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18 de Junio, 2013 · General

La muerte del poeta Hugo Ditaranto

“Día gris, hoy te aborrezco”: 
 
Por Edgardo Lois

Fue el primer escritor que conocí en mi vida. Era poeta y hablaba con palabras simples, era un tipo más en la calle. Un laburante de la escritura hecho de carne y hueso que respiraba bien lejos de Dios. Como muchos poetas, fue apasionado, y por momentos pura fiebre. Un hombre que tenía historias para contar y un compromiso con su oficio: una ética en la mano que siempre se encargaba de dejar a la vista. Hubo sinceridad en su mirada y en su obra. También hubo mucha bronca, y demasiada puteada en la superficie de los días.
En el principio de nuestra historia nos unió la casualidad y la memoria. Yo trabajaba en una librería que estaba dentro de  la Galería  París , a metros de Acoyte y Rivadavia, en Caballito. Estaba en la caja cobrando y me pasan una tarjeta de crédito. Tenía la costumbre de leer los apellidos. De esa manera había descubierto a un familiar del Conde de Lautréamont (Isidore Ducasse). Leí Ditaranto y me quedé pensativo. Comenté que el apellido me era familiar. El escritor dijo: Es por el libro del perro, soy el autor. Abrí los oídos un poco más. Pero le dije que no, el apellido me sonaba de mi casa. Preguntó a qué se dedicaba mi viejo; le dije que era artista plástico; agregó que por ahí había conocido a su padre, que también fue pintor. Así quedamos esa primera vez. Le pregunté a mi viejo, y efectivamente, no solo lo había conocido, sino que habían sido amigos. Así empecé la charla con Ditaranto. En el momento de conocerlo yo empezaba a trabajar con decisión mi escritura. Fue por el 92, 93. El poeta vivía muy cerca de la librería, en la calle Florencio Balcarce, frente al parque Rivadavia. Fui muchas veces a su departamento del quinto piso, un lugar con historia. De aquellos años guardo un relato nacido después de una charla con Ditaranto. En ese departamento había vivido el escritor Conrado Nalé Roxlo, y ahí había fallecido, en el baño, después de afeitarse. En esa tarde recordada Ditaranto había hablado de la escritura. Lo escuché, y después escribí un texto de dos páginas “Siempre el mismo deseo” (fragmento): “Fue en ese lugar, en esa habitación, donde escuché las palabras del escritor. Era una tarde, casi noche de viernes, histórico viernes donde me sentí vivo, donde descubrí el dolor con que se puede festejar la vida. Esta vida, la vida que se desprendía del escritor con el que hablaba. Escuchaba, y en sus palabras adivinaba la forma concreta y a la vez esquiva de la literatura. Fue mi deseo tener una oportunidad semejante, algún día poder sentirme escritor.
 
El escritor hablaba. El escritor habló del loco, porque en realidad uno es dos, dijo. Mientras uno hace las cosas normales, cotidianas, a las que nos somete la vida, el loco vuela en otra órbita, no para. El loco piensa, se mete en el pasado, filosofa en todo momento; es él quien la mayoría de las veces descubre las mierdas que acechan en esta tierra. Después de un tiempo, el loco se calma, la tormenta se calma, las aguas buscan el equilibrio, y entonces no queda más que sentarse a escribir. El escritor dijo que él pensaba en un enanito. Un enanito, igualito a él –así es su loco– era quien le dictaba, le tiraba ideas, desde uno de los estantes de la biblioteca. También dijo tener una historia muy especial con la casa:
 
–A veces me digo, ¿no será Conrado...?, porque sabés... pobrecito, murió en el baño... a veces entro y lo veo ahí tirado, durmiendo... y entro despacito para no pisarlo.
 
