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08 de Febrero, 2012 · General

WISLAWA SZYMBORSKA,

 

 

POESÍA QUE BROTA DEL «NO SÉ»

 

 

Ha muerto Wislawa Szymborska. Así de sencilla y tremenda, como la propia poesía de la autora polaca, es la noticia que nos ha enmudecido. Cada vez que muere un poeta, uno esencial y verdadero, el mundo se vuelve un poco autista, pues son los poetas quienes prestan su voz a decir lo más íntimo y verdadero que estructura y sostiene a aquel. Es como si una zona del alma del mundo se paralizara.

 

La poetisa había nacido en 1923 cerca de Poznań, la muy antigua ciudad del centro–oeste de Polonia, a orillas del Warta. Sin embargo, a los ocho años se mudó definitivamente a Cracovia, en el sur, ciudad de largo pedigrí cultural cerca de otro río de ensueños, el Vístula. Desde aquí vio transcurrir ochenta y ocho años de la vida de un siglo terrible y a la vez preñado de retos inquietantes. Desde allí alzó su pequeña, pero consistente voz para encantar al mundo con esa mirada sin mentiras ni presunciones. La existencia de la poetisa estuvo vulnerada por la guerra, por las invasiones a su país, por la indiscriminada muerte de judíos y patriotas polcaos, por los sucesivos cambios que intentaban lograr un país igualitario bajo la égida de burócratas abúlicos y desnaturalizados que, al final, permitieron la vuelta a un mundo de cruel competencia y cosificación. Esto lógicamente no podía dejarse de traslucir en sus versos. Tal vez de aquí ese mirada atenta pero desconfiada, explícita pero sin certidumbre que la caracteriza.

 

Para Wislawa, la poesía era algo cotidiano, familiar, que vivía, que sentía muy cerca, pero que no podía describir. En su discurso «El poeta y el mundo», declara: «… debo hablar de poesía. Sobre este tema raras veces me pronuncio, casi nunca». Su razón era que no sabía explicar algo que en sí mismo, más que una explicación, es un modo de aceptar y ser. Así lo canta en un poema:
             La poesía,

pero qué es en verdad la tal poesía.

Más de una respuesta vacilante

surgió para esta pregunta.

Pero yo no lo sé, no lo sé y me aferro a eso

como a un barandal salvador. («A algunos les gusta la poesía»)

 

El hecho de no saber no indicaba una postura de extrañamiento del mundo en la poetisa. No se trataba de ignorar o querer desdeñar la vida, ni mucho menos encerrarse en sí misma para defenderse de lo que la sobrepasaba. Era una actitud de aceptada candidez que le permitía instalarse con la debida apertura, con los ojos limpios de prejuicios para ver y sentir mejor. El que se atrinchera en el yo , nunca llega más lejos que su pretensión.

 

Es precisamente de esta convicción que surge su peculiar concepto de inspiración. En el citado discurso, habla de esta como de un estado singular que incita, no solo a los poetas, sino a todos los que hacen su trabajo con «amor e imaginación». Expresa: «De cada enigma resuelto sobrevuela sobre ellos un enjambre de nuevas preguntas.» De manera que para ella esta singular facultad de percepción es un constante penetrar, desentrañar y volverse a engarzar en el enigma de la vasta realidad. Por eso, afirma, «La inspiración, sea lo que fuere, nace de un incesante “no sé”.» Es por ese ánimo que mueve a quien reconoce su no sé que estos seres siempre ven el mundo como inédito y, por ende, objeto de nuevas aproximaciones e interpretaciones.

 

Desde aquí traza un interesante distingo entre poetas (creadores, todos los que hacen con imaginación y amor) y otros a quienes les gusta también su labor, incluso en demasía y con celos en exceso. Se refiere a déspotas, fanáticos diversos y burócratas. Estos no solo trabajan con entusiasmo apasionado, con meticulosa dedicación, con entregada voluntad sino, además, convencidos de la significativa grandeza de su obra. Ya esto marca una distancia del poeta que constantemente se pregunta si de verdad estará rozando lo verdadero. No obstante, ella concibe otra divergencia mayor. Asevera sobre estos seres inconcusos: «… ellos saben. Saben y lo que saben les basta de una vez y por todas.» Cuanta terrible verdad concentrada en una breve frase (signo de la poesía). Los peores enemigos de la humanidad en su ascenso hacia su más alta redención son esos personajes persuadidos de saberlo todo sin posibilidad de sorpresas o permutaciones que se dedican puntillosa y esforzadamente a instaurar el reino de sus convicciones. 

 

El poeta se caracteriza, según la autora polaca, por instalarse en este no sé que lo dispara a la indagación. El sujeto lírico avanza por el mundo como un sonámbulo, tanteando, sin conciencia exacta de adónde va, pero con la impostergable necesidad de ir. Siempre se mueve en el ámbito de lo incierto y desconocido. Como el sonámbulo, aunque lleve los ojos abiertos siente que ve algo del cual él mismo no está advertido ni plenamente consciente de su realidad. Escribe:

Qué gran suerte

no saber con exactitud

en qué mundo se vive.

Lo es porque si todo fuera previsible y advertido, ¿qué sería de nuestra existencia sino un recorrido por una galería ya vista y memorizada sin aliento de otra perspectiva?

 

En otro texto, donde la poetisa reflexiona sobre la inconmensurable variedad de la vida, vuelve a mostrar ese grado de perplejidad.

Cuatro mil millones de personas en esta tierra,

pero mi imaginación sigue siendo la mima.

Se las desarregla con las grandes cifras. («La gran cifra») 

O sea, la vastedad siempre supera la mirada. Si bien infunde mortificación, a la vez devine estímulo para mirar. Es la opción del poeta, intentar e intentar con la curiosidad, ganar dioptrías por la insistente y hurgadora penetración.

Escojo rechazando, no hay otro modo,

pero lo que rechazo es más numeroso. («La gran cifra») 

Aquí se descubre la conciencia de que nunca podrá el poeta aprehender hasta el último sorbo que pone ante sus labios la existencia. Sin embargo, se conforma con ir desgranando ciertas cifras, algunos granos de sentido, que van a instalarse en un sitio desde donde puede apreciar y actuar. Ese sitio se abre en sí mismo gracias a su imaginación y su curiosidad. Sin embargo, incluso esto no lo cumple del todo consciente.

¿De donde sale ese espacio dentro de mí?

–No sé. («La gran cifra») 

Este no sé aflora una y otra vez en la óptica y en la voz de la poetisa. El texto crece desde ese irrevocable no saber que despierta en deseo, urgencia, avidez de indagación. La obra poética de Wislawa Szymborska, como la mayoría de la poesía polaca –la cual tengo entre mis preferidas precisamente por eso – está signada por la legibilidad y le perspicacia. Tal legibilidad no implica distanciamiento de la elaboración expresiva, ni de la búsqueda de belleza formal, sino resulta del empleo de los recursos justamente como medios para visibilizar sentidos, no para despistar u ocultar. De aquí que sus poemas – sobre todo a partir de Sal, de 1962 donde se aleja de ciertas experimentaciones iniciales – se distingan por su claridad discursiva, la limpia precisión de lenguaje y la sorprendente hondura de percepción en los asuntos en que se adentra.

 

Sin embargo, esta expresión límpida y legible no significa rotundidez de aserción. Todo lo contrario, lo atractivo de sus versos deriva del contraste entre una clara exposición y un regusto de vaguedad, de manera que tras su lectura nos queda, más que una conclusión, una insinuación. Nos sume en una suerte de penumbra donde entonces debemos empezar a tantear. Su obra está siempre aureolada de incertidumbre. De modo que sus textos más que confirmaciones en torno a la realidad que la ha cruzado y vapuleado, constituyen impresiones, bosquejos, inquietudes, interrogaciones. Es por eso una poetisa impresionista en el sentido más estricto. La caracterización de su obra podría sintetizarse bajo el título de Maimonides: Guía de perplejos.

