Cuevas (Periodismo crítico, cultura y literatura),  Jorge B. Rivera (El periodismo cultural), y Susana Rotker (La invención de la crónica). Por lo anterior, no tengo dudas acerca de los beneficios que esa relación simbiótica deja en quien aspira a crear mediante la  palabra. Hablo, por supuesto, de los que asumen su vocación literaria como un modo de vida. No de aquellos que pretenden hacer del oficio del escritor algo cercano a la farándula, con todo lo que eso implica. Pero dejemos que otras voces compartan algunas impresiones sobre los contactos entre literatura y periodismo. En este espacio escucharán las voces -porque leer es una forma de escuchar- de Rosa Montero, Laura Restrepo y Elena Poniatowska, tres reconocidas escritoras del orbe iberoamericano que se han desempeñado como periodistas. Estas impresiones se desprenden de diversos conversatorios en los que estas autoras han compartido con el público lector boricua.

 

Rosa Montero:

 

                              Para mí el periodismo es un género literario. Aunque en mi caso yo lo asumo como una profesión pero, sin duda, el periodismo escrito es un género literario. Si eres un director de periódico no, pero ser lo que yo soy que es reportera, hacer entrevistas, hacer crónicas, hacer reportajes, hacer artículos, pues eso es un género literario. Y puede ser tan grande literariamente como cualquiera de los otros: como la poesía, como el drama, como el ensayo y como la ficción. ¿No? Por ejemplo, A sangre fría de Truman Capote que es un pedazo de libro enorme, pues es un reportaje, puro y duro es un reportaje.  O sea, que desde ese punto de vista la cuestión es hacer bien el género. Claro, hay periodistas espléndidos y periodistas malísimos, como hay novelistas espléndidos y novelistas malísimos, y luego medianos, más medianos, menos… de todo. Incluso yo creo que hay periodistas que no son novelistas y que hacen periodismo literario, o sea, que eso es un género en sí. Es muy raro, además, el escritor que cultiva un solo género. Normalmente pues son, yo que sé, ensayistas y poetas, como Octavio Paz. Yo me considero una escritora que cultiva el ensayo, la ficción y el periodismo. Lo que pasa es que luego, dentro de lo que cultivas, cada uno tiene puesto el corazón en un lado. Y realmente donde está mi pasión es en la ficción, y el periodismo es mi trabajo y pertenece a mi ser social. Pero me estoy acordando ahora, por citar solamente un ejemplo clásico, de Larra que es nuestro escritor romántico español más importante y sólo hizo periodismo. No hizo nada más que periodismo. Un escritor que realmente lo sigues leyendo 150 años después y es delicioso y maravilloso.

 

Laura Restrepo:

 

                                  Hoy en día pues ya llevo diez años escribiendo novelas de ficción pero en ese momento, cuando escribí La isla de la pasión, mi único oficio era el de periodista (un oficio además interrumpido porque yo había tenido que salir al exilio, estaba en México) y tenía que basarme en reportajes, tal como mi oficio me lo indicaba y por eso la novela está basada en hechos reales. Es una novela, si se quiere, histórica. Ahora, ¿dónde termina la realidad y donde empieza la ficción? Y viceversa. Como periodista, cuando tú investigas, la realidad te da una serie de pautas, te da una serie de datos, pero tú te vas haciendo una composición del lugar que no necesariamente te la verifica o te la corrobora la propia investigación. Comienzas a buscar la pieza que te falta del rompecabezas y, sin embargo, tú tienes la certeza (trastornada, asunto de lógica) la idea de cómo debió ser. Como quien dice hay una pieza que falta pero el contorno de las piezas vecinas te dicen cómo es esa pieza. En el periodismo es contra la ética poner esa pieza ahí. Porque tú no tienes como respaldarla con los datos de la investigación. La ficción, en cambio, te permite hacer eso. Imaginar cómo pudo ser. Te da la licencia para completar.

 

Elena Poniatowska:

                                          Yo he escrito a lo largo de la vida libros de testimonios, que no son precisamente novelas. La noche de Tlatelolco es un libro de testimonio. Son las voces entretejidas de toda la gente que vivió o que fue testigo de la masacre de 300 personas en una plaza que se llama la Plaza de las Tres Culturas porque están ahí la cultura pre-hispánica, los restos de pirámides, la iglesia de Santiago Tlatelolco, colonial y los edificios muy modernos. Entonces es un libro de voces entretejidas, de gritos, de dolor, de gente que incluso huía de la plaza (que fue como una ratonera) y fueron balaceados por detrás. Porque llegaron a los anfiteatros y también a los hospitales gente que tenía heridas de balas en la espalda, en los glúteos, en las piernas, y que fue herida mientras iban corriendo, es decir, a mansalva, a traición, por detrás. Eso fue en el 68 y en ese año se celebraron las olimpiadas en mi país, entonces recuerdo mucho a una edecán, una niña de 23 años, preciosa, con apellidos alemanes, se llamaba Regina. Y esa niña, que la fue a recoger su padre en el anfiteatro, a la morgue, tenía a lo largo de toda la columna vertebral seis balazos, quiere decir que le dispararon seis veces, y tenía todo el pecho destrozado por balas expansivas que nunca se debieron utilizar. Entonces este crimen no es una novela, es un verdadero crimen sobre el cual quise hacer un testimonio. Pero los otros libros son de historia oral, como el del terremoto de 1985 que fue atroz pero que también da mucha esperanza por la fortaleza de la gente. Y otros como Fuerte es el silencio, también sobre como los paracaidistas toman las tierras en mi país, los desaparecidos políticos, los ángeles de la ciudad, aquellos que vienen a la cuidad durante una época y son pordioseros. Y, por otro lado, están estas novelas que ya son novelas más de ficción, como podrían ser Paseo de la reforma, Tínisima, aunque Tínisima está basada en la vida de una fotógrafa mexicana, y los cuentos del libro De noche vienes. Pero siempre, como soy periodista, hay una base de realidad, hay una base de verdad, porque yo creo que ningún escritor escribe en ficción pura. Siempre hay un personaje que lo marca a uno, que recuerda a uno lo que dice. Yo creo que uno siempre escribe ficción a partir de la realidad

 

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