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30 de Enero, 2012 · General

Humberto Arenal y el trineo de Orson Welles

Humberto Arenal (La Habana, 1923 - 2012). Dramaturgo, narrador, guionista,
profesor de Arte Dramático, ensayista, crítico,  cubano, amigo.

por Alexis Díaz Pimienta

Curiosidades de la vida y la literatura. Cruces y yuxtaposiciones. Un personaje de ficción, Paquita Diligencia, la co-protagonista de una de mis próximas novelas, me he enviado un correo electrónico con un link a un artículo de mi ex vecina Paquita Armas Fonseca, ex vecina a su vez de mi ex vecino Humberto Arenal, el escritor con más estilo de escritor que he conocido nunca, un dramaturgo anglosajón nacido en Cuba, un habanero que cuando joven vivió en Nueva York y en sus últimos años andaba por La Habana como lo que parecía: un forastero ilustre, un visitante distinguido. Ilustre y distinguido: pese a las quejas de algunos filólogos, el castellano a veces es exacto. Humberto Arenal era un amigo ilustre y distinguido, un vecino, un dramaturgo, un narrador ilustre y distinguido. En el correo de mi personaje de ficción, Paquita Diligencia, todavía no aparece el trineo de Orson Welles del que hablo en el título; todavía no aparece ni siquiera Orson Welles, pero se ve venir. Viene conversando con un Humberto Arenal joven, delgado, tan elegante que en todo Hollywood lo creen un personaje de Orson. Pero no lo es. Y Orson lo sabe. Es sólo un joven escritor cubano buscándose la vida en la megápolis del cine, charlando animadamente con un genio del cine que todavía ignora que su interlocutor será, muchos años después, mi vecino más ilustre y distinguido, un octogenario Premio Nacional de Literatura en Cuba, un sabio tranquilo de sonrisa pícara y a la vez caballeresca, socarrona y a la vez zalamera, todo un gentleman cubano que habla sobre literatura y cine y teatro y béisbol, durante horas, una tarde cualquiera, sin pose ni pedantería, acomodado en el sofá de su modesto apartamento en el "Beverly Hills" del Cerro, en el "Fama y Aplausos" de La Habana, conmigo y con mi ex vecina Paquita Armas Fonseca, conmigo y con mi personaje de ficción Paquita Diligencia, la remitente del correo electrónico donde me entero de que el joven aquel, de apellido Arenal, ha muerto. Orson Welles pone entonces cara de personaje de Humberto Arenal y se pregunta: "¿Ha muerto?" Y lo recuerda tan delgado y jovial, tan elegante con su corbata y su camisa blanca, queriendo saber todo sobre Nuevo York, sobre Hollywood, sobre el mundo del cine. Orson Welles es un genio, y su interlocutor lo sabe, quiere aprender, pregunta, toma "notas mentales". Es entonces cuando Orson Welles le dice al joven Arenal que un buen guión de cine, una buena película, no puede dejar nunca cabos sueltos. Y el joven Arenal sigue tomando "apuntes". Y yo, en la sala de su casa, lo escucho y tomo también "notas mentales", mientras el octogenario Arenal hace la anécdota. "En un buen guión de cine, dice Orson, si un personaje en la primera escena saca un trineo", y la sonrisa del anciano Arenal al pronunciar "trineo" es cinematográfica, "ese trineo tiene que aparecer después, aunque sea de fondo", y nuestro ilustre y distinguido vecino del cuarto piso de Infanta y Manglar, asiente. Y mi Paquita Diligencia de ficción, asiente. Y la Paquita Armas Fonseca autora del artículo donde descubro que el joven Arenal "ha muerto", asiente. Y yo, el destinatario del correo y del link, el doliente y dolido ex vecino, ex interlocutor, ex aprendiz de todo ese universo arenalino, miro en las gafas del anciano la sombra de los rascacielos New York, el sombrero ladeado del Ciudadana Kane, el ruido de un trineo fotograma a fotograma. 


