"Reiteración de cornisas", cuarto Poemario de Diana
Annabell Espinal Meza,escritora hondureña radicada en Ciudad Juárez, México,
está a punto de aparecer en aquella ciudad. Uno de los prólogos – que publicamos aquí- lleva la firma del
escritor cubano Manuel Verdecia:
LAS ALTAS CORNISAS DE
LA SENSIBILIDAD
Hay una raza de
poetisas que tienen el inexplicable don de convertir en acto de alto voltaje
estético las más complejas y hasta desusadas realidades de su intimidad. Aquí
podríamos citar nombres como Emily Dickinsosn, Sylvia Plath, Anne Sexton,
Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik,
por mencionar algunos. Es a este linaje que corresponde la obra poética ya en
consolidación de la escritora hondureño-mexicana Diana Espinal. Desde la
primera vez que oí sus textos en el encuentro de poesía de Veracruz algo en su
manera me atrajo y me conquistó como lector. Había un modo personal de decir,
una sinceridad escalofriante en lo que expresaba y una penetración poco común
en sus temas que la singularizaban. Ahora con este nuevo cuaderno que me confía
para presentarlo a los lectores corroboro las intuiciones de entonces. Estamos
ante una poetisa de raíz firme y mudo expresivo distintivo.
Ha pasado el tiempo. La autora ha atravesado procelosos percances, tanto
en lo personal como en su entorno. Ha cambiado su estatus afectivo, ha
enfrentado dificultades para asentarse y hacer vida nueva, pero, sobre todo, ha
visto su país ser golpeado por un cruento golpe que ha instaurado la violencia
y el pisoteo de muchos derechos, con su secuela de angustias, dolor y
desasosiego. Por supuesto que todo esto se convierte en humus dolorosamente
nutricio para su obra. Diana ha conseguido establecer una difícil correlación
entre lo que se mueve por sus entrañas y lo que sacude al espacio donde sus
ojos y manos tientan la luz. Es esta imbricación entre lo personal y lo
supraindividual una de las cualidades inobjetables de Reincidente en cornisas.
Este es un cuaderno de un amplio espectro de temas que se asumen con una
fuerte dosis de acento testimonial. Aquí está la pena de la mujer maltratada
(toda una galería de Dolores, Helenas, Guadalupes que nombran a las sin nombre),
ninguneada en el polvo del tiempo, pero también acribillada en sitios donde el
espanto es pan cotidiano, como Ciudad Juárez, también se asoma un país donde
las botas y los fusiles se aprestaron para desangrar el derecho y la armonía, pero también está la mujer que
siente y sabe que un mundo nace cuando dos se empalman. La voz que aquí clama
no lo hace desde el desierto sino desde la más caliente, encontradiza pero
perseverante vida.
La poetisa no es un mero ente contemplativo sino que es alguien que ha
sufrido en nervio y sangre los embates de estos días donde el amor cercano y el
afecto mayor del país la han puesto a pruebas. Todo esto se hace con un
singular universo de metáforas inusuales, un gusto por las personificaciones
como si todo el mundo se constituyera en una enorme colmena de seres
sintientes. Una y otra vez verificamos la presencia de lo vencido, lo derrotado
por ciertas contingencias así como lo que se inicia con esfuerzo. A pesar de
eso comprobamos que el ánimo de la voz lírica es de enfrentamiento más que de
aceptación, de reto más que de sometimiento.
La poesía de Diana
catalogaría en una suerte de neosurrealismo de poderosos signos tropológicos.
Aquí la voluntad de desnudar y presentar un mundo ilógico, terrible casi
enemigo del ser, obliga a la autora a presionar el idioma, las mismas palabras
cotidianas, para en inusuales conjunciones, sacarles nuevos deslumbres y alcanzar
mayor fuerza expresiva:
Esa mujer extraviada
tenía por ojos
piedras pómez
por boca andamios
por nariz barriletes
Esa mujer extraviada
está cauterizada de
lunas
y
Aunque llore cazuelas
y sople persianas
Ella es ella
y
tiene hipo de pez
puerto y espada
Los objetos, los
elementos de la naturaleza son lo que son y también lo que la poetisa quiere
que sean. Reviven metamorfoseados gracias a su voluntad de asociación expresa.
Todo para aumentar la fuerza de significados que transmite. El lector debe
entrar en su juego, aceptarlo y no buscar los significados al uso sino dejarse
llevar por la riada de su peculiar modo de decir, donde al dolor de eventos
penosos se junta el goce de su transformación en palabras redentoras que
estallan como cohetes de luz. La poeta vence porque impone la magia de su
palabra a la tétrica visión de un mundo nihilista y cínico:
Como el óxido al
olvido
Perdimos memoria y
ganamos mortaja
Perdimos luz y
ganamos estiércol
Perdimos balance y
ganamos espanto.
Sin embargo en medio
de tantas pérdidas y derrotas está la victoria cierta de una mujer segura de su
convicción y del manejo de su palabra por donde rehace y redime el mundo.
Y hay que decirlo
esta es poesía sufrida, digerida y sudada por una mujer. O se trata de una
simple postura feminista, de esas de consigna y pose. Es la energía ventral de
un ser que enaltece y dignifica un género que ha sido expoliado y ninguneado y
que ella, en su disfrute y potenciación de lo que es no solo exalta sino que
resucita para arrechar su incógnita pujanza movedora de mundos. De aquí que el eros se alce como un exorcismo donde se
libera el cuerpo y la fe:
Tengo los pies fríos
y
el anfiteatro de mis
latidos
golpea los girasoles
que tengo en el ombligo
alguien deletrea mi
nombre
y germinan semillas
Es ese germinar el
que queda tras la ardua pero inquietante lectura. Reincidente en cornisas es un libro hermoso en su pesadilla,
enternecedor en su dolor, tremendamente atractivo en su pedrería metafórica. Un
poemario que trasciende el tiempo del horror para desbrozar el del amor, la
aceptación y la belleza.
Manuel García Verdecia, en
Holguín, a 26 de junio de 2014.