 

Hay un grupo de temas que son consistentes en la obra de Szymborska. Aspectos como la imposibilidad de conocer a fondo a la gente o el espacio que nos rodea, la permanente transformación del ser y los objetos, el mundo como un ámbito de pérdidas, nuestro semejante como un adolescente que no arriba a su sensatez madura, el amor como una creación escurridiza, el odio que mueve tanta destrucción, etc. Sin embargo, precisa hacer una salvedad. Si bien uno se percata de ciertos asuntos y motivos que recorren un sostenido número de textos, no quiere esto decir que sean esos sus preocupaciones temáticas. Resulta impracticable resumir los temas de un poeta, pues para este su cuestión es el mundo en su más profusa y compleja variedad. Hurga como puede en cada trocito de infinito y eternidad a su alcance. No obstante, como la vida misma, ningún asunto está aislado del resto, por lo que un poema carga una pluralidad de elementos si bien alguno puede destacar sobre otros. Incluso cuando un poema parece que tira hacia un rumbo, sus meandros de imágenes se desdoblan  en otras sugerencias conexas o consecuentes. Es pecado de simpleza reducir el poeta a ciertos temas. En el caso de la poetisa polaca esto resulta más imprecisable, pues ella siempre nos adentra en ciertas arenas movedizas para que no confiemos en la superficie de la palabra. Solo que uno debe asirse a ciertas evidencias que sirven como asideros desde donde poder remontar a los posibles significados. Es así que uno conjetura –como yo ahora – ciertos trazos de grueso expresionismo, nada preciso ni definitivo, para intentar el acercamiento.

 

De cierta manera esta condición irreductible de los asuntos del poeta se evidencia en su poema «Conversación con la piedra»:

Toco a la puerta de la piedra

–soy yo déjame entrar.

Quiero penetrar en tu interior,

Mirar a mi alrededor,

Aspirarte como un soplo.

Vete –dice la piedra –.

Soy impenetrable.

Esta es la dialéctica entre el poeta y la realidad. Mientras él trata de ingresar en esta para explorar, ver, conocer, aquella acerroja toda puerta, ventana o visillo para no dejarnos penetrar. De modo que hacer poesía es de cierto modo ejercer violencia, si bien suave y generosa, sobre un ámbito que nos refuta el acceso. De aquí la versatilidad asuntiva de un poeta, pues en su intento de meter cabeza por uno u otro intersticio va divisando, vislumbrando, casi adivinando, el interior de la dura piedra de la realidad.

 

No obstante, hay dos poemas con los que quiero cerrar este elogio más que elegía. En ellos se percibe la mirada sensible, nada presuntuosa, pero centralmente humana de la poetisa. El primero es «Gente en el puente».  A partir de un grabado del artista japonés, Hiroshige Utagawa, la poetisa nos propone una reflexión sobre el hombre y su relación con el entorno y la elusión del tiempo.

Raro planeta y rara es la gente que hay en él.

Sucumben ante el tiempo, pero no quieren reconocerlo.

(…)

Se ve un puente sobre el agua y gente en el puente.

(…)

Todo esto se resume en que no ocurre nada más.

(…)

La canoa navega silenciosa.

La gente corre apretada en el puente…

(…)

Este no es ningún cuadro inocente.

Aquí se ha detenido el tiempo.

(…)

Aquí sucede en buen tono

la alta autoevaluación del cuadro,

fascinarse y emocionarse con él por generaciones.

(…)

Por un camino sin fin, eternamente por recorrer

y en medio de su arrogancia creen

que así es la realidad.

Varias son las incitaciones de sentido que afloran en su lectura. La vida se cumple como una rutina de trivialidades, así como las que vemos en el cuadro. Insinúa el intento del artista y de los que admiran su arte por fijar lo amable del tiempo. Expone la evaluación de la superioridad de la representación al desgaste de la realidad. Y, por último, nos descubre esa lectura donde nos arrellanamos para sentirnos cómodos y divaguemos del yo sé antes que reconozcamos el no sé. Creer que entendemos, que dominamos, que nos sobreponemos a la realidad, nos hace sentir en control, vencedores sobre las vicisitudes de lo finito. Este texto es altamente revelador de la variedad de indagación vital y trascendente que propone la poetisa.

 

La poeta  descree de las acciones y pensamientos que resultan de lo multitudinario. Reniega de lo que resulta de la masa y lo masivo. No es que desdeñe a sus semejantes ni rechace la comunión social. Es que considera que en la muchedumbre se regenera el espíritu de la manada. Esto potencia una acumulación de ignorancia, idiotez y mezquindad, derivada de no haber cultivado lo esencial del individuo humano, que estalla en las peores infracciones, ultrajes y violencias.

En otro texto se observa más explícitamente esta anomalía del hombre y su indefectible estupidez aniquiladora. Así expone en «Final y principio»:

Después de cada guerra

alguien debe hacer la limpieza.

Así como así, el orden no se logra.

(…)

Alguien debe arrojar los escombros

a  un lado de la vía

para que puedan transitar

las carretas llenas de cadáveres.

Alguien tiene que atascarse

en el fango y la ceniza.

(…)

Esto no es fotogénico

y requiere años.

(…)

Hay que volver a rehacer los puentes

y las estaciones de nuevo.

(…)

Aquellos que sabían

de lo que aquí se trataba,

deben ceder el puesto

a los que saben poco.

En la hierba que parió

causas y efectos

alguien debe yacer

con una espiga entre los dientes

y mirar absorto las nubes.

Es precisamente ese ancestral espíritu de la manada el que se posesiona de los hombres y los empuja a imponerse, despojar, aniquilar al otro. Es la tensión motriz de las guerras. El hombre, que en su inteligencia roza lo sagrado, en su idiotez desciende a lo bestial. Entonces una y otra vez debemos recomponer los destrozos de nuestras juergas, cuando henchidos de soberbia y violencia, vamos cuchillo entre los dientes a desangrar al prójimo. Unos mueren, otros viven para devolver las cosas a su apariencia de normalidad. En ese lapso de arreglar y desarreglar, al parecer no sucede nada, nos repetimos. Y en el mismo sitio donde hirvió la sangre y floreció la guerra, un ser enamorado de la vida mordisquea una espiga que se nutrió de los fermentos del odio. Esa imagen final idílica es engañosa, pues nos hace olvidar que sobre ese ser ensoñador pende el azar de otra espiral de bestialidad. Así vamos andando, entre escombros, limpiezas y ensueños. Transcurrimos pero no superamos, parece decirnos la poetisa.

 

Por supuesto que la magnitud expresiva de un poeta evade todo intento presuroso y sucinto de revelarlo. Estas líneas son solo leves señas nacidas más de la vocación y la simpatía que de una comprensión cabal. La obra de un poeta –de uno en verdad como es el caso – es un vasto océano donde nos zambullimos infatigablemente sin que logremos traer de regreso en la mirada todo lo que en su fondo respira y se mueve.

Con la sencillez que vivió, escribió y aceptó su destino, así quiso ser recordada:

Aquí yace, anticuada como la coma,

la autora de algunos versos…

(…)

Tampoco hay otra cosa mejor sobre la tumba

que estas rimitas pobres, lampazo y lechuza.

Caminante, saca el cerebro electrónico de tu cartera

y medita un instante sobre el sino de Szymborska. («Sepultura»)

Así le tendremos presente, con la fuerza imprescindible de lo elemental. Cuando un poeta muere poco valen elogios o  lamentos. Se impone el mejor de los homenajes, recorrer de nuevo sus textos. Allí queda su médula fértil, lo que lo salvará en el tiempo a través de la sucesiva memoria de las generaciones. La aventura intelectual por los textos de la Szymborska es un reto a descubrir nuestros propios no sé y desde ellos iniciar el arduo, pero hechizante ascenso a lo inexplorado.

