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18 de Abril, 2014 · General

Literatura de élite versus literatura popular


(El caso de García Márquez y Cien años de Soledad)

 

Adriano Corrales Arias*

 

Muchos años después, frente al pelotón de investigadores y periodistas, el escritor Gabriel García Márquez había de recordar aquella noche remota en que Franz Kafka lo llevó a conocer el hielo. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, por eso Alvaro Mutis, a sabiendas de ello, le presentó de golpe al otro personaje que habría de ayudarle a reescribir la historia: Juan Rulfo. Y así, con Pedro Páramo desplegado y a cuestas, despejó el panorama hasta lograr referirnos la increíble y triste historia de Macondo, produciendo ese fenómeno conocido como Cien años de Soledad.

 

Sin embargo, y según ciertas leyendas urbanas, pareciera que  algunos escritores, como Jorge Luis Borges y sus adláteres, consideran la novela de Gabo como una simple recopilación del folclore colombiano, específicamente caribeño, por extensión latinoamericano. Dicho de otra manera, para algunos estudiosos, escritores e intelectuales, la novela no alcanza la calidad ni el rigor de una verdadera obra literaria, incluso muchos pronostican que dentro de 50 años nadie recordará al autor y sí al mismo Borges y a Rulfo, para colocar dos ejemplos de una larga lista.

 

La polémica abarca más y se extiende desde los años cincuenta del siglo pasado. Ciertamente el Realismo mágico, o lo Real maravilloso, está agotado. Su ciclo, que produjo obras rotundas como Hombres de maíz o El señor presidente de Miguel Ángel Asturias; Ecue-Yambe-O,Los pasos perdidos, El reino de este mundo  El siglo de las luces de Alejo Carpentier; Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Pietri; o casi toda la obra garcíamarquiana, se ha cerrado dando paso a un abanico de posibilidades narrativas que se abre hasta lo que algunos denominan  luxaciones posmodernistas, muy cercanas al collage, el happening, el vídeo, el zapping, el pastiche y el panfleto.

 

Pero ¿qué es el Realismo Mágico, o lo Real Maravilloso? Alejo Carpentier, desde el Surrealismo, y en contraposición con el mismo, definió al segundo como la creación de un mito americanista y barroco; García Márquez, desde su colombolatinoamericanidad, delimitó al primero como un “realismo desmesurado” donde el mito es destruido por la historia. Más allá, o más acá, de ambas definiciones, la academia hispanoamericana, especialmente la española, intentó definirlos desde ambas perspectivas, pero siempre con la incómoda postura de quien sabe que llegó tarde al convite.

 

La confusión teórica-metodológica, o propiamente estética, procede de la asimilación del Realismo Mágico, o lo Real Maravilloso, con la Nueva Novela Latinoamericana (el boom de los sesenta/setenta), y del sospechoso concepto sobre lo desmesurado y fantástico de la realidad (identidad) americana frente a lo europeo. Así, se quiso embutir en un solo saco a novelistas que comparten franjas temáticas y hasta de estilo en algunos momentos, pero que son diametralmente opuestos en el abordaje estético, caso de Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Jorge Amado, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, para mencionar a los relevantes del boom. Como se sabe, la “nueva novela” latinoamericana transitó, y transita, por diversas autopistas ideo estéticas y no solamente por elRealismo Mágico o lo Real Maravilloso, como aún suponen algunos lectores y críticos europeos. Piénsese en precursores como Rafael Arévalo Martínez en Guatemala, Roberto Arlt, Filisberto Hernández o el mismo Borges en el Río de la Plata, para no mencionar a Cabrera Infante, Lezama Lima y  Severo Sarduy en Cuba, entre muchos otros.

 

Esa confusión es lo que, probablemente, gestó la flema borgiana, aunada a la vieja pugna entre cultura de élite (lo conocido recurrentemente como “culto”) y las culturas populares. La opción borgiana por la metafísica, la circularidad del tiempo y el mito del eterno retorno, así como la célebre polémica de su grupo de Florida contra el de Boedo, lo previnieron ante una literatura que se enriquecía de las culturas populares y de sus mitos, aunque en algunos de sus cuentos y poemas las aprovechara. Agreguémosle a ello la no disimulada percepción, en algunos círculos, de que Gabo no es un “intelectual”, sino un escritor-reportero, por tanto un personaje de “medio pelo”, a pesar de su apabullante éxito editorial y de su Premio Nóbel. O, a lo mejor, el mismo éxito le granjeó esa predisposición de intelectuales y escritores tipo Borges. Es decir, la siempre antigua y renovada polémica entre lo culto y lo popular (o entre un arte “auténtico”, “puro”, y un arte contaminado o híbrido) se tiñe también de esos preconceptos y suposiciones. Y aquí es donde sobreviene la verdadera discusión.

 

En mi primer año de universidad, en Humanidades, practiqué un análisis de El otoño del Patriarca, la novela más pretenciosa y experimental de García Márquez, cuya polifonía me causó no pocos dolores de cabeza. Aún no había leído Cien años de soledad por lo que me arriesgué a hacerlo. Mi primera sacudida, además de una extraña fascinación, consistió en que, de alguna manera, algunas de esas historias ya me las sabía, al menos alguien me las había contado pero de diferente manera y con diversos personajes. A medida que avanzaba en la lectura, repasaba los cuentos de aparecidos y de sustos que mi madre nos contaba en mi lejana infancia sancarleña, y recordé entonces a los campesinos que se reunían por la tarde en la pulpería-cantina de mi padre a contar historias de esa estirpe, como la mata de yuca que sembró uno de ellos (En Marsella de Venecia de San Carlos) y creció tanto que, tratando de seguir una de sus raíces, cavó un túnel que fue a desembocar en pleno centro de Ciudad Quesada. Don Erlindo Arias era uno de esos copleros y contadores de “yucas” (exageraciones) conocidas en Guanacaste como “tallas”, especialista en un realismo popular tan desmesurado como el que exhibía García Márquez.

 

Asimilando un poco más la novelística garciamarquiana, caigo en la cuenta de que, al menos Cien años de Soledad, no es más que la estilización de aquéllas “yucas” y cuentos de aparecidos escuchados con embeleso y terror en mi infancia, hilvanadas por la maestría de un gran narrador. El mismo Gabo lo ha reconocido al confesar que la novela no es más que la recreación de las historias que le contaban sus abuelos allá en Aracataca, su pueblo natal. La fábula se asienta sobre  la rica y plural tradición oral de nuestras culturas populares, en su caso la de la costa caribe colombiana, región donde convergen variadas formaciones culturales y lingüísticas. Y esa es su verdadera riqueza.

 

Contrario a la narrativa fantástica, metafísica, de “pantalla chica” o experimental, la cual debe acudir básicamente a la capacidad intelectual y a la pericia imaginativa del autor, o a una mitología reconocible por el lector, el realismo garciamarquiano bebe en las fuentes inagotables de las culturas populares, imbricándolas con la Historia que a veces irrumpe violentamente desde el exterior destrozando el mito, caso del establecimiento de la compañía bananera en Macondo. Allí estriba la magia de una novela como Cien años de soledad: esas cosas extrañas que se nos narran no son exactamente la fantasía: el autor les impide ser fantásticas al tratarlas como si fueran cosas comunes y corrientes. Pareciera que estamos frente a frente con el narrador pues la novela tiene un alto grado de espontaneidad y su estilo es directo y conciso, justo como en la tradición oral. Todo ello con un certero humor y sin mayor pretensión que enganchar al lector para que se involucre en las acciones del mundo narrado.

