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Revista Isla Negra
Casa de Poesía y literaturas
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21 de Octubre, 2013 · General

Susana Szwarc: sus respuestas y poemas


Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti


Susana Szwarc nació en Quitilipi, provincia de Chaco, la Argentina, en 1954. Reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ha publicado la novela “Trenzas” (Legasa, 1991), así como en narrativa breve “El artista del sueño y otros cuentos” (Tres Tiempos, 1981), “El azar cruje” (Catálogos, 2006), “Una felicidad liviana” (Ediciones Ross, 2007); en el género poesía “En lo separado” (Último Reino, 1988), “Bailen las estepas” (De la Flor, 1999), “Bárbara dice” (Alción, 2004), “Aves de paso” (Ed. Cilc, 2009); y en literatura infantil “Había una vez una gota”, “Había una vez un circo”, “Salirse del camino y otros cuentos”, “Tres gatos locos”, entre 1996 y 2010. Entre otras antologías de la que es responsable, citamos “Cuentos ecológicos” (con colaboración de Adolfo Colombres, Ediciones Unesco, 1996) y “Mujeres 3, Visiones en el siglo” (IMFC, 1998). También el volumen “La mesa roja”, antología personal de su narrativa. Sus piezas teatrales “Paisaje después de los trenes”, “Trenzas, el secreto robado”, “Justo en lo perdido”, fueron representadas entre 1985 y 2003. Cuentos y poemas de su autoría se tradujeron al alemán, inglés, catalán, mandarín y francés. En 2013 se editó “Bárbara dice / Barbara dit” completo, bilingüe (Abra Pampa Editions, París, Francia). Además de haber sido incluido su quehacer en diversas antologías, colaboró con artículos, reseñas literarias, poemas y cuentos en publicaciones periódicas nacionales y extranjeras. Desde 1985 coordina seminarios y talleres de lectura y escritura en instituciones públicas y privadas, en varias provincias de su país y en España. Entre los reconocimientos recibidos destacan el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (1990), Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1998), Premio de Honor en la categoría Libro para Niños, otorgado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán (1996). Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes por su proyecto de escritura de novela (1995) y recibió el Subsidio Fondo Creadores del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires por su proyecto de escritura de libro de cuentos (2005). Está, actualmente, en los inicios de la fundación de la Biblioteca Popular “La Sin Rival” en Quitilipi. En http://susanaszwarc.blogspot.com.ar es posible acceder a una galería fotográfica, al cortometraje “No camines en el barro”, opereta inspirada en un cuento suyo, a videos donde se la advierte en lecturas públicas, presentaciones de libros y otros eventos, a galerías de tapas de sus libros, antologías y publicaciones diversas (revistas Casa de las Américas, Apofántica, por ejemplo), a enlaces a Sitios, blogs y revistas digitales, a textos de su autoría.

 

           -Porque no he visto representaciones de tus piezas teatrales ni las he leído -¿es esto último posible, parcial o totalmente, en la Red, o de algún modo público?-, comienzo interesándome por ellas, Susana. ¿De qué tratan las estrenadas? ¿Dentro de qué tendencia las ubicarías? ¿Te conformaron las puestas en escena? Sí o no, ¿por qué? ¿Tenés piezas sin estrenar? ¿Qué dramaturgos te atraen? ¿Fantaseaste con la concepción de guiones cinematográficos?

          -Ahora que me hacés esta pregunta, además de sorprenderme (es como si me olvidara de mis obras de teatro) me doy cuenta de que no hay registros de las puestas. Las directoras y directores tendrán fotos, algún video, pero no lo han subido a internet. Es que cuando se estrenó la primera obra, no había aún internet. Lo mismo con la segunda. Con la tercera sí, pero no nos habremos dado cuenta de registrar. Ahora estoy viendo el afiche de “Justo en lo perdido” que dirigió Irene Rotemberg,  se dio unos meses en el Camarín de las Musas y en el Centro Cultural de la Cooperación, en la sala Tuñón. Esta obra está basada en un cuento de mi autoría. Así como “Trenzas, el secreto robado”, se basó en la novela “Trenzas”.  La primera sí estuvo escrita como obra de teatro y otras también. La última: “La resolana”, sin estrenar aún, sucede en una kermese de pueblo (una especie de parque de diversiones muy “del interior”) y dos mujeres hablan como recordando, pasan por un mismo lugar pero por segunda vez, juegan para soportar ciertos horrores (se sabe que se está en Napalpí, en el lugar de la masacre de trabajadores rurales en su mayoría qoms ).

Podría decir que tanto las obras de teatro como la poesía y los cuentos tienen “un aire” en común. El aire de los pueblos del interior es lo que va abrazando (y abrasando) a los personajes, siempre marginales, siempre en “la frontera”, sobrevivientes (lo que no implica sólo un “aire de tristeza” sino la alegría de descubrir, de conocer y de estar viviendo –que también hay- en estas situaciones).

Dramaturgos: Beatriz Pustilnik, Maruja Bustamante, Ciela Asad,  la maravillosa Griselda Gambaro (o sea, dramaturgas). Y ahora recuerdo también  a Susana Poujol, poeta y dramaturga.

Y me preguntás por guiones cinematográficos. Por lo general en las críticas  y también algunos lectores, me hablan de “la película” que aparece en mis textos, como que algo de lo cinematográfico está allí. Por la novela “Trenzas”, Rodolfo Modern decía en 1992, en “La Gaceta de Tucumán”: “Y cabe agregar lo mucho que la autora puede haber asimilado del lenguaje cinematográfico, con sus secuencias aparente­mente deshilvanadas, pero que hacen a1 asunto, y de las más modernas técnicas de compo­sición musical, lo que otorga a sus páginas una complejidad creciente y un interés renovado para quienes ansían la elaboración de una prosa alejada de las convenciones al uso.”  En la presentación de “Bárbara dice”, en julio del 2004, dijo Amalia Sato: “Susana Szwarc pisa: en ese espacio que es el Chaco, la selva de América… las estepas de Polonia, los campos de escarcha, y se vuelve desafiante con imágenes que de ser filmadas provocarían terror, en una sucesión de fotomontajes con perspectivas dignas de una sala de espejos deformantes: la materia de un huevo chorreando por una montaña,  dos que juegan  a la luz oscilante de una lámpara de 25W a un crucigrama y gritan que Holocausto es una bonita palabra por su diptongo. Eso que Susana se atreve a pisar, después de tomar decisiones visuales en un territorio que es todos los mapas, con un giro dadá, amparado por el cabaret excéntrico, es un nuevo suelo donde instilar con una síncopa las sentencias de Adorno, de Primo Levi, de Celan, con una pequeña muesca que es coma, que es ofrenda hecha con palabras.”

Tal vez en algún momento, alguien desee llevar alguno de mis textos al cine. Y eso sería un placer. Ahora que digo placer, para mí fue una inmensa alegría que el compositor Cristian Varela basara su ópera en el cuento “No camines en el barro”.

 

            -Que hayas participado en las funciones del ciclo “Kamishibai”, el Teatro de Papel de origen japonés que coordinó Amalia Sato, merece que nos ilustres sobre esas incursiones. De qué trató, cómo te sentiste, qué te dejó.

          -Amalia Sato fue la que nos trasmitió, nos contó, nos “dio” el Teatro de Papel. Ella tenía en la casa de sus padres las láminas y un teatro. Luego, cada uno de sus “conocidos”  que deseamos formar parte del Club Kamishibai, “nos hicimos” de un teatro. Comenzamos a hacer las funciones por diversos sitios (Centro de España, Malba, El Ecléctico, Biblioteca Nacional, Notorius, etc. etc.) . Algunos de los integrantes: Nicolás Prior, Sergio Pángaro, Delius. Cada uno llevó luego sus funciones a otros espacios (escuelas, bibliotecas, centros comunitarios). Yo hice algunas representaciones en Resistencia, Chaco, en el Cecual.  Y esas incursiones continúan. Es muy hermoso ver cómo se produce, cada vez, ante este hecho que llamaría poético, una comunión entre los actores (los que narran y mueven las láminas) y los espectadores.  Dan ganas de subirse a una bicicleta (que fue la primera forma de transporte en Japón del kamishibai) y recorrer diversos sitios para contar, mostrar, compartir este Teatro de Papel.

 

            -Que desde que comenzabas a ser una treintañera coordines talleres de escritura supone un bagaje del que nuestros lectores agradecerán lo que nos puedas trasmitir. ¿Cómo fueron los primeros años en ese rol, cómo los siguientes, cómo los últimos?

          Qué joven fui un día!, dice el personaje de “Hiroshima mon amour” y era una treintañera. Es cierto, empecé a coordinar talleres sin que hubiera sido –podría decir-  mi intención. Estaba trabajando en escuelas de la provincia de Buenos Aires (Rafael Castillo, Isidro Casanova) cuando salió mi primer libro de cuentos (“El artista del sueño”) y varios lectores empezaron a preguntarme si daba talleres de escritura. Ante esa hermosa demanda, comencé a dialogar con el poeta Mario Morales que tenía una práctica de talleres, con Aída Bortnik que me había hecho el prólogo del libro. Ambos me animaron, me dieron elementos para reflexionar y hacer. Comencé entonces a trabajar “con” los otros en eso que se ha dado en llamar taller literario o taller de escritura. Por supuesto, decía entonces y digo ahora, que no se enseña a escribir, que ninguna facultad faculta al escritor. Que en el taller se lee, se amplía el universo de la lectura, se da lo que se dio en llamar consignas (pre-textos) como “disparadores”. Creo que se trata de una trasmisión y que ese estar de otro (u otra, en mi caso) produce, lleva al hacer. En la infancia pensaba que leer a otros en voz alta era una tarea hermosa y de algún modo me dediqué a eso. Creo que coordinar un taller de escritura es un trabajo (tarea, oficio) muy especial. Viene alguien a mostrarnos eso íntimo que implica componer un texto y quien coordina recibe este dar, esto nuevo que alguien puso  en el mundo. Y habrá de sugerir, mirar, decir con absoluto cuidado. Y a veces, leyendo con el otro un poema, alguna frase, se produce una comunión, un captar juntos la música del texto.

 

           -“La Sin Rival” se llamará la Biblioteca Popular que en Quitilipi estás empeñada en fundar. ¿Con quienes más, Susana? ¿El nombre fue una propuesta tuya? Tuya o no, ¿fue resistida?... ¿La idea es que además de biblioteca ofrezca la posibilidad de realizar talleres, exposiciones, ciclos? Desde tu infancia de quitilipense hasta la actualidad, ¿cómo se fue transformando esa ciudad? ¿Hay allá parientes tuyos? ¿Es desde que comenzaste el colegio secundario que residís en la autónoma Cabeza de Goliat, desaseada y derechosa Capital Federal?

           -Es buena la palabra que usás; “empeñada” en fundar. Es que exista esa posibilidad en nuestro país, en todo lugar del país, en el pueblo más pequeño y en la ciudad más grande, de crear una biblioteca, de recibir ayuda material para su funcionamiento, que sea totalmente autónoma (son los habitantes del lugar con su comisión de biblioteca, la única que decide),  y que no se utilice, es no sólo una pena sino una necedad, o simplemente se ignora. En Quitilipi ya están todos los pasos dados, faltaría que se habilite el lugar (que también ya está habilitado en los papeles). El nombre fue decisión de la comisión. Querían poner el apellido de mi padre (que es también el mío) pero me opuse. Y mis padres tenían en el pueblo una tienda que se llamaba La Sin Rival. Votaron por ese nombre. Pensé, después,  que es bonito que una biblioteca no se maneje con rivalidades. Las bibliotecas populares ofrecen la posibilidad de realizar talleres, seminarios, charlas, ciclos. CONABIP colabora  con el envío de coordinadores así como con el envío de  libros. Y contribuye económicamente para que las cosas sean posibles.

Los pueblos “del interior” son otro mundo, existen los mismos códigos que en la gran ciudad pero también otros.  Y como el lugar es pequeño, salta a la vista la diferencia de clases y a la vez las ayudas entre unas y otras como también la exclusión, el maltrato. Pero si bien todo está a la vista, se oculta. Y el poderoso es quien se impone.

No hay familiares allí. Mis padres “cayeron” a Quitilipi en el 49. Se conocieron en Buenos Aires, podría decir se re-conocieron porque estaban hablando la misma lengua. Ambos venían de Polonia. Ambos sobrevivientes. Y por esas cosas, llegaron hasta el pueblito. Quitilipi esta al lado de Napalpí, donde en 1924  se produjo una masacre feroz.  Los obreros qoms pedían mejoras salariales y se produjo una matanza. Una locura criminal que se oculta aún, que no aparece en los libros de historia. Fijate que coincide aproximadamente con la fecha de la Patagonia Trágica y cómo  los terratenientes actuaron como asesinos.  Esto lo digo por tu pregunta de si hubo cambios en el pueblo. (Y tal vez estoy respondiendo que no hubo.) En mi infancia allí, no había pavimento. Llovía y el barro divertía a los chicos si no era torrencial y asustaba. Después llegó el pavimento. Pero el supuesto progreso trajo progreso y atraso. El tren que pasaba, dejó de pasar (como en casi todo el país en la década de los 90 con el auge del neoliberalismo. Y eso fue un golpe para los habitantes de los pueblos de todo el país).  Pero Quitilipi no es un pueblo abandonado. Se sigue cosechando por allí, y el pueblo funciona. Así como los pueblos vecinos, por ejemplo Machagai está muy bonita con sus diagonales y árboles y flores.

En estos pueblos (en estas provincias)  sucede algo que no sucede en la capital. Hay habitantes indígenas. Cuando era chica estaban en “La Reducción” que luego se llamó “La Reservación”. Fijate estas horrorosas palabras. Después eso cambió, supuestamente. Fueron a barrios “cerrados”, se convirtieron en la mano de obra más barata.  Qué increíble cómo se naturaliza lo que no es natural. Cómo esas tierras que pertenecían a los quoms, a los wichís, a los guaraníes pero que estaban sin alambrar porque “quién puede pensar que la tierra es algo que se compre o que se vende”? (dice Luis Benítez en “Manhattan Song”), ahora tienen sus dueños (que explotan la tierra y a los que la trabajan). (A veces hay algún interludio).

En Quitilipi está el maestro Belén que tiene una radio, la mejor y que escribe también en diario “El Norte”. Tuvimos muy buenos maestros, la escuela pública funcionó de maravillas y algo de eso queda aún. Hay dos bibliotecas públicas (diferentes a las populares) que están hace años, el pueblo tiene sus lapachos y laureles, también jazmines magnos. Había un cine en mi infancia que luego dejó de funcionar y ahora es un centro cultural. También funciona un cine nuevo. Hasta el año pasado se preparaban comparsas para el carnaval que daba trabajo a muchos habitantes.

Por algún motivo, los padres nos mandaron a las hermanas mayores a la capital. Lugar gigante. Y sí, derechoso. Sin embargo, no logró la ciudad atraparnos en esa vorágine sino que encontramos la grieta para percibir “el otro lado de las cosas”. De todos modos pasar de un lugar pequeño, viviendo amontonados, a la gran ciudad a  los 10 y 12 años, solas  dos niñas, habrá sido de lo más interesante.

 

          -No sólo te voy a preguntar, Susana, qué estás escribiendo en la actualidad, en qué géneros, sino también si prevés algún tipo de obra de esas que requieren mucha investigación, o si no deja de rondarte algún tipo de trabajo literario que temés que no puedas realizar o que realizándolo imaginás que pudiera no satisfacerte, renegar de él y nunca publicarlo.

          -Actualmente estoy con un libro de poesía casi terminado,  me falta volver a revisar,  a ubicar los poemas espacialmente. Y por ahora creo que se llamará “El ojo de Celan”. Tengo empezada una novela y otra terminada, se llama “La muertita”. Y me ronda otra, donde quiero  investigar sobre los lugares que visitó Sara Gallardo y ficcionalizar sobre ella. Pero no sé si me pondré a escribirla. También me rondan otras ideas en teatro. Y tengo un libro de poemas en literatura infantil, se llama “En un lugar de la mancha” (porque hay manchitas, por ejemplo de tinta). Es curioso cómo la propuesta de escritura aparece con su “forma”. Por ejemplo, no me rondan cuentos en este último tiempo. De todos modos creo que se está siempre renegando (me gusta esa palabra).

 

           -Has sido invitada más de una vez a la Feria del Libro de Resistencia, Chaco. ¿En qué ha consistido tu participación en cada una? ¿Cuál es tu evaluación de cada una de ellas? ¿En qué aspectos se han diferenciado? ¿Qué sugerirías a los organizadores que establecieran o incorporaran para futuras convocatorias?

           -Ir a las ferias de distintas ciudades, me gusta mucho. Ir a la feria del libro Regional del Chaco, me es, cada vez, un placer. Me hace feliz llegar a esa provincia. Es como que el cuerpo reconociera los cuerpos de los árboles, de los pájaros y también de las amistades, y se alegrara de estar allí.  He participado presentando libros: por ejemplo “Tres gatos locos”, libro de cuentos para chicos con ilustraciones de Eugenio Led. Este libro fue editado por la Secretaría de Cultura de la provincia y se entregó gratuitamente a escuelas y bibliotecas.  Este año presenté la antología personal “La mesa roja” y el libro traducido al francés. Además se entregaron los premios a los ganadores del concurso Veiravé, del que fui jurado. El primer premio fue para el poeta Luis Argañarás. Las actividades son múltiples, cada año la feria tiene un país homenajeado (este año fue Bolivia). Y cada vez hay diferencias que la enriquecen.  Todo lo que se hace en Cultura en el Chaco es abundante y de nivel. La Feria del libro es una parte de las múltiples actividades (hay buen cine, exposiciones de pintura, danza, la fiesta de la escultura, talleres). Mientras respondo pienso que es una provincia especial: montones de cosas que faltan, cosas para “quejarse” y –a la vez- logros muy grandes: escuelas bilingües (se aprende toba, wichí), hospitales que funcionan muy bien, etc.

 

 

          -Has recordado un insoslayable clásico del cine francés de tu juventud. ¿Qué otros recordás o has visto más de una vez o volverías a eventualmente disfrutar en los próximos quince días (o meses, o años)? ¿“Te tira” más lo francés? ¿”Qué te tira” más? ¿De qué tipo de cine sos más “incondicional” espectadora? ¿Lo fuiste de alguno y ya no lo sos?