 

Manuel García Verdecia, Holguín, 5 de febrero de 2012
Palabras claves , , ,
publicado por islanegra a las 17:24 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
29 de Enero, 2012 · General

Tomás Segovia, de lo inmortal

 

Manuel García Verdecia

 

 

La llamada fue precisa como un corte cirujano. Había muerto en México Tomás Segovia. Me quedé helado, farfullando obscenidades contra el destino. Era un justo, un iluminado y por si fuera poco un poeta esencial. Se cortaba una amistad que habíamos labrado en una correspondencia afectuosa de años, desde que lo conociera en México en 2006. Nos conectaban intereses seminales: la poesía, la traducción, los devaneos de la política y el destino del hombre en el mundo contemporáneo, asuntos estos que había analizado puntual e inquietantemente en sus ensayos. La infausta noticia me convoca a publicar las notas que siguen, las cuales formarían el prólogo a una selección de su poesía que elaboré con él y que aún aguarda ver la luz.

 

La vida, que siempre ordena las cosas con su misterioso proceder, quiso que en 2006 fuera yo invitado al Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, en Villahermosa, Tabasco. Allí, entre otros poetas cardinales, conocí al autor valenciano de origen. La aproximación fue como casual, aunque no lo era pues ya lo observaba de lejos, sobre todo porque acababa de recibir el Premio Juan Rulfo y porque, además, siempre se hacía acompañar de la bella y excelente poeta María Baranda. Charlamos sobre trivialidades en el ómnibus que nos conducía a los lugares de lectura. Para colmo de goces, los organizadores me habían planificado leer junto a él en predios de la Universidad Olmeca. Al final tuvo palabras estimulantes para mí, insinuando que su poesía no había impactado. Lo animé. –Maestro, le dije, es que yo fui pícaro y leí cosas menores y usted leyó poesía de verdad. Su sonrisa selló la relación.

 

Había pensado, por todas las menciones que se hacía a su obra, por autores como Octavio Paz, que sería alguien impermeable a los afectos y hermético al diálogo. Todo lo  opuesto. Me encontré con un señor más bien tímido, que esquivaba oportunamente la alharaca de la vida literaria. Accedía solo a conversar en pequeños grupos, dos o tres personas, con palabra escueta, casi medida. Alguno confundió su actitud con orgullo. No me dejé sofocar por una valoración externa que me encallara en algún prejuicio. Me le acerqué para decirle que me había gustado lo que leyó. Después siempre traté de encontrarlo y hablarle. Nada teje más lazos que la abierta y decidida intención de amistad, cuando obviamente no la mueven otros intereses que la simpatía. De manera que una mañana tuve la sorpresa de ver acercarse a Tomás con tres de sus libros dedicados para mí.

 

Luego del Encuentro, proseguimos la relación por correo electrónico. Así, infrecuente pero persistentemente, hemos estado estos años en contacto fiel. Hemos hablado principalmente de la vida y de las circunstancias horripilantes que han ido creciendo en estos años. Y por supuesto de su obra. Quise contribuir a que el lector prójimo tuviera acceso a algunas voces que no se escuchan como debe ser. Logré que Ediciones Holguín me permitiera reunir una muestra de destacados poetas iberoamericanos poco conocidos en Cuba. Recabé la autorización de los poetas que pensé podían integrar esa muestra. Todos, sin hesitación alguna, accedieron a la idea. Aquella muestra estaba enmarcada, como un paréntesis guardián, por dos polos altísimos: el vivísimo poeta brasileño Ledo Ivo y el poeta hispano-mexicano Tomás Segovia.

Específicamente este, al responder a mis requerimientos para poder publicar sus textos me contestó: «Por supuesto puede usted publicar todo lo mío que quiera. La “propiedad intelectual” siempre me ha parecido una aberración, y he escrito más de un ensayo sobre eso.» Estas palabras suyas ya apuntan al sentido de su ética. Fue así que pudo salir el tomito, Más que el leopardo, que es sobre todo un acto de solidaridad poética.

En el prologuillo al libro dije de Segovia:

«Tomás Segovia es poeta esencial. Sus textos van desasidos de historia y circunstancias inmediatas, ya que “bajo ese espesor vamos siempre desnudos”, es ese cuerpo a piel limpia el que trata de reflejar el poeta. Hábil en animar los más sutiles pensamientos y estados de ánimo, los asume y expresa como seres con vida propia con los cuales dialoga. La palabra pulida, pulcramente colocada como piedra inca, sirve para establecer el universo de lo bello. Las estaciones, la lluvia, el cielo, los ocasos, el viaje, “el inmortal deseo de vivir”, son asuntos circulantes. Los elementos de la naturaleza entran en comunión pero no como en el caso de los románticos, como reflejos especulares del temperamento del poeta, sino anexándoles estados anímicos propios. La belleza es una realidad y tiene su vida propia. El poeta, en estado whitmaniano, se siente su parigual y conversa. La materialización de ese rapport es el poema.»

 

Tomás es un hombre –no puedo hablar de él en pasado– sin ínfulas de poeta. Primero que todo porque es un poeta. Y también porque sabe que sus tratos son con algo más trascedente y enriquecedor, el misterioso acontecer de la existencia. En un mensaje me decía, «Yo siempre sentí que yo no jugaba en la cancha de “los poetas”, las “grandes figuras” y los “consagrados”. Siempre he sido un señor particular que hace versos en los cafés…» Y es así porque, para este señor que un poco necesita el ruido del café para escribir –que es como decir sentir la vida trajinando –, la poesía viene a ser como una adivinación, un encuentro con algo más allá de definición o apresamiento lógico. Es así que en el aire, las horas, los objetos, los cuerpos, el clima, las presencias que nos envuelven y acogen todos los días, una y otra vez sin reposo, el poeta se asoma y busca lo que alimenta, sostiene y dignifica todo.

 

De aquí que ame las claridades, no solo en la expresión sino en el ámbito adonde alza a sus ojos. Al leer sus textos, notamos que asiduamente se refiere a lo cristalino, lo límpido, lo desnudamente frío. Es consciente de que la claridad es siempre engañosa, lleva más sustancia de cuanto creemos. Toda transparencia encubre algo inefable. No se necesita lo caótico y oscuro para cruzar arduos dilemas y enigmas. La propia claridad es paridora de ellos. Así queda evidenciado en un breve poema (“En vida mía”). Primero describe el ambiente donde se halla: «Este límpido frío vivo/Esta luz blanca y centelleante/Y este leve orden claro». Luego precisa cómo, en ese espacio de nitidez, percibe el estímulo de vivir, ya que allí: «Se rebulle desierta la de siempre/ La dichosa emoción engatusada». Al fin, los misterios latentes en la transparencia pueden ser más incitantes, pues se ocultan en su propia visibilidad.

 

 Y esta claridad por supuesto que se transfiere al texto, a su escritura. Una cualidad persistentemente franca en la poesía de Tomás Segovia es su legibilidad. Las vanguardias y la posmodernidad bien se sabe han convertido muchos de los textos poéticos en verdaderos acertijos cuando no en códigos cifrados, distantes galácticamente de una lectura sin ayuda metatextual. El acto de leer ha devenido un descifrar. Por el contrario, Tomás prefiere la palabra precisa, desnuda, y debidamente estructurada, de imágenes justas y sin excesos metafóricos. No juega a enturbiar sus hallazgos con fanfarronerías líricas ni mucho menos con enmascaramientos simbólicos. La suya surge de la voz que se esfuerza por apresar y transferir, lo mejor posible, eso que se da en el silencio y que es huidizo a toda fijación definitiva. Sabe que cuando se tramita con algo verdaderamente hondo y esencial, ya esto en su médula porta su enigmática ambigüedad y distancia conferidas por el vértigo complejísimo de la vida.  A él se podría aplicar una frase tomada de En la belleza ajena en la cual el poeta polaco Adam Zagajwezki enuncia: «Los buenos poetas envuelven lo desconocido en lo conocido. Los malos dan en la superficie lo desconocido.» No resulta fortuito que el poeta se considere distante de toda invención, se perciba mejor como un traductor –oficio que, además, ejerce con excelencia. Es alguien que halla un texto en las difusas claridades del universo y lo reescribe en otro lenguaje para volverlo legible a sus coetáneos.

