09 de Mayo, 2014
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Entre-vista en tramos-e realizada
por Rolando Revagliatti
Hugo Alberto Patuto nació el 26 de
enero de 1961 en Conesa, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside
desde 1990 en otra localidad de la misma provincia: Pergamino. Es Profesor
Nacional de Castellano, Literatura y Latín. Fue docente y empleado judicial. Y
uno de los fundadores, en 1982, del Grupo Literario “Disámara” de la ciudad de
San Nicolás, también en la provincia de Buenos Aires, donde dictó las
conferencias “Ernesto Sábato: aproximación a su narrativa” (1988), “Federico,
qué corazón!”, compartida con el poeta Astul Urquiaga, hijo (1997), “Homenaje a
Roa Bastos” (1999) y el seminario “La metáfora: señal de la intemperie sin fin”
(1997). Además de actuar como jurado en certámenes literarios regionales,
nacionales e internacionales, obtener numerosos premios y ser incluido en
antologías de su país y de Italia, fue difundido su quehacer, por ejemplo, en
las revistas “Clepsidra” y “Sr. Neón” (Ciudad Autónoma de Buenos Aires), los
diarios “Rosario” (Rosario, Santa Fe, la Argentina), “El Norte” (San Nicolás),
“La Opinión” (Pergamino) y en propuestas electrónicas. Con el artista plástico Sergio Bonzón y el
actor Miguel Fanchovich organizó dos muestras pictórico-literarias en el
Colegio ICADE de Pergamino (1997 y 1998). Coordinó en 2001 el taller literario
“La posta de los versos”, dependiente de la Escuela Municipal de Bellas Artes
de Pergamino. Sus libros de narrativa breve son “Acuario de sorpresas” (1994), “Jauría
y otros relatos” (2012), mientras que
son sus poemarios editados: “Precioso ángel en llamas” (1982), “Orilla
en la sangre” (1989, Faja de Honor otorgada por la Asociación de Escritores
Nicoleños en 2012), “El destino de la nube” (1993), “Como podría decirse del
viento” (2001), “El tatuaje de las voces” (2009).
RR – Conesero durante casi treinta
años, Hugo, habrás ido tornando a pergaminense por adopción y con intensos
lazos nicoleños. Sos un exponente de escritor bonaerense consubstanciado con el
transcurrir de una de las zonas más ricas de nuestro país. Sos testigo y
partícipe privilegiado de las derivas de Conesa, Pergamino (“La Perla del
Norte”) y San Nicolás de los Arroyos. Te propongo que nos interiorices sobre tu
transcurrir en dichas localidades.
HAP – Cursé estudios primarios y secundarios en Conesa;
egresé como técnico mecánico de la Escuela de Educación Técnica Nº 1 "Juan
Bautista Alberdi" en 1979. Había obtenido, en 1978, una mención honorífica
en el Certamen Literario "XXXVII Aniversario de la Asociación Cultural
Rumbo" de San Nicolás; conocí a Jimmy Urquiaga, también galardonado. Su
padre, Astul Urquiaga, poeta que integrara el Grupo "Arroyo del
Medio", fue inspirador y acompañó hasta su muerte (ocurrida en 1990) a
"Disámara". Fui empleado administrativo en la Cooperativa Agrícola
Conesa entre los años 1981 y 1985. Inicié el Profesorado de Letras en San
Nicolás, en 1983, obteniendo el título en 1988. Desarrollé tareas en el Juzgado
Federal de San Nicolás, en el período 1986 y 1990. En ese último año me
establecí en Pergamino, cubrí suplencias como profesor, me casé con Adriana
Mínguez y nuestros hijos se llaman Ignacio (1992) y Gastón (1997).
Conesa, San Nicolás y Pergamino han
significado para mí la ferviente adhesión a un movimiento social y artístico,
cuya relevancia pulsa en el teatro, la plástica, la música y la literatura.
Destaco la labor del Teatro Estable de Conesa, dirigido por Miguel Ángel Mutti:
“Bon your Tailandia”, su última puesta en escena. El Grupo Literario
"Disámara" está abocado al homenaje al poeta Astul Urquiaga, con
motivo de cumplirse en julio de 2014 el centenario de su natalicio. En
Pergamino tuvo lugar el estreno de "La Piaf", exitosa comedia
musical. Con el Grupo Literario “Hojarasca” llevé a cabo la edición de mi libro
"El destino de la nube", y con el Grupo Literario “Siete Mujeres”, la
presentación de "El tatuaje de las voces", además de la participación
en cafés literarios. El Taller Libre de Poesía y Narrativa de la Casa de la
Cultura de Pergamino, coordinado por Edna Pozzi (1997 a 1999), fue una
experiencia que valoro; aprendí a replantear el hecho estético dentro de la
creación.
RR – A los 21 años, en simultánea con
la aparición de tu primer poemario, ¿con qué otros escritores fundás el Grupo
Literario “Disámara”? ¿Qué iniciativas sostuvo el grupo?
HAP – Me acompañaron en la fundación
los escritores Miriam Cairo, Laura Malatesta, Ana Santillán, Piero De Vicari,
Daniel Erne, Jorge Maciel, Sebastián Olaso, Daniel Ruiz, Pedro Antonio Salinas,
Pablo Scervino (quien ha fallecido), Javier Tisera, Astul y Jimmy Urquiaga. Del editorial del Nº
1 transcribo: "Aunque sean molestas y parezcan frías y súbitas, las
explicaciones un poco técnicas o científicas son necesarias en este principio y
queremos ser entendidos. Disámara es un fruto seco, con pocas semillas y
pericarpio extendido a manera de ala como la del fresno, el olmo, el arce, la
tipa y otros cuya diseminación se realiza por medio del viento (anemófila),
pero además, a partir de este momento y por su humilde condición de vehículo de
vida, Disámara pasa a constituir el nombre de esta revista... Nosotros creemos
en la tierra fértil, pero también consideramos el asfalto interno y el frío
albergue del cemento. Hemos emprendido vuelo deseando no caer, o caer, para
radicarnos definitivamente en la luz o en la oscuridad que te acompañe. Sabemos
que no es fácil afrontar esta condición de Disámara solitaria y, desde este
inicio, esperamos no caer en el lado asfaltado del mundo."
