CARTA A MARIÁTEGUI, EN ABRIL
Querido José Carlos:
¿Recuerdas, las largas marchas que los adolescentes te rendimos. Las romerías puntuales hasta donde reposa tu ser guerrero? No me perdí una. Han pasado muchos años. Tus libros te recuerdan en mi biblioteca. El alma matinal, mi preferido. Tus cartas y fotografías me acompañan. La defensa de los presos políticos, el amor a los condenados de la Tierra.
Esta ácida mañana de abril te veo leer entusiasmado, con esos bellos ojos tiernos, mientras en tu ventana se posa una paloma cobriza, tu cabeza gira; silencioso, me sonríes y tus manos de coral despeinan mi cabellera suavemente, y me dices:
“Pequeña centinela: Froilán está bien, con el bardo de Barranco teje sueños y esperanzas en los ojos del horizonte, de día y de noche vagan por los parques buscando a la niña de la lámpara azul cuando la Luna dibuja un lago esmeralda. Ya no bebe atontado contra el viento ni los verdes parrales, ya no llora nuestra patria herida, ni el desierto agreste. Mas, tu padre, no ignora el dolor cósmico, ni el misterio de la espiga. Tiene confianza en el pueblo, en la gente, pues la historia sabrá resolver los problemas del mundo, los cotidianos y los trascendentes”.
Quizá fue dejar de andar para seguir andando de otra manera. Tal vez no partimos ayer y estuvo siempre el día claro, el anhelo eterno, escribiendo versos al porvenir, sobre el río que arde y resplandece. Para sanar la piel del planeta.
Que ganas de levantarme y echar a correr tras los brazos de Amalia La Chira y besar su frente como a una rosa de tu jardín.
(Cf: Aprendiz de maga, Horizonte, Lima, 2006)