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26 de Abril, 2014 · General

Graciela Perosio: sus respuestas y poemas

 

Entre-vista en tramos-e realizada por Rolando Revagliatti

 

Graciela Perosio nació el 14 de junio de 1950 en Buenos Aires, ciudad en la que reside,  Capital de la República Argentina. Egresada en 1972 de la Facultad de Historia y Letras de la Universidad del Salvador, ejerció la docencia universitaria y dirigió el Departamento de Extensión Cultural del Instituto de Cultura Religiosa Superior. En 1995 obtuvo la Beca Nacional de Investigación del Fondo Nacional de las Artes, para estudiar la obra del poeta argentino Carlos Latorre. Entre 1982 y 2014 ha publicado los poemarios “Del luminoso error”, “Brechas del muro”, “La varita del mago”, “La vida espera”, “La entrada secreta”, “Regreso a la fuente”, “Sin andarivel”, “Balandro”. Además de haber sido traducida al italiano y al portugués, fue incluida en numerosas antologías nacionales y extranjeras, tanto en soporte papel como electrónico. Participó en la segunda edición de la Historia de la Literatura Argentina, publicada por el C. E. A. L. (Centro Editor de América Latina). De sus trabajos de investigación citamos “Olvido y reminiscencias en ‘Los pasos perdidos’” en “Historia y mito en la obra de Alejo Carpentier” (1972); “Ricardo Rojas. Primer profesor de literatura argentina” en “Capítulo. Historia de la literatura argentina” (en colaboración con Nannina Rivarola, 1980); “La profesionalización de la crítica literaria” (selección, prólogo y notas, C. E. A. L., 1980);  “‘Casa extrema’ La poesía de Carlos Latorre”, en “Hablar de Poesía” nº 5, Buenos Aires, junio 2001; “Juan Gelman. La construcción del imposible nido” en  http://actaliteraria.blogspot.com/2011/10/juan-gelman.html  en octubre 2011. Permanecen inéditos “Juan Rulfo y la cultura de la pobreza”, “Los libros finales de Alfonsina Storni. Reformulación del deseo”, “La poesía de Norah Lange. ‘Un rosario de cuentas blancas’”, etc. Inédito se mantiene el ensayo “Nudos de una lectura” de Luis Bacigalupo, concebido a partir de sus primeros cuatro poemarios (solamente leído por su autor en la presentación de “La vida espera”, en el Museo Libero Badi). Fue en 1994 cuando presentó en la Fundación Del Viso una muestra de pintura titulada “Causas Desaparecidas”. Mientras que en 1999, Aroldo Lewy -en el Museo Luis Perlotti-,  dedicó una muestra escultórica a su obra, trabajando en especial el poemario de 1995. Un año antes, los artistas plásticos Silvana Perl y Enrique Banfi, integraron poemas de su autoría a la instalación urbana “Fuente de Poesía”, la que ha quedado como monumento de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, frente a la Biblioteca Nacional. Sobre su “Regreso a la fuente” fueron realizadas dos muestras performáticas multimediáticas, una en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación y la otra en La Casa de la Lectura. Un poema de “Sin andarivel” fue seleccionado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Buenos Aires, para realizar un afiche ilustrado por Alexiev Gandman que se expuso en las veredas de la ciudad.      

 

 

           1 - En parte porque descubrí www.familiaperosio.com.ar es que te propongo que nos cuentes sobre ella, la nuclear,  tu niñez, tu educación, tu inserción universitaria, la familia actual…

 

          GP - Hay dos sucesos trágicos que marcaron mi vida: el suicidio de mamá y el secuestro, tortura y asesinato de mi hermana Beatriz. Beatriz era tres años mayor que yo y fue Presidenta  de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y de la Federación de Psicólogos de la República Argentina. Un grupo de tareas de la Dictadura la secuestró el 8 de agosto de 1978 y creemos que fue asesinada no mucho tiempo después. Cinco años antes,  mamá se había suicidado. En la última charla que mantuve con mi vieja, apenas elegido Héctor Cámpora como Presidente de la República, me había dicho: “¿Sabés qué va a pasar ahora? Los militantes van a salir a la superficie y los otros van a anotar en sus libretitas. Y después los van a matar a todos.  Tu hermana de ésta, no pasa…Y vos tenés que sobrevivir.  Porque alguien tiene que contar cómo fueron las cosas. Yo, me hago cargo de cómo las eduqué, pero no tengo resto para bancar lo que  viene. No soy la Virgen María para quedarme esperando que me entreguen el cuerpo.” Y efectivamente aún hoy no hemos recuperado los restos de mi hermana, ni siquiera tenemos certeza del momento y modo de su muerte.

          Ahora sí te puedo contar otras cosas… Tanto la familia de mi madre como la paterna provienen de la Liguria en Italia. Mis dos abuelos se dedicaron a negocios vinculados a la comida. Mi abuelo paterno junto con papá fueron propietarios del Restaurante “Perosio” que funcionaba en Suipacha y Diagonal. Un lugar muy tradicional del centro porteño, frecuentado por personalidades de la política, la cultura, las artes, el deporte. Bioy Casares lo menciona en su “Diccionario del argentino exquisito”.