 

García Márquez parte de la realidad sociocultural de su entorno para construir una metáfora latinoamericana que, a fuerza de verosimilitud escritural y de un origen que se hunde en las raíces de la cultura humana, adquiere significado universal. Cien años de soledad está en la preconciencia del pueblo latinoamericano y de la raza humana, porque se nutre de la oralidad popular y se apropia de matrices que trascienden fronteras y significados, debido a una enjundia narrativa reconocible en cualquier sitio. Así, son muchas la personas (como en el caso de La Biblia - que según García Márquez es la mejor novela que se ha escrito-, Las mil y una noches, La Iliada, El Quijote o el Ulises de James Joyce, para mencionar algunas cumbres de la literatura universal), que pueden hablar largamente sobre la novela sin nunca haberla leído. El argumento o fábula, más allá de su riqueza narrativa, la trascienden convirtiéndola en historia colectiva, en símbolo abierto al imaginario popular de todo un continente y de la humanidad.

 

Aquéllos que vaticinan corta vida a esta novela emblemática de la literatura hispanoamericana del siglo XX no han reparado en su poder mágico trascendente: procede y acarrea materiales populares altamente sensitivos que se intercalan y entrecruzan con las formaciones socioculturales y lingüísticas más significativas del planeta. Por supuesto, siempre habrá lugar para la edición lúdica y fantástica de un Cortázar, la precisión imaginativa de un Rulfo, la fuerza onírica de un Onetti, la épica maravillosa de un Carpentier, la dicción profunda y magistral de un Roa Bastos, la profundidad intelectual y metafísica de un Borges o el barroco estilizado de un Lezama Lima, para no ir más lejos. Pero no hay duda de que García Márquez perdurará como narrador más allá de sus propios libros, porque ya se ha instalado en el corazón del imaginario latinoamericano y de la narrativa universal.

 

La polémica, ficticia o auténtica, continuará por otros medios, con otros matices e interlocutores. Nuestra narrativa irá enriqueciéndose con nuevos aportes y nombres porque el mundo de la literatura es plural, ancho y ajeno. Pero la cosmovisión latinoamericana ya no podrá desterrar ese libro mítico escrito por un costeño nacido en Aracataca.

 

 *Escritor costarricense.

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11 de Diciembre, 2013 · General

Un magnolio para dos: La novela de Marina Mayoral


 Maria Sergia (Guiral) Steen

Assistant Professor, University of Colorado, Colorado Springs

 

De acuerdo con Freud  el ser humano es por naturaleza una dualidad: “...operating both consciously  and unconsciously” (The Bedford Glosar 311). Dentro de esta definición podíamos situar a los dos personajes principales de la novela de Mayoral Bajo el magnolio, Paco y Laura, que desarrollan su relación amistosa de forma compleja. Su comportamiento se debe a dos formas diferentes de ver la vida: el mito de la cultura como forma de proceder, en el caso de Paco, o la ruptura con éste y el deseo de huida a la ciudad, que es el caso de Laura. Los dos mantienen un concepto de la vida distinto y sustentan ambivalencias sobre su relación amistosa

 

De forma consciente se relacionan como amigos, paisanos de una tierra; sus familias han crecido juntas y se respetan, pero comprenden que  tienen ideas significativamente contrapuestas en cuanto a valores humanos y puntos de vista. Inconscientemente los separa la clase social, un dictamen establecido de vida. Sin darse cuenta, huyen el uno del otro aunque se atraen. En esencia, desean aunarse para siempre, pero no a costa de su independencia, de su forma particular de entender la vida.

Hay dialogüismo y polifonía (Mijail Bajtin) en esta novela, cuya perspectiva narrativa se consigue a través del personaje-narrador principal, o extradiegético, y la voz de Laura, imponiéndose a la de una supuesta narradora-testigo que resulta ser más bien un narratario intradiegético: el interlocutor del que se vale para contarle su lado de la  historia,  ya dictada por Laura en Un árbol, un adiós. Paco se dirige, en tanto a una supuesta escritora que quiere saber el lado de su historia, como a Laura, cuya voz se sitúa dentro de la historia principal y fuera, como narradora metadiegética o secundaria.

 

Laura es el ser que ha dirigido la vida de Paco, aunque arrancó un granado que le obligó ella a plantar en su juventud, porque no tenía sentido ni la planta, ni el lugar más que nada, para que Laura no manipuleara su vida. Sin embargo, no hizo lo mismo con el magnolio que cuidó para ella  por 25 años a pesar de estar ya casados.  Cuidarlo pero...¿para qué o por quién se pregunta Paco?

Es una novela de amor en la que la clase social sale a flote, así como la fidelidad a un sistema de proceder legendario sin saber si lo que él defiende es mejor que lo de ella. La dualidad persiste hasta el final con el triunfo del subconsciente al reunirse bajo el magnolio, idea sublime, telúrica, sugerida  por Laura, como una posible solución posmodernista.

 

Marina Mayoral, gallega, afincada en Madrid, perteneciente a esa nueva generación de los 80(Holloway 17) que nos presenta como tema principal de su obra al individuo y sus relaciones humanas. Dentro del texto aflora la tensión entre lo que supone vivir en el  terruño o la  ciudad, no como espacio físico sino ideológico, psíquico. Y que según María Camino Noia representa: “...espacio-lugar de origen como base sustentadora del ser, un espacio al que recurrir,  presente siempre como referencia”(40). La tensión surge, precisamente por el desajuste de los dos mundos y su manera de percibir la vida, haciendo que sus personajes se muevan tomen caminos opuestos, aunque espiritualmente queden unidos sin convergencia.

Comenzaremos con la pregunta ¿Qué significado tiene el que Laura le haya pedido a Paco que cuide del magnolio que plantó, aun sabiendo que no tiene propósito, ni el plantarlo, ni el hacerlo crecer en una tierra impropia para su desarrollo? Esto es lo que intentaremos aclarar. Con esta anécdota Mayoral se desliza en el interior del personaje y construye esta novela polifónica, cuyo propósito es conocer la verdad entre los dos.

 

El mito de la cultura es la forma adoptada por Paco para hacer su vida, para mantener su posición, ya que elige permanecer en el pueblo. En retrospección, nos va descubriendo su relación con Laura; nos revela que él siempre supo que ella nunca se quedaría en el terruño. También lo atestigua Laura en la novela complementaria de ésta Plantar un árbol. El personaje principal protagoniza los mismos hechos, pero vistos y narrados por ella. Dirigiéndose al padre y hablando de su desarraigo testifica: “...porque siento que algo estaba mal desde el comienzo, no sé bien desde dónde, pero también sé que volvería a dejaros...”(93-94). Laura conscientemente, desconoce la razón de su alejamiento. La respuesta quizá sea compleja y muy arraigada a su necesidad de independizarse. Laura quiere más de cuanto está a su alcance en el pueblo. En este punto los valores humanos entre Paco y Laura difieren. Paco a pesar  de parecer consentir a sus deseos, va a lo suyo.. Él la sigue viendo como  la señorita Laura, la del Pazo,  a la que  siempre consideró algo grande: su propio mito; a quien cree inalcanzable sociamente. Ha sido su sueño de amor, como fue la finca de Laura que más tarde pasó a manos de Paco.