           -Es cierto, recordé “Hiroshima...” pero lo pensé por quien escribió el guión, lo pensé por Marguerite Duras. Tuve un momento en que me era imprescindible leerla. Pero volviendo a tu pregunta, sí,  me gustaba el cine francés. Hasta que conocí a Tarcovsky, recuerdo aún cuando vi “El Espejo”. Y “Stalker”. Y “Nostalgia”. Me tiraba lo francés. También el cine ruso, el checoeslovaco, y ¿te acordás de la maravillosa “Cuernos de Cabra”, esa película búlgara, creo? También me tiraba el cine italiano. Por supuesto Fellini. El otro día vi “Amor y Anarquía” de Lina Wertmüller, y me enterneció verla. Aunque me pareció exageradamente romántica, algo inverosímil y preciosa, al fin. Pero acercándonos, me ha gustado mucho el mexicano Ripstein. Su ferocidad me ha hecho reír, supongo que defensivamente. Siguiendo con México, me gustó muchísimo “Japón”, de Carlos Reygadas.  (Algo de la mirada de Tarkovsky hay por momentos allí, y a la vez otras cosas. Y logra escenas no vistas antes en el cine.) Y el cine argentino también ha dado grandes películas: pienso en “La Casa del Ángel”, “La Ciénaga”, “El Hombre de al Lado”, “Historias Mínimas”, “Bolivia”, “El Cuento Chino”… Por supuesto que no podemos obviar las maravillas que logró el cine alemán de pre-guerra, esa iluminación, porque tal vez se trate sobre todo de la luz en el cine. Y ¿de qué se trataría en la escritura? ¿También sería de la iluminación?

 

           -Leo por allí que en la Biblioteca Nacional estás coordinando con Laura Szwarc –¿nos la presentás a Laura?-, un Taller Performático, el que también se promueve como Poesía en Acción: ¿nos describís en qué consiste?

           -Un gusto presentar a Laura Szwarc, ella se dedica al arte y a la educación, es directora de Akántaros, está en el grupo performático Las parientas y pronto saldrá su libro de poesía “Harina en vuelo”. Con Laura venimos investigando ciertas cuestiones juntas, coincidimos en los interrogantes y me da gusto que sea mi hija.

Te diré que las performances adornan y remodelan el cuerpo, cuentan historias, permiten que la gente juegue con conductas repetidas (se presenten y re-presenten esas conductas). Cada performance es única, distinta de las demás. Hay repetición, pero lo mismo no es lo mismo. Y el cuerpo es metáfora y materia; sujeto y objeto; texto y lienzo; significado y significante. Las performances, en las sociedades que reprimen los deseos, expanden significación. Trabajamos en el taller con el material que cada uno trae pero también, como lo enfocamos especialmente a lo poético, el taller se basa especialmente en el lenguaje escrito sin perder de vista el otro cuerpo.

 

 

          -En un artículo de Alberto Luis Ponzo que acabo de releer –publicado en la revista “Poética” (1986)-, cita a Laurence Durrel: “no es el arte, en realidad, lo que perseguimos, sino a nosotros mismos”. ¿Qué reflexión te provoca esta cita?

            -¿Somos nuestros propios perseguidores? El arte, “esa cosa” que fue sembrando la historia de la humanidad, demostrando, tal vez, que el progreso es una farsa. Y así, con el arte tal vez nos hayamos prometido mejorar el mundo.  Recordé a Girri, lo cito creo que textualmente: “Ya no es tiempo de prometer/ sino de recibir lo merecido”.

 

  Susana Szwarcselecciona para esta entrevista,

en septiembre de 2013,seis poemas de su autoría:

 

Invitación

I

 

Alguien, como un teorema, nos ha cercado

con una magia suave, todavía.

Casi nada sabemos

sólo el ruido -musical- que dejan los trapecios

y confunden.

Toda la historia entra en una copa,

suspendida por la ventana en su equilibrio.

 

Una tos aleja del ensueño.

 

Nos avisan: no leer ya tragedias,

evitar la inquietud.

Mi pura verdad vacila y la copa se mueve.

Caerá,

se hará trizas en la vereda de las grandes ciudades

donde nunca (nunca, que recuerde) he comido.

(-¿qué comíamos?

- letras.)

Se nos escapa la risa como un huevo

pasado por agua que evita el incendio

de la casa,

(a todos a veces se nos rompe).

 

 

II

 

Recordar. He mirado los árboles vacíos del invierno

y los he visto completos otra vez.

También la otra

-niña- ajena, los ha visto.

Árboles nos permitían el saludo, el adentro y el afuera,

y la prohibición encubierta que separa

las toses.

Qué hace, en la luz de la mañana, el milagro

de la diferencia.

En esa luz alguien sueña con un padre que bendice,

que alimenta,

y que no sabe de la desmesura del sentido.

Porque alguien sueña

yo también.

 

Un país no es un solo lugar para el derroche de pasiones.

La vuelta al mundo recomienza su andar

y todo el pueblo

entra en nuestros ojos como un fruto maduro,

a punto de morder.

Justo en lo perdido, una migración.

 

                                                                    (de “Bailen las estepas”)

 

 

 

¿Sonreía?

 

Alguien arroja un huevo

crudo (podría ser también por agua),

hacia la zona de montañas, altísima,

justo en el lugar de las nieves eternas.

 

Ese gesto es trivial, tan cruel (casi)

como el gesto del asesino que arroja

cuerpos

al océano

pero que, por algún motivo del azar, se ve

en los ojos de la víctima, que le sonríe.

¡Ah!, cada día, cada noche,

la misma inconcebible pregunta:

¿por qué sonreía?

o aun: ¿por qué me sonreía?

Y cada vez

el verdugo cierra los ojos, aprieta los oídos

como esos niños atormentados por los gritos

de una madre todavía inexplorada, y se muerde

los labios.

-No hay que aceptar la pregunta- piensa.

No le dice a nadie lo que piensa.

Mientras la frase no le salga de la boca

nadie (nadie) contará el cuento.

Ahora (que alguna vez es siempre),

la dignidad de la montaña

resbala junto con la yema.

 

Hay manchas de luz.

La noche es negra y blanca:

como no saber si es de día

o se hizo pedazos la montaña.

Ninguna jarra para guardar un trazo

de la nieve, ni regazo.

 

Si algún tierno, tesoro,

deforme (¿yo, vos?)

mirara hacia allí diría,

entre lágrimas claro,

-¿cómo cuelga así? Cáscara, yema,

montaña.

La caída de qué letra, o paisaje

sin reparo.

 

¡Ah!, pero el tiempo no se queda quieto. Sopla.

 

                                                                      (de “Bailen las estepas”)

 

 

                                                           

Bárbara

 

Ese cuerpo excesivo

aún después del  strip-tease

es tan leve como el mejor

afiche ante mis ojos.

La estética del poster

me hace sonreír

y mecerme en la silla de mi casa

(al compás del ritmo ajeno).

¡Ah! es exactamente igual

que ofrezca Bárbara su carne

-de verdad, de mentira-

para mí.

Su  nombre acerca a mi memoria

el  poema de Prevert

aunque ella insista: “mirá, también me llamo Sonia

y no hay en mis manos ni crimen ni castigo”.

 

Pero ninguno de estos recuerdos

sirve esta noche,

ella está allí, quitándose siempre

su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido

y su cuerpo es un mapa perfecto,

un territorio para abrazar,

arrojar monedas,

atrasar relojes.

 

De pronto ya no sé  qué sucede.

No hay ruido de pulseras en la habitación de al lado

y la música que sale de la radio,

que despierta a los vecinos,

me afecta el sentido del gusto, la clarividencia.

 

Un hombre, otro hombre,

abraza a Bárbara.

Bárbara tristeza  la del hombre

que la abraza y no apaga así

sus lágrimas de carne.

Pero el llanto es de los dos

y valen nuestras monedas.

 

                                                             (de “Bárbara dice:”)

 

 

Quisiera enterarme

 

Quisiera enterarme de que nada

tiene forma, decías. Y acepté,

hasta el fondo de la copa del árbol,

de la copa del río.

 

Ninguna de las otras (creía)

se ahogaba como yo. (Me hundí.)

 

No hay placer, dijiste

mientras vaciabas al padre

en la botella y mi cuerpo te servía.

 

¿Te habías ido? ¿Y las otras?

Tuve vértigos

como si alguno más

se cayera del mundo.

 

Dormida, en la noche de fiesta,

alcancé a oír: ¿qué hay después?

 

Al despertar

había panes

en mi cama.

                                                                 (de “Bárbara dice:”)

 

 

 

Engaú

 

Estamos adentro del sueño.

Es bella la noche, tu partitura.

Sé que es mejor mantenernos

callados. Sin embargo

esa compulsión de llenar

me hace decir: “no me arrepiento de nada

ni siquiera de no haber probado cocaína”.

No sólo escucho sino que veo

cómo se ríen de mí.

Sobre la mesa, las sillas, la cama:

los libros apilados como “camisas

que no caben”.

Siempre esa misma dificultad

cuando alguno quiere sentarse,

porque se alejó de la ventana.

Entonces soy yo la que se ríe

y comienzo a cambiar las pilas de lugar.

Acomodo los libros en el suelo

con la misma delicadeza

con la que cambiaba los pañales.

 

De pronto, en la biblioteca, irrumpen las botellas:

vino, fernet, ginebra, anís, grapa.

Sé perfectamente que estamos adentro del sueño

y no creo que exista aquí, en esta ciudad,

en ninguna ciudad,

algo como la grapa del pueblo de la infancia.

Tampoco la niña que pregunta

y revuelve en la pregunta:

¿por qué los cosecheros golondrinas toman grapa

hasta el hartazgo?

¿Por qué si estuvieron días bajo el sol,

ellos, sus mujeres, los hijos,

arrojaron las monedas –no  a la fuente-

sino al paisaje de la zanja de la grapa?

Antes habían comprado una frazada con más colores

que el cielo. Más tarde, vacíos los bolsillos,

se acomodaron en mi umbral.

La frazada repartida entre sueños por los que también

caminé: algodonales, algodonales,

pero sólo mordíamos naranjas. ¡Ah!, cómo recuerdo

engaú, esa sed. Y después, mucho después –todavía-,

la frescura en las bocas.

 

Pero decía del sueño de esta noche. Es el momento justo

en que una ciudad se burla de mí.

No me arrepiento digo: he olido jazmines,

fresias, lirios. Si olí hasta las flores de loto

de una película vietnamita y presté –también- mis manos

cada vez que un amante  pronunciaba palabras

y las dejaba caer, sueltas, en la madrugada.

Yo corría a buscar hojas, más hojas:

 

anotaba como los viejos copistas.

 

Me vi llorar dentro del sueño,

me vi desierta, decirte: si supiera escribir tu música,

las notas exactas de la fiesta de la angustia.

 

Brilla (mi amor) tu amor en el agua del jarro.

Afeitan tus manos de mis lágrimas lo amargo

y convidan al mendigo.

-Ni una gota más-, dije en el sueño.

 

Estiré los ojos para mirar el pájaro de cada mañana.

Insistía: pío, pío, pío.

Y ellas (Bárbara, Sheila, Luva, Patricia) dijeron:

-lo descolocado nos excita.

Pagaste. Pagamos. Pagaron.

¿Quién se atrevió a decirles prostitutas, sólo para poder

separarse cada vez sin dolor?

Cerraron los monederos azules, rojos,

amarillos. Cerraron la puerta del sueño.

Adentro, ¿quién se atrevió a decirme?:

“es hermoso estar así, solo, con alguien.”

 

Disimuladamente, arrojé mis monedas,

engaú.

 

                                                                         (de “Bárbara dice:”)

 

 

 

El desorden de las relaciones de propiedad

                                                                           a Guada y José Kózer

 

Y yo, volví al hospital.

En el largo pasillo repleto esperaba

-esperaba de pie y te leía-.

En un solo movimiento: girar la cabeza la página

un dedo de la mano izquierda,

los anteojos de leer cayeron

-sobre el mosaico-.

Cada pedacito de vidrio mostraba una garza

sin sombra, que empezó a recorrer el pasillo con sus zancos.

De lejos la vi apoyar su lomo

en el vendaje de una pierna. Despacio

me acerqué.

Es mi garza decía - un poco

a los tumbos- pero cada uno deseaba a la sanadora.

Es mía, insistí, riéndome

por las cosquillas que me hacía -garza- en su desorden.

Salieron los médicos al pasillo -salieron por el revuelo-

y llamaron: Garzas.

Nos hicimos

-sombra-.

                                                                             (Inédito)

 

 

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, septiembre 2013.
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01 de Agosto, 2013 · General

Griselda García: sus respuestas y poemas

 


Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Griselda García nació el 4 de mayo de 1979 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Publicó los poemarios “Alucinaciones en la alfalfa”, edición de la autora, 2000, “El arte de caer”,  Alicia Gallegos Editora, Buenos Aires, 2001, “La ruta de las arañas”, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2005 y “El ojo del que mira”, Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2009, disponibles gratis en http://griseldagarcia.blogspot.com.ar . En 2010 apareció “Hallucinations in the Alfalfa and other poems”, su primer libro de poemas traducidos al inglés por el escritor canadiense Hugh Hazelton y publicado por Wolsak y Wynn Publishers. En 2012 publicó “La madre del universo”, Editorial Echarper, Buenos Aires, relatos breves. Fue incluida, entre otras antologías, en “Zapatos Rojos 2000”, Ediciones La Bohemia, Buenos Aires, 2001;  “Poesía Erótica Argentina” (1600-2000), selección y prólogo de Daniel Muxica, Ediciones Manantial S.R.L., Buenos Aires, 2002; “Italiani D’Altrove” (castellano-italiano), con traducciones y epílogo de Milton Fernández, prólogo de Elvira Marinelli, Rayuela Edizioni, Milán, Italia, 2010; y “El Verso Toma La Palabra” (33 Poetas argentinos de hoy), prólogo de Adán Echeverría, Homoscriptum Editorial, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, Nuevo León, México, 2010. Fue secretaria de redacción de la Revista de Poesía “La Guacha”, dirigida por Javier Magistris y Claudio LoMenzo, y en 2002 y 2003 integró el equipo hacedor de la Revista de Poesía “Omero”, dirigida por Jorge J. Rivelli. Fue la editora de la Hoja de Poesía “Sólo Sal”. Condujo un programa de radio en FM La Boca. Co-dirigió la editorial La Carta de Oliver. Se ha desempeñado como investigadora del Centro Cultural de la Cooperación, en el Área Literatura y Sociedad. Junto a Sergio Rigazio y Lord Chéselin llevó adelante la Biblioteca Virtual BEAT 57 (en archivos Word que se remitían por e-mail). En 2012 se estrenó su cortometraje “Las grandes aguas”, basado en un poema suyo: http://vimeo.com/66525578 , y en 2013 se filmó “Blanco”, adaptación del relato homónimo. En la actualidad cursa estudios de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Se dedica al dictado de talleres de escritura creativa (poesía y narrativa). Es practicante de yôga y vegetariana.

 


     -Entiendo que tus primeros tres libros, publicados en 1998 y 1999, antes de que nos conociéramos, Griselda, titulados “Hermanas ninfas”, “Sandra”, “Todo es extraño a mis ojos”, de narrativa, han quedado excluidos de tu bibliografía. ¿Es completamente así? ¿Eran cuentos, relatos, microficciones y en ediciones de las que denominamos "artesanales”? ¿Los textos de esos libros fueron corregidos y los volverás a publicar? ¿Algunos integran el volumen “La madre del universo”? ¿Cómo recordás aquellos años de producción, tu adolescencia narradora? ¿Ha sido, quizás, en tu niñez cuando comenzaste a incursionar en la escritura creativa? ¿Que pantallazo nos proporcionarías de tu niñez y adolescencia?

 

     -No menciono mis primeras novelas cortas porque las considero ejercicios. En ese momento me invitaban a publicar mis textos en internet y tenía que poner algo en el curriculum porque si no quedaba muy vacío, como me decían los editores. Es imposible escribir algo rescatable a los 20 años, salvo que seas Rimbaud (no es mi caso).

De Sandra rescaté un fragmento que se transformó en el cuento “La ley”, incluido en La madre del universo. Pero como novelas no tienen valor. Me las autopublicaba en ediciones artesanales que imprimía en mi trabajo. Gasté muchas resmas y tinta, una forma menor del hurto.

De esa época recuerdo mucha tristeza informe que canalizaba a través de la escritura. Era empleada en una oficina donde sentía que me marchitaba más y más. Tenía una hora y media de viaje hasta Ciudadela, donde vivía con mis abuelos, mi hermana y mi mamá. Mi abuelo era sastre. Trabajó muchos años en Thompson y Williams. Era capataz en el taller. Él me decía que tuviera paciencia en mi trabajo porque era la única manera de progresar. Algo de esa idea me hacía ruido; yo lo escuchaba pero en el fondo sentía que el progreso era imposible, al menos dentro de esa estructura de relación de dependencia. Crisis del 2001 mediante, las cosas se pusieron peor. Trataba de resistir como podía. Empecé a conocer a algunos escritores (Rigazio, Cuenya) con los que hacíamos cosas culturales, entre ellas la Biblioteca Virtual Beat 57. En ese momento no había muchas páginas que ofrecieran libros de descarga gratuita. Nos repartíamos una serie de autores que queríamos dar a conocer y tipeábamos palabra por palabra en un archivo Word. Mandábamos por mail el archivo con la oferta gratuita a conocidos y desconocidos, que podían solicitar cualquiera de los archivos. Era una tarea muy placentera. En esos breves momentos quitados a los trabajos de cada uno respirábamos aire fresco. En fin, una historia más del tipo “salvación por la literatura”.

Siempre leí, pero empecé a escribir con mayor consciencia siendo adolescente. Al principio, la escritura narrativa era más bien un vómito, nada racional. Corregía como podía, hasta que me parecía que quedaba bien. En cuanto a los poemas, primero aparecían en libretitas y después los pasaba a la computadora, donde ya tenían otra presencia. Esa distancia era necesaria para poder verlos como ajenos, algo bastante difícil.

Casi al mismo tiempo empecé a inmiscuirme en lecturas de poesía, y ahí tuve una buena devolución, lo que me envalentonó. A la vez, me abrió la puerta para leer nuevos autores y conocer a otras personas que también escribían. Creo que escribir es una tarea solitaria que lleva mucho tiempo e introspección, y estos encuentros de poetas ayudan a salir. Un poco de soledad, un poco de compañía.

En cuanto a mi niñez, estuvo amenazada por el fantasma de la enfermedad de mi padre (cáncer). En casa infantilizaban lo que le pasaba: “Papá tiene unas piedritas en la panza, se las van a sacar, por eso va al hospital”. No pasaba nada y todo estaba pasando. Él murió cuando yo tenía 10 años. Escribí dos poemas sobre él. Uno de ellos está en El arte de caer (“Pa”), y otro es inédito (“El dique”). Este último cuenta el momento en que fuimos a tirar sus cenizas en el río de Alpa Corral, en Córdoba.

 

 El dique

 

En las últimas vacaciones Papá

construyó un dique en el río.

Le llevó toda la mañana.

Cuando terminó, el sol

había bronceado su espalda.

El agua nos llegaba a los tobillos,

nos metíamos en zapatillas

para que los pies no dolieran.

 

En ese mismo río esparcimos

sus cenizas pocos años después.

 

Mamá llevó flores

y una botella de vino.

No había nadie ese día,

sólo un hombre acostado en la arena

que al ver la botella

gritó de satisfacción.

A Papá le hubiera gustado, pensé,

y entrando al agua rompí el dique.

 

    

     -Creo haber llegado a ver, a leer una o más ediciones de tu “Sólo Sal”. ¿Durante qué lapso editaste la Hoja de Poesía? ¿Cuántos números salieron? ¿El título de la propuesta se correspondía (¡?) con el material que elegías? ¿A qué autores socializaste allí?