Cuando muere un poeta el día se quiebra, pierde presente y se hace memoria de las palabras escritas, y de lo compartido. El día no vuelve a ser lo que era o lo que podía ser, uno sigue haciendo como que el universo sigue su curso, pero no, porque sencillamente ha muerto un poeta. Me llamó el poeta Rubén Derlis para avisarme que el poeta Hugo Ditaranto había fallecido el 10 de abril.  La Generación  del 60 se quedó sin una de sus figuras.
 
Fuimos amigos. Él fue como un padre y yo su hijo. Fue maestro y fui su aprendiz.
 
Hugo Ditaranto nació en Buenos Aires en 1930. Publicó “Agropenario” (Premio Fondo Nacional de las Artes), 1964; “A pesar de todo” (Premio Hoy en  la Cultura ), 1965; “Cal y sombra”, 1966; “Álbum de familia”, 1970; “Los procesos”, 1981; “Fernando, un perro de verdad”, 1983; “Esperando, Cartas a mi hijo”, 1993; “Antología de lo publicado (1964–1970)”, 1993; “La mandrágora alucinada”, 2000; “La vera historia del Bero” (en colaboración con Pedro D’Alessandro), 2001; “Un país para el olvido (al sur del purgatorio)”, 2001; “Los desastres de la guerra”, 2005. Trabajó muchos años en un libro donde recopiló los cuentos cortos que, según él, estaban ocultos en la obra completa de Domingo Faustino Sarmiento. Para semejante pesquisa contó con la colaboración de Marisa Escobar y Pablo Kantor. Se publicó en mayo de 2011. Y quedó inédito un libro de poemas, una joya titulada: “Violentas noches donde el amor anduvo (Boomerang)”.
 
Fue de tener dos oficios en la vida, fue maestro de escuela y fue poeta desde pibe. En una entrevista que le hice hace unos años, decía: “Un día en el barrio de Liniers donde yo vivía, en El Trébol, tendría once años, los chicos querían jugar a la pelota en la calle, llovía, y mi vieja no me dejó. Me tiré sobre el piso de pinotea del comedor a dibujar, y veía el día gris y escuchaba que los chicos me llamaban, todo me parecía una injusticia. De pronto mi vieja, que planchaba mientras escuchaba la radio, me chista y me dice que no interrumpa porque viene la novela. Me dio tanta bronca que abajo del dibujo escribí algo que decía ‘Día gris hoy te aborrezco...’ y me di cuenta a partir de ahí de que podía expresar mejor mi bronca interior ante la injusticia con la escritura”.
 
Ditaranto tenía un puñado de escritores queridos, poetas: José Pedroni, Juan L. Ortiz, Raúl González Tuñón, Enrique Banchs, Antonio Machado, Arthur Rimbaud, Paul Eluard, David Álvarez Morgade. De pibe vivió muy cerca de la casa de Elías Castelnuovo, con quien tuvo trato. Siempre contaba una anécdota, él caminaba rumbo al tranvía de la mano de Castelnuovo y otro hombre, de sombrero, lo llevaba de la otra. Lo supo después, el otro hombre era Roberto Arlt.
 
Durante el servicio militar conoció a un colimba que recitaba a Eluard en francés, era Juan Gelman. Hugo Ditaranto fue el creador y fundador junto a Gelman, Héctor Negro, Carlos Somigliana, y otros poetas, del grupo “El pan duro”. Cuando se celebraron los 50 años de la aparición del primer libro de Gelman “Violín y otras cuestiones” (1956), editado por el grupo, el poeta convocó a Ditaranto para que fuera uno de los oradores. Estaba nervioso frente al convite. Pero estuvo mucho más nervioso cuando fue invitado a dar su opinión sobre el libro de José Saramago “El evangelio según Jesucristo” en una universidad española, dentro de un encuentro de estudio de la obra del portugués notable. Paró en el mismo hotel donde se hospedaban Saramago y su mujer, Pilar. Se hicieron amigos. Cuando conocí a Saramago le dije que era amigo de Ditaranto, a partir de ese momento, los Saramago me trataron como a un amigo. Cada vez que pasaban por Buenos Aires me recibían con tiempo y atención. Para el primer encuentro Ditaranto me llamó para decirme que Saramago nos esperaba en una hora. Y así fue, el matrimonio y nosotros en una mesa de café, un sueño que duró una hora y media.
 