 

Hay una pieza que constituye toda una detallada y puntual confesión de su personal modo de concebir el poema. Me refiero a “Ceremonial del moroso”. Aquí declara esa morosidad que se enreda en el silencio, en el acto de descubrir, de paladear el sentido en su forma aún no anunciada, antes de convertirlo en palabra. Sabiendo del peligro que conlleva toda palabra pues, una vez articulada, cristaliza y, por esto, engaña ya que reduce las aristas de sentido. El poeta duda al articular porque sabe de su responsabilidad en hallar la voz más flexible para fijar algo fluyente y mutante. Es la paradoja del poema: decir lo indecible, concretar lo intangible. Decir sin congelar mortalmente. Como dice: «Es la impaciencia del decir/ La que silencia todo en torno suyo». Se refiere al apremio de los torpes enunciadores por tener palabra antes de tener sentido. Es un poeta lógico mejor que locuaz. Se cuida de proferir palabra, de apresar en verbo y, cuando lo hace, lo asiste la pulcritud que bebe del mundo, de ese inefable que tira de su voz. Y esa pulcritud va asistida por cierta latitud de viveza, de respiración y movilidad. «Nada he nombrado en nombre del nombrar/ Sino ceremonialmente en nombre del llamado». El llamado, esa convocatoria de lo vital, desde donde crece todo sentido y toda magnitud de importancia. Es así que de este respetuoso y admirado acercamiento alcanza lo cristalino de su escritura.

 

El deseo es un elemento central en la poesía de Tomás Segovia. El deseo entrevisto como un valor humano. El poeta ha declarado: «El hombre es obra del deseo». No lo concibe como una mera ansia de satisfacer oscuros impulsos ventrales  en lo inmediato. Entrevé el deseo como el impulso del ser a complementarse siempre en un más allá. Surte de la aspiración de conquistas en la naturaleza y el sueño. Germinan en la infatigable inquietud por sobrepasarse, bien sea en el yo, en el cuerpo otro, en el entorno circundante, o en los espacios intergalácticos. En el deseo ve el poeta la fuerza que nos catapulta a la búsqueda y la insistencia en un rumbo de vida. «Sólo el deseo sabe tender el arco/Y sólo volverán a silbar tus venablos/ Si aún sigue palpitando en ti tu Ítaca». El hombre es en el mundo, según el poeta, por ese pálpito que tira de él y lo hace enfrentar contingencias y vencer obstáculos, pues es esa nostalgia de lo posible inconseguido lo que alimenta la vida. «Luchamos siempre así justificados/ Con todo lo inmortal que ulula afuera/ Y que el vivo deseo de nuestra vida misma/ Sostendrá siempre en vida». De cierta manera ser poeta es dar cuerpo y voz al deseo, a ese anhelo de apresar las formas de lo inefable.

 

Es la suya una poética de la sensibilidad sutilizada por la inteligencia. Poesía de ideas sensibles. Imágenes traslúcidas (¿tras lo lúcido?). Al leer sus textos nos percatamos de que la elegancia y el ritmo del discurso no dejan de reflejar un razonar. Sus imágenes son superlativamente lógicas antes que visuales, táctiles u otras. Se sabe que la palabra ya es en sí imagen, al potenciarla en su acontecer con otras para dar cuerpo a un pensamiento, ascienden al fulgor metafísico: «Hemos subido aquí a callarnos/ Más cerca de las nubes pálidas/ Y de su manso frío/ Plantados en la loma solitaria/ Reconfortados frugalmente/ En una escueta solidaridad/ De fuertes matas serias/ Y de vastas espaldas de grandes rocas francas/ Nos asomamos desde todos los niveles/ De los tiempos vividos y soñados/ A la inmensa llanura acostada en el fondo/ Del gran silencio de los mundos». Poesía alejada de patetismo, de cualquier manifestación de sentimiento externa y fácil, constantemente apela a lo más fino de nuestra capacidad intelectiva para el paladeo de lo ofrecido. Dominada de una lógica invernal, es decir de pulidas claridades puras, espaciosamente razonadas, no es ardua por la forma de decir sino por el constante referirse a un más allá indefinido y escurridizo a nuestras percepciones, un distante destello que abre mundos tras la cercana claridad del aire.

 

El tiempo es un elemento consustancial de tu poesía. No es solo las coordenadas de pasado, presente, futuro. Es su esparcido y reiterado ser. Tiempo que es  un espacio inabarcable. Tal vez por eso su iterativa referencia a las estaciones. A lo largo de su poesía, como ellas mismas en su circular, se repiten poemas a estos ciclos temporales. Hay una cierta noción de un tiempo esencial e incambiable, un tiempo genitor, anterior y fuera de cualquier temporalidad. Tiempo que es un espacio inacabable e inmutable a pesar de todo el afán que en él rebulle cíclicamente. «El tiempo se ha evadido/ Sólo para rondar su casa/ En su paseo ensimismado/ Cada etapa nos vuelve siempre a ella/ Por fin tranquila y lejos/ Para ser ella misma/ Ausente en nuestra bella distracción/ Y fuera de propósito cada vez encontrada.» Un tiempo que aunque se mueve queda ileso, siempre el mismo, como a la espera del suceder. «Acabo de estar horas o edades o minutos/ Tratando de entender quién era un pino/ Ante el cual me senté sabiendo con certeza/ Que me había esperado allí toda la vida».

 

Tal vez relacionado con esto hay una actitud nada definitiva. No se aposenta en un término categórico. Más bien lo definitivo es la ambigüedad o, mejor, lo paradójico. Constantemente la dicotomía se resuelve en paradoja. Así, en la presencia de la belleza que se explaya en lo natural, el poeta se pregunta cómo hacer para ser en ella y no perderla. Entonces se responde: «Sin querer otra cosa que querernos más/ Pero pidiendo siempre/ Pidiendo sin descanso aquello que es ya nuestro». ¿Cómo pedir lo que ya pertenece? Misterio de las cosas que nos rebasan y no se aquietan. Es nuestro por cercanía pero no en su infinitud. Pedir no para poseer sino para no dejar de alabar. Igual sucede en la presencia de las transparentes alturas inalcanzables. Allí se ve un ave que se mueve como sin moverse. Encuentra la voz poética un símil de nuestro discurrir por la existencia: «así es como avanzamos/ Siempre tan cerca del deslumbramiento/ Sabiendo que jamás será avanzando / Como lo alcanzaremos». Avanzando no se avanza en ese tiempo-espacio insondable. Es con otro tipo de travesía, otra forma de penetración. El mundo es entendible porque no es entendible, alcanzable por inalcanzable, efímero por intemporal. La condición del ser es su dialéctica paradojal.

 

Esa magnitud inmutable e inacabable del tiempo se asocia con la constante permanencia de la vastedad espacial y sus elementos. Su poesía siempre está en comunicación con el entorno natural. La intemperie, el abierto, los montes y huertas, el cielo, las infinitas claridades espejean en su obra. Son la página en blanco donde se deletrea el poema de la existencia, las sensaciones que mueven los más complejos y hondos pensamientos. «No es que hable yo dentro de mí/ Es que la vida y yo con ella en su intemperie/ Hablamos fuera». El diálogo con la intemperie es una suerte de anagnórisis, de identificación con el resto de las cosas. No son estas para el poeta fríos e inermes objetos o dimensiones. Son criaturas que hablan, contestan, interrogan, informan, cuentan al poeta. Tal vez invirtiendo los términos del axioma poético de Fina García Marruz, en la suya encontramos con una búsqueda de la “intimidad de lo externo”. Así lo ve el poeta, «Los antiguos maestros nos mintieron/ No está en nuestro interior el interior/ Lo interior es la luz que no tenemos/ Sino que ella nos tiene si nos tiene.” Esto es consecuente con quien ha descubierto que “Siempre habrá más espacio que mirada».

