Un legado familiar
Por Alfonso Mendoza Fernández
«El silencio era profundo y le aterraba Intento dar
amor donde había un barco ganadero sin rumbo bajo el azul lúgubre Intentó poner
orden donde no había orden Intentó ser
esposa y era una pálida muchacha piurana Intentó ser madre cuando la abuela
Susana murió en el hospital y ella tenía once años Intento ser mujer cuando era
la tímida flaquita de su hogar Intentó ser compañera y no se corrió de la
adversidad y expropió dinamita de la fábrica donde laboraba y voló lejos y
repartió volantes y tuvo orgullo y alegría al cantar La Internacional».
Con estas sentidas
líneas inicia Rosina Valcárcel su Poesía Reunida, una selección del conjunto de
su obra poética, obra que iniciara tempranamente, a poco de ingresar a San
Marcos, aun cuando había escrito ya «algunas letrillas» siendo todavía alumna
de secundaria en la G.U.E. Teresa González de Fanning.
Uno podría
preguntarse por qué Violeta y no Gustavo, ese padre «tan callado como el búho»,
luchador social y poeta laureado, aquel que «escribía sonetos excelsos y
cantares a los obreros», y que nos legara, al decir de Xavier Abril, una poesía
plena de «sentimientos puros y de sensaciones inéditas del color y de la
música». La respuesta nos la da, desde el pasado, Diego Rivera quien, al
conocer al poeta y a Violeta, exclamó: «¡con razón escribe así Ud., si tiene
por mujer a la poesía viva en ella!».
Rosina hereda se
sus padres la sensibilidad, el temple, el coraje, el compromiso social, el amor
a la cultura y esa voluntad de afirmación de sí misma que le ha permitido salir
airosa frente a los innumerables desafíos que le impuso la vida y entretejer,
con severa disciplina y formidable genio poético, los versos que hoy
comentamos.
Junto a sus padres
y hermanos Rosina vive, niña todavía, la agridulce experiencia del destierro.
En su hogar se nutre de experiencias profundas que marcarán definitivamente su
destino, al punto que sus primeros recuerdos son el sonido de un danzón en
México, los poemas transidos de dolor que escribía su padre y aquellos que en
voz alta leía Juan Gonzalo Rose. Música y poesía poblaron su mundo infantil,
como mágica compensación de las carencias materiales y la dureza del destierro.
Más tarde, ya en el Perú, sus estudios de Antropología y Literatura en la vieja
Casa de San Marcos, y el contacto con lo mejor de la intelectualidad peruana,
en una época de radicales cambios sociales, Rosina Valcárcel va delineando su
perfil de poeta y combatiente social, a la par que va construyendo sus poemas
con los materiales surgidos de su riquísimo mundo interior en tensión
permanente con los estímulos provenientes del entorno sociocultural en el que
se desarrolla su existencia. Al mismo tiempo, bajo la influencia de José María
Arguedas, se inclina con devoción a explorar nuestro pasado, consciente, como
bien anota Alexis de Tocqueville, que cuando ese pasado «deja de echar su luz
sobre el futuro, la mente del hombre vaga en la oscuridad». De esa inquietud nacería años después la
revista Kachkaniraqmi (que en quechua ayacuchano significa «a pesar de todo aún
somos, todavía existimos»).
Uno de los grandes
temas en la poética de Rosina es el del amor. Rosina ama intensa y
apasionadamente y ha conocido lo sublime y lo trágico de la experiencia
amorosa. En sus poemas seguimos el trazo de su fascinación por el ser amado, de
su espera ansiosa, de las delicias y de los sufrimientos del amor, de sus dudas
y temores, pero también de su infinita e irrenunciable capacidad de amar.
Julia Kristeva
escribe, con acierto, que el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas, que la
experiencia amorosa, de la cual —subraya—
sólo podemos hablar plenamente
desde la herida, es una espiral de sexualidad y de ideales entremezclados y que
cuando amamos no dejamos nunca de enfrentarnos a un cúmulo de contradicciones y
equivocaciones.
Y ¿qué nos dice
Rosina? Leamos:
Sólo el amor
Sólo el amor / Hace
/ Soportable / La existencia / A veces, palabrita, /
Ni el amor Ni nada. (C/f: Navíos)
Loca como los
pájaros
¿Cómo esconder mi
corazón turbado? / ¿Cómo arrancarlo? (…) ¿Por qué me
Falta lo que
anhelo? (…) ¿Por qué se niegan a calmar mis pesares?
(C/f: Loca como las
aves)
(A propósito en el
discurso de Sócrates la ascensión del alma enamorada es
Comparada con el
vuelo de un pájaro).