 

Germán Gullón asegura en cuanto a las declaraciones cruzadas de los personajes que: “Las versiones nunca encajan una con la otra, al contrario, forman un mosaico de relatos superpuestos”(66). Lo de la finca lo sabemos, no por este texto, sino por lo que dijo Laura en Plantar un árbol, novela  germen de  otra Un árbol, un adiós, a su vez gemela de la nuestra. 

 

Sabemos por sus monólogos interiores que Paco nunca se arranca. Siempre la deja a ella decidir y  lo mismo que ella lo sacó a bailar, le podía haber pedido que fuera su novio, dependía de ella. Paco se excusa por no haberse comprometido más con Laura, aunque al mismo tiempo atestigüe que no le convencen las ideas que tiene sobre la vida: carecen de lógica. Esta ambivalencia  que mantiene la tensión del texto: un sí y un no. María Socorro Suárez  dice que ambos se separan,  porque si no lo hicieran supondría renunciar a su ideal de vida(4). El terruño atrae a Paco y no va a saltar la valla de la tradición e irse a estudiar fuera; no necesita arriesgarse como Laura. Conscientemente, lo que le sujeta es el deber hacia su familia, con toda esa garantía de valores que da el terruño.

 

En principio, el motivo principal de quedarse en su tierra fue su madre, cuyo pasado ha vivido de cerca, con la que ha adquirido un compromiso y a quien debe lealtad. Inconscientemente vivir en la finca de Laura es sentirla, arroparse de su historia, de ella, poseerla. También es la vida del pueblo con sus interrelaciones humanes lo que le satisface. Por su monólogo interior nos descubre personajes y relaciones  y se nos detallan las costumbres de la tierra; las de una sociedad que tenía unas directrices, pero que ha cambiado; la que postulaba normas sobre la servidumbre y el sexo que van desapareciendo. Pero no era eso todo. Paco, aparte de  vivir con sus amigos e integrar las tertulias, lo que anhela es el sosiego de una vida ya conocida, sin riesgos. De esta interacción se sirve la escritora para darnos a conocer a los múltiples personajes secundarios, para recrear un mundo rico en vivencias en el que se da una orquestación de seres, y en el que aflora la intertextualidad de sus propias novelas.

 

María Camino Noia  escribe que: “ Este tipo de discursos están dirigidos a menudo a una segunda persona, un narrador intradiegético sin presencia en el espacio narrativo”(37). En este caso serán la supuesta escritora de la novela, que se va contando, y Laura, como complemento del pensamiento de Paco a la cual se dirige inconscientemente. El problema es que Laura ha sido siempre su centro de gravedad y aunque no quiere dejarse convencer,  ni rendirle su persona, la sigue y le atrae como un imán. De ahí esa dependencia continua y la tensión consecuente en su relación amistosa. Pero sus voces no se unen sino que se bifurcan; por eso, surge una polifonía de pensamiento y acción, en paralelo, creyendo el uno dominar al otro. Laura presume de que Paco siempre respondió a sus llamadas; sin embargo, él nos explica que Laura no lo tuvo nunca a sus pies. No era sino pura fantasía por su parte y centra su explicación en el incidente del perro rabioso. Paco aclara su conducta, diciendo que lo que él hizo y lo que ella interpretó eran dos cosas diferentes. Para Laura él superó la prueba de héroe, defendiéndola. Pero Paco afirma que ella se inventa historias y aunque la comunidad le dio un aplauso, él afirma que lo que hizo era lo único que se podía hacer. Correr hubiera supuesto un riesgo: no podían competir con el perro. Dos versiones distintas producto de la defensa de sus posturas personales, del deseo inconsciente de querer dominar y no querer ser dominado.

 

Las dos voces narrativas se dan en esos apartes de secciones marcadas, extrapoladas; las de ella en letra bastardilla, las de él en cursiva. La de Laura  responde paralelamente, desde un más allá, sin encuentro posible. Esto constituye la polifonía del texto. Algo semejante ocurre en Cándida otra vez (1979), primera novela de Mayoral, donde apuntan estas relaciones casi absorbentes entre ciertos personajes, siendo el centro una mujer que atrae  por su fuerza e independencia. Pedro, el protagonista, al igual que Paco, no quiere que la influencia de ella le desvíe su camino, aunque llegado el momento, no le pueda negar su ayuda (70).

 

Según Bajtin (The Dialogic Imagination, 263) dentro del lenguaje de un mismo se dan voces que conciben una misma idea de forma diferente y se expresan por separado. Esto da lugar a que se puedan conocer las perspectivas de los narradores-personajes sobre  lo que es la historia, y de este modo poder acercarse a la verdad. Y es lo que la autora nos va a ofrecer: una visión al menos doble de por qué Paco y Laura no unieron sus vidas, a pesar de que se atrajeran, a pesar de que se entendieran, aunque hicieran el amor, aunque Laura fuera para él el eje de su vida. Con sus declaraciones se forma un palimpsesto del que nos habla Germán Gullón(66), y con cuya idea coincide Margaret Jones(89).

 

La síntesis de sus encuentros, de la vida que llevan sin unión, va a coincidir finalmente, en ese último árbol,  el magnolio, que ella decidió en principio plantar sola, hasta que se dio cuenta de que no lo podía hacer. Laura lo manifiesta en esa voz aparte: “ Quiero plantarlo sola, Paco, no te ofendas...Tienes razón va a quedar torcido. Hacen falta dos, igual que para tener un hijo...”(Bajo el magnolio, 20).Quizá el propósito de plantar el árbol fuera, por parte de Laura, un gesto sublime, una forma de trascender la imposibilidad de unión total en sus vidas, o tal vez la esperanza de un futuro.  En esta ocasión Paco consiente al gesto de ella, y acepta su presencia en forma de magnolio. Paco ya maduro, la echa de menos y  la desea. Por sus declaraciones sabemos que existía entre ellos algo sublime: “Tú eres la única persona con la que he hablado de Dios, y de la muerte, y del sentido de la vida, y de la culpa, y del sacrificio, y del amor”(Bajo...137).

Inconscientemente,   Laura le atrae;  conscientemente, la rechaza porque quiere desviarlo de su camino.  Seguirla, sería traicionar su ideal de vida, cancelar sus obligaciones familiares y amistosas. Las que contrajo cuando decidió  quedarse en su tierra: el mito del terruño. Concha Alborg menciona que esto es común en los personajes de las novelas de Mayoral(184). Y que el quedarse representa disfrutar de la seguridad que la tradición le proporciona tal y como comenta Germán Gullón: “La leyenda proporciona una seguridad consoladora frente a la falta de absolutos” (66). Y es también la falta de interés por lo que hace Laura, lo que impulsa a Paco a quedarse, a no seguirla. No puede comprender que Laura abandone el hogar y al padre, ya tan mayor y tan querido de todos. El hombre que no se casó por no darle madrastra, aunque ella nos lo desmienta y nos diga que fue porque la imagen de la mujer muerta, su madre, era demasiado poderosa. De nuevo dos perspectivas en paralelo, dos acciones en defensa de su propio ‘yo’.