RR – Vos y yo nos contactamos por
correo postal no mucho antes de la irrupción de “Orilla en la sangre”. Nos
vimos en dos oportunidades: cuando como invitado de un evento que amigos
nuestros organizaron en San Nicolás, realicé una lectura, tal vez como parte de
una entrevista, y cuando como invitado mío realizaste una lectura y respondiste
un par de preguntas, en el segmento a mi cargo que durante cuatro años formó
parte del café literario “Último Infierno”. Introducción ésta para proponerte
que nos aportes tus impresiones sobre los efectos en el público de las lecturas
de poemas por sus propios autores. Y, además, sobre los efectos en vos como
público y en vos como lector.
HAP – La
lectura de poemas genera calidez; una sensación recíproca, de encuentro. En los
primeros recitales de "Disámara", escuché el comentario: "Los
poetas no saben leer sus poemas", aludiendo a esa rara combinación de
timidez, ansiedad y pavor que me invadía; y recibí, luego de mi participación
en el Segundo Festival Internacional de Poesía (2012), la opinión de los poetas John Oliver Simon
y Craig Czury. Un gesto relacionado con lo maravilloso de cada lectura. Siempre
la voz del poeta extiende, al leer, un secreto que la palabra recrea en el
público. Así lo he vivenciado al escuchar a Joaquín Giannuzzi, Ana Emilia
Lahitte, Diana Bellesi, Astul Urquiaga, Mario Verandi, entre otros autores. Y
como lector, intento una asimilación del motivo lírico para que la gente
disfrute, con pausas, armoniosamente.
RR – Varios años transcurren entre cada uno de los poemarios que fuiste dando a conocer.¿Podrías describir un poco cuál fue el punto de partida para la
composición de “Precioso ángel en llamas”? En 1993 aparece otro libro tuyo: “El
destino de la nube”. ¿Qué dirías que ha cambiado en 2001, al llegar a “Como
podría decirse del viento”? ¿Cuáles serían las preguntas esenciales que
recorren “El tatuaje de las voces” y cuáles son las respuestas que propone?
HAP – “Precioso ángel en llamas”
tuvo, desde la idea original, un propósito: divulgar algunos trabajos que había
compartido en reuniones de mate y lectura. “Lo mejor de mí quedará cuando yo no
sea visible; para ese fin me he preparado sin tregua”… La cita de Walt Whitman,
epígrafe de “Enunciación”, el texto que cierra el libro, sintetiza el afán de
comunicación, de búsqueda. Y éste es uno de sus poemas: “Lenta, tu mano recorre
la piedra/ Quieta, de sol y de miedo, de tiempo/ Ebria, tu mano en mi pecho
reclama/ Tierna, delicia de viento y parral.// Vital, la danza aflora del
núcleo/ Ardiente, por tanto fuego y memoria/ Agreste, el cabello tiene
misterio/ Breve, como una ilusión que se apaga.”
Según Daniel Mastroberardino, poeta y
escritor pergaminense radicado en Buenos Aires, “El destino de la nube” señala
uno de los posibles momentos futuros de la Humanidad… El agua como refugio y
alternativa”. Del poema “Ofrenda y Retorno”, la segunda estrofa: “Llevo al
dominio de la poesía mi tributo/ de hombre que se funde a los murmullos/ de un
bosque infinito.” El libro consta de tres partes, “Mutación”, “Escala de mi
llamado” y “El poema”; un planteo existencial, el amor y la creación,
respectivamente.
“Como podría decirse del viento”
tiene otra energía. En una cita inicial, declaro: “Mi casa tiene que ver con
las palabras y con el adiós a la llanura. Irme canción como podría decirse del viento.”
También dividido en tres partes, “Mejillas de laurel robado” (el amor, los
hijos), “Cercos de niebla” (los devaneos del amor) y “La textura del río”
(homenajes a Borges y Olga Orozco, un poema dedicado a mis abuelos).
En “El tatuaje de las voces”,
dividido en dos partes, me pregunto por esa huella vital que la pasión ha
dejado… El tesoro inagotable de los artistas, amalgamado con detalles
familiares y personales. “Con sed acaso ebrio”: “Un destello vibra con el andar
de la serpiente./ Aunque parezca imperceptible, su magia/ toca las paredes del
corazón/ y al instante crece la dentellada/ en el paisaje más puro de quien
mira/ con sed acaso ebrio/ por el dolor o la espera.”
Mi poesía intenta bucear en el amor como un modo de conocimiento; retoma
el devenir humano desde la palabra, entendida y consolidada por el misterio de
iluminar con sencillez, gracias al poema.
RR – Llamas, sangre, nube, viento,
voces… ¿Cómo has ido decidiendo el título de cada uno de tus poemarios? ¿Qué
trascendencia tiene para vos y qué alcance creés que tendrá en el lector?
HAP – La elección de cada título se
ha vinculado con la atmósfera que define el contenido. “Precioso ángel en
llamas” es un poema; sin embargo, “Orilla en la sangre” pone el acento en esa
limitación humana (o, mejor dicho, condición) que prepara el viaje a la otra
orilla, no reflejada en versos. “El destino de la nube” comienza con una cita
de Olga Orozco, y tampoco lo trasladé a un poema. “Como podría decirse del
viento” abre a la perspectiva de irse como canción, de transformarse. “El
tatuaje de las voces”: especie de racconto lírico de impresiones afectivas.