El último verso de
una historia de amor
¿Amé / sus
infinitos ojos de nogal? / No fue fácil esperarle clandestina /
Musitando a solas
en la puerta de un cine / Un añejo danzón / ¿Volverá
La tormenta de los
dioses? (…) Deploro su angelical silencio / Su miserable
Silencio triste (…)
Carta surrealista
El amor está en la
tierra. Sólo tu cuerpo y el mío, solos. Los astros palidecen al vernos… Adivino
claveles y violines en tu corazón negro. El mar de tu lengua y otra vez el
fuego. El río quiere apagar esta ola y no puede. Y estas ganas locas de ser
lluvia y deseo, verso marcado o triste melodía. La fuente y el sol penetran en
la penumbra, penetran entre mis piernas… Si volviéramos un instante, sólo un
instante, cuánto daría. Qué senda nos separó, qué confusa senda…
(C/f: Contradanza)
Pero también Rosina
nos habla de sus sueños. Surgidos de lo
más hondo de su inconsciente, afloran sus más intensas vivencias transfiguradas
en imágenes poderosas y fulgurantes metáforas que nos envuelven y deleitan y
nos llevan también a soñar y hermanarnos con la poeta y a través de ella con la
humanidad entera.
La psicología nos
revela que, en verdad, no somos un solo yo, que más propiamente podemos hablar
de varios «yoes». Siguiendo a Fernando Savater podríamos decir que somos una suerte
de asamblea de sentimientos y pensamientos encontrados que a duras penas
podemos mantener integrados, en un equilibrio siempre precario pero siempre
posible. Si a ello, en el caso de Rosina, agregamos su exquisita sensibilidad y
capacidad empática, entonces comprenderemos cómo es que tantas voces, tantos
«yoes» pueblan su universo poético, resultado de proyecciones e introyecciones
fruto de la riqueza y de la penetración psicológica que se despliega en sus
experiencias interpersonales.
La lectura de Poesía
Reunida (Fondo Editorial Cultura Peruana, Lima, 2014) no sólo nos conduce al
conocimiento de Rosina. A través de sus páginas nos encontramos con todos
aquellos seres que han modelado su personalidad y su ser poético, y aprendemos,
como ella, a quererlos y valorarlos. Podríamos citar en primer lugar a los
miembros de su familia, a su compañero Carlos A. Ostolaza, cuya pintura es
poesía, y luego a una vasta galería de personajes, muchos de ellos del mundo
literario y político de diversas épocas, que enriquecieron su espíritu.
Mencionaré, sólo a modo de ilustración, a Frida Kahlo, «la volátil novia que
llevó a su amante gordo de divinas mañas…»; a Javier Heraud, quien «sangra
enterrado a la orilla del río»; a Vallejo, que yace en París «sin una flor en su
tumba, sin un abrazo, sólo rodeado por el frío y el silencio»; al viejo Marx,
visitado en su tumba en Londres por «un obrero y una estudiante con flores en
las manos»; o a Juan Ramírez Ruiz, precursor de Hora Zero; y a los integrantes
de este grupo, a quienes recuerda con nostalgia y devoción; y a todos aquellos
contestatarios «pensadores inmortales» con quienes compartió el amor a la
poesía y la lucha por la libertad y la justicia social, trinchera en la que se
mantiene inalterable.
Wittgenstein nos advierte de que «si bien todo lo que
se puede pensar se puede pensar claramente, y todo lo que se puede decir se
puede decir claramente quizá no todo lo que se puede pensar se puede decir». Si
ello es así, es aún más difícil expresar lo que sentimos, principalmente cuando
se trata de nuestros más profundos sentimientos. He ahí el mérito del arte de Rosina, quien es capaz
de realizar una prodigiosa alquimia verbal y hacernos vibrar emocionalmente con
ella en una experiencia de auténtica comunión espiritual y de incitación a la
acción social. Así, en Todo lo escrito pertenece al ayer confiesa:
Es difícil escribir
/ pero hablar peor / mejor es abrazarse / y confundirse entre flores / (…)
Muchas batallas nos aguardan / y sé que no vacilarás en acudir a ellas / porque
el mundo te necesita (…)
Más allá de su
valor artístico, Poesía Reunida nos permite saber que Rosina también ha
experimentado «esas caídas hondas de los Cristos del alma», pero que de todas
esas situaciones límite ha emergido más fuerte, plena de amor y de esperanza. Y
ahora, en este tramo de su vida se dirige a su nieta, en su Carta a Luana, que
es un mensaje destinado también a las nuevas generaciones: «niña mía, abre los
ojos. No elijas el cielo gris solitario… Disfruta esta vida, pequeña, goza el
valle de tus ancestros. Ama a los claveles y a los animales… cree en la
humanidad y en su fulgor… Amate pequeña mía. Te cedo mis manos… La noche te
brinda sabiduría y magia. Alondra, los dioses andinos cuiden tu senda y la
música sea tu alimento. Buda te dé serenidad y la libertad reine en ti. Ha
llegado el verano».
Al iniciar mi
comentario invoqué a Gustavo y Violeta. Para terminar vuelvo a ellos. En Cantos
del amor terrestre el poeta le pide a su amada:
«Quiero que hablen
tus hijos con amor y belleza,
Que hablen de un
mundo nuevo sin odios ni mordazas,
Porque hablando los
hijos, después que nos muramos,
Seguiremos nosotros
hablando eternamente».
Rosina ha cumplido
ese legado familiar.
Lima, 18 de
septiembre del 2014.