 

Y por eso nos ha dicho Paco que arrancó el granado para que ella no le desarreglara la vida, para que no lo llevara por un sendero contrario a sus ideas. Tuvieron sus encuentros, incluso hicieron el amor en el hórreo a instancias de ella; se casaron por separado; se comunicaron y se vieron en el pueblo con frecuencia. Sin embargo, aunque lo del magnolio viene a ser otra intromisión de Laura, esta vez la deja obrar;  la deja que lo plante. Para esta  época la mujer de él ya había muerto. Hemos de tener en cuenta que Laura dispone del habitat de Paco como si fuera suyo; simplemente  porque lo fue y  por aquello de que ella pertenecía a una clase más alta y se creía con el derecho de disponer de la tierra a su antojo. Haber sido propiedad de su padre y antepasados,  parecía darle el derecho de hacer y deshacer sin necesidad del consentimiento de nadie.

 

Las contradicciones y ambivalencias siguen cuando él asiente que sí, que estuvo enamorado de ella, pero que no le pidió que fuera su novia. Para novia eligió a Isabel su mujer, a quien todo lo que fuera de él le parecía fenómeno; contrariamente a Laura que siempre le recriminaba la falta de vigor para desarrollar su talento, para hacerse arquitecto, para salir de la comodidad del pueblo y para experimentar. Paco, ya viudo, y a pesar de todo,  no quiere caer bajo el embrujo de su presencia cuando su hija Maíta le propone que Laura vaya a la finca para convalecer, a raíz de la muerte del marido. Continuamente, cuando el momento de posible  reconciliación surge, él lo rechaza: nunca viene bien. Y es esa postura ambivalente manifestada por sus acciones lo que crea la tensión de la novela y por la que se estructura. Laura,  narradora metadiegética, nos afirma lo mismo: “Ahora siento cada vez más fuerte la nostalgia de lo que dejé y de lo que pudo haber sido.” (Bajo...141). El personaje se contradice porque ya nos había dicho que volvería a dejar el pueblo. Este intercambio de posiciones carece de sentido, máxime cuando Paco le pregunta a Laura si alguna vez se acordó de él; si la verdad es otra de la aparente; si apostó tan fuerte en la primera decisión que ya no podía echar marcha atrás.

 

¿Cuál es la verdad en todo esto? ¿Estaba enamorada de Fernando, su esposo? La voz de Laura quizá pueda servirnos de respuesta: “Pero como le vas a decir a una monja enclaustrada que no hay vida eterna?” (Bajo...203). En otras palabras, tuvo que seguir ‘su verdad’. A lo largo de su amistad, siempre ha existido una especie de intercambio mental entre ellos, una omunicación que se traduce en las semejanzas de los hijos: en personalidad o físicamente. Maíta es prácticamente como Laura, aunque él lo justifica diciendo que fue la convivencia la causa de que tuvieran gustos semejantes. El hijo de ella se parece a Paco y nunca sabemos si fue producto del encuentro en el hórreo, “ ella se lo hubiera dicho” nos menciona Paco, o es pura coincidencia.

 

Paco atestigua a favor de lo que la gente decía que él era el novio de Laura, aunque mantiene   la realidad de que nunca se habían comprometido. Contrapone la falta de esta verdad al hecho de que su mujer ya andaba enamorada de él de tiempos de la escuela. Por ella, nos dice, si que hubiera dado la vida, cuando relata el incidente del perro. Sabemos que Isabel se sentía celosa de lo que la gente contaba y de no haber sido ella la protagonista de aquella anécdota. Era guapa, no de la clase social de Laura, pero rica. Mujer que le dio sosiego y ocho hijos.

 

Los monólogos de Paco van descubriendo esa especie de lucha que lleva consigo mismo, justificando que a quien quiso fue a su mujer, pero con quien quiere conversar y estar es con Laura. Esa contradicción interior le sigue toda su vida, a pesar de la familia, de su éxito profesional y de su vida holgada. En la entrevista con Aurora Intxausti, Mayoral le hace este comentario sobre los dos amores del protagonista: “ Uno es de su mundo real, y el otro, del de los sueños”(2). ¿Es esto lo que le ha ocurrido a Paco? Porque Paco, en el momento de contar la historia, nos dice que va una vez por semana al cementerio y cada día se sienta en el banco que construyó frente al magnolio para hablar con Laura. Con ella, nos dice, se puede hablar de todo. Los dos coinciden en eso. Lo sabemos por medio de la narración metadiegética de Laura narradora, al responder a Paco. Laura es el otro lado, la otra verdad de ese amor que se manifiesta por la polifonía, pero sin verse realizado. Bien podía encarnar al Paco que le falta a él: al hueco que tiene por llenar.

Las dos formas de vida, la de la generación vieja y la de la joven, se hacen obvias tanto en el terreno social y profesional como también por el contraste hombre/mujer. Los hijos de Paco son casi todos profesionales y muchos han estudiado fuera; aunque ninguno le salió médico como quería, solamente el hijo mayor de Laura, que está en América. Antes eran los hombres quienes llevaban vidas sexuales dobles o fuera del canon, tal es el caso de Paco y sus escapadas para ver a Manuela; ahora es Maíta, quien convive con un hombre casado. Paco nos da una buena idea de lo que se esperaba del hombre y la mujer,  a través de su constante monólogo interior. Los varones podían echar una cana al aire; las chicas eran diferentes, menos Laura. Y ahora Maíta, casi el retrato de ella,  Hay pues, ambivalencia del proceder de dos generaciones. Esto no se desmiente ni se cuestiona, pero sí, la supuesta hombría que todos asumen debe protagonizar el hombre.

 

La polifonía se ha revelado por medio de un dialoguismo que contiene las interferencias  de los tiempos, dependiendo del momento. Por eso los hechos resultan diferentes; se relacionan con el cronotopo de la historia que se relata. Las mujeres de la posguerra actuaban de una forma y las de la democracia viven el momento de las libertades.

 

Mayoral nos ha ofrecido un panorama de amplia libertad personal, mientras nos cuenta una historia principal y muchas más. Según Roberta Johnson: “...proyecta unas vidas modernas que también se encuentran atrapadas en una tensión entre las normas tradicionales, restrictivas,  y lo moderno que quiere destruir las castas sociales y los papeles anticuados de los sexos”( 63). Al mismo tiempo, la ideología de Mayoral parece adscribirse, según García Rey, al convencimiento humano de: “La vivencia de la doble faceta del ciclo vital del hombre __la universalidad del ser vivo en tanto hombre y la particularidad de los individuos concretos que se encuentran inmersos en un medio social especifico y agrupados en generaciones antagónicas”(221). Dentro de este ser humano coexisten su propia dualidad, y una forma de vida fragmentada. El discurso no es lineal; se nutre de la voz de muchos y de la analepsis para incluir el pasado, la memoria, a fin de que tengamos una historia interrelacionada. Y es precisamente por el monólogo interior y los narradores, Inter   o metadiegéticos, como percibimos la polifonía de las verdades. Termina con un final circular que nos lleva desde un encuentro de dos personajes en un ámbito y tiempo, a otro posible reencuentro que puede ser, por parte de Laura, la aceptación de que se equivocó al marcharse y por Paco a aceptar a Laura tal como era.