Personalmente, creo en la identidad
que fundará –con el lector- un motivo
para trascender el espacio del instante.
RR – Algo así como dieciocho años
pasaron entre la aparición de tu primer libro de narrativa y el segundo y
último. ¿Qué asuntos abordan uno y otro? ¿Cómo ha ido modificándose o no tu
forma de encarar los relatos? ¿Tenés ya material para un tercero? ¿Cuál sería
su título?
HAP – “Acuario de sorpresas” fue el
primer título de la Colección Narrativa “Fin de Siglo” de Yaguarón Ediciones,
de San Nicolás. Consta de trece relatos. He proyectado la ironía, el desamor y
la pincelada poética a una serie de motivos; lo autobiográfico cede con la
irrupción del misterio. La influencia de Cortázar es notoria.
“Jauría & otros relatos” fue
publicado por Ediciones Baobab. Lo integran veinticinco textos, en su mayoría
breves. Los fantasmas del pueblo (amor, venganza, locura, etc.) surgen con
aparente naturalidad. Uno de los cuentos, “Justine Ducrot”, fue concebido
inicialmente como nouvelle… Reconozco mi dificultad para escribir prosa; y debo
a la síntesis del discurso poético una cadencia que hace más atractiva la
lectura. Voy anotando y corrigiendo… Me gustaría publicar minificciónes. ¿Un
título?: “Caminata en el corazón de la
tarde”.
RR - ¿Cuando te das cuenta que un
poema o un cuento están terminados, que sólo es cuestión de pulir? ¿Hay
palabras que jamás utilizarías?
HAP – Ha sido materia de discusión en
todas las épocas, y sostengo la idea del “borrador”. La intuición a través de
la palabra consigue un sentido. El desafío latente guiña desde cada lector y se
percibe un grado de conmoción, que puede abrazar o no al poeta o escritor.
Las palabras que jamás utilizaría:
aquéllas donde la idea y el contenido pudieran desvirtuarse.
RR - Alberto Girri en una carta le trasmite a Jorge Calvetti: “...y eso que
más admiro en un hacedor de poemas: la constante coherencia de un punto de
vista propio sobre la realidad. ¿No es eso el verdadero estilo de un creador?”
¿Te promueven, Hugo, estas líneas, un comentario?...
HAP – Uno lee a Whitman,
Rimbaud, Auden, Pessoa –enumeración
personal que denota preferencias, claro- y entra en contacto con el estilo. Una
irrepetible combinación de perspectiva, sabiduría y enorme talento.
RR - ¿Te ha sucedido que
corrijas poemas después de haberlos leído en voz alta delante de otros? ¿La
poesía te ha cambiado, o encauzado, o reencauzado o…?
HAP
– Si comparto una lectura, trato de reunir el material considerando el vuelo de
la última línea en cada poema elegido. Con Edna Pozzi hablamos acerca del valor
de la primera línea… Esa que va a permitir que la poesía fluya. En cuanto a la
poesía, siento que cambia conmigo, así de simple.
RR - ¿Qué es más importante en poesía, suscitar imágenes o conseguir cadencias
musicales?
HAP
– Ritmo: el equilibrado espacio de la
imagen dentro de la música.
RR2
- ¿Qué relación existe entre superarse y resignarse? ¿Solés estar en desacuerdo
con vos mismo?
HAP
– Un poema escrito a los catorce años dejó de volar en el secreto de cuanto
imaginaba; confirma, treinta y nueve años más tarde, el aprendizaje y señala un
desapego. Tal vez, aquel asombro de los primeros versos haya convertido lo
estético en otra forma de celebrar la vida. Superarse y resignarse valen (y
cuánto) para aceptarse… Volver al camino, con el entusiasmo del creador, con
uno mismo reinventándose por las palabras.
RR - ¿En una entrevista que le realizaran a Alberto Laiseca, él mentó algo que
Oscar Wilde dijo: “El mero espíritu creador no crea, sólo imita. Sólo el
espíritu crítico permite acceder a la creación.” ¿Cómo definirías el rol de los
críticos?
HAP
– El crítico debe concentrar su esfuerzo, como el creador, para mirar en todas
las direcciones, sensible y profusamente.
Hugo Alberto Patuto selecciona para esta entrevista, en mayo de 2014,
seis poemas de su autoría:
CUANDO LA TARDE
El cabello suelto como el dibujo de una galaxia,
las ganas de correr hacia el nudo mismo
cuando la tarde se piensa noche
dentro del código de la siembra.
Atenazado por el viento,
ese papel trae un reflejo dorado
que te nombra.
(Inédito)
TEMBLOR AGAZAPADO
Vas a recorrer la mínima sensación del
futuro
en el temblor agazapado que te desborda.
Y vas a soltar, como una promesa, los
vicios
que nombran aquella luz inabarcable.
Vas a pensar el corazón furtivo de la
piedra
cuando los barcos enumeren lo soñado,
voces que tramarán con el espejo
tu revés de plegaria y frutos.
Vas a decir, frente al andamio de las
cosas,
que la sangre te desafía largamente
o que murmura el bosque
cuando la tarde
inunda el deseo más claro.
(Inédito)
POCILLOS
Ahí quedan los ojos,
cerca del remolino fugaz y temerario
que alimenta la mirada de los pocillos
en tanto crece, como dádiva del sueño,
tu boca
para nombrar eso que el mundo no sabe.
(Inédito)
AMOROSA CALIGRAFÍA DE OTOÑO
En la penumbra de la casa
una línea que va desatando
lo complejo del misterio
vuelve a probar que tu mano
resiste.
(de “El
tatuaje de las voces”)
LOS MAGOS DE LA SIESTA
A Ignacio y Gastón Patuto
Construyen la mejor visión de lo real y
despiertan
a la marcha sanguínea con héroes
impulsivos,
un juego de identidades que perfora
el diminuto bosque de adrenalina.