     -La hoja de poesía Solo Sal empecé a hacerla como para “no caer con las manos vacías” en las lecturas de poesía. Veía que muchas personas repartían plaquetas con poemas y los imité. Copiaba y pegaba poemas que encontraba en internet, sin otro criterio que compartir lo que me gustaba. A veces incluía algún amigo o conocido que me mandaba material. No me quedó un solo ejemplar de Solo Sal, así que no puedo recordar a quiénes incluía. Salieron unos 7 u 8 números, alrededor del año 2000. El título no sé cómo surgió. Jugaba con la sal de mesa y la orden de salir. Justamente era lo que sentía que tenía que hacer en ese momento, en varios sentidos.

 

      -En una ocasión fui como invitado al programa radial que conducías en FM La Boca. Y me sorprendió tu soltura. Me agradaría que nos cuentes no sólo cómo se llamaba la audición y con quienes la hacías, sino también cuánto estuvo en el aire y qué características le imprimieron. Y si te satisfizo la experiencia. Lo que me provoca inquirir respecto de si volverías a involucrarte con ese medio.

     -El programa se llamaba La Santa Poesía. Era la puesta en el aire de debates y charlas que teníamos con Claudio LoMenzo y Javier Magistris, directores de la revista La Guacha. Invitábamos a escritores y les hacíamos entrevistas informales. Duró un año, más o menos. Teníamos muy estructurado cada programa, salían bien. La producción la hacía Andrea Campagna, una compañera de trabajo que estaba estudiando Comunicación. Nos divertíamos mucho.

Me parece un medio riquísimo y volvería a participar en un programa, sin dudarlo. De chica me gustaba “jugar a la radio”: decía la temperatura, leía poemas, pasaba música y hacía las publicidades. La Santa Poesía mantuvo ese espíritu, creo.

 

      -Ignoraba yo esa labor tuya como investigadora en el Área Literatura y Sociedad, en el Centro Cultural de la Cooperación, en pleno centro intelectual de la Capital Federal. ¿Sobre qué investigarías en la actualidad? ¿Sobre qué asuntos de la literatura se investiga poco y nada? ¿Quiénes te parece que han sobresalido en este campo, y quiénes sobresalen?

     -La verdad es que no se me ocurre un tema para investigar en este momento. El trabajo con la producción ajena en el taller literario me lleva mucha dedicación. Luego queda poco espacio mental para seguir pensando en literatura. Quizás no suene bien esto, pero es lo que me sucede. Cuando investigaba en el CCC tenía en paralelo el trabajo de oficina, quizás por eso me parecía refrescante hacer entrevistas, leer teoría, escuchar conferencias aburridas…  

En la carrera de Letras te piden que investigues, dentro de cierto marco, como estudiante. Te ponen a que escribas trabajos sobre prácticamente cualquier tema que se les ocurra. Les encanta que “cruces” autores, que hagas literatura comparada. Está de moda. Agota, pero entiendo que son formas de ensayar la escritura académica.

Me parecen muy buenos los trabajos de Walter Cassara (El oído del poema) y Alicia Genovese (Leer poesía) sobre poesía. Ellos escriben con claridad sobre temas que pueden ser oscuros.

 

      -Tengo presente que al menos “estamos juntos” en dos antologías. Me voy a detener en la bilingüe, la de hace tres años, subtitulada “Antologia di poeti che scrivono in altre lingue ma continuano a sentire in italiano”. Allí compartimos cartel con autores a los que el apellido paterno, como el mío, itálico, delata al instante; por ejemplo, Paola Cescón, Eduardo Espósito, Flavio Crescenzi, Ana Russo, Gustavo Tisocco, Gabriel Impaglione, María Teresa Andruetto, Eduardo D’Anna, Jorge Paolantonio, Alfonsina Storni... En tu caso lo itálico irrumpe por el costado materno. Como a mí me produjo una emoción inefable, ya en contacto con el bello ejemplar, ser presentado en idioma italiano –aclaremos que sólo es bilingüe la edición de la muestra poética, puesto que es una producción cuyo objetivo ha sido distribuirla y comercializarla, primordialmente, colijo, en Italia-, me gustaría saber qué te ha pasado a vos íntimamente cuando te leíste presentada en idioma italiano. Y ya que estamos: ¿Qué escritores italianos te entusiasman? ¿Qué poetas italianos más has releído?

     -Me pareció hermosa la idea de la antología y me sentí muy agradecida por la convocatoria. El italiano es un idioma muy bello que no comprendo, salvo palabras sueltas. Sentí mucha conexión con mis abuelos maternos, una especie de ligazón creativa en el árbol genealógico.

Adoro a Pavese, Ungaretti, Montale, pero no leí a otros poetas más recientes.

 

      -En una o dos oportunidades me oíste valorando tus enfoques, agudeza y estilo trasuntados en tus comentarios bibliográficos publicados en “La Guacha”.  En efecto, me recuerdo “examinando” con regodeo la organización y realización de aquellas críticas –y con independencia del objeto de tu comentario-. Las extraño. Creo que estás para emprendimientos ensayísticos ambiciosos. Creo que estás o estarás para emprendimientos ensayísticos novedosos. Dicho lo cual, ¿qué te pregunto? ¿Quizá tu actual formación académica contribuya a que mis expectativas se cumplan? ¿Hay algo de esto revoloteándote?: debiera.

     -Sos muy generoso. La verdad es que siento que me faltan muchas herramientas para poder expresar lo que pienso. La Universidad trata de ceñirme el corsé de la escritura académica, pero me cuesta. Cuando no me queda otra que aprobar una materia tengo que escribir así. Las monografías las voy subiendo a mi blog con la etiqueta “Reseñas y trabajos”. Es bueno que este material esté a disposición de quien quiera consultarlo: la monografía de uno le puede servir a otro. Creo que es muy necesario armar redes.

 

      -En una entrevista que el poeta brasileño Floriano Martins realizara al poeta venezolano Eugenio Montejo, le preguntó si creía que media un gran abismo entre aquello que había escrito y lo que hubiese deseado escribir. Reconociendo la apropiación de la pregunta, te la formulo.

     -En lo personal, entre lo que escribí y lo que hubiera querido escribir creo que no hay tanta brecha. Trato de escribir lo que quiero leer y no encuentro. Como no existe, lo fabrico.

 

      -¿Qué novelistas contemporáneos te entusiasman? ¿A qué narradores que te hayan interesado, ya no volverías?

     -Soy viejera, la verdad es esa, no leo a muchos contemporáneos. Pero lo bueno termina imponiéndose. A veces pasa que, en una semana, dos o tres amigos o conocidos mencionan un libro. Ahí, voy. No me suelen interesar demasiado, pero acepto las recomendaciones como parte del lazo que me une a esas personas.

Tuve entusiasmos intensos con varios autores que después no releí. Uno de ellos es Carlos Castaneda. Me parecían unas cosas maravillosas las que contaba. Circulaban anécdotas sobre gente que se había vuelto loca por leer ese tipo de libros. A mí me interesaba mucho ese germen, dónde podía estar, pensaba mientras avanzaba por esas páginas de desiertos y águilas. Leía en la cama, tapada bajo una manta roja y pesada. En ese momento, no había tantos tiroteos en Ciudadela. Sólo algún que otro balazo al aire, luego silencio. Una noche llegué a una de esas prácticas de meditación y golpes en el punto de encaje que le proponía don Juan a Castaneda. Y tuve una especie de alucinación: estaba tendida sobre una piedra inmensa, en el desierto, viendo un cielo color naranja. Y arriba volaban las águilas. Me asusté mucho y lo dejé. Todavía no me volvió a pasar algo así con un libro.

 

      -Has traducido al castellano a Anne Sexton, Craig Czury, Peter Orlovsky, Leonard Cohen, Gary Snyder, Heather Thomas, Susan Deer Cloud, Sylvia Plath, Walt Whitman, Robert Bly, Elizabeth Barret Browning, Langston Hughes, Andrew Marvell, Lawrence Ferlinghetti, etc. ¿Qué te sucede –qué te recorre- mientras procurás hallar los vocablos que den cuenta de semejante compromiso? Inquiero en la suposición de que con unos te debatirás de un modo y con otros, en cambio, diferentemente.

     -Traduzco de atrevida. Prefiero pensar que son versiones; algo un poco más realista. El objetivo de trasladar al español a determinados poetas es poder compartirlos con los que no tienen acceso a otra lengua. Ahora es muy habitual que todo el mundo sepa inglés, pero en cierto momento no lo era. Y por eso empecé. Tengo una amiga poeta y traductora a quien consulto cuando tengo dudas. Ella tiene mucha paciencia y trato de no cargosearla. Es difícil encontrar personas así, que nos hagan un lugar, nos avisen cuando nos equivocamos y nos hagan indicaciones afectuosas.

Para traducir a un poeta, trato de quedarme con su perfume. Otros podrán llamarlo estilo o voz: eso que queda al terminar de leer un libro; se produce un encantamiento, un amor repentino que te hace querer ir a buscar al autor, abrazarlo, hacerte amigo. Pero como muchos están muertos, un modo de volverlos a la vida es seguir difundiendo su obra.

 

      -Supongamos que pudieras reencarnarte en un pintor. ¿A quién elegirías? ¿A quién elegirías para reencarnarte en un estadista? Y más: en un animal. Y más: en algo de un orden botánico.

     -Pintor: Egon Schiele, Francis Bacon, Lucien Freud (alguno de estos). Estadista: no se me ocurre. Animal: una vaca en India. Botánica: yerba mala.

 

      -¿Hay escritores que escriban para vos? No digo sólo buenos escritores, o maravillosos, podrían ser mediocres: ¿hay o hubo escritores que vos sintieras que escribían para vos,  la que sos o fuiste? ¿Detectaste o detectás a escritores que en determinados textos, o pasajes de esos textos, es como si “te hablaran” a vos, te hicieran casi asentir con la cabeza o sonreír? A mí que, claro, tengo justo el doble de tu edad, y que por lo tanto “me veo obligado” a sopesar desde mi condición provecta, me pasó con Henry Miller, con Samuel Beckett, con Hebe Uhart, con Roberto Santoro. Ya no. Me pasa ahora releyendo poemas de Gustavo García Saraví o Jorge Santiago Perednik o “El extranjero” de Albert Camus. Queda formulada la inquietud. Quizá chapuceramente. Pero en una de esas me captás y en una de esas das a los lectores y a mí la precisión a la que aspiro.

     - A Henry Miller lo leía mucho en la adolescencia. Lo mismo a Anais Nin y sus diarios intensos. Sentir que alguien escribe para mí me pasó últimamente con Hebe Uhart. Hay una libertad de lenguaje y tema tan grande en ella, que me resulta refrescante. Poder transformar las experiencias de lo cotidiano en un relato es algo genial. Como decimos con un amigo: con las dos o tres líneas que nosotros nos escribimos por mail (encargué dos panes integrales, el viento agita el ficus, me invitaron a Mar del Plata), Hebe te arma un cuento.

 

 Poesía

Griselda García selecciona para esta entrevista, a mediados de 2013, seis poemas de la antología “Poesía Deliberada”, Editorial Textos Intrusos, Colección Ropa Vieja, Buenos Aires, 2013:

 

Modelo en estudio de pintor

 

Ansío el roce del lápiz contra el papel

la caricia del pulgar que esfuma el trazo.

Voy a esperar a que prepare sus cosas.

A que despierte el ojo que todo lo ve.

 

30 minutos. Su rostro rezuma sudor.

Me mira y es como si viera

más allá del más allá.

 

45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.

El poro se rebela en hinchazón.

El isquión lucha por adaptarse,

un deslizamiento mínimo

que atenúe la molestia.

 

50 minutos: "Abre los ojos"

La menor tensión del músculo

cambia la escena, la pose se modifica

el rictus es otro, nuevo y distinto.

 

60 minutos. La mancha de vino en la pared

se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.

Con él dialogo en la duermevela.

 

75 minutos: "No muevas la mano, por favor".

Los huesos del coxis gritan desde su caja.

La inmovilidad que parecía un descanso

se vuelve una jaula en la que estoy atrapada

en la que busco no ya estar cómoda

sino atenuar el dolor.

 

A través de los párpados la luz cambia.

 

Al final, la disciplina hace la vida más fácil.

A una orden suya podré moverme

pero eso no me hará libre.

 

Voy a correr a abrazarlo.

 

 

*

I

 

El pintor

 

Esa mañana abandonó su túnica

con la impunidad de toda bella.

Yo aparté los ojos:

su figura desafiaba a la vista.

 

Con mis manos sin pudor

hubiera dado diez años

por reconocer sus detalles

y dibujarla con la paciencia del viento.

 

No podía, como antes, mover

el pincel durante horas

mi cabeza flotando sobre océanos

y levantar la vista para

captar el paso de la luz

en el mediodía de verano.

 

Su esencia de mujer

pulsa cada fibra de mi ser hombre.

 

Sé lo que hubiera dicho mi maestro.

 

No voy a condenarla a la chatura del papel

voy a darle dimensión de vida, la mía,

y amarla.

 

 

II

La modelo

 

Esas mañanas te veía

entornando los ojos para captar

la incidencia de la luz, las sombras

recortándose en la trama de mi piel.

 

Me costaba mantener la quietud

cuando te acercabas

para reconocer cierto pliegue

de la tela, algún matiz.

Hubiera querido tocar tus manos

tus dedos con el tizne del carbón.

 

No me mires, mirame.

Que tus ojos se hagan

de agua y pueda beberlos

que no veas más que mi cara 

en otras caras.

 

En cada jornada sos vos el modelo

y yo la que absorbe mil detalles

de placer en tu figura.

 

Paso las tardes con el recuerdo

de tu cuerpo de hombre

doloroso y dulce.

Te amo aunque no lo sepa

 

todavía.

 


La foto robada


Se nos debe ver muy lindos

se nos debe ver hermosos

 

con el puesto de comidas

detrás a punto de cerrar

dejándonos encandilados

por la blancura del mediodía

 

pero mi mano apoyada en su hombro

tiene el puño cerrado

 

se va a terminar, se termina

se escurre como arena

 

el mismo océano que miramos

como en una imagen de póster

nos va a separar

 

se va a terminar, se termina

en marzo voy a recordarnos

bebiendo con sorbetes de colores

y sombrillitas simpáticas

 

explotemos en mil llamadas cariñosas

en diminutivos graciosos y tiernos

 

se va a terminar, se termina

voy a recordar

cuando una ola te tapó y

saliste enojada como una nena

 

se va a terminar, se termina

en marzo el bronceado

va a ser sólo un rastro

 

nos veo las sonrisas de los que ríen

porque tienen los dientes bien

pero mal el alma

 

el reflejo plateado sobre el agua turquesa

tragos, sorbetes de colores

y sombrillitas simpáticas

 

los lugares comunes suelen ser

los que contienen más verdad

con vos quiero caer en todos

 

les dejo la originalidad a quienes deben

inventarse un amor para escribir.

 

 


Las grandes aguas

 

Y a quién vas a llamar cuando acabe el día

y al volver del trabajo pienses en estar con alguien

a quién vas a llamar para que te acompañe

cuando camines por las calles tristes de siempre.

 

Verás que todos están con alguien menos tú

que deseas cosas que no volverán

y dejas pasar aquellas que te harían feliz

si estuvieras preparado para verlas.

 

Hacia el fin de jornada cierro los ojos.

Escucho el roce de las alas de la polilla

embriagada de oscuridad.

 

En la noche del viernes por calles tristes

enviarás mensajes a teléfonos apagados

desde cuartos de paredes sucias

con pequeños roperos atestados

en camas marineras sin equilibrio

ardiendo de deseo por el cuerpo de una mujer

rezándole al Señor de los Milagros

por el cuerpo de una mujer

rezándole a Chacalón que es Dios

por el cuerpo de una mujer.

 

A quién vas a culpar por no haber hecho lo correcto

a quién vas a llamar cuando acabe el día

y volviendo por calles tristes sepas que te espera

el catre pequeño, más pequeño sin mujer

sin cuerpo que fatigue la innúmera cama.

 

Vas a decir que me extrañas cuando ya sea tarde

vas a pedirme que hable cuando no tenga fuerzas.

Hubiera hecho falta tanto más juntos

para convertirme en el árbol

que baña con su savia

el hacha del leñador que lo ha herido.

 

No soy tan buena, lo siento.

Las monjas hablarían de perdonar

de dar la otra mejilla.

Qué saben ellas de amar si se han casado

con un mudo, un ausente, un muerto.

 

 

¿Dónde estabas, que no te vi?

 

Tenía que ser ahora, no antes

antes no hubieras podido verme, éramos otros

tenía que ser ahora.

 

Y ahora aquí estoy, aquí estamos

estar contigo es bailar dentro de un huracán

una máquina voltaica años luz al borde del sol

un agujero negro empujando el centro del abismo

tu piel y tu pelo, chocolate y manjar blanco

rompiendo en mi paladar de sibarita.

 

Mi piel todavía sabe a ti, salobre y dulce.

Hombre. Ser de ensueño y luz

agua mansa y cascada en caída libre.

Nada va a lavar tu olor en mí

como una casa musical voy a conservar tu voz

tu forma de cantar las palabras.

 

Y quién va a navegar tus aguas, nadador

quién se atreverá a enfrentar las grandes aguas

el amor es un laberinto del que se sale volando

o se perece buscando la salida.

 

Qué bueno no haber escuchado a las amigas:

Tranquila, tómate tu tiempo...

tranquila estuve toda mi vida

tranquila estaré en la tumba.

 

Olvidé que no eras río sino océano y

me bebí de un trago tus aguas, nadador

y las encontré amargas y me ardieron

como una insolación de eclipse.

 

Que tus ojos se hagan de agua y pueda beberlos

fue mi profecía y me ahogué:

llega un momento en que las palabras

tienen valor de acto.

 

No voy a naufragar en tus aguas, nadador.

No voy a inmolarme en el laberinto del amor.

 

Vuelvo a mi vida habitual

a la calma monótona que necesito

para transformar la mierda en oro.

 

Vuelvo a mi centro que se parece mucho

al ojo del huracán, el lugar de mayor quietud.

 

En el ojo del huracán hay calma.

En el ojo del huracán está

todo lo que hemos perdido.

Lo perdido es nuestro para siempre.

 

Mientras escucho a la polilla

que se quema las alas contra la lámpara

pienso que es duro el destino

de los que buscan la luz.

 

 

Lo que nos dejó la poesía de los 90 (Pablo Neruda recargado)

 

Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.

Escribir: se me nota el peronismo a la legua,

en la calle sólo me gritan obreros o mecánicos.

 

Un hotel en Constitución

con botellas rotas y bichos en las paredes

adonde él me lleva después de salir de la obra.

De la obra, de la obra en construcción

donde se gana el pan con el sudor

de su lomo de negrazo divino.

 

No me denuncies al INADI, por favor,

todo bien con vos morocho andino,

voy por la hermandad latinoamericana.

Nunca podré pedir leche de tigre

en un restaurante sin sonreír.