 

Y volviendo a la pregunta ¿cuál es la verdad, intención o significado, por parte de Laura, de  querer  plantar el magnolio si nunca lo va a disfrutar o ver crecer? ¿Significa tratar de conocer la verdad, la verdad de la vida, de una existencia que no parece tener sentido sino en la muerte? ¿Puede ser que el magnolio sea simplemente, en términos posmodernistas, la imagen de lo que debió ser, la vida de ellos juntos, pero sin compromiso?¿Representa una solución fácil a esa controversia de vidas que aun amándose no pudieron vencer las condiciones del tiempo y espacio? Quizá sea la materialización de un amor que ya no hiere, ni quema, mudo, que no necesita o pide correspondencia

 

En el posmodernismo, siguiendo a Linda Hutcheon (52), se crea un mito y se cuestiona. Aquí es la leyenda de Paco frente a la de Laura  la que se cuestiona. También hemos presenciado las paradojas de sus vidas; Paco nos ha expuesto al pasado para mejor comprender el presente y  también, al comportamiento de unos personajes dentro de una cultura en crisis.Hay retorno al mito y especialmente a la búsqueda de lo real, de  la Verdad. Creo que el magnolio representa esa búsqueda, la verdad de ellos, la de si los dos se negaron una convivencia por encima de los tiempos. Pero hay más: es también la verdad que el posmodernismo persigue aunque nos quede abierta a interpretación. Roberta Johnson asevera que “La narrativa de Marina Mayoral rompe barreras literarias y sociales. Su hábil combinación de elementos genéricos y técnicas narrativas cruza una frontera para llegar a un lugar en que hay una plena libertad literaria al mismo tiempo que responde, de una forma muy tradicional, al primer requisito de toda narración__contar una historia que interesa al lector”(62-63).

 

Finalmente, será ‘la mirada estética’, la mirada del otro, según Elsa Drucaroff al interpretar a Bajtin, lo que nos complete la idea. “ El héroe es la totalidad creada por el autor ¿‘Por qué totalidad’? En el pensamiento de Bajtin los humanos son seres inconclusos, abiertos al devenir, sumergidos en una visión necesariamente parcial y fragmentada, por egocéntrica. ¿Quién los completa, los une con su mirada? Otro ser humano, un semejante, un otro”(89). En otras palabras, el yo se construye con la mirada del tú. E insiste diciendo que los humanos  estamos todos: “Atrapados en la cárcel de la subjetividad, sólo contamos con el prójimo que nos observa para que se atenúe la prisión”(89). Al final, consciente e inconsciente, parecen unirse por el deseo de Paco de habitar el magnolio con Laura, en un acto sublime de liberación.

 

Después de leer Un árbol, un adiós, nos llega repetida, y más redonda, la idea de la autora de confrontar estas dos vidas que van en paralelo y no se unen. No se descubre más en esta última, de lo que ya conocíamos en Bajo...solamente se reitera lo ya sabido. La voz de Paco, sin embargo, se manifiesta de manera más amplia, con una certidumbre de que lo elegido, el terruño, es sin cuestión su destino. Bajo el Magnolio está más hecha, mejor pensada y enriquecida  por el monólogo interior de Paco, que sus precedentes Plantar un árbol y Un árbol, un amor.

 

Pero es sin embargo la decisión de Laura de volver al cobijo del árbol, de la tierra, y la introspección de Paco de querer saber la verdad o intención de querer plantarlo, lo que ha unido las dos voces bajo el magnolio: uno ha podido completar al otro. El final es inconcluso, depende del lector, del ser que lee la novela, para poder juzgar en conjunto la verdad de la relación entre los protagonistas. Bajo el magnolio es, según Antonio Valencia, “ Obra que crece en las manos” (9).

 

  Bibliografía

 Alborg, Concha. “Marina Mayoral’s Narrative: Old Families and New Faces from Galicia”.

     Women Writers of Contemporary Spain: Exiles in the Homeland. Edited by Joan L.     

      Brown. Newark: University of Delaware Press, 1984

 Bajtin, Mijail. The Dialogic Imagination. Edited by Michael Holquist. Translated by Caryl and

      Michael Holquist. Austin: University of Texas Press, 1981

 

Drucaroff, Elsa. MiJail Majtin: La guerra de las culturas. Buenos Aires: Editorial Almagesto.

      I996

 García Rey, José Manuel. “La sociedad que se cuestiona en medio de una dudosa realidad”.

     Cuadernos hispanoamericanos, Vol. 394 (1983)

 Gullón, Germán. “El novelista como confabulador de la realidad: Mayoral, Merino,                  

     Guelbenzun...” Nuevos y Novísimos: Algunas perspectivas críticas sobre la

     narrativa española de los 60. Eds. Ricardo Landeira y Luis González del Valle.                         

     Boulder, Co.: Society of Spanish and  Spanish-American Studies, 1987 (59-70)

 

Holloway, Vance R. El posmodernismo y otras tendencias de la novela española (1967-95).

     Madrid: Fundamentos, 1999

 Hutcheon, Linda. A poetics of Postmodernism. New York: Routledge, 1988

 Intxausti, Aurora. “Marina Mayoral se adentra en Bajo el magnolio en la pasión de un amor

     imposible”. http://www.elpais.es/articuloCompleto.html. 1 nov 2004

 Jones, Margaret E. W. “El mundo literario de Marina Mayoral”. España contemporánea.

     Vol 52, 1992 (83-91)

 Johnson, Roberta. “La narrativa revisionista de Marina Mayoral”. Alaluz, Vol. 2 (1990)

 

Mayoral, Marina. Al otro lado. Madrid: Editorial Magisterio español, 1981

_____________. Bajo el magnolio. Madrid: Alfaguara, 2004

_____________. Cándida, otra vez. Madrid: Editorial Castalia, 1992

_____________. Plantar un árbol. Orihuela: Caja de ahorros de Alicante y Murcia, 1981

_____________. Un árbol, un adiós. Madrid: Acento editorial, 1996

 Noia, María Camino. “Claves de la narrativa de Marina Mayoral”. Letras Femeninas, Vol.

     XIX, Nos. 1-2(1993)

 Suárez Lafuente, María Socorro. “Subversión e intertexto en la obra de Marina Mayoral.                                                             

    Oviedo: http://letras hispanas.unlv.edu/Vol1/suarez.htm

 The Bedford Glossary of Critical and Literary Terms. Boston: McMillan  Press Ltd, 1998

 Valencia, Antonio. “Prólogo” en Al otro lado. Madrid: Editorial Magisterio: Madrid, 1981

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08 de Octubre, 2012 · General

“Sombras Nada Más (una novela del peronismo mágico)”

 

nueva novela de Luis Benítez

 

Ediciones Doble Hache, de Buenos Aires, Argentina, acaba de editar el libro Sombras Nada Más (Una novela del peronismo mágico), del autor Luis Benítez.