Y es entonces cuando descubro que soy afortunado, muy afortunado, que pocos habitantes de La Habana podrán contar después, ahora, que conocieron a Orson Welles a través de un trineo conducido por Humberto Arenal (¿el dramaturgo?, sí, el dramaturgo); por Humberto Arenal (¿el novelista?, sí, el novelista); por Humberto Arenal (¿el ensayista, el profesor, el guionista, el vecino elegante, ilustre y distinguido?, sí, ese mismo). Sí, señores, yo conocí a Orson Welles, pero (pasión aparte) no me impresionó tanto como su joven interlocutor en New York, un joven habanero que siempre sonreía y que, casi sesenta años después, hablaba de la Gran Manzana como si nunca se hubiera ido, y paseaba por Quinta Avenida o por Tercera sin saber exactamente en cuál ciudad estaba, si llevaría luego a Beatriz al Malecón o a Broadway.

Sentado en su sofá, el joven Arenal sonríe, el anciano Arenal habla pausado, mezcla en su charla el trineo de Orson Welles con las tertulias que daba Carpentier en su casa habanera, con los apuntes de su próximo libro de cuentos, con su tan reiterada y dilatada candidatura la Premio Nacional de Literatura (al fin, por fin, logrado en 2007), con su próstata enferma y la pócima mágica de su mitificado Dr. Paez, lo mezcla todo, lo junta todo, lo equilibra, como buen narrador, como buen dramaturgo; luego dobla en Quinta Avenida y desemboca en la casa de Gutiérrez Alea con un trineo que atraviesa Historias de la Revolución; dobla en Tercera Avenida y sube al escenario con El caballero Charles; y no sé cómo lo hace, pero con su tono calmado, casi susurrante, logra imponerse en la conversación hasta tal punto que Paquita Armas y yo (parlanchines confesos)  permanecemos en silencio, mirándolo, escuchándolo, tomando cada uno sus "notas mentales", ella para el artículo que Paquita Diligencia me hizo llegar ayer; yo, sin saberlo, para esta nota que no sé lo que es, pero sí lo que pretende ser: un sentido homenaje a uno de esos amigos sabios que la vida me regaló, no sé por qué, no sé si merecidos. Es mucho merecer, tal vez. La amistad de Humberto Arenal, las horas largas de charlas en su casa, las complicidades literarias, hasta un manuscrito de una de mis novelas corregida por él (ultrasonido hecho con un trineo sobre el vientre de un libro), todo, ahora, me parece un regalo del destino, un regalo tremendo. Fuimos vecinos, amigos, compañeros de tertulia informal (ron mediante y café recién hecho), fuimos no, somos. Humberto y Orson Welles y Paquita Armas Fonseca, y Paquita Diligencia y yo, somos amigos. Amigos que comparten un trineo que hoy chirría (diría que "de dolor", si no fuera metáfora cursi) mientras baja por la calle Infanta y atraviesa las anchas avenidas de La Habana y New York, huérfano, sin conductor, como un buque fantasma. 

El Joven Arenal, en Nueva York, en 1957.

Ahora leo y releo el artículo de Paquita Armas Fonseca, y reconozco a Humberto y reconozco a Beatriz, y a Jacqueline, los reconozco a todos, y recuerdo aquel poema que le dediqué en el ya lejano año 2000, publicado en mi libro Yo también pude ser Jacques Daguerre. He aquí otro bucle del destino, otro curioso cruce, yuxtaposiciones (¿superposiciones?) de la vida y la literatura: ese poema estaba dedicado a ambos, Paquita y Humberto, ese poema hablaba de despedidas, ese poema era, en definitiva, una pieza del trineo de Orson Welles que yo, entonces, no logré percibir, ni él tampoco.
Comparto entonces, otra vez, el poema, aunque hoy quien se despide es él, Humberto, quien permuta para siempre es mi ex vecino ilustre y distinguido. 


PRÓXIMA PERMUTA

para mis vecinos y amigos
Paquita Armas y Humberto Arenal


Llegando y despidiéndonos,
llegando y despidiéndonos,
llegando y despidiéndonos
desde que nacemos
estamos llegando y despidiéndonos…

Pero sólo a veces duele la mano que no tocará,
ya nunca más, la misma puerta,
y el paso que ya no marcará el regreso
y los ojos que no verán, ya nunca más,
cambiar las luces del semáforo. Es curioso,
nunca pensé que iba a estar triste por un simple semáforo.
En realidad, uno no sabe a qué pedazo de paisaje
asociará la luz y a cuál la sombra.
De madrugada, durante mucho tiempo,
me entretuve mirándolo. Los carros no pasaban
y sus luces cambiaban sólo para mí,
o se insinuaban con inteligencia.