 

Tal vez de esta convicción dimane la apelación abrumadoramente mayoritaria a un recurso que transmite esta suerte de panvitalismo. No resulta fortuito que sea la prosopopeya figura muy visible y reiterada en sus textos. El tiempo es otro ser que desconoce al curioso poeta: «Qué poco debe el tiempo/ Esperar ya de mí/ Para ya no pararse nunca/ A mirarme a los ojos». O el camino por donde se adentra este en los días se torna compañero de viaje: «A veces me parece mientras marcho/Que todo este camino recorrido/…/ Se pone también él calladamente en marcha/ Y que avanza a mi lado pero absorto en sus cosas». Y el verano se levanta como un niño remolón ante el poeta atento: «También el machacón verano duerme/ Y cuando empieza a clarear el cielo/ En su semiceguera neonata y pasmada/ Sobre su peso muerto corretea despierto». Esta continuidad hombre-intemperie es tal que en un momento el sujeto deviene también naturaleza: «Vamos la lluvia y yo por nuestro mundo/ También soy yo una lluvia/ Van lloviendo en la tierra mis miradas/ Que la empapan también y la fecundan». Hay aquí un dejo whitmaniano, ese ser que se eleva desde la brizna de hierba hasta el espacio cósmico como un componente fraterno más en solución de continuidad vital.

 

La poesía de Segovia es antidogmática sin dejar de tener credo, antisectaria sin rechazar tomar partido por la honestidad vital, sin moralina sin evadir lo ético,  acendrado en lo más sensible de lo humano. En el año 2000, su “Honrada advertencia”, nota con que presentaba los textos de Resistencia. Ensayos y notas 1997-2000, hacía explicito elementos de su convicción intelectual que se traslucen en su hacer poético. Allí clamaba con tono profético, «me parece que nos estamos acercando muchísimo a una crisis en la que va a ser inevitable revisar muchas ideas (…) Cada vez son más, y más coherentes, las dudas sobre el modelo de sociedad que hemos estado tratando de aplicar, y sobre todo, diría yo, sobre el modelo de ser humano que hemos dado por bueno (…) Mientras tanto sigo creyendo que un pensamiento que aspire a alguna lucidez y honradez no puede tomar otra forma que la de la resistencia». Una mirada a las noticias del mundo no hace más que confirmar subrayadamente los juicios del poeta.

Esas dos voces que invoca, lucidez y honradez, han sido norte y sur de su ser en la vida y la poesía. Por eso, su pensamiento apuntaba a una visión de alta valía humana que debía ganarse por la instrucción, por la obra de los verdaderos poetas y por la fuerza del espíritu. Así caracterizaba lo deseado: «un mundo donde los libros abunden más que los nintendos, una idea valga más que un gol, una gran obra de arte importe más que una gran fortuna, entender a otro dé más gusto que venderle algo, pensar satisfaga más que ganar, o incluso (colmo de los colmos) la justicia se enfrente a la riqueza». En acto y palabra resistió –vocablo al que apelaba – los embates del grosero consumismo y la estupidización generalizada en pos de aquella postura que lo sostuvo.

 

¿Qué más decir de este amigo y poeta de ley que ya se ha fundido con su amada luz? Los datos del autor, esas cifras triviales que gustan a periodistas y profesores, se encuentran en cualquier enciclopedia de las tantas que hay. Su mejor biografía está en su obra. Tal vez añadir que el poeta, que naciera en Valencia, el año en que se daba a conocer una importante generación de poetas, 1927, fue expulsado con espada llameante de la tierra de su nacimiento por los triunfadores de la Guerra Civil. Esto lo obligó a vivir entre dos mundos. De modo que la condición de exiliado, de autor entre dos ámbitos, no deja de espejear persistente en su poesía. Pero esa condición, pienso, que lo ha dotado con una singular percepción donde, sin dejar de ser un zoon politikon, ni renunciar a lidiar con lo que considera impropio e injusto, ha estado filiada, más que a un ala u otra de pensamiento, a una medianía fijada por su honradez y su simpatía por el hombre. Esto es fundamental en su obra y su persona. Su sensato, apasionado y definitivo humanismo. Lo demás es poesía donde todo él queda. | Manuel García Verdecia, Holguín, Cuba, 12 de noviembre de 2011.
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24 de Enero, 2012 · General

Poeta de encrucijadas

 

KAVAFIS Y SU LECCIÓN POÉTICA

 

 

El griego Constantino Kavafis es un poeta de los que deben acompañarnos siempre. Lo es por todas las razones que pueden cultivar un poeta esencial. Sin embargo quiero destacar básicamente dos de ellas. Una es el dominio sostenido de lo exactamente poético. Esto no se refiere al tema o al uso de un determinado lenguaje. Es algo más sutil y raigal. Tiene que ver con la mirada, la aproximación, la intención descifradora que halla y exhuma lo de interés humano que está agazapado tras lo familiar rutinario. La segunda está dada por el control estricto sobre el arte para componer sus poemas. No me refiero a teorías ni teoremas sino al sentido que dicta la intuición de cómo debe expresarse lo que se siente. Siempre he pensado que la tarea primordial del poeta es encontrar su voz. Tiene que esforzarse por escuchar, entre el coro de lecturas y contaminaciones inmediatas, su propio timbre. Una vez que localiza, define y afina su voz, ya logra la manera que lo distingue.  

 

Cavafis fue un poeta de encrucijadas. Nació de padres griegos en Alejandría, una vez importante centro de la cultura helenística, creció en Inglaterra, vivió en Constantinopla, viajó por Francia y Grecia, de modo que conoció el contexto cultural grecolatino. Reúne en sí mismo lo permanente de una cultura hereditaria y lo versátil de la influencia cosmopolita. Desanduvo el mar y los interiores de la geografía mediterránea. Tal vez por esta circunstancia se abre esa mirada suya desprejuiciada, de amplios horizontes y siempre inconforme con lo recibido, decidida más bien a construir su propio ámbito existencial. Su concepción de la vida era absolutamente personal y se erigía a contrapelo de costumbres y clichés. No admitía la visión histórica consabida, tampoco aceptaba la entronización de un cristianismo ortodoxo que desechara los valores del antiguo paganismo, desafiaba la ética sexual convencional, rechazaba la estrechez de miras del nacionalismo y el patriotismo que manca lo vario ecuménico. En fin, era un humanista demócrata en lo más depurado de la prístina acepción helénica.

 

Varias son las lecciones que puede transmitirnos la obra del autor alejandrino a los poetas actuales. En primer lugar, nos brinda esa sensatez de ir más allá de escuelas y modas para hallar la expresión que se impone al tiempo y las eventualidades. En segundo lugar, nos muestra la utilidad de huir del histrionismo literario, esa pompa hueca que se consume en sus propios humos. Más le interesaba irse al mar en compañía de hermosos jóvenes que sentarse a campanear sobre lo que escribía. Necesitaba encontrar el latido de la vida que se palpa por la experiencia de los sentidos. Y finalmente, para abreviar, considera la virtud de la poesía como una forma de entender y ser en el mundo más que un ejercicio de pedantesca infatuación para inundarlo de cacofónicas páginas.

 

Para Kavafis publicar no era una necesidad principal, sino comunicarse con sus semejantes. La mayoría de sus poemas los imprimió en volantes que regaló a sus amigos. Premios y condecoraciones jamás lo atrajeron. El poema era un modo de cifrar su pasión por la vida. El volumen de su obra no rebasa los doscientos y tantos textos, hasta donde se conoce. No obstante, en ese escueto cuerpo escritural, hay tal densidad, variedad y hondura de significaciones permanentes para el ser humano, que lo convierten en territorio de necesarias revisitaciones y reiterados descubrimientos.

 

En la poética de Kavafis son visibles ciertas constantes expresivas. Sin el objeto de ser exhaustivo (¡líbreme Dios de tal soberbia!) repasemos algunas de cardinal interés. Destacaría en primer lugar la armonización que el poeta consigue entre lo sensitivo y lo reflexivo. Hay algunos criterios que apuntan a la poesía como una obra que mana ante todo sentimiento. Otros consideran que es un tejido principalmente de conceptos esenciales. Sin embargo, pienso que todo buen poeta logra ambas cosas, transmitir ideas y mover los sentimientos. Quizás lo que varíe es el modo de conseguirlo. Mientras unos llegan a la idea a través de imágenes emotivas, otros alcanzan la emoción por el impacto deslumbrante de sus ideas. En Kavafis se da esa rara armonía donde lo sensual de las imágenes, muy concreto y preciso, siempre es portador de ideas que nos deslumbran. Véase el poema «Cirios» (empleo en todos los casos las versiones del poeta José Emilio Pacheco, que me parecen esmeradas, publicadas en El oro de los tigres III, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011) que en otros casos se traduce como «Velas»:

 

Como hilera de cirios encendidos,

cirios dorados, cálidos, vivaces,

se alzan los días futuros.

