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Revista Isla Negra
Casa de Poesía y literaturas
28 de Febrero, 2012 · General

Murió el poeta Vicente Luy

Llueve y alguien está diciendo “llueve”.
Si me equivoco contradígame con amor, porque con amor digo.
Si erro póngame maestros, que luego yo les enseño, porque con amor hago.
O ustedes, ¿Por qué creen que llueve; porque hace falta? ¿creen que llueve porque sí? ¿por qué carajo creen que llueve?
Llueve; y no solo eso; la verdad es que hay un monton de gente diciendo “llueve”.
De a uno empiezan a notarlo, y no lo pueden evitar; simplemente dicen “llueve”.
Porque llueve.
Si me equivoco contradígame con amor, porque
con amor digo.
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)

Quería volver a casa y lo decía, lo repetía con la insistencia y la desesperación de quien no es escuchado. Vicente Federico Luy,
poeta, agregó a su biografía el jueves por la mañana una nueva muerte, esta vez con certificado de defunción. Sus restos serán cremados en Salta y luego trasladados a Córdoba, donde serán depositados junto a los de su abuelo, el poeta español Juan Larrea.

Algunas otras veces, partes de él se habían ido de este mundo en el que conoció los extremos de la felicidad, la locura y la tristeza y sobre cuya superficie ya no quería caminar sin ser amado del mismo modo en el que él mismo había amado: muy a fondo, muy sin que nada más importe, muy para siempre, siempre.

Eso es una pollera; eso es una mujer. Una mujer con un cigarrillo en la mano. Tiene las uñas pintadas y toma un té. Parece bonita. No me interesa ninguna otra cosa en el mundo.
(De La vida en Córdoba, 1999)



¿Quién fue Vicente Luy?
Un
poeta. ¿Qué es la poesía? “En teoría, la única ciencia que se ocupa del problema”. Anecdóticamente hablando se lo recordará como miembro fundador de los Verbonautas, como editor y autor de un libro colosal en el que invirtió gran parte de su herencia, La vida en Córdoba. Se lo recordará por eventos de ligero escándalo social, como la vez que empapeló Córdoba con afiches con gente desnuda y la frase “lo esencial es invisible a los ojos”. O como la vez que armó un sitio de apuestas on line en la prehistoria de internet e intentó publicitarlo en Página/12 con un cartel que decía “apuesto 100 a que el Papa muere antes de fin de año”. No lo dejaron, y entonces empapeló Córdoba denunciando al diario por censura. O como la vez que descubrió que otro poeta, Alejandro Schmidt, había perdido a su madre en el mismo accidente aéreo en el que murieron sus padres, cuando Vicente tenía un año de edad. Y no sólo eso: Schmidt y Luy habían nacido el mismo día.

Anecdóticamente hablando, fue autor de una poesía confesional, de tono pedagógico en algunos casos, pero de una pedagogía divinamente perversa.


Lo que está mal está mal.
Pero lo que está bien
también está mal.
Charlalo con tus padres.-

(De Vicente habla al pueblo, 2007)



Su primer libro tiene un título clarísimo respecto de su diagnóstico de muerte: Caricatura de un enfermo de amor.



Inconscientemente vamos por un camino, y concientemente
nos ponemos a buscar otro camino, en vez de hacer
conciente el camino por el que vamos.-

(De Caricatura de un enfermo de amor, 1991).



Después incluyó fotos y recortes de diario y dibujos de sus novias en La vida en Córdoba, un libro gigantesco y vitalista, un salto de entusiasmo después de una orgía. No se hacían esas cosas en Córdoba, y él las hacía.



¿Por qué los secuestradores prosperan?
¿Por qué sonríen los diputados?
Tienen plan.
Vos no tenés plan.

(De La vida en Córdoba, 1999)

En ese tiempo fue anfitrión de fiestas delirantes en su casa de Salsipuedes, una vieja casona de campo convertida en búnker: Vicente le había mandado a Carlos Telleldín, procesado en el juicio de la Amia, un poema acusándolo de una violación. Cuando Telledín salió en libertad, Vicente temió por su vida e instaló vidrios blindados. Decía que esa casa tenía, además, un refugio antiatómico en el sótano.

Por esa época publicó Aviones y No le pidan peras a Cúper, libros de “poesía exprés” al calor de los acontecimientos sociales. Comenzó a desarrollar un estilo de aforismo poderoso: “Si va a morir gente, votemos quiénes”. Dos años más tarde reunió lo mejor de su poesía en La sexualidad de Gabriela Sabatini.

¿Venderle el alma al diablo? Sí, pero cara.
Y si se puede, venderle también otras cosas.
Y venderle a Dios lo que el diablo no compre.-

(De No le pidan peras a Cúper, 2003)

Hubo algo ahí, un cambio en su vida: sin posibilidad de disponer de tanto dinero, se vio obligado a dejar el tenis y los taxis a Córdoba. Solía contar que ir a terapia le había destapado recuerdos terribles de su infancia. Perdió peso y cinismo, y había un gesto suyo de cuando una idea venía a su mente, que ya no tenía la misma frecuencia ni la potencia de otras épocas. Se le ocurrió invertir en un proyecto digital y perdió mucho dinero, se peleó con sus amigos, comenzó a sentirse cada vez más perseguido.