Llegando y despidiéndonos,
llegando y despidiéndonos,
llegando y despidiéndonos...

Desde la ventana del noveno piso,
bajo una luna tímida (que siempre estaba,
no sé por qué, a la izquierda)
el semáforo y yo nos mirábamos mucho,
con descaro de jóvenes: yo en calzoncillos
y él fumando quién sabe si hollín, niebla,
nubes, o el sueño de los otros.
Y algunos versos que no hallé me dijo.
Y algunas veces le avisé de peatones ebrios.

Llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos...

Nuestra hora favorita era las cuatro.
Solos, él se mecía con el viento
y yo intentaba traducir su baile.
Si pasaba algún carro (o esa guagua nocturna
que siempre va cargada de fantasmas)
ambos disimulábamos contemplando a la luna.
Entonces, yo volvía a leer en alta voz
y él con su código de luces negaba o aplaudía,
me hacía suprimir un adjetivo, o añadir una coma.
A pocos metros de nosotros mi mujer y mis hijos
ignoraban el diálogo. A pocos muebles de nosotros,
el silencio y la luz se hacían cómplices.

Llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos...

Y ahora confieso que extrañaré el paisaje
y el humo tóxico de las cercanas fábricas
y a una vecina que me prestaba arroz
y a otra vecina que me pedía libros
y a un vecino que fue amigo de Orson Welles cuando joven
y a otro vecino de rones y domingos beisboleros,
pero, sobre todo, extrañaré este pedazo
de la madrugada y la voz del semáforo
con su timbre esdrújulo.

Llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos
llegando y despidiéndonos
desde que nacemos
estamos llegando y despidiéndonos.
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publicado por islanegra a las 10:57 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
27 de Agosto, 2011 · General

un poemario de Alexis Pimienta

 

el prólogo de Raquel

"Un día cualquiera del vendedor de gafas" (Accesit del Premio Internacional de Poesia "Tomás Morales" 2010, que ganó el poeta Manuel Moya), saldrá a la luz en los próximos meses en las Islas Canarias. El  prólogo es de Raquel Lanseros.

QUIERO VIVIR MÁS DE 45 AÑOS

Con esta contundente declaración real –raro verso de trece sílabas, como lo describe el poeta- de un adolescente recién rescatado del mar cuando se le pregunta por qué quiere ir a Europa, intitula Alexis Díaz-Pimienta uno de los poemas que conforman su espléndido libro Un día cualquiera del vendedor de gafas.

Merecedor de un accésit del Premio de Poesía Tomás Morales, en cuya colección se integra, se trata de un libro único, personal, de una inusual fuerza expresiva, en el que con sugestiva maestría Alexis enfoca la mirada del lector hacia una realidad que a veces nos negamos a ver: la vida diaria de los inmigrantes en Europa, especialmente los inmigrantes africanos, seres “de ojos redondos y ahuecados”, cuyo valor sólo es parangonable al tamaño de su esperanza, que ni siquiera la cruda realidad logra derruir. La cuidadísima dicción poética de Díaz-Pimienta dibuja con certera riqueza de matices la sordidez e indiferencia a la que tiene que enfrentarse día a día el inmigrante negro que “salió de África un lunes de peces ciegos” y vende gafas de sol, cinturones y tallas, aunque muy pocos se dignen a comprar sus mercancías. Consigue Alexis a través de sus versos algo reservado tan sólo a la alta poesía: unir la contundencia del mensaje con una extraordinaria sensibilidad lírica y una precisión asombrosa a la hora de trazar imágenes que golpean con fuerza lo más profundo de nuestra conciencia. Con extrema valentía y lucidez, el poeta nos pasea en volandas por las polvorientas calles de Argel en agosto, por el Carrefour de cualquier ciudad del sur de España tomado por “un grupo de cadáveres” que “no tienen ojos, sino peces nerviosos en las cuencas vacías”, por el demasiadas veces doloroso amanecer de Lanzarote o por la última excursión que los pequeños Yusuf y Fátima hacen “a través de un largo túnel que los lleva hasta Ceuta”. En esta postrera ocasión, ellos son interceptados, mientras que las ratas marroquíes que comparten túnel con ellos “pasan sin problemas entre las piernas de los guardias y los periodistas”. Alexis sabe hablar de la vida como sólo lo hacen las personas que han vivido verdaderamente, sabe mirar desde los ojos ajenos como sólo lo logran aquellos cuya empatía y comprensión abarca todo el amplio espectro de la experiencia humana. Y es además capaz de compartir sus sensaciones con un lenguaje vívido, directo y a la vez empapado de la belleza formal más honda. Especialmente emocionante es el monólogo interior que le dirige a su hijo: “Hijo mío, nacido en Almería, con tíos almerienses y cubanos, ¿tendrás la misma piel que tus hermanos? ¿importará tu piel, llegado el día? No te voy a engañar, la vida es corta. Y más corto es el tiempo de la infancia (la parte que más fácil se soporta).” Con inteligentísima ironía, la diestra pluma de Díaz-Pimienta es capaz de sonsacarnos una agridulce sonrisa cuando enumera las “suculentas ventajas” de las que disfruta el vendedor de gafas. Al fin y al cabo, “en los años sesenta hubo andaluces cargados de cemento por las calles de Zürich”. “Las gafas no pesan, (…), no afectan a la higiene. (…) No, no puedo quejarme. No se puede ser negro, pobre, inmigrante y al mismo tiempo, malagradecido.” Vibrante, hermoso, auténtico, lleno de coraje este poemario, toda una lección de arte poético y dignidad humana. Gracias, Alexis, por compartir tu luminosa capacidad de observar y sentir. La del vendedor de gafas, como la nuestra en cualquier momento, no lo olvidemos, bien lo sabía Benedetti: “es una soledad tan desolada.”