Me llamó otro día para decirme que el poeta David Álvarez Morgade había muerto. Me pidió que lo acompañara. Fuimos hasta una casilla de madera en Lomas de Zamora. Ditaranto contó que una noche encontró a David en San Telmo. Estaba sentado en una vereda. David dijo: “Caminar, caminar es lo que quiero / Nací poeta y andariego / Como otros nacen rubios, románticos o ciegos / Caminar, caminar es lo que quiero. / Dónde encontrar una moneda / para saber qué gusto tiene la alegría”. David agregó: “Hace siete días que no como, hermano”. Álvarez Morgade era un personaje al margen. Su obra poética, la que se salvó de la destrucción que ejecutaba su autor, se conservó en manos de amigos. Una amiga y vecina le entregó a Ditaranto dos bolsas de plástico con papeles sucios de barro. En 2008 Ditaranto publicó la obra de David en seis pequeños volúmenes. Un gran esfuerzo, no se resignaba a que quedara inédita la palabra de este gran poeta.
 
Hugo Ditaranto fue uno de mis maestros en el oficio de la escritura. No me enseñó el lugar en donde poner la coma, fue maestro a través de charlas en sus sucesivos departamentos alquilados. Él me enseñó sobre el compromiso ético con la palabra. Me enseñó que uno no puede ser una veleta a la hora de las ideas. Aprendí de él que en toda escritura hay un momento de arrebato, aprendí a disparar la línea a la manera de los poetas, mientras transito el aroma de las ideas que circulan en la prosa, que tiene otro tiempo, por reflexiva, por reposada en su construcción, y esto lo aprendí de mi otro maestro: Gabriel Montergous. Ditaranto decía en 2006: “El poeta escribe por un problema interior, todos los presos escriben poesía, un tipo enamorado escribe poesía, o la afana para la mujer que ama, la poesía es estado afiebrado, de necesidad, algo que no podés evitar, es un vómito, una centella, un rayo, que te pega y lo tenés que largar. No hay otra forma”.
 
El poeta tiene un poema dedicado a su padre que guardo en la memoria. Casualmente el escritor Mario Paoletti, “el amigo” del poeta, lo eligió para incluirlo en su despedida al Tano: “El cielo es más azul / y la noche más noche. / Se perfila un violeta / que muere en bermellón. / Hay una tibia calma / mirando los contornos. / Se fugaron los límites. / Un amarillo sepia / reina sobre todas las cosas. / Cuando llega el otoño / me acuerdo de papá”.
Hacía años que no nos veíamos, tuvimos diferencias de opinión, como a veces ocurre entre los hombres. El poeta se guardó en mi memoria.
 
Me quedo con un sabor amargo en el alma, nacido desde la felicidad por lo compartido y desde la distancia amanecida que llegó hasta su final. Me voy a quedar en el enigma hasta que sea mi hora: habrá sido que no supe escuchar o habrá sido que tanta bronca con este mundo, y con tanta gente, ya no lo dejó hablar, ya no lo dejó ser ese primer escritor que conocí en mi vida, un tipo simple que escribía poemas que después se acomodaban en libros.
 
Edgardo Lois / Mayo 2013 / Gualeguay
visitá www.delaescritura.blogspot.com
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12 de Abril, 2013 · General

El poeta Ditaranto falleció en Buenos Aires

El pasado 10 de abril falleció en Buenos Aires el gran poeta Hugo Ditaranto, cofundador del grupo poético Pan Duro, junto a Juan Gelman, Juana Bignozzi, José Luis Mangieri, Julio César Silvain y Héctor Negro, entre otros imprescindibles de la poesía argentina, que funcionó de 1955 hasta 1964.