Saber de su raro mutismo
vale tanto como la palabra de los
dioses
o la sonrisa teñida por el vino
cuando la mesa familiar colma nuestra
espera.
Hay veces en que los pedales confunden
al pobre conejo y nadie busca salidas
con el agobiante calor
trocando sueño por agua.
Que los brazos de un soldado aparecen
detrás del modular, sin el color de la
victoria;
que la Ferrari olvida su terco destino
de rayar el cielo a pura cilindrada.
Vamos a convertir en peces
el misterio del conejo hecho de alarmas
que siempre hablan del mágico perfume
donde cabe la pasión por la vida.
(de “Como podría decirse del viento”)
CONOZCO LA SALIDA, GEORGIE
Hay que desarmar la biblioteca del
siglo
y pensar dos minutos en Babilonia.
Enseguida borrar los pasos de Chiclana,
de Nicanor Paredes, de Servando Cardoso
y poner luz en la garganta de Quiroga.
Con la memoria de Funes recuperar los caballos
que denotan al atardecer una fuga
perpetua.
Celebrar en Ulises el amor prodigioso,
como si la máscara del amor nos
condenara.
Sentir el hambre de la llanura en
Acevedo
y los labios de Emma Zunz, vengativos.
Imaginar a Caín lejos de Abel, sin
golpes.
Que Dios retorne como pájaro de sombra,
lloviendo secretamente varias lunas
en el gastado camino de los muertos.
Música, fuego y leones para inventar el
vino
cerca de Heráclito, de Spinoza, de
Whitman,
de Stevenson, de Poe, de Kipling.
A través del aleph espiar al unicornio
herido.
Todavía jugar en Islandia con el mar de
ceniza.
Conozco la salida, Georgie:
Mañana volaré a Ginebra.
(de “Como podría decirse del
viento”)
Ciudades de Pergamino y Buenos Aires,
distantes entre sí unos 230 kilómetros, Hugo Alberto Patuto y R. R., mayo 2014.
http://www.revagliatti.com.ar/ultimo2008.htm#patuto
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18 de Junio, 2013
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“Día gris, hoy te aborrezco”:
Por Edgardo Lois
Fue el primer escritor que conocí en mi vida. Era poeta y hablaba con palabras simples, era un tipo más en la calle. Un laburante de la escritura hecho de carne y hueso que respiraba bien lejos de Dios. Como muchos poetas, fue apasionado, y por momentos pura fiebre. Un hombre que tenía historias para contar y un compromiso con su oficio: una ética en la mano que siempre se encargaba de dejar a la vista. Hubo sinceridad en su mirada y en su obra. También hubo mucha bronca, y demasiada puteada en la superficie de los días.
En el principio de nuestra historia nos unió la casualidad y la memoria. Yo trabajaba en una librería que estaba dentro de la Galería París , a metros de Acoyte y Rivadavia, en Caballito. Estaba en la caja cobrando y me pasan una tarjeta de crédito. Tenía la costumbre de leer los apellidos. De esa manera había descubierto a un familiar del Conde de Lautréamont (Isidore Ducasse). Leí Ditaranto y me quedé pensativo. Comenté que el apellido me era familiar. El escritor dijo: Es por el libro del perro, soy el autor. Abrí los oídos un poco más. Pero le dije que no, el apellido me sonaba de mi casa. Preguntó a qué se dedicaba mi viejo; le dije que era artista plástico; agregó que por ahí había conocido a su padre, que también fue pintor. Así quedamos esa primera vez. Le pregunté a mi viejo, y efectivamente, no solo lo había conocido, sino que habían sido amigos. Así empecé la charla con Ditaranto. En el momento de conocerlo yo empezaba a trabajar con decisión mi escritura. Fue por el 92, 93. El poeta vivía muy cerca de la librería, en la calle Florencio Balcarce, frente al parque Rivadavia. Fui muchas veces a su departamento del quinto piso, un lugar con historia. De aquellos años guardo un relato nacido después de una charla con Ditaranto. En ese departamento había vivido el escritor Conrado Nalé Roxlo, y ahí había fallecido, en el baño, después de afeitarse. En esa tarde recordada Ditaranto había hablado de la escritura. Lo escuché, y después escribí un texto de dos páginas “Siempre el mismo deseo” (fragmento): “Fue en ese lugar, en esa habitación, donde escuché las palabras del escritor. Era una tarde, casi noche de viernes, histórico viernes donde me sentí vivo, donde descubrí el dolor con que se puede festejar la vida. Esta vida, la vida que se desprendía del escritor con el que hablaba. Escuchaba, y en sus palabras adivinaba la forma concreta y a la vez esquiva de la literatura. Fue mi deseo tener una oportunidad semejante, algún día poder sentirme escritor.
El escritor hablaba. El escritor habló del loco, porque en realidad uno es dos, dijo. Mientras uno hace las cosas normales, cotidianas, a las que nos somete la vida, el loco vuela en otra órbita, no para. El loco piensa, se mete en el pasado, filosofa en todo momento; es él quien la mayoría de las veces descubre las mierdas que acechan en esta tierra. Después de un tiempo, el loco se calma, la tormenta se calma, las aguas buscan el equilibrio, y entonces no queda más que sentarse a escribir. El escritor dijo que él pensaba en un enanito. Un enanito, igualito a él –así es su loco– era quien le dictaba, le tiraba ideas, desde uno de los estantes de la biblioteca. También dijo tener una historia muy especial con la casa:
–A veces me digo, ¿no será Conrado...?, porque sabés... pobrecito, murió en el baño... a veces entro y lo veo ahí tirado, durmiendo... y entro despacito para no pisarlo.