Los días ya pasaron son en cambio

triste hilera de cirios apagados.

Siguen humeando aún los más recientes

cirios que se derriten y se encorvan.

Miro ante mí los cirios que llamean.

Me niego a contemplar para mi horror

a qué velocidad crece la hilera,

cómo aumentan los cirios ya extinguidos.

 

Obsérvese que solo hay dos imágenes lógicas, o sea razonamientos que refuerzan las imágenes visuales: Los días ya pasaron… y Me niego a contemplar para mi horror… Todo lo demás se arma a partir de la metáfora extendida de los cirios que se encienden y apagan. Ahí se encierra la meditación sobre el tiempo, su fugacidad, el peso del pasado y la incertidumbre del futuro, entre otras posibles disquisiciones.

 

Otro elemento constitutivo del orbe creativo de Kavafis es la vinculación de lo histórico con lo personal. La historia es un sustrato proteico para el poeta en tanto que proporciona imágenes y metáforas que agilizan y solventan eficientemente la creación de sentidos. Este poeta se enraíza en un ámbito donde lo griego y lo egipcio, primero, proseguido por lo romano y lo turco, conforman ricas coyunturas históricas. Kavafis se aprovecha de ellas para presentar sus visiones particulares, en que lo humano y lo ético incluyen también lo político y lo subjetivo. Muchos son los textos donde se aprecia esta conjunción. Un buen ejemplo es «Al regresar a Grecia». Aquí se vislumbra la peculiar situación propia del autor. Dos filósofos, en el barco que los devuelve a Grecia, ante la euforia del capitán por la cercanía de la patria, establecen ciertos reparos. No se dejan ganar por la estricta visión de una cultura única sino que matizan sus sentimientos. No quieren negar una realidad mayor.

 

Somos griegos también,

pues ¿qué otra cosa

podríamos ser?

Pero con gusto y sentimiento asiático,

un gusto y un sentimiento

a veces repugnante al helenismo.

 

Recuerdan cómo se reían de los dignatarios que los visitaban en la escuela, mientras intentaban ocultar su matiz oriental:

 

Qué cómico artificio usan los muy idiotas

tratando de ocultarlo.

Pero eso no está bien para nosotros.

Ante griegos como nosotros ese tipo

de pequeñez no sirve.

No debemos estar avergonzados

de la sangre de Asia en nuestras venas.

Debemos por lo contrario honrarla

y gloriarnos en ella.

 

El poema, que también visibiliza el balance entre lo sensible y lo racional, no solo expone la aceptación de una verdad histórica, el elemento de transculturación que se dio en esos pueblos. También hace patente el rechazo del autor a estrechos nacionalismos y modos usuales de ensalzar cierta cultura en detrimento de otras.

 

Un componente destacado y atractivo de la escritura de Kavafis es la limpidez del discurso. El poeta se atiene a un mínimo de recursos expresivos, lo cual no deja de derivar de cierta influencia oriental. Esto es una gran enseñanza para una parte considerable de la poesía occidental que es a veces abrumadoramente locuaz y retórica más que elocuente y sugestiva. Los poetas a veces nos entusiasmamos con un motivo o idea y empleamos una multitud de imágenes para concretarla, sin añadir nuevos matrices sino solo reiterándola hasta el cansancio. Kavafis nos mete en el asunto con pocos detalles y con el uso de las voces precisas. Nunca se desborda por el gusto de las palabras o imágenes. Tiene un control estricto sobre ellas. Muchos han hablado de pobreza metafórica. Diría más bien conciencia de la medida eficacia de imágenes y metáforas. De entre muchos escojo un poema emblemático, «Ventanas»:

 

En estas tenebrosas habitaciones

paso días de opresión

y voy y vengo

en busca de ventanas.

Cuando se abran

será un consuelo enorme.

Pero no las encuentro o no hay ventanas.

Acaso es preferible no encontrarlas.

La luz será una nueva tiranía:
Quien sabe cuántas cosas va a mostrarme.

 

Compruébese que la sencillez de expresión y la parvedad de elementos no restringen la potencialidad de connotaciones. En este texto se verifica también cierto sesgo simbólico que el autor suele emplear. A fin de cuentas toda metáfora es un sentido que apunta a otro. Kavafis gusta de manejar determinadas referencias simbólicas solo para abreviar el reconocimiento de la situación humana que trata y exponer un significado del modo más iluminador.

 

Un aspecto que tiene que ver mucho con la asunción y manejo de la historia con fines expresivos es su gusto por la parábola. Numerosos poemas kavafianos adoptan esa forma de breve historia humana que ejemplifica una deficiencia de carácter, inteligencia o sensibilidad que no pocas veces conducen al hombre a la frustración cuando no a la aniquilación. Léanse poemas como «El rey Demetrio», «Ítaca», «Esperando a los bárbaros», «Teódoto», «Un viejo». Un ejemplo interesante es su texto «La prórroga de Nerón». Utiliza la figura histórica para exponer su visión de cómo no fiarnos de las subjetividades y considerar siempre el elemento azaroso de las circunstancias. El oráculo le ha dicho al tirano que se cuide de la edad de setenta y tres, de modo que como solo cuenta con treinta, pues se siente cómodo:

 

La prórroga

que el dios le ha concedido

es más que suficiente

para olvidarse de futuros peligros.

Así que se involucra en un largo viaje de placer:

Fiestas en el jardín, teatros, estadios…

Noches en las ciudades de Acaya…

Sobre todo el deleite de los cuerpos desnudos…

 

Sin embargo, el exceso de confianza derivado de una interpretación errónea de los hechos lo pierde. Como en todo símbolo, un augurio hay que leerlo en su duplicidad.

 

Eso cree Nerón. Pero, en la Hispania, Galba

en secreto reúne y ejercita sus tropas.

El viejo Galba

que ya hace tres cumplió los setenta años.

 

La ironía hace cumplir el augurio en el sentido insospechado.

 

Sucede que Kavafis apela a la ironía  la ironía para destacar cómo lo humano no siempre depende solo de la propia voluntad sino del azar de circunstancias que se tejen. Estas pueden estar determinadas por el destino, una mala interpretación de las circunstancias, una desproporción de intenciones o una torpeza del carácter. De cualquier forma, la ironía es como una forma de voluntad supraindividual que gravita determinantemente sobre nuestros actos. Es por ello que el poeta gusta de la estructura epigramática. En todos los casos enfrentamos esta intención de mostrar nuestras vanidades, estupideces o imprevisiones. Textos como «La satrapía», «Troyanos» o «Ventanas», evidencia esta modalidad. Véase «Termópilas»:

 

Honor a quienes en la vida que llevan

definen y defienden unas Termópilas.

Nunca traicionan lo que es  justo,

son coherentes y rectos en sus acciones,

pero muestran también compasión y piedad.

Son generosos cuando ricos,

lo siguen siendo en la pobreza

y dicen siempre la verdad

y no desprecian al que miente.

Aún más honor merecen aquellos

cuando prevén (como muchos prevén)

que Efialtes traicionará finalmente

y que los medos pasarán pese a todo.

 

Pues sí, a pesar de que haya seres virtuosos, a veces la historia la decide un mezquino. Por eso el honor se vierte, sobre todo, a aquellos que saben descifrarlos. Es un poco la visión del poeta que ve tras lo aparente.

 

El centro sustantivo de los poemas de Kavafis puede ser bien una experiencia sensible o una percepción moral que quiere hacer visible. Tal vez de ahí el carácter didáctico que leía en él Brodsky (léase su ensayo «La canción del péndulo»). Pero en Kavafis no hallamos el gusto por aleccionar del poeta didáctico, sino la añeja inclinación del aeda por compartir una idea que considera significativa y enriquecedora.