A continuación publicamos una entrevista realizada al autor por Edgardo Lois:

Hugo Ditaranto

"La poesía es estado afiebrado, de necesidad, algo que no podés evitar, es un vómito, una centella, un rayo que te pega y lo tenés que largar, no hay otra forma".

Por Edgardo Lois

Hugo Ditaranto nació en Buenos Aires en 1930. Publicó Agropenario (Premio Fondo Nacional de las Artes), 1964; A pesar de todo (Premio Hoy en la Cultura), 1965; Cal y sombra, 1966; Álbum de familia, 1970; Los procesos, 1981; Fernando, un perro de verdad, 1983; Esperando, Cartas a mi hijo, 1993; Antología de lo publicado (1964-1970), 1993; La mandrágora alucinada, 2000; La vera historia del Bero (en colaboración con Pedro D’Alessandro), 2001; Un país para el olvido (al sur del purgatorio), 2001; Los desastres de la guerra, 2005.

¿Cómo es que Ditaranto llega al poema y a la escritura?

El poeta escribe por un problema interior, los presos escriben todos poesía, un tipo enamorado escribe poesía, o la afana para la mujer que ama, la poesía es estado afiebrado, de necesidad, algo que no podés evitar, es un vómito, una centella, un rayo, que te pega y lo tenés que largar; no hay otra forma.
Un día en el barrio de Liniers donde yo vivía, en El Trébol, tendría once años, los chicos querían jugar a la pelota en la calle, llovía, y mi vieja no me dejó, Usted se queda adentro. Me tiré sobre el piso de pinotea del comedor a dibujar, y veía el día gris y escuchaba que los chicos me llamaban, todo me parecía una injusticia, y de pronto mi vieja, que planchaba mientras escuchaba la radio, me chista y me dice que no interrumpa porque viene la novela. Me dio tanta bronca que abajo del dibujo escribí algo que decía Día gris hoy te aborrezco... y me di cuenta a partir de ahí de que podía expresar mejor mi bronca interior ante la injusticia con la escritura. Y esa lucha por la justicia después se transformó en justicia social, se transformó en que de viejo veo a los pibes cartoneros que se cagan de hambre y eso es lo que me lleva a escribir poesía.
Y en esto nadie nace de la nada. Me acuerdo que, estando enfermo, mi mamá quería que comiera la compota, y yo comía más o menos. Ella me decía: Te vas a morir, y yo no me quería morir. Yo veía las estampitas con la imagen de Jesús y no me parecía creíble, mi vieja era muy católica, yo a Cristo lo admiraba por su personalidad y en las estampitas parecía afeminado; el hombre es responsable de su cara, siempre. Pero en la esquina de casa vivía un hombre flaco, alto, con melena, cuando lo vi dije que ese sí era Cristo, y que tenía que ser su amigo, así no me moría nada. Ese hombre era Elías Castelnuovo, escritor.
Ya en esos años yo andaba a la búsqueda de libros que me probaran que Dios no existía, había dejado de creer, pero quería justificarlo, y ahí me agarró el sarampión Maiakovski, y empecé a ver el problema de la injusticia desde otro ángulo, hasta que conocí a Raúl González Tuñón. Yo lo iba a buscar a Clarín, en la calle Piedras, lo esperaba, él daba el presente y nos íbamos a un café, él se tomaba un mate cocido y yo también. Lo había conocido en mi casa cuando tenía catorce, quince años. Nunca lo pude tutear. Yo le leía mis poemas que eran sectarios, aburridos, y un día me dijo, Huguito, ¿tenés novia? Sí, la Baby, vive al lado de casa. Entonces me dice ¿Y por qué no le escribís un poema a tu novia? Dije que la injusticia, y él me dijo que lo podía escribir porque siempre iba a haber rosas, y después, con los años me fui dando cuenta, de que efectivamente lo que me dijo Raúl era una premisa para llevar y ejecutar toda la vida.
Castelnuovo escribía en prosa, lo leí y hablamos mucho, nunca le dije que quería ser escritor, y de alguna manera adopté para mi poesía la forma que él tenía de estructurar su prosa. Yo estructuro mis libros de acuerdo al concepto que puede tener un prosista, o sea, en torno a un tema. Y a propósito de esto último, me parece que hoy se da una gran dispersión mental en los que escriben, y esto es el triunfo del poder, porque escriben en función del éxito y de la guita y otras cuestiones sin importancia, mientras tanto el mundo está hecho pedazos.

