por Carlos Raúl Valdéz
Llovìa sin parar. Sobre los cascos verdes, las gotas anchas caìan caoticamente sobre nuestras barbillas. Despuès, una marcha a paso vivo, por la Plaza Mayor, hasta llegar al Rancho. Habìa un movimiento inusual. Y no era para menos: "Hay un General de la Naciòn, milicos!!!! y nosotros que hundìamos los borceguìes en un barro consistente que emparentaba las 300 almas que marchábamos bajo esa lluvia impiadosa.
Entramos al Rancho, y el aroma de un locro rico nos invadiò hasta lo màs profundo. Reimos, incrèdulos. Acostumbrados a comer bazofia, ese aroma "casero" nos confundiò por un momento, y nos llevò a nuestras casas, a nuestros barrios...a otras calles, muy lejos de Bariloche, de esa Escuela de Instrucciòn Andina.
Habìa un escenario frente a nosotros. Nos pusimos de piè, con un fuerte ruido de tacos, cuando entrò el General Luciano B. Menendez. El mismo que un par de años despues, firmarìa la rendiciòn incondicional en Malvinas, y su fotografìa con el portafolio en su mano, con aire de empresario o gerente de empresa, viajarìa por el mundo.
En un momento, se me acercò un sargento que me mirò fiero y dijo:
-ud. grandote, toca la guitarra, no? lo llama el sargento ayudante para que cante con èl...asi que venga, carajo, ya mismo!-
De un momento a otro, crucè una fila de cuerpos de compañeros que me cargaban, y me encontrè acompañando una canzonetta italiana, porque el sargento ayudante... tocaba el acordeòn. Y sonò bàrbaro. Y fuè ovacionado. Yo sonreì, incòmodo, en mi papel de partenaire a la fuerza. Sin embargo, el Sargento me mirò, rebosante de alegrìa y me dijo: "-tocate algo, pibe..."
Y mirè a mis compañeros que estaban ahi abajo. Era la primera vez que veìa tanta gente desde un escenario. Tomè la guitarra y vacilè un momento, hasta que por mi mente se cruzò la tapa del disco Almendra. Y, entonces, me larguè a cantar "Muchacha..." a la mitad de la canciòn, habìa un coro de lujo, con trescientas voces que me ayudaban a llegar a esas notas altas, vibrantes y ùnicas que habìa creado "el flaco". Cuando lleguè al final de la canciòn, los aplausos y la ovaciòn màs fuerte que escuchè en mi vida, inundò el salòn-comedor de aquella unidad militar. Era la celebraciòn de la vida. Era la poesìa del flaco que nos hermanaba, aùn en ese lugar. Estaba aplaudiendo tambien, cuando un cabo me sacò cagando del escenario, mientras me iba pisando el poncho plàstico... Entre los abrazos de algunos compañeros, de golpe, estuvimos saliendo atropelladamente hacia el playòn y a los saltos rana y cuerpo a tierra... pero reiamos todos. No nos importaba una mierda... y yo entendì la grandeza de una canciòn... y el valor inconmensurable de los buenos poetas, los que se nos quedan, como abrojitos en la emociòn de los recuerdos, tan sòlo con escuchar un par de compases...(al flaco, este humilde homenaje)