Es de familia: mamá, Guadis y yo

tres camioneras, una grosería tras otra,

chistes de mal gusto, recuerdos del almacén,

de cuando esparcimos a papá en el río de Alpa Corral.

 

Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.

Escribir: a través del denso vapor de la ducha

el morocho tensa los músculos aceitados.

Se acerca, siempre que un hombre se acerca da miedo,

tanta masculinidad acechante inquieta,

es como si se te acercara el Aconcagua.

 

Hundo los dedos en la espesura de su pelo mojado

y cuando inclina la cabeza en un grito de ardor,

la mujer de la limpieza no sabe ni quiere saber

qué le ha ocurrido al pasajero de la habitación 23.

 


                                                 En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, agosto 2013.

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22 de Junio, 2013 · General

Ricardo Rubio: sus respuestas y textos literarios

 

Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Ricardo Rubio nació el 11 de mayo de 1951 en el barrio de Mataderos, ciudad de Buenos Aires, la Argentina, y tiene su estudio a pocas cuadras de dicha ciudad, en Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires. Adoptó la nacionalidad española. Concluyó en 1967 el  profesorado de idioma inglés, así como en 1972 sus estudios en filosofía oriental, en 1973 los de analista programador, en 1974 los de sofrología y parapsicología. Realizó cursos de idioma italiano, tecnicatura en electrónica, narrativa fílmica, dirección teatral, etc. En innumerables medios gráficos nacionales y del exterior se han publicado textos de su autoría, algunos en italiano, alemán, francés, catalán, gallego, inglés y ruso. De sus poemarios,  mencionamos “Clave de mí” (1980), “Pueblos repentinos” (1986), “Historias de la flor” (1988), “Árbol con pájaros” (1996), “Simulación de la rosa” (1998), “El color con que atardece” (2002), “Entre líneas de agua” (2007), “Tercinas” (2011). En narrativa se editaron los volúmenes “Calumex”, novela, 1984, “Crónicas de un legado hermético”, novela, 2011, “Minicuentos grises” (2009), entre otros. En ensayo elegimos citar “Elvio Romero, la fuerza de la realidad” (Ediciones Servilibro, Asunción, Paraguay, 2003) y “Elvio Romero – De la tierra intensa” (2007). Y en dramaturgia “Los remolinos” (1997), “La trama del silencio” (1998), “El escriba nocturno” (2002). Integró, por ejemplo, las siguientes antologías: “17 Poetas entre la utopía y el compromiso” (compiladores: Antonio Aliberti y Amadeo Gravino, 1997), “Esquina sin ochava” (compilador: Omar Cao, 2000), “El verbo de los tiempos” (antología de poesía universal, en ruso; compilador: Andrei Rodossky, Universidad de San Petersburgo, Rusia, 2004), “Dársena sur” (Asunción, Paraguay, 2004), “MeloPoeFant Internacional” (bilingüe: castellano-alemán; compilador: José Pablo Quevedo; edición conjunta de sellos de Berlín, Alemania y  Lima, Perú), “Breve polifonía hispanoamericana” (compilador: Alfonso Larrahona Kasten, México, 2005), “Eufonía” (2009). En carácter de antologador tuvo a su cargo los tomos I, II y IV de “Poesía para el nuevo milenio” (1999, 2000, 2001), “Emilse Anzoátegui, Antología poética (1956-1999)” y otros volúmenes de poesía argentina contemporánea. A través de Editorial Sagital se publicó en 2004: “La palabra revelatoria: el recorrido poético de Ricardo Rubio” por Graciela Maturo. Once piezas teatrales suyas fueron estrenadas, una de ellas en Madrid, España, con la dirección de Juan Ruiz de Torres. Desde 1980 dirige el Grupo Literario “La Luna Que”, que integraba desde 1978, y también la editorial del mismo nombre. Entre otros cargos, ha sido secretario general de la Asociación Americana de Poesía, miembro del comité de organización de la Fundación Argentina para la Poesía, secretario de cultura primero, y luego presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (Oeste Bonaerense), co-director, con Carlos Kuraiem, de la “Muestra Itinerante de Revistas Culturales y Literarias”. Además de coordinar talleres de escritura desde 1980, es el responsable de http://minicuentos.blogia.com, http://epanadiplosis.wordpress.com, http://lalunaque.wordpress.com. Entre 1980 y 2005 dirigió la revista literaria “La Luna Que” (33 números) y entre 1997 a 2000 el boletín de literatura contemporánea “Tuxmil” (21 números). Con Antonio Aliberti fundó “Universo Sur”, revista bilingüe (castellano-italiano) que difundió a poetas argentinos en Italia (4 números). Ha sido integrante de jurados en más de veinte certámenes. Desde 1986 ha obtenido diversos premios y reconocimientos por su quehacer. Innumerables son también sus participaciones públicas en presentaciones de libros, festivales de poesía, mesas de lectura, eventos culturales.

 

 

 -“Adoptó la nacionalidad española.” Y tu apellido “viene de España”. ¿Abuelos, padres...?, ¿quiénes, antes de tu nacimiento, vinieron de España? (Y quiénes de otros países...) ¿Cómo se conformaba tu familia nuclear? Sé que conociste España hace pocos años. Y que tu hija reside, o ha residido, allí.

 

Soy hijo de campesinos gallegos, lucenses (Provincia de Lugo, a terra dos nabos). Mi madre es de Alence, una aldea de nueve casas (“Casa de Rubio”), y mi padre, de Forcas, de once casas (“Casa de Valdolago”). Soy nieto, bisnieto y tataranieto de gallegos, y no sé más allá, pero nací en Buenos Aires, dos años después de que mis padres llegaran de España y se casaran aquí.

 

Hasta cuarto grado mi pronunciación fue española: el cantito, la “c” sin sesear, la sibilancia de la “s” y las tablas de multiplicar cantadas, por lo cual recibía correcciones de los maestros y mofes de mis compañeros.

 

Al tiempo de estas palabras, mi madre tiene 92 años, toda su rama ha sido longeva. Casi toda mi familia gallega -lo que queda de ella- reside en España (Lugo, Madrid, Barcelona, Málaga) y dos primas hermanas que están en La Habana, Cuba -donde nacieron-; ellas tienen una numerosa descendencia, a diferencia de los que quedaron en Galicia. Sé que uno de mis primos fue escritor, casi con el mismo “éxito” que yo, y otro, cura.

Detento el apellido Rubio por parte de padre y madre -nacidos de familias diferentes-, razón por la que mi nombre español es Ricardo Alfonso Rubio Rubio. Este apellido proviene del apelativo “rubeo”, que era la menta que los romanos hacían de los pobladores cercanos a Finisterre, dados su color de piel y de cabellos. La significación de “rubeo” es “rojo”, y, por ende, el apellido que más atañe a Galicia. Mi madre, hasta encanecer, fue “roja”. Valga aclarar que hay un distingo entre rojos y pelirrojos, que también los hay, o los había; el “rubeo” se dio por el color rubio tostado y no precisamente por el pelirrojo.

 

Me casé en 1984 con Graciela Ferrer, abogada y Licenciada en Historia, quien es una eterna estudiante de las ciencias sociales. Tenemos dos hijos, Lucas y Laura. Lucas es Técnico Vial pero trabaja conmigo como imprentero (estudia la carrera de Edición en la UBA) y empezó a escribir creativamente desde muy chico, pero lo hace por épocas. Mi hija reside en Madrid desde hace siete años, hacia donde partió por primera vez a los diecinueve. Es Bachiller Pedagógico y estudia Ciencias Políticas en la UNEAD de Madrid. Debo agradecer los progresos técnico-cibernéticos que permiten, a mí y a mi esposa, hablar casi todos los días con ella. Viene de visita dos veces por año; y sí, en una oportunidad he sido yo quien fue a visitarla. Tiene hoy veintisiete. No le gusta escribir creativamente, pero es una buena lectora.

 

-Trasladémonos, Ricardo, a tus sensaciones tras cada texto tuyo difundido en medios gráficos bien al principio de que comenzara a sucederte; y a qué te pasaba antes, durante y después de tus primeras lecturas públicas; y cómo fue cuando accediste al objeto constituido por tu primera obra autónoma. Y si querés ligar mi inquietud a otras primeras apariciones tuyas en el ámbito literario o teatral -tu primera pieza estrenada, tu primer reconocimiento, tu primera inclusión en algo que te haya dado en el centro de tu deseo-, dale, danos a conocer cómo creés que te impregnaron, qué promovieron, qué deslizaron, qué descubrieron.

 

Por problemas, no sé si políticos o de aberraciones castrenses, me volví taciturno y me acostumbré al bajo perfil; publiqué un poco tarde, porque hacía más de una década que había escrito los libros que vieron la luz en 1979 y en la década del ochenta. 

En 1978 aparece, de la mano de Omar Cao, un díptico con trece poemas de trinchera, y en 1979 el primer libro de poemas que recogía textos no comprometidos, escritos entre 1969 y 1978, que eran los únicos que tenía fuera del tema social. No fue emocionante, quizás porque soy de emociones moderadas o tal vez porque el proceso militar había mellado mi alegría.

El golpe de estado de 1976 me declaró prescindible por el famoso inciso 11 (Ley 21274) y me envió a la penumbra de los escondrijos y a los trabajos eventuales, en los cuales no se requería ni mi nombre ni mi documento. Me vi obligado a no volver a la universidad (cursaba la carrera de Antropología) ni a frecuentar los ambientes céntricos. Mi vida cambió por completo y mi poesía empezó a escurrirse por los terrenos antropológicos y metafísicos, previa quema de libros y papeles supuestamente comprometedores.

 

Durante el proceso militar elaboré los poemarios “Pueblos repentinos” e “Historias de la flor”, que publiqué en 1986 y 1988, posteriores a la novela “Calumex”, en 1984. “Pueblos repentinos” refleja mi anterior forma de encarar el canto, tiene aún vestigios sociales, por entonces creía que estaban bien disimulados. “Historias de la flor” es mi primer trabajo metafísico en poesía, pese a que “Clave de mí” (1980) lo anunciaba.

Durante la mala época es cuando me acerco a los ambientes vernáculos. Mis sensaciones estaban trastocadas y me incomodaba la presencia de personas desconocidas, me resultaban sospechosas de ocultar uniformes, de modo que no tenía más que la permanente atención por ver las probables salidas de escape. Siempre me acompañaba la misma pregunta: “¿Qué hago acá?”

A redimirme, llega el grupo La Luna Que Se Cortó Con La Botella, dirigida por Omar Cao y Hugo Enrique Salerno, dos años después del golpe de estado. Hacían recitales y me compelían a editar, a dar conferencias (el lema de mis conferencias era “Magia Negra y Magia Blanca”, un pastiche acerca de las prácticas de sectas y religiones; también pude participar con mis libretos en las obras que dirigía José Luis Lamela, y mi primera emoción fuerte se dio precisamente con la obra para niños “La reina dorada”, que escribí en verso formal, y que fue representada en teatro de títeres de la Biblioteca Popular José Enrique Rodó, un año antes de que el “ejército argentino” -así se presentaron- la quemara.

 

Pocas veces la poesía me dio satisfacciones en vivo. Lo críptico que me caracteriza y que ocupa gran parte de lo que he escrito, no es apto para una fugaz oralidad; pero sí me la dio el teatro. Venía yo de escribir y dirigir cortometrajes en S8 y el paso al escenario me pareció natural. Mi mayor satisfacción eran los ensayos, los pequeños logros que creía ver en los actores, la formación de una obra, los retoques de texto, las señas gestuales, las locuras escenográficas... Solían decirme que tenía una estética cinematográfica, cómo no tenerla si de allí había partido; pese a la solapada crítica que encierra la frase “estética cinematográfica” referida al teatro, agradecía que dijeran que tenía una. Fueron veinte años de maravilla.

La única presentación de libro propio que me conmovió profundamente fue la del poemario “Simulación de la rosa” (1998), en la Librería Hernández, a la que concurrieron resonantes nombres de las letras, la sala se desbordó largamente y vendí una cincuentena de libros. Ese día creo que sentí que estaba logrando alguna cosa, que nunca sabré qué es.

El intercambio de cartas tuvo sus alegrías. Por entonces me emocionaba recibir cartas de quienes consideraba (y considero en muchos casos) maestros: Aliberti, Ponzo, Petit de Murat, Aguirre, Denevi, Bajarlía, Jaramillo Ángel, Alonso, Peltzer, Izaguirre, Larrahona Kasten, Susana Sumer (esposa de Romilio Ribero), Lahitte y muchos otros; y también me emocionaba recibir revistas de todas partes, me publicasen o no, y que ocasionalmente lo hacían. Nadie como vos, Rolando, conoce tanto estas circunstancias.

 

Te cuento una anécdota: en un número de la revista “Repertorio Americano”, una de sus notas aludía al poeta sueco Harry Martinson; como era un bardo de mi interés, la leí con cierta fruición, pero al llegar a la última línea vi que estaba firmada con mi nombre. Sorpresa, era una apostilla que había escrito y publicado en la revista La Luna Que algunos años antes. El caso es que pude leerme desde “otro”, advirtiendo tono, vocabulario, estructura, opinión, sin que pesasen lo subjetivo y el prejuicio de la autocorrección. Como pensaba, y pienso, que soy mejor lector que escritor, desde ese momento comencé a tener un poco de fe en lo que hago y a largarme con el ensayo.

Los premios y reconocimientos, que no son muchos, no mellaron mi carácter, apenas lo acariciaron. “El color con que atardece”, que considero largamente mi mejor poemario, fue reconocido en más de una oportunidad, por lo que infiero que el camino previo mereció la pena; pero en la vorágine no he tenido tiempo de sentarme a ser feliz. 

 

-Tantos libros y revistas y boletines y plaquetas -miles y miles los cientos de cada edición- han pasado por tus manos -y hasta podría aseverar que literalmente ha pasado por tus manos cada ejemplar, ¿no?- en tu condición de diseñador, impresor, editor. Tantas cartulinas habrás sugerido para las tapas, tanto habrás aconsejado a autores que publicaban libro propio por primera vez. ¿Nos trasladarías algunas anécdotas, algún cruce inefable, sorprendente, inopinado? (Asocio con el poeta y librero argentino ya fallecido, Héctor Yánover (ex-director de la Biblioteca Nacional), quien socializó un ameno volumen en el que vuelca su larga experiencia como librero.)

 

Infinitas anécdotas, Rolando, como la de un libro que tuvo un título y un nombre de autor en la portada y otros muy distintos en el lomo; o el interior de un libro con la tapa de otro; o tapas a la mitad del tamaño del interior; que cuando la imprenta con la que trabajaba suspendió las impresiones de un día para otro porque no daban abasto con sus propios trabajos, debí recurrir a impresoras de chorro de tinta que fulminaba cada semana, a mi pequeño taller vinieron a morir treinta y dos impresoras de escritorio, hasta que pude acceder a una máquina de imprenta propia.

 

El tenor de las anécdotas no pasa de las dramáticas, ya que lo editorial es en mi caso un trabajo solitario que no da para el humor. Lo único gracioso es que soy Profesor de Inglés y Analista Programador, materias que dicté como docente por largos períodos, pero hoy uso la PC sólo para diseño y edición de libros. 

Y sí, es cierto, cada página de 476 títulos pasó por mis manos o por las manos de mis compañeros de grupo, mis hijos o mi esposa, sin contar miles de plaquetas, salvo aquellas que hiciera el Gobierno de la Ciudad en los 90’. 

 

-¿Qué preguntarle a alguien que como Ricardo Rubio ha prologado y redactado comentarios críticos a modo de epílogos a más de setenta volúmenes?: ¿Tenés –tendrás, probablemente, más de un modo –inquiere alguien que jamás se animó a pergeñar introducciones o epílogos o breves textos para contratapa, ni siquiera para libros de su autoría- de involucrarte en estas tareas? ¿A qué prologuistas admirás (además de Borges, me imagino)? ¿Recordás prólogos o epílogos que te hayan impactado (acaso hasta de esos en los que podés llegar a estimar que son superiores al corpus del libro)? ¿Lo considerás un género, un sub-género, un ensayo o estudio de la obra (interrogo olvidándome de los meros textos laudatorios, machacones, remanidos, “cariñosos” con la persona del autor, o de los que, en ediciones colectivas, elogian la promisoria juventud o lo que sea que los reúna a los autores)?

 

Prologar, comentar, hacer la crítica de una obra de amigos o de un poeta o narrador lejano en tiempo y espacio no me resulta sencillo hasta encontrar las primeras palabras que sean fieles a lo que siento frente a los textos. De cualquiera de ellos, me interesan, por sobre todo, el concepto y el hilo emocional que lo provoca y justifica, luego me tomo la atribución de creer en lo que percibo y paso al intento de objetividad. Una vez dado ese paso, unas primeras palabras, y de atisbar la intención creativa de la obra, el trámite se facilita. Es entonces cuando rebusco entre las estéticas, estilos, concordancias -me gusta nombrarlas-, sea por forma o semántica. Y siempre las hay.

 

Creo que no tengo modos -al menos conscientemente- de encarar un comentario, pero debo reconocer que no me provoca lo mismo analizar textos de Reinaldo Arenas o Romilio Ribero que la obra de un amigo, para la cual, infiero, tengo una “colocación” distinta por cercanía o amistad y por ende un discurso diferente, que creo más cálido y menos preceptivo.

Me agradan mucho los prólogos, pero mucho más los análisis preliminares; extraño aquellas ediciones económicas de Kapelusz. Me divierten los esfuerzos que se hacen para ensalzar la obra que procede o precede al comentario y que muchas veces, como mentás, son superiores a la obra en sí; también me divierten las observaciones equívocas de algún prologuista o analista. Para el caso cito el extenso análisis que hizo Rama Prasad del texto anónimo “Zivagama” (“Las fuerzas sutiles de la naturaleza”), en donde se desatina en un vano esfuerzo por traducir una idea oriental milenaria al mundo occidental actual.

No considero los prólogos como subgénero, me parecen simples alusiones sobre la verdadera obra artística, creo que un prólogo es a un libro como un sombrero a la cabeza, cuando es de noche y no llueve (dejo abierta la posibilidad al frío). Claro que a todos nos gusta elegir un nombre que nos haga quedar bien, que nos ayude a ser mejor “mirados” a la hora de ser leídos. Yo he recurrido a ese embeleco varias veces y no lo menosprecio. Desde hace unos años, hago mis propios preliminares.

 

Son muchos los prólogos que me han impactado y enseñado, pero los de Borges, sin duda, resultan insuperables por síntesis y profundidad, y siento la rara felicidad de su relectura, sus torsiones sintácticas, con muy pocas y precisas palabras, lo dicen todo de un modo inesperado, tal como lo hizo en sus conferencias de Siete noches, que son prólogos para libros que no existen. Quizás en el caso de Borges pueda hablarse de subgénero literario, acaso del mismo orden que los ensayos de Maeterlinck.

Un prólogo que me impactó particularmente fue el del libro “Antes que anochezca”, de Reinaldo Arenas, escrito por Mario Vargas Llosa -escritor con el que nada comparto-. No puedo negar que la presentación es de excelencia, aun considerando que esta obra de Arenas fue tomada, en ese caso, como baluarte anticastrista.