Cuando muere un poeta el día se quiebra, pierde presente y se hace memoria de las palabras escritas, y de lo compartido. El día no vuelve a ser lo que era o lo que podía ser, uno sigue haciendo como que el universo sigue su curso, pero no, porque sencillamente ha muerto un poeta. Me llamó el poeta Rubén Derlis para avisarme que el poeta Hugo Ditaranto había fallecido el 10 de abril. La Generación del 60 se quedó sin una de sus figuras.
Fuimos amigos. Él fue como un padre y yo su hijo. Fue maestro y fui su aprendiz.
Hugo Ditaranto nació en Buenos Aires en 1930. Publicó “Agropenario” (Premio Fondo Nacional de las Artes), 1964; “A pesar de todo” (Premio Hoy en la Cultura ), 1965; “Cal y sombra”, 1966; “Álbum de familia”, 1970; “Los procesos”, 1981; “Fernando, un perro de verdad”, 1983; “Esperando, Cartas a mi hijo”, 1993; “Antología de lo publicado (1964–1970)”, 1993; “La mandrágora alucinada”, 2000; “La vera historia del Bero” (en colaboración con Pedro D’Alessandro), 2001; “Un país para el olvido (al sur del purgatorio)”, 2001; “Los desastres de la guerra”, 2005. Trabajó muchos años en un libro donde recopiló los cuentos cortos que, según él, estaban ocultos en la obra completa de Domingo Faustino Sarmiento. Para semejante pesquisa contó con la colaboración de Marisa Escobar y Pablo Kantor. Se publicó en mayo de 2011. Y quedó inédito un libro de poemas, una joya titulada: “Violentas noches donde el amor anduvo (Boomerang)”.
Fue de tener dos oficios en la vida, fue maestro de escuela y fue poeta desde pibe. En una entrevista que le hice hace unos años, decía: “Un día en el barrio de Liniers donde yo vivía, en El Trébol, tendría once años, los chicos querían jugar a la pelota en la calle, llovía, y mi vieja no me dejó. Me tiré sobre el piso de pinotea del comedor a dibujar, y veía el día gris y escuchaba que los chicos me llamaban, todo me parecía una injusticia. De pronto mi vieja, que planchaba mientras escuchaba la radio, me chista y me dice que no interrumpa porque viene la novela. Me dio tanta bronca que abajo del dibujo escribí algo que decía ‘Día gris hoy te aborrezco...’ y me di cuenta a partir de ahí de que podía expresar mejor mi bronca interior ante la injusticia con la escritura”.
Ditaranto tenía un puñado de escritores queridos, poetas: José Pedroni, Juan L. Ortiz, Raúl González Tuñón, Enrique Banchs, Antonio Machado, Arthur Rimbaud, Paul Eluard, David Álvarez Morgade. De pibe vivió muy cerca de la casa de Elías Castelnuovo, con quien tuvo trato. Siempre contaba una anécdota, él caminaba rumbo al tranvía de la mano de Castelnuovo y otro hombre, de sombrero, lo llevaba de la otra. Lo supo después, el otro hombre era Roberto Arlt.
Durante el servicio militar conoció a un colimba que recitaba a Eluard en francés, era Juan Gelman. Hugo Ditaranto fue el creador y fundador junto a Gelman, Héctor Negro, Carlos Somigliana, y otros poetas, del grupo “El pan duro”. Cuando se celebraron los 50 años de la aparición del primer libro de Gelman “Violín y otras cuestiones” (1956), editado por el grupo, el poeta convocó a Ditaranto para que fuera uno de los oradores. Estaba nervioso frente al convite. Pero estuvo mucho más nervioso cuando fue invitado a dar su opinión sobre el libro de José Saramago “El evangelio según Jesucristo” en una universidad española, dentro de un encuentro de estudio de la obra del portugués notable. Paró en el mismo hotel donde se hospedaban Saramago y su mujer, Pilar. Se hicieron amigos. Cuando conocí a Saramago le dije que era amigo de Ditaranto, a partir de ese momento, los Saramago me trataron como a un amigo. Cada vez que pasaban por Buenos Aires me recibían con tiempo y atención. Para el primer encuentro Ditaranto me llamó para decirme que Saramago nos esperaba en una hora. Y así fue, el matrimonio y nosotros en una mesa de café, un sueño que duró una hora y media.
Me llamó otro día para decirme que el poeta David Álvarez Morgade había muerto. Me pidió que lo acompañara. Fuimos hasta una casilla de madera en Lomas de Zamora. Ditaranto contó que una noche encontró a David en San Telmo. Estaba sentado en una vereda. David dijo: “Caminar, caminar es lo que quiero / Nací poeta y andariego / Como otros nacen rubios, románticos o ciegos / Caminar, caminar es lo que quiero. / Dónde encontrar una moneda / para saber qué gusto tiene la alegría”. David agregó: “Hace siete días que no como, hermano”. Álvarez Morgade era un personaje al margen. Su obra poética, la que se salvó de la destrucción que ejecutaba su autor, se conservó en manos de amigos. Una amiga y vecina le entregó a Ditaranto dos bolsas de plástico con papeles sucios de barro. En 2008 Ditaranto publicó la obra de David en seis pequeños volúmenes. Un gran esfuerzo, no se resignaba a que quedara inédita la palabra de este gran poeta.
Hugo Ditaranto fue uno de mis maestros en el oficio de la escritura. No me enseñó el lugar en donde poner la coma, fue maestro a través de charlas en sus sucesivos departamentos alquilados. Él me enseñó sobre el compromiso ético con la palabra. Me enseñó que uno no puede ser una veleta a la hora de las ideas. Aprendí de él que en toda escritura hay un momento de arrebato, aprendí a disparar la línea a la manera de los poetas, mientras transito el aroma de las ideas que circulan en la prosa, que tiene otro tiempo, por reflexiva, por reposada en su construcción, y esto lo aprendí de mi otro maestro: Gabriel Montergous. Ditaranto decía en 2006: “El poeta escribe por un problema interior, todos los presos escriben poesía, un tipo enamorado escribe poesía, o la afana para la mujer que ama, la poesía es estado afiebrado, de necesidad, algo que no podés evitar, es un vómito, una centella, un rayo, que te pega y lo tenés que largar. No hay otra forma”.