En Álbum de familia el poeta anota Nuestra familia fue muy numerosa / quizá por eso nos castigó tanto la muerte. / Y buscamos oficios acostumbrados a ella. En el mismo poema leo [...] desesperados, el arte nos ató a su condena. Quisiera saber de la condena.

Álbum de familia creo que lo empecé a armar a los cuatro años, mirando fotos, lo publiqué a los treinta y nueve. En el medio vino la nostalgia, pero no como la anemia de la memoria, sino la nostalgia real, concreta, del pasado. Hoy en día la gente vive sólo el hoy, nadie le pregunta al abuelo de dónde vino y nadie piensa que mañana va a ser viejo. Yo, desde chiquito, sabía que el hoy era una maravilla, jugar a la pelota, pero también sabía que había un pasado. Y después está la muerte, la gran injusticia, y cuando tenés una familia numerosa, vivís rodeado por la muerte, y antes y después hay muertos, y la injusticia y los recuerdos fueron formando mi fondo de memoria, y como todo lo que te duele lo escribís, esa es la condena, esto si tenés memoria, para poder pensar en un mundo mejor; si no sos un boludo.
Querer un mundo mejor, ¿cómo?, y por ejemplo, ¿qué pasa con un asesino? Un asesino es alguien al que no le enseñaron otra cosa que a matar. Es su oficio, y San Pablo dice en la Biblia Al hombre lo salvará su oficio. Si yo quiero cambiar a ese asesino lo tengo que educar, darle casa, comida, trabajo, informarlo. Hay una película maravillosa, chilena, no me acuerdo el nombre, hay un tipo que mata porque es un animalito, anda por el barrio, por la calle, mata, quiere comer y mata. Lo agarran y lo llevan a la cárcel, y por primera vez duerme en una cama, sobre un colchón, tiene frazada, tiene techo y tiene comida, ese tipo empieza a modificar su vida, le enseñan a leer y a escribir, y después de veinte años, lo condenan a muerte, justo cuando el tipo ya era otro tipo. Es muy fácil salir a hablar boludeces en el programa de Grondona después de que violaron a una chica, no hay nada que justifique la miseria.

¿Cuál es la experiencia de Ditaranto docente?