Entre los nuestros, y desde el punto de vista analítico de fondo y forma, no puedo soslayar a Anderson Imbert ni a Manuel Gálvez, tampoco a Graciela Maturo, que “ve” las obras filosóficamente, ni a Antonio Aliberti, que hizo tantos, y “veía” las entrelíneas como si estuvieran escritas.

 

No me gustan los prologuistas que simplemente tienen facilidad de palabra (más vanidad que carne, y son muchos nombres resonantes que no citaré aquí), que suben las ramas de un árbol ilusorio; quienes, subliminalmente, nos dicen “miren lo que soy capaz de pensar y decir”; tampoco me agradan los academicistas que dividen palabras (de-canta, re-clama, re-viste, etcétera) y establecen paralelismos incomprensibles con asuntos de la mítica profunda o que encuentran torres de cristal donde sólo hay un amor frustrado (siempre hay un amor frustrado, y mencionar en algunos casos una torre de cristal es como decir que es mejor pasarla bien que pasarla mal). Creo que cuando aparece una verdadera cosmogonía, recién entonces se puede hablar de una torre de cristal.

 

-Es de lo más probable que te hayas referido aquí o allá, muchas veces, al grupo literario “La Luna Que”. Te propongo que a nuestros lectores en la Red -a los más alejados de nosotros, a los cercanos pero que no lo conocen, a los que lo conocen hasta por ahí nomás- les trasmitas qué ha sido el grupo en su instancia fundacional, cómo se ha ido transformando, cómo subsiste? Y, claro, ¿qué cosas te han ido sucediendo a lo largo de esos lustros de pertenencia? Podés abundar. Y más allá de la “importancia” de uno o más actos literarios del Grupo, ¿cuál ha sido el que te produjo mayor emoción?...

 

El Grupo Literario La Luna Que Se Cortó Con La Botella (LLQSCCLB) fue creado por los poetas Omar Cao y Hugo Enrique Salerno a la salida de la presentación del poemario “Uno de dos”, que era de ambos, en febrero de 1975. Al poco tiempo se le unió la que era por entonces esposa de Salerno, Isabel Corina Ortiz. En 1976 editan el primer número de LLQSCCLB, una revista-libro de 72 páginas.

 

Llegué al grupo en 1978, cuando se ideaban unos dípticos de gran tamaño que podían contener varios poemas. El número uno fue de Isabel Corina Ortiz y el segundo, el mío.

El revés que sufrió el grupo, por entonces numeroso, al ser incendiada la Biblioteca Popular José Enrique Rodó, nos dispersó a todos: tiempo de miedo, de preguntas sin respuestas, de pequeñas reuniones celebradas aquí o allá y sin periodicidad. En 1980, Cao me dijo que dejaba el grupo, Salerno ya no nos frecuentaba. Decidí seguir con aquellos compinches que quedaban y, poco a poco, se fueron sumando otros. En esa década (80’) hicimos varias presentaciones de libros y recitales en el CCGSM, en Oliverio Mate Bar, en La bodega del Café Tortoni, en Bibliotecas Populares, etcétera.

El grupo siguió creciendo y ampliándose más y más. Pero es a mediados de los noventas cuando cobra el mayor espectro, la continuidad se nos hizo costumbre: recitales, encuentros, cenas literarias, el café literario “Tinta Buenos Aires”, presentaciones y numerosas ediciones de libros, en las que participaste. Según creo, el único libro de tu autoría que presentaste alguna vez, tuvo lugar en una cena literaria del grupo.  En 1996 se redujo LLQSCCLB  a La Luna Que.

 

Salimos a la caza de otros horizontes por distintos barrios de la ciudad y de las provincias; centros culturales, clubes, salones para leer, exponer y difundir nuestras obras, acompañados por libros, revistas y plaquetas hechas con nuestras manos en ediciones económicas, que luego extendimos a Paraguay y a Uruguay; logramos presencia de integrantes en congresos internacionales, exposiciones de poesía ilustrada y revistas literarias (la exposición itinerante de revistas que dirigí luego con Carlos Kuraiem); apariciones de nuevas revistas que se sumaban a la ya existente “La Luna Que”: “Universo Sur”, bilingüe italiano-castellano, codirigida por Antonio Aliberti; el cuaderno “Tuxmil”, el boletín informativo; “Pormenores”; los cuadernos de poesía “Squeo - Sacronte cisandino”. La revista “La Luna Que”, luego de sus 33 números, reapareció en tabloide como suplemento del diario “Ego” en solo dos números. Pasaron otros intentos de continuidad: “Crisol”, “Considerando en frío”, de críticas; “Tinta Buenos Aires”; participaciones en “Emergiendo”, “Cultura con todos” y “El mirador de la cultura”.

Hubo, sí, en los actos del grupo, momentos de emotividad y felicidad. En primer lugar, la concurrencia, que contó varias veces con autores que no era común encontrar en otros actos, tales como Nira Etchenique, Juan-Jacobo Bajarlía, Rodolfo Modern, que apenas circulaban por los ambientes vernáculos; en segundo lugar, las frases: un diálogo con Antonio Aliberti, en una reunión en la que no podría estar presente por otra cita a la que se debía y luego desestimó, dijo: “Siempre voy a estar donde esté La Luna”; y tercero, las palabras de Elvio Romero, cuando expresó desde el micrófono: “La Luna Que es lo mejor que me ha pasado en los últimos años”.

 

De la camada que nos precedía, creo que son muy pocos los que no han estado alguna vez entre nosotros. En cierta oportunidad, pedí disculpas a Atilio Jorge Castelpoggi porque, mientras él leía, desde el fondo se escuchaban los susurros de quienes nunca faltan, y el poeta me dijo: “No les des bola, son parte de la fiesta”. También han concurrido, leído y presentado libros poetas de generaciones más nuevas.

El año pasado (2012) nos reunimos con cierta regularidad, pero este año estamos más remolones. Ya no organizamos ni encuentros ni lecturas, salvo las presentaciones de libros, en las que cada uno se ocupa del propio y los demás invitan, concurren y acaso intervienen en la mesa de lectura.

 

Actualmente participo en un nuevo grupo, “Arte con todos”. Trabajamos sobre todo en escuelas secundarias con charlas y presentaciones de orden literario y de artes visuales.

 

-¿Me equivoco o habrá sido hacia el 2005 que te “aventuraste” hacia ese campo que delata, en 2007, la socialización de tu “Aliteraciones, Sonsonetes y otros juegos”? Sea en 2005 o antes o después: ¿Cómo percibiste que necesitabas probarte en esos formatos, en los minicuentos? ¿Súbita fascinación ante la obra de uno o más expertos en esas búsquedas? ¿Una transición o reacomodamiento de tu ser íntimo?

 

Los minicuentos llegaron para darme solaz en una etapa en que la novela que estaba escribiendo empezó a darme dudas. Escribir novela produce un agotamiento que no conozco en los otros géneros, más aún cuando no es lineal y su estructura se escalona en varios estadios temporales. Los minicuentos, en cambio, son rápidos, y en ellos no hay que cuidarse de caer en invasiones poéticas; por lo general es de una sola dirección y permite llegar a fin de un plumazo; se corrige un poco y ya. El primero de los nuevos surgió de las nefastas noticias judeo-palestinas, y traspuse el problema a dos tribus vecinas que jugaban con misiles. Como la idea escritural se basó en el absurdo, comencé a jugar también con aliteraciones, antítesis, paradojas, sinestesias, etcétera. Me gustó mucho cómo había quedado y decidí escribir algunos más. Sucedió que, en poco tiempo, había logrado un buen número de relatos que me agradaba leer a ocasionales escuchas. Si bien algunos decían que se trataba de una “literatura menor”, no era para mí nada desdeñable, ya que les cobré enorme afecto, habida cuenta de que, además, mi gusto por construirlos me había devuelto algunas sensaciones antiguas de la escritura, es decir, volví a los primeros sentimientos de placer al escribir; de pronto, empezaba de nuevo. Tu pregunta lleva mi respuesta.

 

Mis primeros escritos no fueron de poesía sino de cuentos. Nunca he dejado la narrativa a pesar de tantos poemarios editados. “Minicuentos grises” recoge uno solo de los viejos trabajos de microficción que escribí (“La fiera y el cazador inexperto”), publicado en la revista La Luna Que en los ochentas, los demás son todos de 2004/2005.

Si bien el formato ya me había impresionado en “Los relámpagos lentos” y “Chinchina busca el tiempo”, de Manuel del Cabral; “Falsificaciones”, de Marco Denevi; en “La letra e”, de Augusto Monterroso; y en sueltos de otros muchos autores, ignoro cómo, repentinamente, escribí un seguidilla, fascinado por el juego que me permitía decir cuanta cosa oscura sucede en las personas, apuntando a lo individual, cuando en los otros géneros mis objetivos siempre buscan el panorama antropológico, salvo pocas excepciones, donde prima el intimismo. No sentí estar probándome, sentí que jugaba con las palabras y los sucesos del periódico, la síntesis y las figuras del lenguaje, cada nueva línea me da satisfacción y me provoca la sonrisa. Pese a los temas, claro.

 

El libro y el blog que lo repite me brindaron muchas sonrisas y aprobaciones. Un grupo de México se impresionó con ellos y un especialista guatemalteco me invitó a una antología que ignoro si se editó alguna vez, además de una buena cantidad de sitios de Internet que me pidieron participar.  

El libro que publiqué en 2009 se iba a llamar Minicuentos grises – Aliteraciones, sonsonetes y otros juegos con la lengua, pero me pareció demasiado. Estoy preparando el que por ahora se llama “Minicuentos cromáticos”, aunque la esdrújula no me agrada demasiado.

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     -Se me hace que no abundan los testimonios de escritores que hayan tenido la responsabilidad de ser jurados en certámenes literarios. Y acaso no te hayas referido públicamente a esas experiencias. Dejo picando la pelota de goma -¿por qué no de cuero o de trapo o de alambre o de plástico, por qué irrumpió de una en mí el vocablo goma?- cerca de tus pies -por decir de tus pies, ya que pienso en el fútbol-?

 

Ser jurado no es agradable, salvo el aparente crédito implícito en la solicitud y el eventual subsidio. Conozco muchos entuertos, prebendas, “devoluciones”; inclusive los dictaminados antes de que el jurado se reúna. Tenemos numerosos casos non sanctos en nuestra historia reciente. Razón por la que soy poco afecto a los concursos. Envío mis libros editados al premio de la ciudad por si se equivocan, como solía decir Antonio Aliberti.

 

Como miembro de jurados he pasado algunas penurias. Creo que para ser un buen juez no hace falta ser un buen escritor sino un buen lector, aunque muy avisado de estéticas. Creo que un miembro de selección no debe dejarse llevar por la comunión particular con un estilo, porque desechará todo lo que no camine por allí; debe tener un copioso bagaje de lectura, que no se acote a una sola forma ni a un solo tema; un buen conocimiento del idioma en tanto ortografía y sintaxis (suelo apartar trabajos mal escritos ya que es imperdonable que se ignoren las herramientas de un oficio, nadie iría a quitarse el apéndice con un jardinero); estar al tanto de las distintas corrientes poéticas o narrativas y abierto a novedades; y, lo más difícil, debe sustraerse de los afectos. Para mi fortuna, pocas veces he tenido que reñir con ese punto. En cierto concurso reconocí un cuento de Daniel Battilana -era con seudónimo-, bien sabemos cómo escribe y la novedad de su formato, y en mi nómina lo ubiqué segundo o tercero o cuarto, no recuerdo, dado que el primero estaba muy por encima del resto en todos los órdenes; mis dos compañeros de mesa, que eran un matrimonio de docentes, ni tomaron al primero ni a Battilana, sino un texto que tenía errores sintácticos, de tema adocenado y remate impreciso; ninguno de los que propuse figuró dentro de los seis primeros puestos. No pude defender mi postura ante ellos porque había dejado la resolución por escrito (debí viajar a la ciudad de Azul), nunca los vi, e hicieron lo que quisieron. He lamentado los odiosos desniveles de miembros en varias oportunidades; se supone que deben tener experiencia literaria de todo orden y advertir que no basta con ser profesores de lengua devenidos a incipientes escritores o poetas.    

 

La pelota está picando y sé muy bien que lo que estoy diciendo pica de otra manera. Habrás notado, Rolando, que ningún jurado habla de su mesa o, si lo hace, dice en voz baja: “No es así... Se lo merecía.” Jamás dirá “se lo dimos a él, o ella, porque le tocaba”, o “necesita la plata porque tiene que operarse”, y aun: “y bueno, pero me voy al hotel con ella”, “a ésta/éste no se lo vamos a dar porque es peronista/comunista/radical...”; o: “repartió muchos subsidios, se lo merece”. Después nos preguntamos porqué los niños pierden la inocencia.

La pelota duerme en el punto del penal: están los concursos comerciales que obtienen un rédito en metálico, los concursos editoriales usados para la publicidad de un libro ya designado a primer premio, los certámenes mediocres que ignoran por completo la calidad de un texto, y los inocentes: uno que otro que reparten, equivocadamente o no, un poco de justicia. En su mayoría, fuera del país.

 

     -Además de ser, entre 2004 y 2007,  en la zona Oeste Bonaerense, Secretario de Cultura de la S. A. D. E. (Sociedad Argentina de Escritores),  fuiste el Presidente en el lapso 2007-2010. ¿Te sentís conforme con tu actuación, lograste consumar o impulsar iniciativas, prevaleció la decepción a la hora de sopesar? ¿Qué S. A. D. E. es posible, esperable?  

 

Creo que hice lo que pude hacer. La cuota era muy baja para grandes emprendimientos (la aumenté de 3 a 5 pesos) y es una entidad a la que no se acercan los jóvenes; pese a ello, tuvimos un alza de inscriptos, llegamos a los cien. Implementé una revista, “Laberintos”, una colección de plaquetas, una serie de actos con presencias de autores experimentados, dos antologías de miembros, “Oeste” (como Secretario de Cultura) y “Eufonía” (como Presidente) que incluye a quienes nos visitaron como disertantes, una exposición de revistas, una obra de teatro en “La panadería” y lecturas varias. También planificamos pasar la sede desde “El Club de la Raza” a las instalaciones de la “Universidad de Morón”, pero nos agobiaron los trámites burocráticos durante un año y medio. Se cumplió mi mandato y el trámite no estaba terminado. No tuve voluntad para seguir en el cargo por otro período; además el estatuto social indica que no se pueden sobrepasar dos períodos correlativos como miembro de la comisión.

De la experiencia, recogí una gran cantidad de amigos, el exiguo conocimiento acerca del manejo de una entidad como tal, sus obligaciones y derechos, las normas estatutarias y todas aquellas cosas que como simple afiliado ignoraba. Al cese de mis funciones, como todo presidente de SADE OB, fui nombrado Socio Honorario.

 

Dos veces fui candidato al cargo de secretario de SADE central. Fue en la peor de las épocas de la entidad: desapariciones de cuadros, de libros, de picaportes de bronce; reuniones de fiestas particulares; estafas editoriales, solicitud de préstamos a Argentores que no se devolvían y cuyo destino era incierto; el teléfono había sido cortado y muchos empleados de la casa fueron despedidos después de añares. Ni siquiera Víctor Redondo pudo con ellos; se fue de SADE y fundó la SEA. Las elecciones que celebraron provocarían la envidia de los caudillos de antaño, el propio Guzmán (no recuerdo el nombre de pila, por entonces presidente de la entidad) se hizo acompañar por un grupo de matones cuando la Junta Electoral -presidida por un actor (¿?) al que le habían prometido junto a su esposa un puesto de no sé qué- lo declaró triunfante en los comicios, cuando en realidad ocupaba un cómodo y último tercer puesto. La Inspección de Justicia... bien, gracias.

 

Por todas estas cosas, precedidas por Carlos Paz -no el escritor, sino el político ya fallecido-, la entidad tocó fondo con una deuda que hizo peligrar las propiedades de la calle Uruguay y la de calle México. No sé de qué modo se resolvió, ni si se ha resuelto aún. Qué se puede esperar entonces de SADE es un misterio; mientras no lleguen autoridades honorables, fuertes, limpias, vocacionales, que no jueguen al señor presidente o al señor secretario, o al “¿me nombran en la Comisión a la Feria del Libro?”, creo que poco.

 

-No sé si he visto a Elvio Romero, ese insoslayable poeta paraguayo,  más de una vez. Fue en un evento organizado por La Luna Que. Nos atrajo a mi esposa y a mí el modo de recitar. Y nos presentamos, lo saludamos, nos quedamos con él comentando. Y pocos años después lo llamé por teléfono, invitándolo a participar en uno de los Ciclos de Poesía que he coordinado. No se consumó mi cometido porque no andaba bien de salud. Si a mí, con mínimo contacto con Romero, me reconforta recordarlo, nada me cuesta inferir que a vos, que lo has tratado, y que te has ocupado a fondo de su obra, te habrá dejado una huella significativa. Me agradaría que nos trasmitas cómo era, qué trasuntaba y si sabés que haya dejado obra aún inédita.

 

Ha dejado, seguramente, muchos comentarios sobre obras de poetas españoles que lo conmovían, Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Rafael Alberti y León Felipe. De sus poemas, el libro inédito que me había dado a leer, “Cantar de caminante”, fue editado en 2007 póstumamente. No le conocí otros trabajos.

Era un hombre de buen humor, cabal, honorable, respetuoso de todas las ideas, comportamientos y tendencias de los demás, pero estaba muy seguro de sus preferencias. También su esposa, Élida Vallejo, irradia bonhomía y generosidad, proyectadas en sus hijos Ariel y Zulma en gran espectro.

 

La palabra de Elvio siempre era de aliento e intentaba encontrar explicaciones para justificar las cosas que no resultaban como era esperado. No era vehemente ni con sus ideas políticas ni con la literatura, aunque las tenía fuertemente arraigadas. Todo en él era moderado, comprensivo pero firme. Era un hombre de  temperamento seguro, afable, y solo se me ocurren ponderaciones ya que, en los casi diez años en que fuimos amigos, nunca fue necesaria una porfía. Que yo me manejase con tacto ante una figura de las letras como él resulta casi lógico, pero que él respondiera del mismo modo, no hace más que hablar bien de su conducta. Lo preocupaba la situación del mundo y de él tomé la frase “la dispersión de la coherencia” que mencionó alguna vez para calificar estos tiempos.

 

En 2000 empezó con las mayores molestias físicas y debía salir a caminar por las inmediaciones de Once, donde vivía y aún vive su familia; lo acompañé en varias de esas caminatas que recalaban en uno de los bares de Yrigoyen y Urquiza, en la esquina de su casa. En esas travesías conocí más profundamente a Elvio Romero, al hombre cotidiano, no ya si este o aquel autor sino sus pensamientos de vida, y me siento orgulloso de que compartiera conmigo sus confidencias.