Entre 2 tablitas de la persiana de la habitación de la casa que alquilo en Argañaraz y Murguia y San Carlos no cabe un marlo de choclo, pero sí una mirada asesina.
Por eso estoy paranoico.

(De Aviones, 2002).

Siguió editando poesía: Vicente habla al pueblo, ¡Qué campo ni campo! y más tarde Poesía popular argentina, su última antología y, decía, el primer libro que no debió pagar.
Sus últimos años fueron de miseria y sufrimiento: pasó una temporada internado en el Borda en Buenos Aires, y después de fugarse intentó reconstruirse en un departamento de Alberdi. Escribió un poema sobre un intento de volver a casa:

¿Qué sentí mientras esperaba dormirme?
Que ni estaba más lúcido ni más en contacto.
El desinterés cósmico; eso sentí.

(De ¡Qué campo ni campo!, 2008)

Le había puesto todas las fichas a vivir de la poesía, pero las cosas salieron mal, a pesar de que su obra marcó a una generación en Córdoba y comenzaba, de una manera cruelmente lenta, a ser reconocida fuera de la provincia. Se sentía “mental, sexual y tenísticamente disminuido”, y estuvo a merced de la sobremedicación durante varias temporadas.

Rataplán Eduardo no era el perro más fino del barrio,
pero era mío y lo pisó un tractor.
Yo no vi que lo pisara un tractor, pero lo pisó un
tractor. En la esquina de Ricchieri y la casa del
flaco Silva. Y casi no me dolió.
Yo sólo pensaba en Dios, y vivía en consecuencia.
No tenía mujer, tenía paciencia.
Pero Dios no vino a mí.
Agradecido, puto; realmente agradecido.

(De La vida en Córdoba, 1999)

En el último año había recuperado cierta rapidez para el chiste y había vuelto a escribir. Flaquito, tembloroso, tenía el aspecto de un pajarito después de millones de tormentas. No fui un buen amigo, pero él me siguió escribiendo: un día antes de su muerte me pidió que me hiciera cargo de sus últimos poemas, que los publique. El último mensaje en verso que me escribó lleva como título las iniciales de abuelo: JL. Dice:


Abuelo, abuelo Juan, me complicaste, pero a nadie amé en la vida como a vos.
Llevo 30 años sin poder hacer el duelo.

Es probable que el mundo sea más benévolo con él, ahora que ya no podemos darle la espalda. Tenía 50 años y dejó una obra conmovedora e inteligente, una de esas cosas que si no te ayudan a entender más el mundo al menos provocan que te pares en él de un modo diferente. Que prestes atención a determinadas cosas. Que ames para siempre, siempre.

¿Tus palabras no atraviesan las paredes?
Modifica tus palabras.

(De No le pidan peras a Cúper, 2003)

Provocó y no escuchó respuesta, o acaso no había respuesta posible para lo que Vicente pedía. Mantenía el humor en los peores momentos, se reía de la vida y de la muerte, y era generoso con todo lo bueno que producía. Uno de sus mails dice: “Fui a Pare de Sufrir/ y me dijeron que vuelva en Mayo/. Si llega a ser un gag, es mi regalo para vos”. Agradecido, puto. Realmente agradecido.-

Homenaje


Por Emanuel Rodríguez 27/05/2010 14:02

[sala de embarque]

Vicente nunca había tenido un trabajo normal. Hace poco empezó a necesitarlo. Por dinero, sí, pero también para ponerle un poco de orden al asunto. Cambió toda la medicación por un prozac diario y el día que se subió a mi auto lo primero que dijo fue:

–Recuperé el amor por la vida.

Prendió un pucho y preguntó cuánto tiempo teníamos para leer.

–Seis minutos.

–No subo.

Cuando bajó en Cosquín, encaró a Martín, que nos había invitado, y antes de decirle hola, le dijo: “Necesitamos leer todo el tiempo que querramos”.

En el bar de Cosquín volvió a fumar. Dijo: “Sé que no se puede”. Y pidió un vaso de coca: “Desde que tomé veneno para ratas, se me seca la garganta”.

En el viaje de vuelta me contó que tenía un trabajo normal.

Anotaba los turnos de una cancha de tenis. Tranquilo, buen sueldo, podía fumar y usar la computadora del club.

Pero había renunciado.

-¿Por qué?

-Porque escribí un poema en el que lo mato al presidente del club.

-¿Y lo vas a publicar?

-Eventualmente.

-¿Ya no te hace falta el trabajo?

-Claro que me hace falta…

-Entonces… no publiques el poema, y conservá el sueldo.

-Yo soy un
poeta, Emanuel –me dijo–. Yo soy un poeta.

 

fte: http://www.taringa.net/posts/noticias/14106939/Murio-el-poeta-Vicente-Luy.html

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publicado por islanegra a las 09:05 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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