(3 de abril de 1939- 30
agosto 2013)
Considerado el alma lírica de Irlanda, el poeta y
dramaturgo Seamus Heaney, ganador del premio Nobel de Literatura en 1995, murió
este viernes a los 74 años tras una corta enfermedad.
En un
comunicado, su familia confirmó el fallecimiento del escritor sin concretar
cuál fue la dolencia que acabó con su vida esta mañana en un hospital de
Dublín, ciudad en la que residía desde 1976.
La reacción
del Gobierno irlandés no se hizo esperar: el ministro de las Artes, Jimmy
Deenihan, le alabó no sólo por su trabajo como escritor sino también por
promocionar su país.
“Era un
hombre muy modesto, muy humilde y accesible. Era una enorme figura
internacional, un gran embajador para la literatura y para Irlanda. Allá donde
viajes y hables de poesía y literatura, el nombre de Seamus Heaney aparece
inmediatamente”, señaló Deenihan.
Con Heaney
se va la figura más destacada de la poesía irlandesa desde William Butler Yates
(1865-1939); como Yates, Heaney obtuvo el premio más prestigioso de su
profesión y, también como él, su reputación e influencia fue más allá de los
círculos literarios.
Un alumno
brillante de familia humilde
Autor de
diez libros de poesía (“Death of a Naturalist” y “Field Work”, entre ellos) y
una “Antología Poética”, Heaney también se dedicó a escribir ensayos (“The
Government of the Tongue”) y una obra de teatro (“The cure at Troy”).
Nacido el 3
de abril de 1939 en una granja cercana a la localidad de Derry, en Irlanda del
Norte, fue el primero de los ocho hijos de una familia católica dedicada a la
agricultura.
Su abuelo y
su padre heredaron de sus antepasados una pala para cavar la tierra, un
instrumento que él cambió por la pluma desde sus años de universitario.
“Pero no
tengo pala para seguir a hombres como ellos/ Entre mi índice y mi pulgar/ la
corpulenta pluma descansa/ Cavaré con ella”, manifestaba en uno de sus poemas
más célebres, “Digging”, incluido en su “Death of a Naturalist” (1966).
Tras
destacar como un alumno brillante en el bachillerato desde 1951 a 1957, decidió
sumergirse en las letras y estudió literatura inglesa en la Queen’s University
de Belfast, universidad a la que volvería en 1966 como profesor.
Sus
trabajos iniciales, publicados en 1962 bajo el seudónimo “Incertus”, ya
reflejaban su ideología nacionalista contraria al dominio británico de Irlanda
del Norte, postura que siempre mantuvo dentro y fuera de su obra, si bien
criticó en ocasiones el derrotismo de los católicos irlandeses.
En sus
versos se respiraba el ambiente rural de Irlanda del Norte y la vida campesina
en la que Heaney se había criado, derivando posteriormente a una visión más
completa del hombre, de la posesión y la desposesión.
Compromiso
nacionalista
Su
compromiso nacionalista le llevó a desplazarse con su familia a la República de
Irlanda en 1972 y, una vez allí, abrió su poesía a temas más universales que
denotaban su fascinación por el simbolismo, lo misterioso y lo ambiguo.
En 1975
volvió a la enseñanza, que ejerció en universidades de todo el mundo, entre
ellas las de Berkeley (San Francisco) y Harvard (Nueva York), hasta que en la
década de los ochenta pasó a ocupar la cátedra de Poesía en la Universidad de
Oxford (Inglaterra).
Su obra
cumbre, ‘North’ (1975), es una alusión a la guerra de resistencia católica por
la ocupación británica de Irlanda del Norte. En ella, aunque no muestra
afinidad con los activistas republicanos, confiesa comprender su “pasión por la
venganza tribal”.
El 5 de
octubre de 1995 la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura por
su “obra literaria de belleza lírica y profundidad ética, que exalta los
milagros de cada día y el pasado vivido”.
Anteriormente,
Heaney recibió el Premio de la Academia irlandesa de las letras y el Premio
Bennett. Fue también doctor “honoris causa” en la Queen’s University de
Belfast, el centro donde cursó sus estudios universitarios.
Estaba
casado desde 1965 con Marie Devlin, con la que había tenido una hija y dos
hijos.
Iowa
Una vez en Iowa, entre los menonitas,
en una ventisca lacerante, atravesando la tarde
pese al pertinaz aguanieve contra el cristal del coche
y los revoloteos absolutorios del limpiaparabrisas,
entreví, abandonada en el espacio abierto de un campo
en el que los tallos de maíz se marchitaban bajo la nieve,
una máquina segadora. La nieve rebosaba su asiento de hierro,
amontonada en cada radio de las ruedas como una gruesa cima blanca,
y borraba el brillo del aceite en los engranajes de dientes negros.
Poco a poco volví de aquel lugar salvaje
como alguien no bautizado que ha conocido la oscuridad
en la tercera hora y el velo hecho jirones.
Una vez en Iowa. Entre la nieve y la ventisca y el siseo
de aguas no separadas, sino nacientes.
El bosque de abedules
Al fondo del jardín, al alcance del agua del río,
en una esquina murada como una alberca o el horno
de una abadía sin techo o una villa romana de suelo roto
han plantado su bosque de abedules. Hace poco de eso
pero cada mañana ya se ofrecen al sol
como ellos mismos mientras crecían, lo blanco de la corteza
sufrido y fresco como el blanco camisón de satén
que ella dobla y alisa mientras vierte el té
y se sienta en frente de donde él balancea una sandalia
en su pie puntual, tan desnudo como el de un abad.
Ladrillo rojo y pizarra, un ciruelo y un manzano mantienen
su credibilidad, un cd de Bach hace la ronda
del jardín o del prado. Sobre ellos un rastro en el aire
se encoge y ondula como una vara de sauce o la llama de una vela.
“Si algo nos enseña el arte”, dice él, triunfando
sobre la vida con una cita, “es que la condición humana es privada”.
Envio Reynaldo Garcìa