 

     -He advertido en tu casa, en todo ese primer piso de tu casa, donde hay metros y metros de estanterías con miles de libros y revistas y varias computadoras y máquinas de impresión y un televisor, también cientos de videos (en otra época), y ahora, devedés. Este lector, escritor, editor que tengo como amigo -aunque no de los que se encuentran con frecuencia en ámbitos puramente festivos- es un cinéfilo que inclusive mientras realiza determinadas tareas de su quehacer remunerado, ve, oye, pispea largometrajes. Vos, Ricardo, ¿de qué películas hubieras querido ser el director? Estrictísimo: ¿de qué películas te sentirías orgulloso de haber sido el autor?

 

Supongo que la pregunta alude a qué películas me agradaron y agradan. Las películas que no me gustan es porque no me atrae nada de ellas y las que me gustan derivan por todas las líneas, a casi todas les encuentro algo ponderable. Como en cualquier orden de la vida, el gusto es muy subjetivo, depende de intereses particulares. Creo que sé reconocer una buena película aunque no vaya conmigo, y también lo contrario. Los ingredientes del cocido son muchos: libro, dirección, fotografía, narrativa fílmica, elenco, actuación, producción, utilería y toda la larga lista técnica que aparece en los créditos, pero como suma de arte vario, hay productos realmente buenos. Me interesa la ciencia ficción, la fantasía, el policial negro, las que llamo obras de teatro filmadas -sobre todo las que suelen hacer los ingleses-, las de historia y mitos clásicos; el realismo español, el neorrealismo social italiano. No me gustan las películas psicológicas de los franceses, ni las violentas por la violencia misma, ni el terror, ni las comedias norteamericanas -salvo muy pocas excepciones-; tampoco me agradan la inocencia hindú ni las imitaciones de Hollywood que suelen hacerse en Japón, ni las románticas de cualquier parte del mundo, ni las de estudiantes, ni las musicales, ni las deportivas, ni las absurdas, ni el poco cuidado que tiene gran parte del cine argentino en la conformación de elencos y en el descuidado tratamiento de los diálogos, donde omite lo que debe decir y dice lo que no debe. El elenco puede depender de las capacidades de producción, pero el descuido del libro es imperdonable. Hoy, creo que tenemos buenos directores jóvenes que cuidan un poco más la palabra y manejan bien los tiempos; un par de décadas atrás se arruinaron historias que hubieran sido buenas películas por el fluir discontinuo de la narrativa; pese a ello obtuvimos algunos premios, cosa que nunca entendí. Leonardo Favio también sufría de este síntoma. “El secreto de tus ojos” me gustó sobremanera, pero por fondo y por las amplias alternativas de la historia hubiera dado para una superproducción. ¿Cómo hacerlo en Argentina? 

   

Soy simple público de cine y me apoyo mucho en los actores: Ugo Tognazzi, Marcello Mastroianni, Giancarlo Giannini, Marlon Brando, Natalie Portman, Dustin Hoffman, Al Pacino, Johnny Depp, Collin Farrell, Peter O’Toole, Ray Winstone, Ralph Fiennes, Michel Serrault, Lambert Wilson, Jean Reno, Ben Kingsley, Madeleine Stowe, Robin Williams, Uma Thurman, Christina Ricci, Dakota Fanning, José Sacristán, y muchos etcéteras. De los nuestros, destaco a Julio Chávez, Germán Palacios, Arturo Bonín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, por no ir más atrás. También busco a ciertos directores, por citar a algunos: Tim Burton, Ridley Scott, Sam Peckinpah, Peter Jackson, Martín Scorsese, los hermanos Cohen, Luis Buñuel, Zack Snyder, Alex de la Iglesia, los hermanos Bertolucci, Federico Fellini, Francis Ford Coppola, Luchino Visconti, Jean-Pierre Melville, Costa Gavras, Win Wenders... La lista, me doy cuenta ahora, sería enorme.

 

Sí me gustaría dirigir una película de mi última novela, “Crónicas de un legado hermético”, donde Collin Farrell fuera el protagonista, acompañado por Ray Winstone, Michael Nyqvist,  Brendan Gleeson, Stellan Skarsgard, Max von Sydow, John Turturro, Paul Bettany, Jean Reno, Peter Stormare y los argentinos Ricardo Darín y Héctor Alterio, este último para el papel de Yabo Numac. Es un chiste, claro, pero si Mercedes Sosa viviera, haría el papel de Carmen Tulián.

 

 

***

 

Ricardo Rubio selecciona en 2013 textos de sus libros publicados:

 

Poesía:

 

LA RUECA

 

Hay un reclamo de lógica perdida en la espalda del viento.

Un reclamo de espacios y de ciencias

     en la infinita sabiduría de las rocas.

Como nave cristalina

el tiempo reviste la desnudez de la tierra

y los profanos hijos del ancestro se pintan de colores

y se visten de espejos nunca vistos.

 

Y hay otras tantas formas de huir

 

Hay un llanto esmeralda

     acariciando la mansedad de la montaña

donde yace el mineral con su verdad dormida.

Alguien descompuso esas semillas

y creyéndose sabio les dio una cifra,

y cifra y letra formaron extraños parásitos de papel

que no sacian nuestra honda sed de invitados sin regalo.

La claridad brota de viejas filosofías no escritas aún,

los astros nada saben de palomas ni de credos,

pero el suelo ha dado flores e insectos

y sin contarnos nos envuelve en silencio y a él volvemos.

 

Hay otras tantas formas de huir.

 

Objeto de insignes pensadores

     con grandes cerebros y fortunas

y profetas, magos, monjes e ingenieros;

objeto de inútiles pisadas, de invasiones, de colonización

de intrépidos periplos alrededor de qué o de quién,

de formas y dibujos, de forzados cambios

y de lluvias atómicas que nada saben de núcleo ni de átomo.

Por eso el suelo aguantando no es sed y es amparo,

sin embargo el gemido asoma en el desierto

y el grito en el volcán.

¿Quién me dará una almeja y un balde de arena?

¿Quién me enseñará a no saber nada?

 

Y otras tantas formas de huir.

 

                                                                                          de “Pueblos repentinos” (1986)

 

 

El color con que atardece

(frag.)

 

—Sobra tiempo para dejar de rechinar,

para olvidar los temores, para dejarse vivir.

 

—A pesar de las arenas que caen de las manos,

no hay entre los dedos más que fantasmas.

Si late el corazón

    los días que restan se ahogan de alegría.

 

—Ignorar el proyecto

    es formar parte del espanto,

es deseo de ausencia, rechazo de ya.

 

...

 

Cuando los bosques en tierras aún indecibles

    no imaginaban su follaje,

cuando el sol era un punto

    con todos los puntos encendidos,

cuando los astros eran fragmentos

    de un único astro incomprensible y loco,

y la molécula vibraba en la insistencia,

    el escriba ya era parte de un recuerdo

    en la materia,

y aunque sus ojos no atinaban ni el espíritu

    ni el hueso, ni el calor, ni la intemperie,

en su inercia la vida planeaba la risa de la pasión

    y el cuarto oscuro de la ciencia.

 

Luego un hombre entrevió el roce, la fisura,

    el músculo partido

    por la simple disolución de la franqueza.

 

Y gimió.

 

 

                                                                                  de “El color con que atardece” (2002)

 

**

 

 

LA LLEGADA

 

Del mes de mayo, del ámbar,

bajo la sombra de avellanos ungidos al amanecer,

a once pasos del pasmo que la noche extiende detrás

   de gravísimas voces en pregunta,

urdido entre sueños por la fiera del instinto

   cuando rebate páginas en la fronda de sal,

nací al sol de una diosa blanca

y de tres mujeres de mi estirpe

   coronadas por los signos,

donde tres veces tres es el pan de la armonía.

 

Dejé en el umbral los collares húmedos,

la costumbre del silencio y mi condición de pez.

Eduqué la mirada en los ojos de mi madre

y crecí con las friegas del roble entre los vivos.

 

Repetí los versos que agitan el fuego

y bebí la miel de las bellotas con jarabe de muérdago

   entre paños blancos.

La Dama Encantada disipó la bruma

y entre aromas de moras silvestres,

palán palán y azafranes intensos,

las olas de purificación ordenaron las esferas.

 

No fui un ángel entonces sino un simio desnudo

   a orillas del mar.

 

 

                                                                                      de “Entre líneas de agua” (2007)

 

 

 

Minicuentos (de “Minicuentos Grises”, 2009):

 

LA OTRA TIERRA

 

Sentía rechazo por las ideas de los adultos de las que no quería saber nada. Sus diecisiete lo vestían de huesos largos, buena nariz y barba rala. Pensaba o creía que pensaba en la estafa de sus mayores y en la de los mayores de sus mayores, y esa mañana decidió cambiar para seguir siendo el mismo.

 

Dejó una carta a su madre, con la que intentó superar el miedo a necesitarla; pensó que a su padre no le importarían dos manos menos, después de todo, también se llevaría la boca. Para sus hermanos, no tuvo ni el destello del desgano.

 

Partió hacia las aventuras del ruido y la melancolía; durmió en lechos de silencio y extrañó las tibias manos con tisana y las madrugadas con labios y sonrisas. Supo entonces que sólo el acto destina, pero ya tenía treinta y no sabía aún si las voces de los hombres concordaban con sus manos.

 

Capituló la dicha, capituló la pena; y la pena y la dicha se fueron con él, tiempo después, cuando lo crucificaron.

 

 

 

LA VISITA

 

En 2050 entré a la casa y la presencia de las moscas no podía más que predecir una desgracia. La puerta estaba abierta, pero el residuo de antiguas alegrías se había diluido como el sopor de la sopa lejana que era ahora el recuerdo de un vaho húmedo y musgoso. Sólo había cáscaras olvidadas por la Parca, que siempre recuerda.

 

La que fuera una mano yacía despojada de sus nervios, de sus poros, de sus líneas premonitorias que acaso presagiaran mi presencia, la extinción del viejo y las moscas que sobrevolaban los huesos, tal vez hasta el anillo que jugaba en la falange, oscurecido a pura sombra. Las cerdas grises, largas y ralas, vueltas sobre sí, se escurrían sobre las baldosas también grises. Un libro de Anohuil hundía las costillas; recuerdo ese libro que aún no leí. Las moscas no tenían un pretexto salvo el cuchicheo, ningún propósito más que la curiosidad múltiple de sus múltiples ojos.

 

La podredumbre había terminado años atrás, cuando la soledad del anciano empezó a disimularse en una masa quieta, primero esponjosa, brillante después y finalmente cenicienta y seca.

 

Ni rastros de los sueños de aquel hombre ni trazas de sus trazos ni visos de sus vicios; ninguna pista de la dicha de los posteriores gusanos, sólo la presunción de algunas bacterias inertes entre olores muertos.

 

Y las moscas siguieron riendo mientras me iba, ignorando la futilidad del futuro, diluido, sí, pero tejiéndose sin fin.

 

Salí de mi casa y volví a 2010.

 

 

BIENES GANANCIALES

 

El fotógrafo congeló los ángulos de la escena; la casera gorda gimoteaba ya cansada de gritar. Mi superior era un cretino que repetía las palabras de un folleto, como creyéndolo. Me miró, yo miré a los agentes, y estos a la gente amontonada del otro lado del cordón.

 

El muerto interrumpía el paso por la vereda y lo que fuera su vida se secaba lentamente sobre las baldosas amarillas. El forense se calzó los guantes, alzó los anteojos y revisó el cadáver mientras sorbía un resto de café. En el tajo del extinto se leía cierto rigor, una hendidura tranquila, una profundidad económica y precisa. Pusieron una cinta alrededor del tugurio, una línea en torno al cuerpo y un título al expediente.

 

El finado tenía tres garitos en Belgrano, un sauna en Flores y una venta de fatay en La Salada; todos sabíamos que dejaba sin trabajo a una docena de matones y un lugar vacío en la cama de una rubia de edad imprecisa que años atrás expusiera sus cuartos en publicaciones baratas.

 

El esbirro principal del fiambre, su espalda, su “sí señor” y su probable asesino, estaba entre los curiosos. Era un punto conocido que me debía una; lo miré a los ojos y me devolvió el gesto con el vago vacío de los gatos tranquilos. Supe inmediatamente que él supo lo que había hecho. Giró sobre sí y a paso apacible se alejó por la avenida girando en la bocacalle.

 

Salí sobre su espalda ignorando los gritos del oficial. Al llegar al cruce, ya no estaba, o quizá sólo dije que no estaba. Si encontraran el potrero y lo desenterrasen, verían que su garganta tiene un tajo en el que se lee cierto rigor, una hendidura tranquila, una profundidad económica y precisa. Yo, en cambio, ahora tengo tres garitos, un sauna, una rubia sin prejuicios y una venta de fatay. Ah, y conservo un rango al que se le hace la venia.

 

 

 

 

Lomas del Mirador y ciudad de Buenos Aires, Ricardo Rubio y R. R., junio de 2013.
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12 de Junio, 2013 · General

Montevideo, en la BN homenaje a Rolando Faget

Poesía en la Biblioteca Nacional de Uruguay
Lectura de poesía en la Sala Anhelo Hernández.
 
Se recordará a Ediciones de la Balanza con un homenaje al poeta Rolando Faget , creador de esta iniciativa editorial en los 70 junto a las docentes y críticas literarias Laura Oreggioni y Mercedes Ramírez.
 
Ediciones de la Balanza convocó en ese entonces a escritores que pudieron publicar sus obras en medio de las adversidades de una dictadura donde las censuras, persecuciones y destituciones limitaban todos los caminos del arte y la literatura.
 
Miércoles 12 de junio, 19 hs.
 
Sala Anhelo Hernández de la Biblioteca Nacional (18 de Julio 1790, Montevideo)
 
Los escritores Miguel Motta y Pablo Silva Olazábal disertarán sobre Ediciones de la Balanza y Rolando Faget , con la lectura de algunos de sus poemas.
 
Lectura de los poetas: Tatiana Oroño. Jorge Arbeleche y Rafael Courtoisie
 
 
 
Rolando Faget (Montevideo, 1941 - 2009)
Poeta, periodista y editor. Residió en Ecuador (Quito), en Brasil (San Pablo) y recorrió muchos países de América Latina y de Europa. Entre 1981 y 1986 estuvo exiliado en Barcelona, España. Como periodista trabajó en numerosos medios de prensa radiales y escritos (en Uruguay y en Ecuador). Vivió en Salto donde dirigió la programación de Radio Tabaré entre 1979 y 1981. Fue el organizador y director de Ediciones de la Balanza e integró el Consejo Editor de la revista Graffiti. Obra poética publicada: “Poemas del río marrón” (1971 y 1977); “Un sol otras mañanas” (1975); “El muro de los descansos” (1976); “No hay luz sin consecuencias” (1977); “La casa está habitada” (1978); “A Juan León Zorrilla” (1978); “En el nombre del trigo” (1980 y Barcelona, 1985); “Compañera Alba” (1987); “Conocer luego” (1987); “Paraula encesa” (Barcelona, 1989 y 1990); “Carta de ríos” (1993); “Nota general de plantas” (1994); “Poesía reciente” (Barcelona, 1994, 1995 y 1996). Integra antologías publicadas en Argentina, Ecuador, Brasil, Cuba, España, Suecia y China.
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19 de Mayo, 2013 · General

Simón Esain, sus respuestas y un poema

 

Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti

 

Simón Salvador Esain (pronúnciese esáin) nació el 30 de agosto de 1945 en Maipú, provincia de Buenos Aires, República Argentina. Desde mediados de 1970 reside en otra ciudad de la misma provincia: Chascomús. En 1987 y 1988 asistió al taller literario de Pablo Ingberg. Fue miembro fundador del M.A.Y.A. (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) (1988-1998). Coordinó en esa institución los talleres de literatura durante cuatro años. En 1988, junto a Ricardo Chambers, crea la revista artesanal “La Silla Tibia”. También incursiona en radio. Es miembro invitado de la Seccional Chascomús de la Sociedad Argentina de Escritores, donde coordinó talleres informales de poesía entre 2006 y 2008. Poemarios editados: la trilogía de “El Año Inútil”: “Indignación de noviembre”, edición artesanal, 1995; “Mayo de 1989 o el humo”, Alicia Gallegos Editora, Villa Tesei, Buenos Aires, 1995 (con dibujo de tapa de su hija, María de las Mercedes Esain); “Musa interventora”, Alicia Gallegos Editora, 1996; y “El momento de ahogarse”, edición artesanal, 2000. En 2008, por el sello Editores Urbanos, de la ciudad de Buenos Aires, se publica la crónica de viaje “El llamado del árbol” (Travesía a Perú en cuatriciclo), que Simón Esain redacta a partir de manuscritos de su hermano Rubén, bajo cuyo nombre se editó. Permanecen sin socializar numerosos volúmenes de poesía y prosa breve.

 

    -Sé que has nacido en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, donde tu padre atendía un almacén, despacho de bebidas y cancha de bochas. Y sé que siendo vos un pibito tu familia se trasladó al campo y te convertiste en pastor de ovejas y criador de vacunos, patos, ñandúes y zorrinos. ¿Cómo te recordás hoy en ese paisaje y cómo a tus padres y a tus hermanos? ¿Cómo transcurrió tu escolaridad? ¿Qué libros has leído, qué autores, hasta ya adoleciendo tu adolescencia? ¿Fue por entonces que comenzaste a escribir poemas y relatos?

 

   -Lo admito, Maipú es una ciudad pequeña, lo que llamamos un pueblo, en la panza escurridora y ventosa de la provincia. Sus habitantes, incluidos los que nunca sabrán montar a caballo ni ordeñar una vaca ni cómo se degüella un chancho, son tildados de ‘paisanos’ en ambas ciudades capitales cuya cercanía nos deshonra y nos desangra; pero ellos a su vez, se permiten diferenciarse otro tanto, llamando paisanos con justa razón, a los que viven en el campo, sea en ranchos o casas, que en aquellos tiempos eran y éramos muchos, muchos más que ahora, como grafica mi singladura. Éramos tantos que podíamos categorizarnos socioculturalmente en otros tres niveles, siempre descendentes, según he mirado.

 

   El paisaje pampeano no se recuerda; se lleva puesto. Es una línea que divide el suelo del cielo. Nada notable; silencio, soledad, rumores del aire en los pastos. Voces de aves, balidos, mugidos lejanos o cercanos. Más bien árboles, sol, nubes, gente sola. Pero de eso hay en todas partes. Lo que de él se extraña es no ver el horizonte a toda hora, como si hubiésemos perdido el reloj. No me veo allí y eso me alivia; me siento allí. Es duro decirlo: el campo embrutece; lo vemos hermoso desde la ciudad.

 

   Comprender la condición de mi padre me ha llevado la vida entera. Huérfano del suyo a los cinco años, se enteró que no vivía en el País Vasco cuando empezó a ir a la escuela y tuvo que aprender castellano. A sus siete años comenzó a trabajar en la huerta de la madre, único medio de subsistencia familiar de la reciente viuda, oriunda de Guipuzkoa. Luego, en un luego que debió ser largo largo, a sus doce aprendiz de armero le valió no morirse de hambre y asistir al prostíbulo. (De tal época le vienen los rastros de tuberculosis que, a su agonía, nos informó el médico.) Con parientes carnales en el comercio local, no bien estuvo más alto que un mostrador, devino a empleado de comercio. Proletario en vías de inclusión, socialista cristiano ayudando a algún cura a ayudar, cultivó el odio secular del buen navarro a los españoles que habían sometido el viejo reino. Algo intangible lo destacaba: su afición a la lectura. Lo visible; su afición a las mujeres, al juego por plata, al alcohol, los mostradores enchapados, las madrugadas, los amigos de esos alrededores. Lo apreciable en cualquier caso: su modestia, su honestidad, su lealtad.

