Argentina
Oh ventana infame
Abel estuvo amable y lo dejó entrar
y lo dejó sentarse.
Abel encima le ofreció al cura
un cafecito y una carasucia,
luego preguntó
¿Dónde está mi hijo?
El cura sonrió:
No sé señor.
Y con calma mordió
la cara dulce de la factura
con el porte
del que puede entrar
en cualquier casa
y hacerse de la carne
y de la torta
y comer y comer.
El cura se chupó los dedos
y sonrió de nuevo:
No tuve nada que ver en eso.
La culpa, me temo,
es suya.
Décadas después
Abel le contaría a su nietita
cómo él se paró y le rugió al cura más fuerte
que los lobos marinos de pulmones de sal de Tierra del Fuego una maldición.
Y hasta hoy día nadie sabe a ciencia cierta
si el cura era informante
pero lo que se confirmó
es que una mañana
el cura se subió a la torre
a tocar las campanas
y...
bueno, el cura sobrevivió
pero con unos cuantos
huesos rotos.
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Fragmento. Del libro The Strange House Testifies. (La casa extraña testifica). Bilingual Review Press. Arizona, 2009.
Mi hija y yo queremos que este poema que ella escribió hace varios años, inspirado en un encuentro de su abuelito con el cura Baudry, regrese a Bahía Blanca. En estos días de los juicios a los genocidas, es un homenaje a don Carlos Sanabria.
(Para los no bahienses, “carasucia” es “tortita negra”)
Traducción de Alicia Partnoy