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17 de Agosto, 2012
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por Carlos López Dzur
al Comandante / Presidente Daniel Ortega
El sutil Ángel Hechicero de la muerte —«vestido con estola nacarina», «brillante como el ébano bruñido»— rondaba el hogar de José de Jesós, ex-Alcalde. Era la madrugada del 24 marzo de 1898, cuando volvió a soñar con la Cacica. Ella le ofrecía «el hombro esclarecido / los bucles de su riza cabellera» y, sobre todo su voz llena de sueños...
El se reclinó en el hombro. La fiebre desaparecía con el reacomodo de su cabeza en su piel.
¡Qué mejor almohada de sus hombros!
En Mayagüez, se dijo por los «conservadores de siempre», a saber, Olaguibet, Balboa Blanes, Suau y Mulet, Ruiz de Porras y los descendienters de Cucullu, el chismoso,que la alegada Cacica no es otra que la Vengadora de la Desobediencia, agente ocasionante de su fiebre tifoidea y que a José no le valdría ser médico. Para infamar más al enfermo, le inventaron antecedentes de ebriedad en Añasco y la Sorbona, gusto por los alcoholes y, sin embargo, él sólo estudiaba la historia de su descubrimiento.
«El verdadero elíxir que yo he bebido es el vino de los parnasianos, la poesía». El verdedero exceso confesar vívidamente, cuando fue diputado en Cortes, sus vivencia del Sitio de París durante la Guerra Franco-Prusiana. al mando de Helmuth von Moltke.
... pero su lealtad no es con Francia ni Prusia. Ni aún España. Leal sólo a la Cacica...
Como no salía y se alejó del Casino, por causa de la tifus, dijeron que estaba ciego. O le temía a los yankees. No. El escribía sus Teorías de la Visión y, en el casino, disertó varias veces sobre la ceguera. El veía hasta la sombra de lo aparente y, por causa de la Cacica, iba a la región de Yagüez, lugar de aguas puras y claras, y conversaba los sueños que el mismo Urayoan tuvo. De conversaciones tales, organizó su visión política.
No es delirio suyo. Observa cómo la Cacica le habla. Incentiva el seguimiento a ciertas realizaciones. «Aprender a morir en medio del sueño, no antes ni después. En medio, como Osmalín. No dejar de soñar porque, al final, cuando el sueño acabe, lo soñado será tu realidad y estarás en medio de lo más nítido del Alba como «presagio singular que nos advierte / que detrás de la tumba, raya el día».
¡Como obstruyeron y odiaron al médico-poeta, cirujano de París en la colonia! No en balde el ángel de la muerte lo quería, con la presencia especial de su radiancia, la estola nacarina! Le conversaba minuciosamente con la voz de la Cacica, cuyo «labio sonreído se colora» al referirlo como «flor de los trópicos», verdadera rosa de Venus.
Para José de Jesús, ver el ángel que ronda es confundir «sus mejillas con la Aurora» y la Aurora es el sueño de su Cacica, sueño por el que le surgieron los enemigos que le dejaron morir, en vísperas de un nuevo régimen. El era más que un simple autonomista. O reformero.
Muchos vecinos alegaron serlo hasta que España apretaba las tuercas, los corsetes de suplicio y clavaba astillas entre las uñas de los conspiradores. Desde 1848, cuando se construyó el Cuartel de Infantería, mayagüezano, los administradores José Antonio de Cucullu, asumió que el pueblo está lleno de truhanes subversivos. Y, después de la revuelta de Lares, Bruno Ruiz de Porras y Antonio de Balboa Blanes, argumentaron que la persecución debe ser más intensa y el ex-Alcalde Olaguibel, antes y después de 1887, quiso sangre y torturas. La manifiesta evidencia de las sofocaciones para cuentas al Gobernador Palacios.
«Todo ciudadano es sospechoso en Mayagüez y tiene nombres de truhanes», se dijo y del semanario «La Razón» extrajo a gusto los nombres.
No se salvó ni el ex-alcalde del 1890, el médico-poeta, el buen enamorado que delira con la Cacica y levanta la visión de dar la autonomía administrativa a las Antillas. «Pero eso no se puede. España lo prohíbe», le dijo Olaguibet. «Se puede, pero hay estar en medio del Sueño», ripostó.
El sutil Ángel Hechicero de la muerte ronda al añasqueño que no canta a la autonomía colonial. Por el contrario, su sueño es tan grande como el de La Cacica de Guarozabo, en Mayagüez, cerca de la costa. El sueño se pervive, rumbo a la islita de Mona, donde hay dos bateyes y una marca taína que la que Cacica hizo. «No es quedarse en la Tula, sin ir al círculo distante y la región encantadora, despertar en el Alba de las Tres Antillas».
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EL ANGEL DE LA MUERTE http://www.galeon.hispavista.com/carlosdzur1998/enlaces2648039.html
NOTA DEL AUTOR: El siguiente cuento se basa en la vida del poeta y médico José de Jesús Dominguez (1843-1898), graduado de Médico-Cirujano en la Universidad de París, testigo de la Guerra Franco-Prusiana y el Sitio de París de 1870. Aunque añasqueño, vivió casi toda su vida en Mayaguez, distrito por el que fue diputado y alcalde en 1891. Es un precursor del Modernismo literario, mantes de Darío. Admirador de lo árabe y taíno, creador de una Teroría de la Visión y autor del drama EL SUEñO DE LA CACICA, bella exposición poética de la Confederación Antillana.