 

    Y debo apuntar porque viene al caso, la condición de mi madre, nieta de terrateniente castellano, hija de estanciero conservador, apenas menos iletrada que él, igual de terca, igual de rencorosa y tascadora, tan apegada al mito de su linaje como él al meritorio sobreponerse a ese menoscabo. Es decir: lo menos peor de la provincia bonaerense.

 

    Entrambos, de nexo, una típica mezcla epocal: la pinta y los ojos azules de mi él, mas el prurito hereditario de mi ella. En el Club Ferroviario una noche de tango y milonga con la orquesta de Di Sarli, “Sacarra”, el “Cachafaz”, lo que, mediada muerte de mi abuelo materno, algunos llamarían ‘braguetazo’. Decirlo es exagerar mucho; toda su vida mi viejo ganó su guita levantándose a las cinco de la mañana y sudando. Pero es cierto que el matrimonio de ambos jóvenes pronto pasó a ser propietario de almacén en una esquina de barrio, despacho de bebidas, cancha de bochas y un teléfono a manivela que podían usar todos.

 

    Allí, recién terminada la segunda guerra mundial y a la sombra del hongo atómico, la ‘vasca’ me trajo al mundo. Fui la alegre noticia superadora, el mimado de los vecinos viejos y del ‘canchero’, entonces un oficio que permitía comer. Si voy y le vuelvo a preguntar, mi madre vuelve a contarme cómo fue el parto y su temor a que esa cosa chiquita entre sus brazos se le muriera por inexperiencia mía y de ella.

 

    Hay un pueblito en la provincia al que pusieron de nombre la fecha de mi nacimiento. Pero homenajeando al tren; o sea, a su modo ronda mis afectos profundos. Nací a dos cuadras de la estación de Maipú y el silbato a vapor de aquellas locomotoras es el sonido más antiguo que recuerdo. La que fuera nuestra casa familiar en Chascomús sigue adosada a los rieles y convoyes atronando entre los patios; mi primera casa propia aún los tiene enfrente, cruzando la calle; mi segunda casa, a ciento cincuenta metros; la actual, a cincuenta.

 

    Cuando nací, una perra de un vecino había parido. Fue mi padre y se trajo un cachorro para mi regalo. Crecí custodiado por un ovejero alemán, el ‘Chicho’: nadie me acariciaría sin su consentimiento, él se comería mi caca y me limpiaría el culo de dos lengüetazos; me ampararía de los automóviles que pasaban levantando polvareda; me ayudaría a caminar prestandomé su lomo. Luego de mi madre, no conocería a nadie más leal.

 

    En algunos momentos del día la cancha de bochas, silenciosa, alisada, quedaba a mi arbitrio. Tomaba un palito y dibujaba en ella largas siluetas y diseños. ‘Chicho’ descansaba en la sombra; todo bien. El lío se armaba cuando entraban los paisanos a jugar y pisoteaban mi obra. Venía mamá a llevarme alzado, pataleante y lloroso; cuánto odio sentía por esos tipos socarrones, de alpargatas y bigotes. Otras mañanas me iba a la medianera del  fondo a comer polvo de ladrillo. Hablando de comer, me cruzaba enfrente, donde vivía un familión de negros amontonados en un ranchito, a comer tallarines en un plato de aluminio con un tenedor al que le quedaba un diente solo. O más lejos, más allá de la vuelta a la esquina, casi donde acababa el mundo, a la casa en ruinas de otros negros (muy cariñosamente lo digo) que primos de estotros. O a mitad de cuadra, me sentaba en el suelo, cerca de donde para ganarse su vida, la ‘Chacha’ Albornoz lavaba ropa en la batea; a responder nunca sabré cómo las preguntas de su voz profunda y pausada; a observar flores de yuyo o manosear bichitos. Todas las morochas viejas de ese lado del barrio tenían voz de bajo y risa larga.

 

   Cuando nací había cosas de moda; entre ellas el tango Cuartito Azul, de Mores. Cuando mis padres se mudaron a su casa propia mi padre agregó añil a la cal, encaló lo que sería cuarto dormitorio y le dijo a su embarazada: Ahí tenés tu cuartito azul…

 

   Yo era tan capaz de travesuras terribles como tranquilo y silencioso. Pasaba inadvertido y como en ese tiempo se usaba hacer referencia a cierto Mongo Aurelio para calificar a un nadie, el ‘canchero’ empezó a llamarme ‘Mongo Aurelio’ y todos me llamaron ‘Mongo’, como al famoso planeta de Flash Gordon. Pero era un sobrenombre muy pesado para un niño, y las mujeres lo llevaron a ‘Mongui’. Y el ‘Mongui’ perduró hasta hoy en el recortado mundo de mi madre, mis hermanos y parientes carnales.

 

   Mi bisabuelo murió poseyendo 22.000 hectáreas de campo en General Madariaga. Como también tuvo catorce hijos, volvió innecesaria la reforma agraria. Mi abuelo murió con 1.200 hectáreas. Cuando me llegaba el turno de iniciar el jardín de infantes, a mi padre se le dio por establecerse en la parcela de campo que por sucesión correspondía a mamá. De cuántas atrocidades pueblerinas me habré salvado, no sé. Sé cuántas campesinas me esperaban y podría contar cuántas de ellas se concretaron. Fuimos y somos cinco hermanos, pero me he bastado para oveja negra. El menor me es el más afín, como si cerráramos una ronda. Eso hemos sido hermanos y hermanas, no más que una mano juguetona desde el mero principio, que hasta hoy conserva sus cinco dedos.

 

   A los siete años, unos almaceneros supieron de mi afición a la lectura; me dijeron: Esperá… e ipso facto volvieron de adentro para ponerme en las manos un libro grande, de tapas duras, y me pidieron que leyera alto. Lo hice fluidamente y se maravillaron hasta hacer carraspear de orgullo a mi padre. Fue mi primer libro: Los Robinsones Suizos. Dos años tardé en leerlo; a mi hermano menor, rubio como un alemán, todavía le decimos el apodo surgido de entre aquellos personajes.

 

   Un día, a mis nueve años, conciente de que me había enamorado por vez primera, pero apenas de eso, comencé a desenrollar versos a rasgos rojos y doble espacio en uno de mis cuadernos; ella tenía quince, nada menos, y era rubia y cuando dormía soñaba y conversaba en voz alta. Recuerdo que le hablé al reloj y a otras cuestiones, casi un Gelman, porque no debía nombrarla ni aludirla. Mi timidez crecía por el modo alucinante.

 

    Nuestros padres llevaban muchachas a casa para que nos instruyeran, pero ellas preferían ponerse de novio con nuestros tíos, y desfilaban. Así que mi escolaridad ocupó, formalmente, dos años: una fugacidad. Aprendí a jugar a la bolita y a manejar el jeep. Nadie quería verme en la escuela. Era mucho más alto que las maestras.

 

    Te cuento, para variar, una vez que hicieron a mis hermanas y compañeros tomar la comunión, y vino el cura al aula. Entre la maestra y mi madre me obligaron a confesarme y comulgar. Empecé a repetir ante el cura algunas tonterías preparadas, hasta que me pidió, un poco pálido, escandalizado: Baja los ojos, hijo. Me quedé mirandoló con la boca abierta. Algo recuerdo pues, de qué dicen los curas.

 

    Leía y releía cuanto caía en mis manos. Empecé por Verne, Salgari y Harold Foster. Meché con La Hora Veinticinco, La Revolución Húngara, Nuestro Enigmático Planeta, El Último Mohicano, El Decamerón, Dumas, Hugo, Shakespeare, o donde la fuerza aérea norteamericana criticaba el papel que le habían asignado en la gran contienda, el diario de un piloto alemán, cuanto hablara de griegos, judíos, indios, Storni, Cervantes, Fray Mocho, Echeverría, Malaparte, Waltari, Dostoievsky, Sarmiento, Tolstoi, Twain, Moody, Buck, Uris, Lin Yutang. Todavía no llegaban Borges, Whitman, Cortázar y reseñas de los poetas considerados nuevos, como Trejo, Gelman, Urondo, Romano. Y vuelta a Mc Cullers,  Dalmiro Sáenz, Camus, Miller, Hesse, Hemingway, Baroja, Galdós, Gómez de la Serna, Vila, Donoso, Pavese, Conti, Marcuse, Salinger, Engels, Nietzsche, Di Benedetto, Vargas Llosa, García Márquez, Juárroz, Pizarnik, Hikmet, Montale, Bassani, Rulfo, Foucault... Fuera en casa, en lo de mis tíos, entre los cajones de revistas que había en la estancia principal, en las bibliotecas de las casas adonde iba con mi familia… Me gustaba leer de historia y de filosofía. Mis lugares preferidos en Maipú eran un quiosco y la librería. Hice la colimba en una escuela para cadetes y oficiales, donde tuve a mi merced toda una biblioteca. Era un ratón de biblioteca. Ahora apenas leo un libro por mes; de a poco y sentado en el inodoro.

 

   -¿En qué época comenzaste a publicar en diarios y revistas, Simón? ¿En qué diarios y revistas fuiste publicado? ¿Estabas inserto siendo muy joven en algún círculo de escritores o taller o asociación? ¿En aquellos sesentas de la Argentina, militabas en algún partido político o te formabas ideológicamente?

 

   -Me hace sonreír tu pregunta, querido Rolo, y a su modo es indudable que comencé a publicar. Pero tan ridícula su vista comparada a lo que tengo inédito, que me tienta una carcajada triste. En un ocasional suplemento literario que sacaba El Día, de La Plata, en 1970 me publicaron el cuento que le había prometido escribir a un tío con uno de sus sueños que contó. Siendo muy joven y no tanto, mi afición a la literatura y la poesía fue cruz no más, en mi relieve. Entre Whitman, Borges y Marcuse me pusieron a escribir algo que apuntaba en alguna dirección. Pasados los cuarenta, fui a un taller por primera vez. Quizá un tiempo antes, haya salido de una reunión entre iguales aficionados, aquí en Chascomús.

 

    Por cierto, los ’60 y ’70 fueron años de formación turbia y lenta, de algunas charlas con jóvenes o mayores. No milité ni me integré a grupos clandestinos porque en su momento decidí que no me daban las convicciones y la imprudencia. Además, salir de la colimba en la Armada tildado de comunista, habiendosemé confiscado lo que escribí en ese tiempo y con la seguridad de que su servicio de inteligencia me vigilaba, trabajó bien para disuadirme. Acabé radicandomé definitivamente en Chascomús, adoptando un oficio silencioso, casandomé. La literatura era una afición, un hobby recóndito. No tenía idea de qué era hacer literatura. Me costó décadas poder escribir prosa, un relato, un cuento. Me ayudó decidirme el escribir lo que veía en mis sueños antes que preferir alguna ocurrencia.

 

    Entiendo que fui aparecido en esas revistas en las que nos publicábamos los unos a los otros, como ahora lo hacen sin retaceo en los medios internéticos. Sería cálido que me pusiera a revolver papelerío para hacer una lista, pero mejor será que te lo quede debiendo. Siempre hay que deberles algo a los amigos; es parte fundamental del vínculo. Debo mucho agradecimiento, y me emociona cada vez que lo pienso. Una de esas personas a las que debo mucho de lo emocionante, sos vos, Rolo. Me han dicho tanto tus silencios.

 

   -Desde hace décadas residís en Chascomús, esa otra ahora no tan pequeña ciudad (y su laguna) que para mí es encantadora (hasta he fantaseado con mudarme a ella).  ¿Cuál es tu visión de Chascomús, en cuanto al quehacer literario, desde que la adoptaste hasta la actualidad? ¿Cómo has contribuido, de qué modos te has ido involucrando en lo que solemos denominar "lo cultural"? Y paralelamente, ¿a qué tareas remuneradas te has ido dedicando?

 

    -Sí, Chascomús es una ciudad encantadora e incluye entre sus encantos la ilusión de mudarse a ella. Viví esa experiencia del lado agradable, digamos. Teniendo en cuenta que el quehacer literario desapareció de Maipú en cuanto sus padres se llevaron a Leopoldo Marechal, igual fue deprimente lo visible bajo tal denominación que aprecié en Chascomús. Te confieso mi sospecha de que donde debiera tener el criterio habita un bicharraco. Acá hay escritores desde que tienen memoria unos de otros; la memoria local es selecta  porque en algún momento se lesionó.

 

    Reconozco que las novelas europeas nos mostraban cenáculos rumbosos, distantes, prohijadores de famas llegadoras. He crecido reparando en esa cara de lo lejano, ajeno, de lo apenas apreciable desde acá. Que te hace concebir lo que no sos como impropio de lo que sos. Una mora o una rémora, en el mejor de los casos como puede serlo el mío. Porque no entendí que acá, a escala menor pero no menos valorada, incurrían en lo mismo. ¡Misántropo de mí! Una de mis primeras novelas preferidas fue El Extranjero. También amo El Principito, pero como cábala falló.

 

    Puedo decir que en Chascomús he vivido de las letras, pero dejandolás pintadas en paredes, vidrieras, vehículos de transporte, carteles, automóviles de competición varios de ellos campeones. Que en cuanto me enteré de talleres de literatura fui, sin tener en cuenta que nadie del ambiente considerado en sí propio (Dolina dixit) iría. Un taller que empezó a darse en la Asociación Bancaria y que terminó funcionando en mi casa, fue decisivo. Por primera vez sonó la palabra postmodernismo en Chascomús (¡Un redoble ahí!). Fue decisiva una visita de Néstor Sánchez, el amigo de Cortázar, a comer asado en casa. Ya habíamos creado el MAYA; y desempolvado y expuesto poemas a víctimas de la dictadura. (¡Un médico a la derecha!). Estábamos vivos. ¡Pero cómo no!... si la dictadura genocida había pasado y Raúl Alfonsín era presidente de la república. Hicimos circular La Silla Tibia. Me encargué del taller literario del MAYA durante cuatro años. Celeste Diéguez ganó la medalla de oro en poesía y un viaje a España. ¡Ole! Hasta sucedió que vinieran dos chicos de Maipú que se colaban en el tren de venida y de vuelta… ¿Oíste, Marechal? ¡Qué hermoso! Qué caradura o qué falta de otras cosas, ¿no? Creo que ilustrar con esto me evita describir lo otro. ¿Me lo aceptás? Chascomús desconoce a Juan Antonio Vasco que está enterrado acá, y venera a Baldomero Fernández Moreno que está enterrado allá. Quise dar vuelta eso pues de otro modo no va a suceder. ¿Se podrá?

 

    Sí se puede. Aunque me suene horrible que sea posible la cosa imposible. Aunque los jóvenes más capaces e inquietos se nos sigan yendo a las metrópolis y se vea eso como  éxito, algunos envejecidos quedamos o vienen de tanto en tanto. Como que la SADECH sigue andando y este año organiza la sexta o séptima feria del libro en Chascomús; se siguen publicando libros aunque ya no se sepa para qué; funcan dos o tres talleres y de tanto en tanto alguien de acá lee algo que me gusta. He tratado de molestar poco con mis opiniones y eso me envolvió en una mala fama persistente, tan persistente que un día comenzarán a considerarla sólo fama. Aquí, mi único libro exitoso es uno que apareció bajo nombre de otro. ¡Con decirte que al taller donde concurro, frente a mi casa, lo denominaron ‘Impulso foráneo’!

 

    Una vez me convencí que me habían dejado desocupado para siempre, hundido en esa mi condición soñada, me dediqué a un montón de actividades pero, lamento informarte, ninguna de ellas remunerada. No importa; en nuestra comunidad siempre aparece alguien que sufraga cobrando.

 

   Un día (nomás unas horas) ¿podré darme el gusto de traerte a Chascomús a vos, a Roberto Malatesta, a Ale Schmidt, a Rubén Vedovaldi, a Juan López, a Jorge Omar Altamirano, a Eduardo D’Anna, a Osvaldo Bossi, a José Emilio Tallarico, a César Cantoni, a Celeste Diéguez, a Celia Fontán, a Ana Emilia Lahitte, a Cynthia Sabat, a Alicia Gallegos, a Emilce Rotondo, a Ketty Alejandrina Lis, a Anahí Lazzaroni, tantos otros y otras, verlos sonreír juntos y hacer oírlos en gran anfiteatro, presentados en voz alta y decir: ¡Estos son mis amigos!?

 

    -Desde luego, Simón, estaría buenísimo que un festival de poesía en “tu zona de influencia” nos reuniera a los nombrados y a tantos otros y otras, que vos, al principio con Chambers y después solo, fuiste difundiendo en la revista “La Silla Tibia”, la cual mantuviste hasta que fue materialmente imposible. Te propongo que presentes a los lectores de este “diálogo” a través del correo electrónico, aquella propuesta gráfica tuya, artesanal. ¿Cuántas ediciones fueron, durante qué lapso, qué te fue pasando de grato e ingrato mientras la editabas, cómo armabas cada número, qué criterio de selección de textos prevalecía...?

 

   -En verdad sucedió que el taller de Pablo Ingberg y la creación del MAYA nos movilizaron mucho y en especial a mí, que me había aislado totalmente durante la dictadura y estaba abocado a la finalización de mi nueva casa, conclusiones que coincidieron en un mismo tiempo y me abrieron un amplio panorama de relaciones y actividades. Pablo nos mostró todo tipo de revistas artesanales y alguna de ellas nos decidió a imitarla desde Chascomús. Chambers propuso llamarla ‘El último perro’ pero a mí ya me había picado la imagen de esa silla que permanece tibia en razón de su tarea. Incluso el comprobar la repercusión y posibilidades de LST, hizo que pronto Chambers quedara desplazado por mi dedicación, que suele ser obsesiva. Fui el primero en alejarme del MAYA por diferencias ideológicas y a poco, otro grupo importante me imitó, así que mi casa (justamente diseñada con ambición) pasó a ser por un tiempo, centro de reuniones de los ‘desmayados’, como graciosamente nos calificó una compañera. El mismo taller de Ingberg y algunas propuestas aledañas, funcionaron en casa a falta de un sitio institucional y fue así como nos visitaron algunos escritores desde Buenos Aires, entre ellos Néstor Sánchez.