El poeta tiene un poema dedicado a su padre que guardo en la memoria. Casualmente el escritor Mario Paoletti, “el amigo” del poeta, lo eligió para incluirlo en su despedida al Tano: “El cielo es más azul / y la noche más noche. / Se perfila un violeta / que muere en bermellón. / Hay una tibia calma / mirando los contornos. / Se fugaron los límites. / Un amarillo sepia / reina sobre todas las cosas. / Cuando llega el otoño / me acuerdo de papá”.
Hacía años que no nos veíamos, tuvimos diferencias de opinión, como a veces ocurre entre los hombres. El poeta se guardó en mi memoria.
Me quedo con un sabor amargo en el alma, nacido desde la felicidad por lo compartido y desde la distancia amanecida que llegó hasta su final. Me voy a quedar en el enigma hasta que sea mi hora: habrá sido que no supe escuchar o habrá sido que tanta bronca con este mundo, y con tanta gente, ya no lo dejó hablar, ya no lo dejó ser ese primer escritor que conocí en mi vida, un tipo simple que escribía poemas que después se acomodaban en libros.
Edgardo Lois / Mayo 2013 / Gualeguay visitá www.delaescritura.blogspot.com
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12 de Abril, 2013
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El pasado 10 de abril falleció en Buenos Aires el gran poeta Hugo Ditaranto, cofundador del grupo poético Pan Duro, junto a Juan Gelman, Juana Bignozzi, José Luis Mangieri, Julio César Silvain y Héctor Negro, entre otros imprescindibles de la poesía argentina, que funcionó de 1955 hasta 1964.
A continuación publicamos una entrevista realizada al autor por Edgardo Lois:
Hugo Ditaranto
"La poesía es estado afiebrado, de necesidad, algo que no podés evitar, es un vómito, una centella, un rayo que te pega y lo tenés que largar, no hay otra forma".
Por Edgardo Lois
Hugo Ditaranto nació en Buenos Aires en 1930. Publicó Agropenario (Premio Fondo Nacional de las Artes), 1964; A pesar de todo (Premio Hoy en la Cultura), 1965; Cal y sombra, 1966; Álbum de familia, 1970; Los procesos, 1981; Fernando, un perro de verdad, 1983; Esperando, Cartas a mi hijo, 1993; Antología de lo publicado (1964-1970), 1993; La mandrágora alucinada, 2000; La vera historia del Bero (en colaboración con Pedro D’Alessandro), 2001; Un país para el olvido (al sur del purgatorio), 2001; Los desastres de la guerra, 2005.
¿Cómo es que Ditaranto llega al poema y a la escritura?
El poeta escribe por un problema interior, los presos escriben todos poesía, un tipo enamorado escribe poesía, o la afana para la mujer que ama, la poesía es estado afiebrado, de necesidad, algo que no podés evitar, es un vómito, una centella, un rayo, que te pega y lo tenés que largar; no hay otra forma. Un día en el barrio de Liniers donde yo vivía, en El Trébol, tendría once años, los chicos querían jugar a la pelota en la calle, llovía, y mi vieja no me dejó, Usted se queda adentro. Me tiré sobre el piso de pinotea del comedor a dibujar, y veía el día gris y escuchaba que los chicos me llamaban, todo me parecía una injusticia, y de pronto mi vieja, que planchaba mientras escuchaba la radio, me chista y me dice que no interrumpa porque viene la novela. Me dio tanta bronca que abajo del dibujo escribí algo que decía Día gris hoy te aborrezco... y me di cuenta a partir de ahí de que podía expresar mejor mi bronca interior ante la injusticia con la escritura. Y esa lucha por la justicia después se transformó en justicia social, se transformó en que de viejo veo a los pibes cartoneros que se cagan de hambre y eso es lo que me lleva a escribir poesía. Y en esto nadie nace de la nada. Me acuerdo que, estando enfermo, mi mamá quería que comiera la compota, y yo comía más o menos. Ella me decía: Te vas a morir, y yo no me quería morir. Yo veía las estampitas con la imagen de Jesús y no me parecía creíble, mi vieja era muy católica, yo a Cristo lo admiraba por su personalidad y en las estampitas parecía afeminado; el hombre es responsable de su cara, siempre. Pero en la esquina de casa vivía un hombre flaco, alto, con melena, cuando lo vi dije que ese sí era Cristo, y que tenía que ser su amigo, así no me moría nada. Ese hombre era Elías Castelnuovo, escritor. Ya en esos años yo andaba a la búsqueda de libros que me probaran que Dios no existía, había dejado de creer, pero quería justificarlo, y ahí me agarró el sarampión Maiakovski, y empecé a ver el problema de la injusticia desde otro ángulo, hasta que conocí a Raúl González Tuñón. Yo lo iba a buscar a Clarín, en la calle Piedras, lo esperaba, él daba el presente y nos íbamos a un café, él se tomaba un mate cocido y yo también. Lo había conocido en mi casa cuando tenía catorce, quince años. Nunca lo pude tutear. Yo le leía mis poemas que eran sectarios, aburridos, y un día me dijo, Huguito, ¿tenés novia? Sí, la Baby, vive al lado de casa. Entonces me dice ¿Y por qué no le escribís un poema a tu novia? Dije que la injusticia, y él me dijo que lo podía escribir porque siempre iba a haber rosas, y después, con los años me fui dando cuenta, de que efectivamente lo que me dijo Raúl era una premisa para llevar y ejecutar toda la vida. Castelnuovo escribía en prosa, lo leí y hablamos mucho, nunca le dije que quería ser escritor, y de alguna manera adopté para mi poesía la forma que él tenía de estructurar su prosa. Yo estructuro mis libros de acuerdo al concepto que puede tener un prosista, o sea, en torno a un tema. Y a propósito de esto último, me parece que hoy se da una gran dispersión mental en los que escriben, y esto es el triunfo del poder, porque escriben en función del éxito y de la guita y otras cuestiones sin importancia, mientras tanto el mundo está hecho pedazos.
