En memoria de Tomás Borge, terco luchador por la unidad, entre otras cosas.
Luis Varese.
A alguna izquierda no le gusta la Cristina, ni el Pepe Mujica, ni Lugo: al Imperio tampoco. En otra izquierda Dilma pasa apenas la prueba; para el Imperio es un riesgo serio. En esa misma izquierda Rafael Correa es peligrosamente extractivista y autoritario; para el Imperio es un peligro al que hay que sacar. Evo es indígena, pero se equivoca a cada rato, dice esta izquierda que Evo da bandazos. Para el Imperio es un peligro al que hay que eliminar. Fidel, Raúl, Chávez o Daniel son para esa izquierda, casi un horror; para el Imperio son un horror, sin el casi. Y el Imperio no duerme.
(Permítanme un paréntesis: cuando hablamos del Imperio nos referimos a ese amalgamado conjunto de intereses transnacionales, financieros, bancarios y otros, donde los ricos estados juegan un papel de garantes, pero no de propietarios.)
En los movimientos revolucionarios del siglo pasado luchamos por el socialismo y el comunismo y casi todos perdimos. Queda Cuba, con un modelo que no se puede replicar. En el siglo XXI, los pueblos urbanos, campesinos e indígenas; sus organizaciones; sus movimientos, han comenzado a crear respuestas alternativas y todos tuvieron que empezar por una posición soberanista contra un modelo imperial y contra la “oscura noche neoliberal”. Esto ha traído como resultado diversas formas de redistribución de la riqueza, de búsqueda de alternativas al desarrollo (dice Galeano que el desarrollo es un barco con más náufragos que pasajeros); de incorporaciones de respeto a la naturaleza y a la madre tierra. Y todos estos gobiernos en su conjunto resultaron muy respondones al FMI y al Banco Mundial. Eso es lo que hoy tenemos. Es el resultado de las luchas de los pueblos y sus organizaciones populares y políticas. Podemos llamarlo socialismo del Siglo XXI que va conformándose poco a poco como una opción nueva, más democrática, más solidaria.
Los pasados 30 años de neoliberalismo de endiosamiento del mercado, desarticularon las instituciones, desestructuraron los Estados. Esa desestructuración y desorden en nombre del mercado ha ido transformándose en un nuevo orden en base a dirigentes fuertes, en muchos casos sin partidos políticos, con frentes o alianzas. En otros, con partidos de nuevo cuño salvo Cuba y Nicaragua. Son los dirigentes fuertes quienes han asumido el papel de establecer un orden para el beneficio de las mayorías. De fortalecer al Estado sin caer en el estatismo paralizante; de redistribuir la riqueza sin abandonar opciones individuales; de retomar espacios nacionales reconstruyendo los sueños regionales de los Próceres de la Independencia contra España. Todos buscando con mayor o menor acierto el tratamiento más adecuado a la naturaleza y la respuesta conjunta al Calentamiento Global. Todos con el mismo denominador común la soberanía, la solidaridad, el multilateralismo, la búsqueda de la armonía con la naturaleza,
Frente a ello nos hemos encontrado nuevamente en bandos opuestos, quienes no creen en estos modelos y los combaten y quienes los apoyamos. Trabajar en esta situación para avanzar, resolver esta contradicción, exige humildad y fortaleza. No podemos dar un cheque en blanco a los dirigentes, como tan repetidamente se dice, pero tampoco podemos abandonar los espacios ganados. Cómo buscamos resolver esta contradicción para avanzar, el camino es muy complejo.
Los puntos de unidad son la posición por el multilateralismo, los organismo regionales (MERCOSUR, UNASUR, CELAC), la democratización del acceso a los servicios, el fortalecimiento del estado, la calidad del estado, el creciente rol de las mujeres en la política y decisiones, los derechos de la Naturaleza, por citar algunos ejemplos. Tenemos instrumentos nuevos creados en este siglo (uno de ellos la Constitución del Ecuador) que deben servirnos de guías y modelos de debate y trabajo. Qué nos divide: el tratamiento de la minería, el petróleo. La deforestación. Nos divide lo que responde al modelo expoliador del desarrollo. Eso es lo central de la división. El modelo de acumulación que por un lado permite los cambios y las reformas, pero por otro continúa afectando el futuro, el agua, la naturaleza, la biodiversidad.
Nos encontramos en esta encrucijada. Unos y otros tenemos que ceder para avanzar. Lo que no podemos es retroceder. Exigir a los ricos países del norte, cambiar de modo de vida es más absurdo que trabajar con nuestros gobiernos populares para modificar estrategias.
¿No nos gusta por dónde vamos? Al imperio tampoco. Encontremos los mecanismos de la unidad, si no lo hacemos el Imperio hará de Maracaibo su nuevo Bengazi, de Paraguay, su nuevo Honduras (mientras que escribía esto, ya lo hizo). Hará de nuestros países, democráticos, progresistas, revolucionarios, las nuevas Libias y las nuevas Sirias o Iraques. Separarnos por discrepar sobre el modelo si extractivista o basado en la biodiversidad y el respeto a la naturaleza, no puede ser la cabeza de playa para que el imperio derrote lo avanzado. Cuando terminemos esta discusión, una vez más estaremos muertos, presos o desterrados. La tarea es sumamente compleja, requiere que los dirigentes actuales (de los gobiernos y de la oposición dentro de la izquierda) asuman dosis de humildad y que se acepte que negociar para avanzar, es construir espacios solidarios nuevos. Así como la historia no terminó con la caída del muro de Berlín, tampoco la dialéctica para la construcción del nuevo mundo ha concluido.