 

La lectura de los poemas de Constantino Kavafis constituye un ejercicio de hermoso aprendizaje. En ellos aprendemos humanismo, sensibilidad y belleza. O sea, lo que nos sostiene sobre el tiempo que incesante quema nuestros cirios.

 

Manuel García Verdecia, Holguín, 22 de enero de 2012.

 

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20 de Enero, 2012 · General

Libros de Guatemala

 

Barnoya García, José. Últimas palabras. Ilustraciones de Marco Augusto Quiroa. Guatemala: F&G Editores, noviembre de 2011, 3era. edición. 128 págs. 13.4 x 13.4 cms. ISBN: 978-9929-552-47-0. Rústica.

 

Barnoya roza la genialidad en la mayoría de estos retazos con los cuales pespunta una historia, la de este país, plagada de soledades y lágrimas. Y con esa picardía del que sabe que el arte de escribir consiste en expresar sentimientos sin citarlos por su nombre, pinta al lector un violín y le deja sin moraleja, pero, eso sí, con un sabor a aguarrás que hace arder las encías.
- Francisco Pérez de Antón

 

José Barnoya García

 

Nació en la ciudad de Guatemala el 23 de enero de 1931. Médico y cirujano egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala; realizó estudios de urología en Boston y Nueva York. En Guatemala, trabajó durante 20 años en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social y como profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Recibió una mención honorífica en el “Certamen Permanente 15 de Septiembre” del Ministerio de Cultura en 1982 y en 1988 obtuvo el “Premio de Crónica Inédita” de la Municipalidad de Guatemala por su obra “La ciudad que perdió su identidad”.
Reconocido en Guatemala por su trayectoria en la Huelga de Dolores de la Universidad de San Carlos. En poesía ha publicado: La última navidad y algo más (1967), Primeros pasos de una niña cualquiera (1968), Entre la risa y el llanto (1969), Siempre vivas a la muerte (1981) y Cosas de niños (1970). Entre sus libros de cuentos están Letras (1983) y Panzós y unas historias (1984, 1986 y 1990). Ha publicado los relatos históricos Historia de la Huelga de Dolores (1970) y Amigo mártir (1974) y las novelas Al cruzar la calle (1981) y Los cien años del insecto (1996). Ha sido columnista de El Imparcial (1971-1981), Siglo XXI (1992-2009) y El Periódico (2010 a la fecha). Su último libro es una selección de sus columnas de opinión, Hablando solo (2004).

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12 de Diciembre, 2011 · General

Luis Britto García

    
PALABRAS AL ALBA
Palabras de aceptación del Premio Alba Cultural de las Letras

HABLA
La
cultura une a Nuestra América donde la política o la agresión imperial  dividen.  Valores compartidos borran fronteras. Comunidades de ideas salvan abismos. La trabazón de  hilos  teje la tela y  la de pensamientos anuda fraternidades. La preponderancia de dos lenguas romances y de los valores inherentes a una religión sincretizada son instrumentos heredados de comunicabilidad. A partir de esa herencia cada día debemos inventar nuevos puentes.
Nuestra unión será la de los signos. En el mundo de la cultura subsistirá América Nuestra conservando y fundiendo en  totalidad fecunda la espléndida proliferación de su memoria.


ARCA
Nuestra América es cuerpo de  veinte millones de kilómetros cuadrados donde fluye más de la mitad del agua dulce y la mitad del oxígeno del planeta. Aire y aguas son las materias primas de la vida; preservarlas es salvar la existencia. El mundo sólo sobrevivirá resguardando de la rapiña los recursos  que lo constituyen. En ningún otro sitio se da tan espléndida conjunción de todo lo que permite la vida, en ninguno  está tan amenazada por el saqueo y el envenenamiento.


AMA
El mestizaje étnico y cultural es el más poderoso de los procesos que nos constituyen en Nación Latinoamericana. Las culturas se fecundan por la incesante participación en la diversidad y la mutua asimilación  de divergencias. La perpetuación de  especies y  sociedades requiere  fusión de códigos genéticos y culturales disímiles, que en  incesante recombinación engendran lo nuevo y posibilitan afrontar  desafíos novedosos. La exogamia impide la degeneración de descendencias y de  culturas. Cada nuevo ser o civilización es fusión y unidad de los contrarios.


LAR
Quinientos cincuenta millones de seres humanos son números a los cuales la cultura constituye en espíritu. El paso de la cantidad a la cualidad opera por la conciencia. Entre humanidad y humanidad no puede haber fronteras  políticas, de clase,  de generaciones. Barrera que no sea franqueable es cárcel. Por  concordia entre órganos se integra el organismo. Los amos se extinguen en su esterilidad.  Los que procrean ganarán el futuro; quienes trabajan heredarán la tierra.


ARA
Emanciparse es la plenitud del ser. Ni  existencia ni  libertad se regalan: se ganan. De nada valen independencias con sujeciones económicas, políticas, estratégicas, culturales. Ni bases extranjeras, ni legislador foráneo, ni gobernador fuereño, ni juez o árbitro forasteros. Un incesante Ayacucho debe ser peleado contra la maraña de acuerdos, tratados, préstamos, compromisos por los cuales progresivamente hemos ido entregando las facultades de darnos leyes, aplicarlas e interpretarlas. No podemos ceder voluntariamente soberanía por lo mismo que no es válido ningún consentimiento que nos haga esclavos. Estados con soberanía relativa son colonias; cipayos los jueces que así lo sentencian. La planta insolente del imperio no volverá a profanar la soberanía de América. Soberanos es estar por encima de todo excepto de nosotros mismos.


BATALLA
No hay  más peligroso error que  construir lo nuevo con lo caduco. Las trabas que nos oprimen son residuos de una invasión derrotada. El sistema en su caída  arrasa la naturaleza, arrebata derechos, sustituye la economía real por otra ficticia, intenta conjurar desastres ecológicos, sociales y financieros mediante una agresión militar que es sólo derrota postergada. El orden de dominación colapsa, hay que evitar que nos arrastre. No hay que temer la rapidez cuando la Historia acelera.


ARMA
No una sino mil veces debemos liberarnos, no cada día sino  cada instante debemos defender lo ganado. El imperio invasor domina con oligarquías que sin su ayuda no pueden mantenerse; las oligarquías confían en el imperio que sin su auxilio no  impera. A  alianzas de debilidades opongamos   todopoderosas amalgamas de pueblo. Quinientos millones de verdugos no someterán a quinientos millones de liberados. En vano se libran en el firmamento o en las profundidades las guerras automáticas de los seres mecánicos. Es por la tierra y en la tierra donde todo se decide. Cuando cada ser es combatiente no hay sujeción posible. Pueblo que no temió combatir jamás fue vencido.


ALMA
Lo nuevo, lo original, lo imprevisto es el más fehaciente signo de vida de individuos y colectividades. Seres y comunidades nos constituimos en el imaginario antes que en la práctica. Existimos desde que nos pensamos con cabeza propia. Civilización que no crea perece.  La palabra es el primero de los actos. Desdichado el verbo que se queda en sí mismo.  Estamos condenados a la reinvención incesante de la totalidad. La creación es el pan nuestro de cada día. No vivimos el  fin sino en el comienzo de la Historia. La Utopía es nuestro destino.   Quien mira al futuro amanece. Eterna alba. 

 

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27 de Agosto, 2011 · General

preguntitas

 

¿A dónde vas Benedicto XVI?