Cuando estaba en tercer grado, la maestra pidió la libreta de casamiento de los padres, yo la llevé, y un chico que vivía a la vuelta de casa, Raúl, dijo que la madre no tenía. La maestra le dijo que era hijo natural; volví a casa, pregunté y me explicaron, y a mí me pareció un horror, cómo la maestra le va a decir así a un chico porque la madre no estaba casada. Al año siguiente tuve a otro mal maestro, Nenadovich, que te fajaba por cualquier cosa, había pibes que se asustaban porque veían que le había pegado a otro compañero y entonces se trababan cuando hablaban, y el animal les pegaba, y ahí, en cuarto grado, supe que yo no quería ser como estos tipos, ahí nació mi vocación de docente.
Cuando terminé la primaria y mi viejo, que era pintor, me preguntó qué iba a seguir, pensando que yo le iba a decir Bellas Artes, le contesté que maestro, y cuando fui maestro apliqué exactamente ese fondo de memoria que yo llevo, nunca le pegué a un chico, nunca maltraté, y yo no tomaba prueba escrita. En una charla que di para docentes, pregunté si a alguno lo habían torturado, contestaron que no, entonces les dije que ellos eran torturadores, porque no hay nada más torturante que un maestro, con mirada sínica, cuando dice saquen una hoja, y eso es picana, es una injusticia total, porque si un inútil de cuarenta años para evaluar a treinta pibes de quince precisa tomar una prueba escrita, es porque tiene un problema mental. Yo a los pibes les decía que nunca iba a tomar una prueba escrita, pero jugaba, les decía que tenían que estudiar y que teníamos que charlar. Pero un día informaba que la directora me exigía una prueba escrita. Todos se quejaban, yo quedaba como un traidor. Explicaba que este era mi trabajo y que teníamos que encontrar la manera de arreglar el asunto. Son tres temas, uno esta fila, dos aquella y chau, el tema uno va a hacer tal cosa, el dos tal otra... y les conté del machete. Todos preguntaron por el machete. Dije que era una tirita de papel donde se ponen los datos exactos que yo sé que no me voy a acordar, entonces a preparar un machete. Todos contentos. Pero otro día volvía sobre el tema, les decía que la directora quería elegir el tema para cada fila, que ella lo disponía, ¿entonces?, ahí está, hacemos tres machetes, bien, y le ponemos el nombre. La prueba es la semana que viene, avisaba, y si alguno tenía problemas con los machetes, mandaba a que le enseñe un compañero. Mañana tomamos prueba, avisaba, llega el día, mando uno a la puerta para que vigile por si venía alguien, y ordenaba, saquen los machetes, me dan los machetes; ¿Cómo?, ¿me saca los machetes?, no, voy a corregir los machetes, porque tu papá te manda a la escuela para que yo te enseñe, hacer un machete implica que vos tuviste que estudiar lo que no estudiás cuando te manda la de geografía; yo te hice estudiar y voy a corregir los machetes que vos hiciste.
Para mí la educación es transformación, yo tenía treinta tipos para formar y yo los iba a formar, iba a armar un escuadrón de la verdad. Las escuelas son cárceles y no hay conciencia de ello, desde lo edilicio, lo plantea Otto Ruhle en El alma del niño proletario, la estructura de una escuela es similar a una seccional, un hospital, una cárcel.

Escritores, maestros y admirados, ¿quiénes aparecen en la lista del poeta?

La lista es larga, cuando cumplí cincuenta años, me dije que tenía que elegir cien libros que me hayan dado vuelta, tengo setenta y seis y todavía no llegué a los cien. Hay libros como Si yo volviera a ser niño de Janusz Korczack o La gramática de la fantasía de Rodari, uno lo leí a los dieciséis y el otro a los cincuenta y cinco años. De los escritores argentinos, poetas, están Pedroni, Juan L. Ortiz, Raúl González Tuñón, Banchs. Yo empiezo a leer a tipos que quiero, Machado, Rimbaud, Eluard, y me levanté cruzado y la lectura no me va, la dejo. La lectura es algo con lo que viví toda mi vida y me tiene que satisfacer, es como la comida; el otro día mi mujer me volvía a leer cosas de Castelnuovo, al que tanto leí de joven, y fue algo hermoso. Eso sí, en mi lista nunca vas a encontrar a uno de esos escritores que estructuran sus libros en función de hacer la carrera literaria, que es lo más parecido a lo que hace un ejecutivo, siempre dicen que sí, y dicen que sí hasta cuando el editor exige un cambio en la humanidad del personaje de la novela, porque de lo contrario no hay edición. Y así no es, si la novela es mía, estos son mis personajes, si querés otros, escribila vos.

Julio 2006

Publicado en el Diario "Desde Boedo"

tomado de:
http://www.escribirte.com.ar/entrevistas/8/hugo-ditaranto.htm

-gracias a la información del querido Maestro Rubén Cucuzza.-

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