 

Señala la contratapa del volumen, respecto de la obra: “El 26 de julio de 1952 Eva Perón ha muerto y con ella, muchas cosas más. Años después, con el peronismo ya proscripto, dos veteranos cantores de tango recorren la Provincia de Buenos Aires estafando a incautos para sobrevivir en un país que ha cambiado para siempre. Y lo hacen a bordo de un automóvil tan fantasmal como ellos mismos: El Justicialista. Ambos buscan vengarse del destino, pero es posible que éste también quiera una revancha. Una metáfora donde la historia y la ficción se mezclan, con ritmo de road movie. Esta obra es una auténtica ‘máquina de narrar’, que mereció en 2008 el lugar de finalista en el Premio Clarín de Novela, cuyo jurado integraron José Saramago, Rosa Montero, Juan Cruz y Alberto Manguel”.

 

Sobre el autor

 

El poeta, narrador, ensayista y dramaturgo Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria. Sus 32 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Italia, México, Venezuela, Suecia y Uruguay.

 

Presentación en la Biblioteca Nacional

 

La presentación de  Sombras Nada Más (Una novela del peronismo mágico) se realizará el próximo miércoles 24 de octubre en la sala “Juan L. Ortiz” de la Biblioteca Nacional, Agüero 2502, 3er. Piso, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a las 19.30 horas. Se referirán a la obra los escritores Josefina Aguilar Ballesteros y Osvaldo Gallone y el encuentro contará con la presencia del autor.

 

EDICIONES DOBLE HACHE - Nardos S.R.L.

Gral. Urquiza 85, 2° Piso

Código Postal C1215ADA – CABA, Argentina

Tel.: 4382-1917 / E-mail: nardoseditorial@gmail.com
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13 de Diciembre, 2011 · General

Presentan novela de Luis Barroso en Morón

 

El sábado 17 de diciembre , dentro del marco de la jornada de actividades
literarias municipales, a las 20 hs, se realizará la presentación de la novela "La identidad de la serpiente", de Luis Barroso.
El acto se realizará en la Biblioteca Municipal  de Morón ( Brown 763, Morón).
Buenos Aires.

A las 17 se realizará la Entrega de Premios XVIII Concurso de Cuento y Poesía Leopoldo Marechal 2011. Presentación y entrega de la "Antología/9 XVII Concurso de Cuento y Poesía Leopoldo Marechal", que incluye a los ganadores del año 2010.  Poco después se presentará la 1° Antología de Talleres Literarios del Municipio de Morón (con lectura de sus participantes)

Luis "El Negro" Barroso, falleció el pasado 19 de abril. Escritor, Periodista, compañero incansable en la lucha por el socialismo, supo cultivar amistades profundas y ganarse el aprecio por su férrea honestidad y solidez intelectual. Dirigía la publicación "Perros sueltos". Su novela "La identidad de la serpiente" fue terminada y entregada al editor en febrero 2011, pocas semanas antes de su deceso. La presentación de su libro será una ocasión para recordarlo y celebrar su memoria y ejemplo de intelectual militante.

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11 de Octubre, 2011 · General

En las letras, desde Puerto Rico

 

Cezanne Cardona reflexiona acerca de Palacios,  primera novela de Sergio Carlos Gutiérrez.

 

por Carlos Esteban Cana

 

Conozco a Sergio Carlos Gutiérrez desde que era estudiante de escuela superior. Sucede que desde muy joven Gutiérrez supo que su vocación era la creación, por ese motivo me lo encontré como uno de los participantes de El barco de tinta china.  Con ese nombre había bautizado el poeta y narrador Amílcar Cintrón su taller de escritura, uno que estimulaba la creación literaria mediante la exploración de memorias, historias y la búsqueda de voz en los talleristas. Amílcar había invitado al cuentista Angelo Negrón y a este servidor para que compartiéramos breves impresiones sobre la experiencia de ser escritor. Los tres (Angelo, Amílcar y yo) nos habíamos convertidos en buenos amigos durante los años que desarrollamos la revista de creación alternativa Taller Literario durante los 90’s.

Recuerdo como si fuera hoy esa última sesión de El barco de tinta china cuando procedimos a escuchar lo escrito por los pupilos de Amílcar. Dos jóvenes destacaron sobre todos los demás: Ana Teresa Toro (que con el tiempo se ha convertido en una de las principales voces del periodismo cultural del País, ya sea en la radio o en prensa escrita; el trabajo creativo de esta narradora -quien también estuvo ligada al panorama teatral- le ha hecho merecedora de becas y premios nacionales e internacionales) y Sergio Carlos Gutiérrez.

Fue curioso el gesto espontáneo y simultáneo que Angelo y yo tuvimos cuando escuchamos el cuento de Sergio Carlos. Uno que hablaba de diversos dioses instalados en el ambiente urbano. Literalmente nos quedamos con la boca abierta. Allí, sin lugar a dudas, había un excelente narrador, esa fue la impresión con la que nos despedimos y el tiempo no ha hecho más que confirmar aquella intuición.

 

Con el tiempo volví a tropezarme con Sergio Carlos. El libro En el vientre de una isla abre con su cuento Los hijos de Coalibey. Más adelante le solicité un cuento para el accidentado Taller Literario número 8 (número que íbamos a subir en línea pero que fue hurtado en el último momento). También lo leí en su propia bitácora en el ciberespacio. Y ya de forma esporádica me encontraba en los linderos laberínticos del circuito de librerías del casco urbano de Río Piedras. Esta vez él era uno de los integrantes de la flamante mesa editora de la revista Agentes Catalíticos (junto a Juanluis Ramos, Rubén Ramos y Samuel Medina –su fundador-), publicación que con el tiempo se convertiría en uno de los tres principales proyectos de vanguardia colectiva y literaria que tuvo la primera década del siglo XXI en las letras puertorriqueñas: El Sótano 00931, Derivas y AC. Aquí voy con mis metáforas musicales. Si los Beatles cerraban los 60’s y Led Zeppelin abrían los 70’s. El Sótano cerraba esa primera década con dos épocas, singular presencia mediática y una editorial, y Agentes Catalíticos se desplega en la que recién comienza con el paso firme que aún lleva su proyecto impreso, diverso y multi-mediático.

 

Por todo lo anterior fue muy significativo asistir a la presentación de la primera novela de Sergio Gutiérrez Negrón, titulada Palacios. Una velada original que tuvo la marca registrada del tipo de eventos organizado por Agentes Catalíticos. La pantalla amplia con un collage de imágenes en el fondo, y al frente dos personalidades que instalan su nombre con paso seguro en el panorama literario. Me refiero a Cezzane Cardona, autor de la novela La velocidad de lo perdido, y Manolo Núñez Negrón creador de la colección de cuentos El oficio del vértigo.  

Sergio escuchó atentamente las reflexiones de Cezzane Cardona acerca de su novela. Después Él mismo leyó un fragmento de Palacios,  y finalizó la velada –que para mí tenía cierto aire de relevo generacional- con una amena conversación entre Gutiérrez y Manolo Núñez Negrón. Al día siguiente, si no me equivoco, escuché un poco más del proceso creativo en Palacios cuando Sergio fue entrevistado por Rafael Josué Vega para el programa Piedra, Papel y Tijera de Radio Universidad de Puerto Rico.