En Álbum de familia el poeta anota Nuestra familia fue muy numerosa / quizá por eso nos castigó tanto la muerte. / Y buscamos oficios acostumbrados a ella. En el mismo poema leo [...] desesperados, el arte nos ató a su condena. Quisiera saber de la condena.
Álbum de familia creo que lo empecé a armar a los cuatro años, mirando fotos, lo publiqué a los treinta y nueve. En el medio vino la nostalgia, pero no como la anemia de la memoria, sino la nostalgia real, concreta, del pasado. Hoy en día la gente vive sólo el hoy, nadie le pregunta al abuelo de dónde vino y nadie piensa que mañana va a ser viejo. Yo, desde chiquito, sabía que el hoy era una maravilla, jugar a la pelota, pero también sabía que había un pasado. Y después está la muerte, la gran injusticia, y cuando tenés una familia numerosa, vivís rodeado por la muerte, y antes y después hay muertos, y la injusticia y los recuerdos fueron formando mi fondo de memoria, y como todo lo que te duele lo escribís, esa es la condena, esto si tenés memoria, para poder pensar en un mundo mejor; si no sos un boludo. Querer un mundo mejor, ¿cómo?, y por ejemplo, ¿qué pasa con un asesino? Un asesino es alguien al que no le enseñaron otra cosa que a matar. Es su oficio, y San Pablo dice en la Biblia Al hombre lo salvará su oficio. Si yo quiero cambiar a ese asesino lo tengo que educar, darle casa, comida, trabajo, informarlo. Hay una película maravillosa, chilena, no me acuerdo el nombre, hay un tipo que mata porque es un animalito, anda por el barrio, por la calle, mata, quiere comer y mata. Lo agarran y lo llevan a la cárcel, y por primera vez duerme en una cama, sobre un colchón, tiene frazada, tiene techo y tiene comida, ese tipo empieza a modificar su vida, le enseñan a leer y a escribir, y después de veinte años, lo condenan a muerte, justo cuando el tipo ya era otro tipo. Es muy fácil salir a hablar boludeces en el programa de Grondona después de que violaron a una chica, no hay nada que justifique la miseria.
¿Cuál es la experiencia de Ditaranto docente?
Cuando estaba en tercer grado, la maestra pidió la libreta de casamiento de los padres, yo la llevé, y un chico que vivía a la vuelta de casa, Raúl, dijo que la madre no tenía. La maestra le dijo que era hijo natural; volví a casa, pregunté y me explicaron, y a mí me pareció un horror, cómo la maestra le va a decir así a un chico porque la madre no estaba casada. Al año siguiente tuve a otro mal maestro, Nenadovich, que te fajaba por cualquier cosa, había pibes que se asustaban porque veían que le había pegado a otro compañero y entonces se trababan cuando hablaban, y el animal les pegaba, y ahí, en cuarto grado, supe que yo no quería ser como estos tipos, ahí nació mi vocación de docente. Cuando terminé la primaria y mi viejo, que era pintor, me preguntó qué iba a seguir, pensando que yo le iba a decir Bellas Artes, le contesté que maestro, y cuando fui maestro apliqué exactamente ese fondo de memoria que yo llevo, nunca le pegué a un chico, nunca maltraté, y yo no tomaba prueba escrita. En una charla que di para docentes, pregunté si a alguno lo habían torturado, contestaron que no, entonces les dije que ellos eran torturadores, porque no hay nada más torturante que un maestro, con mirada sínica, cuando dice saquen una hoja, y eso es picana, es una injusticia total, porque si un inútil de cuarenta años para evaluar a treinta pibes de quince precisa tomar una prueba escrita, es porque tiene un problema mental. Yo a los pibes les decía que nunca iba a tomar una prueba escrita, pero jugaba, les decía que tenían que estudiar y que teníamos que charlar. Pero un día informaba que la directora me exigía una prueba escrita. Todos se quejaban, yo quedaba como un traidor. Explicaba que este era mi trabajo y que teníamos que encontrar la manera de arreglar el asunto. Son tres temas, uno esta fila, dos aquella y chau, el tema uno va a hacer tal cosa, el dos tal otra... y les conté del machete. Todos preguntaron por el machete. Dije que era una tirita de papel donde se ponen los datos exactos que yo sé que no me voy a acordar, entonces a preparar un machete. Todos contentos. Pero otro día volvía sobre el tema, les decía que la directora quería elegir el tema para cada fila, que ella lo disponía, ¿entonces?, ahí está, hacemos tres machetes, bien, y le ponemos el nombre. La prueba es la semana que viene, avisaba, y si alguno tenía problemas con los machetes, mandaba a que le enseñe un compañero. Mañana tomamos prueba, avisaba, llega el día, mando uno a la puerta para que vigile por si venía alguien, y ordenaba, saquen los machetes, me dan los machetes; ¿Cómo?, ¿me saca los machetes?, no, voy a corregir los machetes, porque tu papá te manda a la escuela para que yo te enseñe, hacer un machete implica que vos tuviste que estudiar lo que no estudiás cuando te manda la de geografía; yo te hice estudiar y voy a corregir los machetes que vos hiciste. Para mí la educación es transformación, yo tenía treinta tipos para formar y yo los iba a formar, iba a armar un escuadrón de la verdad. Las escuelas son cárceles y no hay conciencia de ello, desde lo edilicio, lo plantea Otto Ruhle en El alma del niño proletario, la estructura de una escuela es similar a una seccional, un hospital, una cárcel.