 

    La edición de La Silla pasó por una etapa de desarrollo y difusión acelerada (de la que fuiste partícipe), momentos especiales como la ‘previa’ al Vº Centenario de la invasión de América por los europeos, ocasión en que me reintegré al MAYA aportando esa misma inquietud. Fueron años cúlmine. En el ’92 mi situación económica comenzó a declinar y la pendiente se acentuaría. De cualquier modo continué sosteniendo la correspondencia, edición y distribución de La Silla hasta donde pude y lo mejor que pude. Se armaba con un 70 u 80 % de material inédito, a veces recibido escrito a mano y sin corregir, y el resto elegido entre publicaciones recientes. Además agregaba artículos periódicos de mi amigo indigenista, Enrique Marcó del Pont (Rumiñawi, Piki Chaki y otros seudónimos) y los que secundaran mi visión ideológica. El criterio para seleccionar el contenido era sumamente básico: que me gustara y una calidad suficiente. En caso de percibir errores o correcciones necesarias, consultaba al autor y en general, nos poníamos de acuerdo. Ignoro en qué consistió el acierto, pero La Silla, salvo alguna que otra excepción, recibía una notable acogida. Los números llegaron a treinta a lo largo de diez años. Alguna mereció llamarse Yawar Silla, porque me costó sangre publicarla. Varios acontecimientos se precipitaron y no pude sostener el esfuerzo. Pero mi empeño revela que casi todo alrededor de ella, fue grato, reconfortante. Obtuve algún apoyo económico de los mismos amigos de La Silla (por ejemplo, a Alejandrina Ketty Lis debo mucho agradecimiento), la Municipalidad y empresarios locales, no el suficiente como para continuar su edición. Tampoco en el ámbito local La Silla provocó lo que podría haber resultado de su presencia. Mi complicada situación personal ya pesaba demasiado en mi ánimo y había empezado a militar en varios frentes contra el gobierno reaccionario de Menem, Cavallo y compañía.

 

    -Antes de publicar tu primer libro habías escrito cinco poemarios. Me pregunto si los tenés, si los conservás, si los valorás, y si así fuera, si los publicarías. ¿Escribías prosa antes de 1986? ¿Cómo se fue dando tu producción antes de sacar “Indignación de Noviembre”? Y como tengo mi ejemplar a mi lado, leído por tercera vez en 2005, voy a tu prólogo, a tus palabras prologales, donde es nombrado “Siberia Blues” de Néstor Sánchez. ¿Cómo perdura en vos aquella influencia? “Una vivencia indeseable: 1989”, leo en la mentada introducción, y leo “Ese fantasma, El Año Inútil”. Ampliemos, te propongo. Expláyate.

 

    -Sí, aunque me desentendí totalmente de ellos, conservo casi todos mis trabajos anteriores al taller con Ingberg. Es que para mí escribir había sido un hobby sin mayor pretensión; de escritor yo tenía apenas mi gusto por la lectura y dos años en una escuelita rural. Rescato algún trabajo aislado, como el poema que dediqué a un amigo asesinado por la policía en 1974, y otros que se refieren a visiones de mi infancia rural. Pero no, no los publicaría. Soy muy crítico de mi pretensión literaria, dada mi falta de estudios y capacitación para semejante tarea. Salvo alguna excepción, demoré cuarenta años en escribir prosa. Considero mi primer relato a ‘El Canto de las Sirenas’, concluido en 1991, y que abre mi primer libro en prosa: ‘Las Malvinas y Otros Sueños’. Han pasado casi treinta años desde entonces y por tanto, lo que mi olfato dice de aquella prosa, de nuevo comienza a provocarme desconfianzas.

 

    Fue Néstor Sánchez, a raíz de nuestros comentarios sobre su Siberia Blues y Diario de Manhattan, quien nos habló de fragmentación literaria y de una postura distinta frente al impulso de escribir. La posmodernidad era algo novedoso e inquietante entonces. Nos propuso repetir una tarea que él mismo se había impuesto: escribir alguna cosa todos los días a lo largo de un año. Fui el único loco del grupo que lo hizo, y reconozco que resultó un esfuerzo tremendo, lleno de tropezones y remiendos. Porque al aficionado la vida se le atraviesa e interpone a cada rato. Creo que su influencia significó la conciencia perdurable del hecho escritural. Coincidió además, con la decadencia del gobierno de Raúl Alfonsín, el resurgimiento de fantasmas que creímos superados, la conciencia de nuestras limitaciones sociales y de nuestra relación con un mundo cada vez más globalizado.

 

   1989 fue un año terrible para mí, plagado de vivencias indeseables, de reversiones, pérdidas, frustraciones. El Año Inútil, que es mi fantasma literario, fue el recipiente donde volqué esa amargura y la ironía consiguiente. Sin embargo, de él surgieron mediante un trabajo en el que me empeñé a fondo y en absoluta soledad, seis o siete libros en verso y prosa. Gracias a la entrañable Alicia Gallegos pude publicar algunos poemarios, pero sinceramente, sigo creyendo que me apresuré en hacerlo. Es probable que lo necesitara (no lo dudo) para cortar el cordón que me unía a la experiencia primeriza. Reconozco que el poemario ‘El Momento de Ahogarse’ describe un segundo esfuerzo destinado a sacar la cabeza del agua, dejar atrás la ironía.

 

   -La trilogía de El Año Inútil, comenzada con “Indignación de Noviembre”, ve su continuación en “Mayo de 1989 o El Humo”, y allí tu Introducción determina que se trata de “otro libro extraído de los borradores de El Año Inútil”. Y llega después la culminación de la trilogía con “Musa Interventora”, dedicado “a la mujer más despreciable de la República Argentina”. Te insto, Simón, a que les trasmitas a los lectores, muchos de ellos extranjeros, qué le pasaba a la República en cuestión. Qué te pasaba y qué nos pasaba en dicha República.

 

    -Escribí lo que llamo los Borradores del Año Inútil desde fines de Octubre de 1988 hasta Octubre del ’89. A fines del ’88 otras cuestiones me frustraban, además del fracaso del Plan Primavera. Lo grave que nos pasaba, a mi entender, fue la tardía llegada al gobierno (uno de los regalos o lastres que nos dejaba cada dictadura militar) de Raúl Alfonsín, su discurso, sus promesas. Sobre todo tardía porque coincidió con el embate de la ola neoliberal Reagan-Thatcher. Electo Menem en Mayo de un ’89 que ya arde y quema, muchas cosas humean en el horno de la hiperinflación sin dinero. Quién no la vivió ¿puede imaginarse la hiperinflación sin dinero? Menem, un simple oportunista, se subió en Julio, anticipadamente, al tren que venía  marchando en otra dirección. Designada la hija de Álvaro Alsogaray (uno de mis tradicionales detestables) interventora en la empresa pública de teléfonos, para rifar su privatización, el asco se me volvió completo; en María Julia Alsogaray resumo mi desprecio a una sarta de mujeres que luego se hizo cada vez más larga y pútrida, desgraciadamente (y eso que considero a la mujer como el verdadero sujeto protagonista del cambio histórico en los últimos 45 años).

 

   Ya había sufrido este tipo de cólicos proféticos en el ’62 y en el ’73. Ahora era distinto: dejaba los rastros escriturales de mi desesperación. Aquellos tres primeros poemarios fueron extraídos de los chorreantes borradores sugeridos por Sánchez, y nada parecía suceder por casualidad. Cavallo ministro de economía, Bussi gobernador de Tucumán, Aldo Rico ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, eran porotos comparados a la grosura de lo precedente.

 

    Finalizado el trabajo sobre esos borradores, tuve dos sueños que debieron ser productores de sendas prosas. Uno se titula ‘La Espadaña’; el otro ‘La Valija’. No fui capaz de escribirlos y es una cuenta pendiente que no me perdono, porque me enredé en pretensiones en lugar de dar cauce a una creatividad que, es evidente, no tengo. Digo en mi descargo, que mi vida particular de entonces no era fácil. Considero anticipatorios a ambos sueños, es decir, que debieron ser escritos y difundidos oportunamente. Mi consuelo es que, de haberlos escrito oportunamente su difusión hubiera resultado del todo utópica. Han quedado en su condición de anécdotas de sobremesa. Luego traté de resolver algún problema ubicando ‘La Valija’ como relato de un sueño propio que en el otro narrara el protagonista de ‘La Espadaña’, pero ni así he podido dedicarme a escribirlos. Ahí están, apagados, juntando moho, volviéndose ellos sí, inútiles. Creo que no me dan las fuerzas con que natura me dotó, para trabajos de enjundia, de largo aliento. Con ellos llegué al borde de mi destino literario.  

 

     -Trasmitamos a los lectores, Simón, que mientras conveníamos este método de diálogo, me enviaste un texto redactado por vos en tercera persona, sarcástico-biográfico, del que yo he capturado el presentatorio detalle curricular. Transcribo un fragmento: “Por romper las pelotas, adopta progresivamente la acentuación conjugacional en los enclíticos finales, como un tiempo antes lo hiciera José Hernández y hasta el mismísimo Mempo Giardinelli. Esto le impidió ganar numerosísimos concursos literarios en los que, por lo general, no participa. Pero dice que procura la consolidación de un idioma netamente argentino.” ¿Qué otras apreciaciones respecto de tu escritura nos podrías brindar? ¿En qué escritores intuís búsquedas más o menos semejantes a las tuyas? Y extemporáneamente –me hago cargo- algo más: ¿Intentaste incursionar en la dramaturgia o en el guión cinematográfico?

 

    -Permitime incursionar en el amplio terreno de las decepciones a mi cargo, Rolando, ya que mis respuestas al respecto no saldrán de ese solar. Pasó que observé, no recuerdo a partir de qué antecedente, el modo en que pronunciamos los enclíticos finales, supongo que en razón de ensayar diálogos coloquiales en mis intentos por alcanzar la prosa narrativa. Una frase como: Se quedó mirandolá… permanece enquistada en mi memoria y ha obtenido carácter paradigmático, indesvirtuable. Puse y pongo atención cuando escucho hablar a mis vecinos, a los funcionarios políticos, y al cabo transformé en norma esa acentuación, que es real. Sobre todo porque mostramos poner el peso fonético en la partícula que señala a la persona. Me llama mucho la atención esa singularidad: el acento sobre el lá, el ló, el mé, el lés… También advertir que, al menos hace un tiempo, Giardinelli usaba ese modo en uno de sus cuentos. Más luego paré mientes en que Hernández había cometido la trampita de utilizar ambas acentuaciones, la castiza y la nuestra. Y bueno… tengo una excusa para consolarme: me descalifican a priori por escribir incorrectamente. Siguiendo esa línea, a veces el diálogo coloquial me tienta a imitar otras innovaciones que ya no lo son mucho: yuvia, eya, yegar, güeno. Escribí un cuento (“De regreso al zoológico”) donde a título de muestra gratis, abundé en la transcripción de estos modismos. ¿Porqué en ese cuento?… Porque converso con una víbora y sucede en el futuro. Es como una manera de trasladar, de extrañar de entrada nomás, al lector. Me gusta, pero no lo he repetido. El castellano es un prodigio lingüístico y tienta. Las lenguas criollas, las añadiduras indígenas, los modismos campiranos, todo tienta. Y tiene que dejar de ser tentación para ser asumido como identitario. Después de todo, allá en España se enfrentan a algo bastante similar. Creo que uno de los compromisos de un escritor pasa por mantener vivo su idioma, y muy sujeto a su tiempo y a sus personajes. Uno también es un personaje. Por su lado, la globalización pretende homogeneizar y neutralizar lenguajes. Creo que, como siempre ha sucedido, vamos a seguir creando y manejandonós con dos maneras lingüísticas, la espontánea y la intencional; la del poder y la insurreccional. Recuerdo que al idioma inglés lo hablaban los siervos, que la aristocracia normanda hablaba en francés, y lo mismo sucedía en Rusia: al ruso lo hablaban los mujiks. 

 

    Sí, hace muchos años, traté de escribir algo parecido al teatro. Muy difícil, muy peliagudo. Creo que di la vuelta y volví adonde había estado; uno no se merece fracasar tanto. Respecto del cine, del lenguaje cinematográfico, tengo por ahí algo sin terminar. También surgió en ocasión de un sueño donde uno que era yo pero que no lo era, tenía la capacidad de moverse en un tiempo distinto al de los demás. Eso le permitía delinquir, atacar, huir sin obstáculos. La única explicación a mano fue que se trataba de la compaginación de dos películas. Por el momento es un relato en ciernes.

 

     -Ocupaste diversos puestos en entidades sociales. ¿Nos contás de algunas, qué has sido y cómo han resultado esas experiencias? Sos miembro fundador del Círculo de Ajedrez Chascomús en 2005: este novel interrogador que durante sólo unos meses de su juventud jugó varias partidas, mientras aprendía, y después nunca más lo hizo, inquiere: ¿La literatura y el ajedrez contactan entre sí en vos? ¿Tenés detectados a escritores aficionados al ajedrez que te hayan promovido inferir incidencia del ajedrez en parte de sus obras?

 

    -La cuestión de participar a nivel social comenzó con la creación del MAYA (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) en la primavera democrática. Funcionábamos en estado de asamblea y a veces asumíamos tareas de promoción y difusión. Una escisión en ese movimiento provocó la continuidad y práctica de cierta línea cuasi ideológica, muy unida a la praxis. De resultas, un grupo más nucleado dio lugar a la creación de una agrupación política informal. A pesar de su pequeñez, impulsamos la creación de una comisión de derechos humanos para Chascomús y cuando, a veinte años, por primera vez se conformó aquí una multipartidaria y se memoró entre nosotros el 24 de Marzo, gestamos la Delegación Chascomús de la APDH. Como premio fui su secretario coordinador ad límine. La actuación de una entidad de derechos humanos resultó tan notoria que era convocada a integrar otros organismos participativos. Así me tocó ser secretario del Foro Vecinal de Seguridad, electo durante cuatro períodos consecutivos, y cuando quise retirarme me nombraron tesorero. Desde este otro peldaño también integré el Foro Municipal y el Interforos regional. Todas experiencias enriquecedoras. Pero a la vez (yo había quedado sin trabajo a fines de 1997) integré la CTA local, nuestro pequeño grupo político actuó bajo el rótulo de otras minorías formalizadas en frentes electorales, y al cabo de idas y vueltas siempre esclarecedoras, nos dimos el gusto con otros grupos, de parir un partido vecinal con todas las de la ley que, desde hace años tiene en su haber el principal bloque de concejales municipales. E intacta la esperanza de ocupar el ejecutivo municipal.

 

    La actividad política (por la que toda persona debiera transitar en serio y alguna vez en la vida, así cuando opina tan alegremente sabe un poco de qué cuernos habla) expande tu visión y comprensión de muchas situaciones sociales y culturales. Con el SUTEBA local, que tanto nos apoyó siempre, pude enseñar ajedrez a niños en ese gremio y en varias escuelas. Lo hice gratuitamente durante cinco años. Mi idea era que no destruyeran al ajedrez en Chascomús en nombre y colofón de algo que se veía venir. Pero al cabo, creo que lo destruyeron exitosamente. El Círculo de Ajedrez fue un intento, no más, durante dos o tres años, de extender hacia arriba lo que se producía por debajo. Vino gente de la provincia, prometió mucho, no cumplió nada. Me ha quedado el dulce, reconfortante recuerdo, de haber trabajado con los chicos.

 

    El ajedrez es un hobby bastante común a la gente que escribe. Tiene fama de serlo. Lo que el ajedrez enseña viene bien para casi todo. Un buen cuento es comparable a una buena partida. En los últimos años he participado jugando a las damas en torneos de mayores (cantera en donde persisten los mejores jugadores) y he llegado cuatro veces a las finales en Mar del Plata. Cuarto en la provincia es mi mejor clasificación, pero lo principal es haber entendido que las damas no es un simple juego de mesa; que toda actividad es compleja y proclive a la especialización.

 

     -Fuimos incluidos vos y yo en una Antología –concurso en 1998, impulsado por la Revista del diario “La Nación”, de la ciudad de Buenos Aires, y con el auspicio de la empresa Metrovías, imitando una iniciativa del Metro de París, socializada como volumen en 1999 a través de Ediciones de la Flor, y entre agosto del ’98 y febrero del ’99, difundidos los poemas que iban siendo seleccionados en la Revista y en simultánea en las carteleras de las estaciones de subterráneos- que se tituló “Poesía en el subte”. ¿Recordás otros emprendimientos (hayan prosperado o no) originales en el género poesía? ¿Propondrías alguno? ¿Fantaseaste con ser el antologador de alguna muestra poética o de prosa breve, sus características, su impronta?

 

     -Fijate que, a pesar de mi antipatía por los concursos, participé en esa iniciativa de ‘Poesía en el Subte’ porque la difusión de las obras seleccionadas era algo prioritario, y por suerte así ocurrió. Recuerdo lo que hicieron un grupo de poetisas neoyorquinas hace unos años: volantear la ciudad con poemas recortados. Con el MAYA incluíamos a la poesía y la narrativa en nuestras mega muestras anuales, material expuesto y lecturas de autores locales. También me he encargado de microprogramas radiales con lectura de poesía en FM locales. Sigo pensando que la radio es el medio casi ideal para difundir literatura; pero sus dueños creen que lo es para difundir publicidad.

 

     Para Chascomús me gustaría que los poetas del lugar tuvieran ocasión anual de recorrer las aulas del secundario y leer personalmente para los alumnos, y que estos  pudieran, ipso facto, charlar con los autores. Creo que esa actividad debiera ser rutinaria. Una vez fuimos a dos escuelas, y me gustó mucho la experiencia. Pero no pasó de ahí. En los municipios se designa ‘director de cultura’ (un oxímoron) a gente que le interesa un soto la cultura, en especial la literatura, que es pensamiento en libertad.

    No (dios me libre), no se me ha ocurrido ni en sueños meterme con la obra de otros escritores. A vos te constan qué escasas pautas llevaba adelante LST. Ya bastante deliro  tratando de que me cuenten entre ellos.

 

De ‘Indignación de Noviembre’

 

Antorchas a la selva

 

La inteligencia se nos vuelve garra y llega a borbotar

ácido digestivo utilizado en pruebas externas

Laminados, aprendemos a sobrevolar el panorama

y lanzarnos sobre cualquier presa a la vista como halcones tenaces

golosos, hasta despedazarla en nombre del arte

y después

sus harapos al sol

De tal aprendizaje se trata nuestro presente hambre

Temas obras personajes un hecho cualquiera ofrecible

una escena cualquiera ofrendable

Y otros escapan revelandosé bajo nuestro pico para satisfacción plena

de la furia anidada en la peña matinal adonde la bruma desfila

Y lo demás importa menos se convierta en hierba lejana o polvo expeditivo

Haremos nueva desproporción nueva caza nueva rapiña desde lo alto

desde lejos. Nos perfeccionaremos nos afilaremos

Nuestro corazón funcionará al compás de los desgarrones en la piel abajo

Interiorizada. Fotografiada. Y si el ensañamiento se dispara se exacerba

las garras se dispararán tras él las alas multiplicarán su ritmo

 

El paisaje se tiñe de rojo dos veces al día y nos halaga

Gotea sangre de nuestros bolsillos interiores

¿Por qué pensar en las flores nos da asco?

¿Por qué nos da asco pensar en caricias?

¿Por qué nos subleva esta fragilidad?

¿Por qué tomamos por cobardía los gestos o la falta de gestos?

No importa y no espanta. El otro lado es la salud

Adelante. Es lo que significa

Tanta desatención

Palabras claves , , , , , ,
publicado por islanegra a las 14:12 · 4 Comentarios  ·  Recomendar
 
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