                                                          Por: Luis Fernando García Núñez

 

¿Cuántos millones de niños se están muriendo de hambre en el mundo? ¿Cuánto se necesita para que puedan comer una semana todos los niños del mundo? ¿Por qué está el mundo en crisis? ¿Cuánto costó el viaje del Papa a España? ¿Cuánto vale un avión de guerra? ¿Dios conoce al Papa y sabe del esplendor en que vive, de los viajes que hace, de los vestidos que usa, de las marcas de sus zapatos, de sus pequeñas cenas, de sus peregrinajes por el mundo? ¿Cuántos niños han muerto en Somalia por las sequías? ¿Quiénes tienen razón: los miles de jóvenes que recorren medio mundo para recibir las bendiciones de su santidad, o los miles de jóvenes que piden empleo, paz y justicia para todos, y exigen que no se gasten 100 millones de dólares en el turismo del más alto prelado de la iglesia católica? ¿El Papa tiene empleo, tiene casa donde vivir y alimentación todos los días? ¿Qué sabe el Papa del diario vivir de millones de humanos que dicen creer en Dios? ¿Afecta la crisis económica al Papa? ¿Tiene acciones? ¿De qué empresas? ¿El Papa pide plata prestada? ¿Tiene hijos y sabe lo que cuesta mantenerlos? ¿El Papa es pobre y cree en Dios y en la Santísima Trinidad? ¿Qué sabe el Papa? ¿En qué se parece a Jesús de Nazareth? ¿O a san Francisco de Asís? ¿Por qué el Papa no visita los barrios pobres de la rica Italia? ¿Hay mendigos en el Vaticano? ¿Los mendigos italianos pueden quedarse a vivir en San Pedro? ¿El Papa lee periódicos? ¿Cuáles lee? ¿Cuántas veces se ha quedado el Papa sin almorzar? ¿Cuánto vale la ropa que él se pone para una misa solemne? ¿Para qué sirven estas preguntas? ¿Usted las puede responder?

 

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22 de Agosto, 2011 · General

Dalton y García Lorca

 

 Juan José Dalton

 

SAN SALVADOR – Hace 75 años Federico García Lorca fue fusilado por los fascistas españoles. No respetaron nada de su humanidad menos su majestuosidad intelectual. Sencillamente la brutalidad se impuso; lo apresaron, lo vilipendiaron; lo humillaron al extremo y finalmente lo fusilaron junto a otros que eran enemigos de los fascistas o falangistas, como les llamaban.

 

García Lorca fue arrojado a una fosa común. No se tiene precisa la fecha, pero dicen que el crimen ocurrió entre el 17 y el 19 de agosto, en una madrugada de 1936. Eran tiempos de la Guerra Civil Española, hace 75 años.

 

Y hace 75 años García Lorca era ya un gran poeta, como el 10 de mayo del 75 del siglo recién pasado, Roque Dalton era también nuestro gran poeta.

Pero nada le importó a la bola de comunistas puro y jefes del ERP que en un juicio revolucionario decidieron que el poeta Dalton era agente de la CIA porque escribía poesía y porque llegó unos minutos tarde al local clandestino, donde Vladimir Rogel "El Seco" lo agarró a patadas para demostrar sus actitudes de karateca.

 

Dalton no tenía, como tampoco García Lorca, marcado su destino, no, ¡fueron asesinados injustamente!

 

Los hechos habrían ocurrido así: Edgar Alejandro Rivas Mira ordenó a "El Seco" matar a "Pancho"; a Joaquín Villalobos (entonces conocido como "René Cruz") le ordenó matar al Roque Dalton y a Jorge Meléndez ("Jonás"), le ordenó que se asegurara que se cumpliera la orden... No fueron asesinados de madrugada, sino en pleno día: el Día de las Madres. Para disfrazar los disparos en plena ciudad, aprovecharon el festejo nacional y una persona (mujer) que acompañó al pelotón de "fusilamiento" reventó cuetes en la calle. ¡Malévola imaginación!

Después los cadáveres de "Pancho", que realmente se llamaba Armando Arteaga, y el de Dalton, fueron enterrados en un lugar oculto que Villalobos y Meléndez no quieren revelar concretamente. Prefieren sus victimarios, que como los restos de García Lorca, estén ocultos.

Sin embargo, la historia y la verdad nunca fallan y nunca se equivocan; tardan, si, pero siempre aflora la verdad.

 

Navegando en el internet me encontré con una breve crónica de un colega de El País, Fernando Valverde, publicada el 10 de agosto de 2011 y está fechada en Granada, la Granada que Lorca tanto amó y que hoy por hoy guarda sus restos.

 

Quiero compartir esta crónica con los lectores de ContraPunto, porque 75 años después del asesinato de García Lorca, la búsqueda de la verdad sobre su muerte (y de quienes fueron asesinados junto a él) es un motivo actual y permanente de lucha, como lo es también en el caso nuestro, 36 años después del asesinato de nuestro poeta.

 

Desde que hace dos años concluyeran los trabajos de excavación en busca de la fosa de García Lorca el silencio parecía haberse instalado sobre el paraje de forma irremediable. Sólo el ruido de las construcciones, que asedia el lugar con chalets y piscinas, alteraban una calma parecida a la de los cementerios. Los nuevos datos aportados por el historiador Miguel Caballero y el arqueólogo Javier Navarro Chueca han hecho que las conjeturas vuelvan a centrar la atención en la tristemente famosa carretera, uno de los mayores símbolos de la represión durante la Guerra Civil.

 

A lo largo de su poco más de un kilómetro se encuentra la fosa en la que fueron enterrados el poeta Federico García Lorca, dos banderilleros anarquistas, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas; y un maestro republicano, Dióscoro Galindo. La nieta de este último aseguró ayer que va a pedir que se revise toda la nueva documentación y que se "retome la búsqueda" de la fosa en la que reposan los restos de su abuelo.

 

"No debería ser un trámite demasiado complejo. Se suponía que la Junta de Andalucía iba a hacer un nuevo estudio para continuar la búsqueda. A eso fue a lo que se comprometieron, a hacerlo bien, de forma estructurada, no de la manera en que se hizo", explicó García, que se siente amparada por la Ley de Memoria Histórica. "Existe una legislación al respecto y vamos a pedirle a la administración que la cumpla. Este nuevo informe corrobora lo que ya sabíamos, que nadie aseguraba que estuviese la fosa junto a aquel olivo, que se acotó una zona demasiado pequeña sin ningún tipo de estudio ni nada", sentenció.

También Francisco Galadí, hijo de uno de los banderilleros, reiteró su intención de dar con los restos de su padre. "Estoy al tanto de las nuevas investigaciones", explicó sin querer hacer ninguna valoración personal pero esperanzado en que puedan servir para reiniciar la búsqueda.

 

Por su parte, la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica, que ha sido duramente criticada por su gestión de la búsqueda en el informe elaborado por Caballero y Navarro, respondió ayer a través de su portavoz, Francisco Vigueras, que los trabajos "no se han cerrado" y que su intención es "estudiar la nueva documentación y solicitar a la Junta de Andalucía los permisos para poder abrir otra de las posibles ubicaciones".

 

De las cuatro posibles ubicaciones de la fosa, la AGRMH se decantó por una, la defendida por Ian Gibson en sus investigaciones, cuyo eje central fueron las declaraciones de Manolillo el Comunista, un joven que aseguraba haber enterrado a Lorca con sus propias manos. Las otras tres zonas habían sido defendidas por otros historiadores como Eduardo Molina Fajardo, Claude Couffon (el primero en realizar un trabajo de campo en el lugar) y Agustín Penón.

 

Los datos del estudio realizado por Caballero y Navarro ubican la fosa en el mismo lugar que lo hizo Eduardo Molina Fajardo, un periodista granadino cercano a la falange que por su ideología tuvo la posibilidad de hablar con algunos de los protagonistas de aquellos días, entre los que se encontraba el capitán Nestares, que estuvo al mando del frente Norte y por tanto era quien daba las órdenes de todo lo que ocurría esos días entre Víznar y Alfacar. Nestares, en dos ocasiones distintas, le dibujó un mapa a Molina Fajardo en el que señalaba con una equis el lugar exacto en el que se encontraba la fosa de Lorca. En ese lugar es en el que ahora se han encontrado indicios geológicos y antropológicos por el hundimiento del terreno y la colocación de unas piedras pesadas, que conforman un rectángulo de manera intencionada, como en muchas otras fosas de la Guerra Civil española. "El estudio de Molina Fajardo no fue tenido en cuenta porque era un falangista. Precisamente por eso, porque era un falangista apasionado por Lorca, fue el único que obtuvo la información veraz", sentencia Miguel Caballero.
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