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islanegra a las 14:30 · Sin comentarios
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12 de Julio, 2012
· General |
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Por Eduardo González Viaña
Según Clemente Palma, sólo los blancos merecen sobrevivir en el Perú porque son nerviosos, bellos e inteligentes. Por el contrario, “la indígena es una raza embrutecida por la decrepitud. Es por su innata condición, inferior, y por los vicios de embriaguez y lujuria, un factor inútil. Los elementos inútiles deben desaparecer y desaparecen”
“Hay un medio para ayudar a la acción evolutiva de las razas: el medio empleado en Estados Unidos. Ese medio es la exterminación a cañonazos de esa raza inútil, de ese desecho de raza”.
Aunque escrita en 1897, esta tesis académica siempre ha tenido adeptos peruanos sobre todo entre individuos que no comparten los supuestamente excelsos rasgos blancos. El mismo Clemente Palma -descrito por su contemporáneo Alberto Hidalgo- era “ zambo, casi negro, paradas las orejas como las de un murciélago, los belfos gruesos, carnosos y volteados, la cara enjuta, los ojos, unos ojos de renacuajo y los bigotes crespos llevados a la Káiser…”
Como en el caso de Palma, el racismo en el Perú es una pasión ilusoria. No es practicado por blancos puros, que aquí no existen, sino por quienes aspiran a serlo, cholos, zambos, blancoides e indioides, todos los cuales se blanquean choleando. Su “blanco” preferido es el indio, el provinciano, ahora el “antiminero” supuestamente “opuesto a la modernidad y el progreso.”
El taxista que me trajo el aeropuerto –por ejemplo- se creyó obligado a informarme que "ya estamos a punto de ser un país del primer mundo… Solamente nos faltan unos centímetros, señor”.
Aunque sus rasgos eran aindiados, de inmediato se quejó de los indios:
-Lima está llena de “malls”. Esto ya podría ser el primer mundo. Pero ¿sabe quienes lo impiden?... Los indios, señor. Los provincianos. Los antimineros. Se oponen a que nos instalen la mina de oro más rica del mundo. Dicen que el agua va a ser contaminada y que sus hijos van a morir envenenados. ¡Y eso que nos importa señor! ¡Hay que pagar por el progreso, señor! ¡Usted que fuera!
En el camino, el chofer me ofreció algunos diarios de la semana pasada. A pesar de tener fechas distintas, todos hablaban de lo mismo y satanizaban con diversos apelativos a las autoridades de Cajamarca. Me pareció estar releyendo alguna de las campañas que el año pasado se lanzaban contra el entonces candidato Ollanta Humala.
Por fin, al llegar a casa, leí los resultados de una encuesta de opinión que muestra los efectos de esa campaña en Lima. A pesar del número de muertos ya ocasionado entre los campesinos de Cajamarca, un elevado porcentaje de gente demanda aplastar a la población que se opone al proyecto minero Conga.
Obviamente, los encuestados son personas como mi taxista. No han leído jamás un libro, y lo que saben sobre la actualidad lo han aprendido en las portadas que leen de relancina en los kioscos de periódicos. Los deportes, las fotos de traseros y las consignas bestiales contra la gente del campo les bastan para alimentar su espíritu.
Y eso es lo peligroso. Hemos vivido hace poco el espanto sin fin de una guerra étnica. A la violencia surgida en el campo se opuso una guerra de tierra arrasada, pueblos borrados del mapa, familias sospechosas por tan sólo el lugar de su nacimiento o sus centímetros de sangre indígena, cuarteles convertidos en cementerios y grupos impunes encargados de las muertes selectivas. Como el genocidio comenzó contra los
indígenas de los Andes, los supuestos blancos de la capital no le dieron mucha importancia.
Decenas de miles de personas fueron empujadas a las prisiones luego de procesos que no duraban más de una hora y cuyos resultados no son demasiado creíbles. En competencia por ser el más perverso, el gobierno de Alan García suprimió de forma abusiva, los beneficios carcelarios de ese tipo de presos.
Embistiendo contra el Perú andino, la guerra étnica de Fujimori no sólo mató personas. Mató también el amor y el respeto por la vida. En las palabras de su capellán, convirtió los derechos humanos en una “cojudez”. Exterminó
del espíritu juvenil las ideas de sacrificio y de filantropía. Hizo que los dueños de los bancos y de la prensa salieran del closet para mendigar las dádivas de Montesinos. Al resto del Perú lo convirtió en testigo pasivo de una sangrienta infamia.
No queremos oír otra vez las monsergas del hortelano panzón ni presenciar las atrocidades del caco japonés. Al presidente Humala lo hemos elegido porque nos prometió el cambio, y no la repetición, y… todavía esperamos… Cambiar la historia será para él la única forma de pasar a la historia.
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islanegra a las 14:45 · Sin comentarios
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Isla Negra |
no se vende ni se compra ni se alquila, es publicación de poesía y literaturas. Isla Negra es territorio de amantes, porque el amor es poesía. Isla Negra también es arma cargada de futuro, herramienta de auroras repartidas. Breviario periódico de la cultura universal. Estante virtual de biblioteca en Casa de Poesía. |
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Sobre mí |
Gabriel Impaglione
poeta argentino residente en Italia director revista internacional de poesía Isla Negra fundada el 1 de abril de 2004
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