Raquel Lanseros
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publicado por islanegra a las 17:25 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
27 de Agosto, 2011 · General

Alexis Pimienta

 

Cuba

Quiero vivir más de 45 años

 

Da Diallo acaba de ser rescatado del mar. Su lancha chocó contra el pesquero al que se había acercado para pedir agua y gasolina. No parece afectado por la muerte de su hermano mayor, cuyo cadáver se halla a solo unos metros. Cuando un voluntario de la Media Luna Roja le pregunta por qué quiere ir a Europa, responde: “Quiero vivir más de 45 años”.

Tomás Bártulo, El País Semanal, 16 de abril de 2006, p. 53


¿Y dónde está el poema?
¿En sus párpados mohosos como tablas náufragas?
¿En el vidrio molido de su orina reciente?
¿En las lejanas costas de Nuadibú,
en las chabolas letrinosas de Nuakshot?
¿Dónde está el poema?
Buscamos, como arqueólogos desesperados,
los restos del poema entre las rocas,
pero sólo encontramos los ojos de Da Diallo,
que sólo ve los restos del cayuco,
que sólo ve la furia de las olas,
que sólo ven el cadáver de un niño de 44 años.
¿Dónde está el poema, dónde se habrá metido?
Seguramente, el agua reblandeció sus partes,
oxidó sus signos más visibles,
y nos queda tan solo la escena del crimen,
el cadáver del poema, pero no su cuerpo.
De todos modos, convencidos de la importancia del poema,
continuamos buscando, buceamos con cámaras de vídeo,
cámaras fotográficas, bolígrafos, lápices,
SMS, emails, sonidos guturales, canciones de protesta,
con toda la parafernalia de la voz
buscamos el poema, sus huellas, sus restos,
pero sólo hallamos los ojos de Da Diallo, comidos por el frío,
salpicados de arena en una vanguardista instalación del miedo.
No está el poema, pero sí su imagen.
No está el poema, pero sí su hermenéutica salvaje.
Da Diallo estuvo meses entrenando para nadar bien.
Da Diallo nada de forma tan sublime que ahora es
la única parte del poema visible, su parte plástica.
Decepcionados, los convocados para el levantamiento del poema
nos conformamos con un único verso:
“Quiero vivir más de 45 años”,
un raro verso de trece sílabas
—nada frecuente en estas costas—
puesto en la boca de alguien
que no sabía, evidentemente, matemáticas.
                                                                                      de Un día cualquiera del vendedor de gafas.

 

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publicado por islanegra a las 15:54 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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Isla Negra es territorio de amantes, porque el amor es poesía. Isla Negra también es arma cargada de futuro, herramienta de auroras repartidas. Breviario periódico de la cultura universal. Estante virtual de biblioteca en Casa de Poesía.
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