 

Dicho lo anterior, En las letras, desde Puerto Rico comparte con sus lectores las impresiones que Cezzane Cardona compartió en la librería La Tertulia acerca de Palacios, primera novela de Sergio Gutiérrez Negrón.

 

 

Palacio: una novela corta de Sergio Gutiérrez Negrón

por Cezanne Cardona Morales

 

No importa cuales sean los medios o las materias: el barro, la piedra, el carbón, la pintura, el papel, la tinta, el celuloide o la electricidad, el ser humano ha insistido una y otra vez en contar historias. Pasando por las cuevas de Altamira, la biblioteca de Alejandría, las pirámides, las catedrales medievales, la Capilla Sixtina, el papiro, el libro, —el fin del libro— o el Internet, el hombre no sólo ha querido contar historias, sino que además no ha cesado en su intención de construir lectores, en buscar lectores para que su historia, cualquiera que sea, permanezca. Son muchas las novelas que han logrado la inmortalidad en este sentido, pero pocas las novelas cortas que, entre sus pocas páginas, han dejado espacio para tematizar el telón mismo, la forma universal en que el humano se cuenta, se ha contado y se podría contar historias.  Una es la ya clásica novela El entenado, del argentino Juan José Saer, y la otra, de reciente publicación, es Palacio (Agentes Catalíticos, 2011), del joven puertorriqueño Sergio Gutiérrez Negrón, y que aquí reseñamos. Si bien en la novela de Saer se cuenta la historia de cómo un invasor, en la época de la conquista, es salvado o raptado por una tribu indígena con el propósito de que éste cuente o repita la historia de la extinción de la tribu, en Palacio asistimos a la historia de un ornitólogo japonés que intenta que sus aves —cotorras y papagayos— repitan o dupliquen la voz de su hija muerta.

Salpicada con intriga, dos narradores, aves, correos electrónicos y piezas de jazz, Palacio cuenta la historia de Frank o Francisco, un joven puertorriqueño y estudiante graduado de literatura en Atlanta que, desde que su esposa Alice se marchó sin razón aparente, se la pasa día y noche leyendo los mensajes electrónicos que ella el envía desde Japón. Alice trabaja para un excéntrico ornitólogo y ex profesor y su trabajo consiste en leer en voz alta los diarios de la hija muerta del ornitólogo a las aves para que estas repitan la voz de su hija. Todas la aves en la casa del ornitólogo son pistacidos, es decir cotorras, papagayos, en fin, aves de diferentes estirpes que imitan la voz humana. Es harto conocido que estas aves son capaces de aprender setecientas palabras y de reconocer nombres. Incluso algunos científicos piensan que pueden alcanzar el vocabulario de un niño de cuatro años. Sea un aviario personal o una biblioteca de aves, es allí donde Alice pasa horas leyendo en voz alta los diarios de Kaede.

 

Una de las escenas más poderosas de la novela sucede cuando el señor Abe escucha que una de las aves dice “¿Hola papá?, ¿Cómo estás papá?” Por un momento, cuenta Alice, el señor Abe juró que veía a su niña, que la encontró sana y salva, que la abrazó, que la besó, pero que al rato parpadeó y su hija se deshizo. Quedó frente a una habitación desecha con tres aves volando alrededor del cuarto que hablaban con la voz de Kaede, con el inglés hollywoodense de su hija. Cuenta la señora que cuidaba las aves que encontró al señor Abe en el suelo al lado de tres aves muertas que el ornitólogo mató arrepentido de su empresa. ¿Qué diferencia existe entre esta escena y la de un padre que ve todos los días, una y otra vez, el video o las fotos de su hijo ya muerto? Quizás ninguna. Para cualquier padre que ha perdido a su hijo, ver esas fotos o esos videos hasta el cansancio no significa necesariamente un ejercicio fútil de repetición o de morbosidad, sino todo lo contrario; cada repetición plantea una nueva forma de mirar o de preguntar: qué hice, qué dejé de hacer, qué pude haber hecho, por qué tuvo que suceder. ¿No es esta acaso la razón ulterior de la ficción: vivir vidas que no podríamos vivir? “Leo ficción —dice el escritor Philip Roth—, para liberarme de mi perspectiva sofocante y estrecha de lo que es la vida. Esa es la misma razón de por que escribo.” Palacio es más que una novela sobre un padre que perdió a su hija, o una novela de amor en tiempos de Internet, o la pérdida que se cuenta desde y gracias al desamor. Palacio nos habla de un experimento común a todos: la necesidad que tenemos de construir Palacios, criptas, la perentoriedad de contarnos una historia aunque siempre sea la misma, o de codificar algo que ya sabemos imposible; un lenguaje de lo perdido, de lo que no podemos recuperar. 

 

La lectura de Palacio recuerda —tanto en tono y tema, así como en fondo y forma—, algunos cuentos de Jorge Luis Borges, entre ellos La Biblioteca de Babel. En este cuento, Borges propone algo que está muy cerca de la lógica de la repetición que nos presenta Palacio: el universo es una gran biblioteca y en esa biblioteca todo ya ha sido dicho: en ella pueden encontrarse todos los lenguajes concebibles e imaginables. En esa biblioteca todo ha sido pronunciado desde la muerte y todo descubrimiento no es otra cosa que una repetición infinita. Lo que nos revela Borges es que el universo es ese lugar donde creemos que descubrimos algo, donde creemos que hallaremos la salvación y solo encontramos soledad, traición y esperanza. Esa es esta quizás la misma pulsión que nos lleva a comprar libros, a coleccionarlos, a leerlos, a prestarlos. Esta es la misma pulsión que tiene el señor Abe, en Palacio, de comprar nuevas aves para crear la biblioteca hablada de su hija: “Yo era un buen padre” le repetía el señor Abe a su esposa una y otra vez cuando desapareció Kaede. “Lo repitió tanto que hubo un ave, una de las pequeñas que mantenía por afición, que aprendió la frase y tomó por chirriarla todas la mañanas: —Yo era un buen padre. Yo era un buen padre…” repite el ave.

 

A pesar de ser hermana de novelas como No todas las suecas son rubias, de Manuel Abreu Adorno, Tokio Blues de Haruki Murakami y Llamadas de Amsterdan de Villoro, entre otras, Palacio es una novela que se destaca, entre muchas, porque procura ahondar en el territorio insondable del dolor, en el duelo, o en el lenguaje del duelo (quizás una ética del duelo) sin dejar a un lado las exigencias del género de la novela. Palacio, como muy pocas novelas puertorriqueñas, comparte un aliento temático con los orígenes de la novela —algo que un buen escritor nunca debe olvidar. Las llamadas primeras novelas de la modernidad contienen temas centrales como la aventura, el viaje, la confesión y el amor —y esto incluye al desamor. Pensemos en el Quijote, de Cervantes, en Pamela de Richarson y en Robinson Crusoe de Defoe. Desde la aventura del Quijote cuando recorre los caminos leyendo la realidad con la ilusión de los libros de caballería,  la confesión de un Robinson Crusoe contando las vivencias de lo salvaje en un lugar remoto y desconocido, hasta las cartas de amor o desamor; todo esto lo podemos encontrar de una forma u otra en Palacio. Incluso desde el primer párrafo:

Cerré los ojos frente al azul del monitor y me dejé caer contra el respaldo del sofá. Intenté imaginarme a Alice en una sala al otro lado del mundo, piernas cruzadas, leyendo en voz alta el diario de la hija muerta del ornitólogo japonés que le pagaba cuarto y sustento. Casi podía descifrar las arrugas que nacían del cierre de sus párpados, la costura que se formaba en su frente, la mirada desorbitada tatuada en el rostro, totalmente decidida a la absurda tarea que había emprendido. Lancé un vistazo al pequeño marco de cuero que apretaba una anacrónica instantánea de nuestra boda, hacía cuatro años, y le respondí a su mensaje escribiendo que estaba aquí, que continuara con el relato.