Escritores, maestros y admirados, ¿quiénes aparecen en la lista del poeta?
La lista es larga, cuando cumplí cincuenta años, me dije que tenía que elegir cien libros que me hayan dado vuelta, tengo setenta y seis y todavía no llegué a los cien. Hay libros como Si yo volviera a ser niño de Janusz Korczack o La gramática de la fantasía de Rodari, uno lo leí a los dieciséis y el otro a los cincuenta y cinco años. De los escritores argentinos, poetas, están Pedroni, Juan L. Ortiz, Raúl González Tuñón, Banchs. Yo empiezo a leer a tipos que quiero, Machado, Rimbaud, Eluard, y me levanté cruzado y la lectura no me va, la dejo. La lectura es algo con lo que viví toda mi vida y me tiene que satisfacer, es como la comida; el otro día mi mujer me volvía a leer cosas de Castelnuovo, al que tanto leí de joven, y fue algo hermoso. Eso sí, en mi lista nunca vas a encontrar a uno de esos escritores que estructuran sus libros en función de hacer la carrera literaria, que es lo más parecido a lo que hace un ejecutivo, siempre dicen que sí, y dicen que sí hasta cuando el editor exige un cambio en la humanidad del personaje de la novela, porque de lo contrario no hay edición. Y así no es, si la novela es mía, estos son mis personajes, si querés otros, escribila vos.
Julio 2006
Publicado en el Diario "Desde Boedo"
tomado de: http://www.escribirte.com.ar/entrevistas/8/hugo-ditaranto.htm
-gracias a la información del querido Maestro Rubén Cucuzza.-
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islanegra a las 15:41 · Sin comentarios
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22 de Julio, 2011
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LOS AMIGOS
Y qué son los amigos sino la Patria que desentierra ángeles para ponerlos sobre las espaldas de los hombres, y de pronto, uno siente que va por la vida a puro cuento, a pura música de cuento, a puro cielo de campanas, a pura barra de partido de fútbol, a puro encuentro de mujeres hermosas.
Y qué son los amigos sino aquellos que inauguran el día junto y caminan las calles y arrodillan sus ojos cuando la justicia pasa como un enfermo, y trastabilla el hambre en el niño que duerme acurrucado debajo de los puentes.
Y qué son los amigos sino aquellos a los que le duele la lluvia de una tarde sin brillo, que le duelen los shopping donde el viento agoniza, que le duelen los niños de Jujuy o del Mundo, o cualquiera que llora cuando busca a su madre.
Y qué son los amigos sino aquellos que están sin que los llamen, que sin golpear la puerta han llegado hasta el patio de tu casa y encienden el silencio con sus risas hecha de mar y música.
Y qué son los amigos sino el viento que en el otoño lleva el polen de las flores hacia todo el planeta y en la Galaxia explota como un arcoiris de semillas extrañas.
Y qué son los amigos sino aquellos que en este día ( y en todos ), le prestan el corazón a las luciérnagas, que no median ( como dicen algunos con la cruz en la mano), que no median, digo, sino que toman partido, toman partido por el que está caído,
por el desposeído,
por el excomulgado,
por la piedra sin nombre,
por la mano que asoma llena de cicatrices,
por el beso en la frente del suicida,
por la madre que tiene su hijo del otro lado del mar o mar adentro,
por la abuela que teje sus años con pedazos de luna,
por las lágrimas de la niña enamorada,
por el ruín que se entrega a morir sin mañanas,
por el ladrón que tiene un lanzazo en el costado,
por el hambriento que corre a un tren que lo abandona,
por el hombre que ha cortado las calles en defensa del día,
por el cura que siente el fuego de la rosa en su pecho.
Y qué son los amigos sino el espejo en donde el hombre se repite hasta la Eternidad y el amor es el fruto del barro y la esperanza.
Y qué son los amigos sino el que se agazapa entre los lirios y la fuente, y de atorrantes, no más, roban las naranjas del vecino, se beben el café de todos los bares de la ciudad y te cuentan mentiras (que son puras verdades), que vieron al fantasma de Shakespeare en la cama con Julieta, y que Eva corría detrás de Adán con una hoja de parra entre las manos.
Y qué son los amigos sino uno mismo, el que amasa ilusiones como el náufrago que sueña encontrar en una isla la sombra de lo que ama, el que escribe poemas en un rincón del cuarto y se mira al espejo de costado,
el que ama a una mujer como un demente,
el que defiende el secreto de un secreto,
el que comparte el vino tinto que destapa casi como un ritual y en el ruido que cae dentro la copa el diablo le acaricia.
Y qué son los amigos sino este saber que están sin que los nombres,
que uno puede confiar como en el agua que suelta el corazón,
que el Universo entero no es posible sin que exista un amigo,
que un amigo puede ser un hombre o una mujer,
que un amigo es como Dios, no tiene sexo.
Un amigo es ese otro que somos, o anhelamos ser.
Texto del libro La Palabra y los Días, para Los Ocultados
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islanegra a las 09:08 · Sin comentarios
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no se vende ni se compra ni se alquila, es publicación de poesía y literaturas. Isla Negra es territorio de amantes, porque el amor es poesía. Isla Negra también es arma cargada de futuro, herramienta de auroras repartidas. Breviario periódico de la cultura universal. Estante virtual de biblioteca en Casa de Poesía. |
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Sobre mí |
Gabriel Impaglione
poeta argentino residente en Italia director revista internacional de poesía Isla Negra fundada el 1 de abril de 2004
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