 

Solo porque ya estamos en medio de una historia —dice Peter Sloterdijk— es que podemos contar nuestra propia historia. Uno de los muchos logros de Palacio es ponernos en evidencia como consumidores de ficción, confesarnos adictos a la mentira, o como dijo Vargas Llosa, descubrir que todos buscamos “la verdad escondida en el  corazón de las mentiras”. Si no es así, ¿por qué Hamlet aparece leyendo un libro después de ver el fantasma de su padre? Como Hamlet, leemos porque somos inconformes, porque sabemos muy en el fondo que la vida no tiene sentido. Leemos ficción para sobrellevar la contradicción de vivir y ver morir. La contradicción de ser testigos de lo que no queremos ser testigos. Leemos ficción por la tragedia de no estar a la altura de nuestras propias tragedias. Y Palacio insiste de forma magistral, como ninguna otra novela puertorriqueña, en mostrar la necesidad que tenemos todos de leer ficciones, de contar historias para contar nuestras ficciones verdaderas. 

 

 

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14 de Septiembre, 2011 · General

Julio Blanco Rossitto y Patricia González

ganan Premio Nacional de Literatura “Freddy Hernández Álvarez”

 

Barcelona (Especial)

 

El Fondo Editorial del Caribe, anunció este viernes 1º de julio, los ganadores del Premio Nacional de Literatura  que lleva el nombre del poeta Freddy Hernández Álvarez, fallecido el año pasado, con el cual se le rinde homenaje, por su valiosa contribución a la literatura venezolana y uno de los principales impulsores de esa editorial, desde su fundación. El concurso, convocado a finales del año 2010 y cuya premiación consiste en la publicación del libro, atrajo la atracción de los escritores, lográndose en esta primera edición la recepción de 33 libros: 16 de poesía y 17 novelas, el jurado que le correspondió en esta oportunidad conceder los  galardones estuvo integrado en poesía por Alberto José Pérez, Jesús Salazar y Fidel Flores y en Novela por Sael  Ibáñez, Sandy Tuccy y Chevige Guayke, todos de reconocida trayectoria en las letras venezolanas.

Julio Blanco Rossitto, nativo de Ciudad Bolívar y residenciado en el estado Lara, se agenció la mención poesía con el libro Doblar el hierro, firmado con el seudónimo Arthur Rimrone, libro sobre el cual el veredicto del jurado dice: “hemos decidido otorgar dicho premio, por unanimidad, en atención a la riqueza emocional con que el autor canta las sombras del hombre, los dolores sobre los que ha edificado su crecimiento, convirtiendo su cotidianidad en una historia donde la poesía es la atmósfera que hace posible su brillo como si oro fuera, devolviéndole la vida a través de cantos novedosos, rebosantes de fuerza y belleza  expresiva.

El premio de novela le correspondió por unanimidad a Patricia González con la novela Población experimental de anfibi@s, firmado con el seudónimo José María y de cuyo libro, el veredicto afirma que “Una de las fortalezas de esta novela radica en su lenguaje atrevido, de imágenes sugerentes y desbordado entusiasmo escritural; todo muy acorde con el lenguaje literario contemporáneo, herencia a su vez entre nosotros del gran desarrollo que ha alcanzado la exploración de la lengua a la hora de escribir”. Patricia González es una joven caraqueña, comunicadora social, egresada de la Universidad Católica Andrés Bello y cursante de la Maestría de Literatura Venezolana de la UCV y esta novela, constituye su primer libro.  Así mismo, el jurado acordó conceder un accésit a la novela Alicia y otras cuestiones, firmada con el seudónimo Edgar Cheshire, que al abrir la plica corresponde a Edgar Rubio Marcano.

 

Nota de prensa cortesía Fondo Editorial del Caribe

 

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27 de Agosto, 2011 · General

Cees Nooteboom en Argentina

 

Cees Nooteboom, uno de los mayores y más originales escritores holandeses contemporáneos, estará de visita en Argentina hasta mediados de septiembre.

El reconocido escritor, que ha sido nominado al premio Nóbel de Literatura en varias oportunidades, presentará el último de sus libros, Los zorros vienen de noche, novedad publicada recientemente en España por la editorial Siruela (representada en Argentina por Grupal Distribuidora).

Asimismo, entre el 9 y el 18 de septiembre participará de la tercera edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (FILBA), que también contará con la presencia de 25 escritores extranjeros y 50 escritores argentinos.

 

Los zorros vienen de noche, Editorial: Siruela -Colección: Nuevos tiempos

Ambientados en ciudades e islas del Mediterráneo, y unidos por un nexo temático, los ocho relatos de Los zorros vienen de noche pueden leerse como una novela en la que se reflexiona sobre el recuerdo, la vida y la muerte. Sus protagonistas coleccionan y reconstruyen fragmentos de vidas muy intensas que han cristalizado en la memoria o en el detalle de una fotografía. En "Paula", el narrador evoca la breve y misteriosa vida de una mujer a la que amó; en "Paula II", la misma mujer es consciente de que aquel hombre sigue pensando en ella. Paula recuerda el tiempo que pasaron juntos y el miedo del hombre a la oscuridad de la noche, cuando vienen los zorros… Y sin embargo el tono de estos relatos está lejos de ser pesimista: la muerte no es algo a lo que se deba temer... Nooteboom es un soberbio estilista, que observa el mundo con una mezcla de melancolía y asombro. Sus relatos están cuajados de humor, pathos y un vasto conocimiento de las cosas, que hacen distinto a este prestigioso autor europeo. Este volumen, elogiado por el jurado por su "permanente elegancia", recibió el Premio Literario Gouden Uil (Búho de oro) en 2010.

 

Cees Nooteboom (La Haya, 1933) es uno de los mayores y más originales escritores holandeses contemporáneos. Vive en constante nomadismo entre Holanda, España y Alemania. Traductor de poesía española, catalana, francesa, alemana; de teatro americano; autor de novelas, poesía, ensayos y libros de viaje, es un escritor preocupado por el europeísmo y el nacionalismo. Ha obtenido, entre otros, el Premio Bordewijk y el Premio Pegasus de Literatura, así como la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. En Francia ha sido nombrado Caballero de la Legión de Honor. En los últimos años ha recibido el Premio Europeo de Poesía (2008), el Premio de Literatura Neerlandesa (2009) y el mayor premio que se concede en la literatura de viajes, el Premio Chatwin (2010).
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