          Por parte de mi abuela materna estoy emparentada con Benedetto Croce, cuya existencia, de chica, consideraba una leyenda, su propio nombre y más aún el de su hermana - Santa Croce- me hacían pensar en una invención de mi vieja que era una bromista irredenta. Entonces una tarde, bastante ofendida, me leyó la biografía de Croce en la Enciclopedia : “Ahora vas a ver si es un invento mío.” Así terminó con mi desconfianza. También Croce sufrió  momentos trágicos de pérdidas familiares. A los 16 años en un viaje a Ischia y a consecuencia de un terremoto,  pierde a su padre, a su madre y a su hermana. Él mismo es rescatado después de pasar varios días bajo los escombros… En fin, otra historia de sobrevivencia.

          Tanto mi hermana como yo nos educamos en un Colegio de monjas y la familiaridad con las enseñanzas evangélicas y con la figura de Jesucristo nos iba a marcar hondo. En mi niñez, ante un mundo que se me antojaba hostil, siempre fui hipersensible, buscaba refugio en un universo de fantasía: dibujaba, bailaba, componía canciones que repetía hasta aprenderlas de memoria, porque aún no sabía escribir. Después,  mi hermana me enseñó. Estudié danzas españolas, algo común en esos años, e integré la Compañía de Marisabel. Bailé en el Teatro “Cómico” de la calle Corrientes, y en el “Casino”. Las disciplinas corporales –la danza, la gimnasia artística, el yoga, el tai.chi- me acompañaron y ayudaron a lo largo de toda mi vida. Para subsistir en Argentina hay que ser realmente acróbata. Tengo un poema inédito sobre este tema.

          Cuando llegó el momento de ir a la Universidad, quise entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, pero la Dictadura de Juan Carlos Onganía la mantuvo cerrada a partir  de la acción represiva  del 29 de julio de 1966,  conocida como la “Noche de los Bastones Largos”, que significó el alejamiento para  muchos intelectuales,  no solo  de la cátedra, sino del país. Opté entonces por asistir a la Universidad del Salvador, con el propósito de cambiarme después, pero por las diferencias de programas resultó  imposible.  Me recibí  a los 22 años. Había empezado a enseñar desde el segundo año de mi carrera como Auxiliar Docente en la Cátedra de Filosofía de Agustín De la Riega. Podrás imaginarte lo doloroso que resultó, cuando, ya nombrada y rentada en la Universidad de Buenos Aires, perdí  mi puesto por la Intervención de Alberto Ottalagano, que nos echó a todos. En la UBA, por fin en la universidad pública, me había integrado a la Cátedra de Literatura Colonial Argentina, cuyo titular era Ángel Núñez –acaso recordás que nos invitaste a ambos en 1999, a leer  poemas en el Ciclo “Olivari”-. Con su adjunta,  Nannina Rivarola, que se convertiría en  amiga entrañable, escribimos después algunos trabajos para la Historia de la Literatura Argentina que publicara el Centro Editor Latinoamericano. Pero nunca más volví a retomar la docencia universitaria. Como también te imaginarás, tampoco volví a bailar en la calle Corrientes. Aunque quién te dice, todavía… (Risas.)

           En la Biblioteca Popular de Martínez , durante 1979, empecé a coordinar los talleres de escritura que había fundado Nicolás Bratosevich.  “Las Voces”,  mi taller de creatividad, había tomado forma a instancias de mi hermana Beatriz y su primera sede fue el Jardín de Infantes que ella dirigía y que se cerró a consecuencia de su secuestro. Continué con esta actividad en la Biblioteca y después pasé a hacerlo en mi casa en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Florida.               

         Me había casado a la misma edad que me recibí, y de ese matrimonio que duraría quince años, nacieron mis dos hijos, Lucas y Milagros. Lucas está casado y es padre de Laura y Gael. Él eligió la carrera de Historia y se licenció en la UBA. Milagros pinta y publicó el poemario “(queda entre nosotros)”. (1)

 

 

          2 – Y vos ¿qué te acordás de tu primer libro? Hablame de tus libros.

 

          GP - En los ochenta ni me imaginaba que la escritura de poesía se convertiría con el tiempo en mi actividad principal. Pensaba, en cambio, que en algún momento iba a reanudar la tarea académica, pero sentí que tenía que sacar un libro como respuesta a la Dictadura, una forma de afirmar que seguía viva. Entonces, bastante a las apuradas, reuní un grupo de textos escritos sin la menor idea de ser publicados, escritos muy íntimos ¿entendés? Así nació “Del luminoso error”, que es del 82. Aún así y con toda su desprolijidad,  rescato de ese conjunto visceral, alguna página como “Lluvia”, en cierto modo un autorretrato válido.

          Siguió “Brechas del muro” de 1986 (mi hijo decía que yo publicaba para los mundiales de fútbol: este año también coincide), con un poema dedicado a Beatriz. Mucho tiempo después de la edición tomé conciencia de que lo había concebido a partir de un encargo que ella me había hecho en vida. Me pidió un texto que expresara los sentimientos de un preso político, algo para una revista militante. Y la verdad, no me salía, quedaba  panfletario, obvio, no lo pude resolver en aquel momento. Y después terminó por darse este texto que surge casi como jugando, alrededor de un verso de Alejandra Pizarnick. Se difundió por primera vez en “Punto de Vista”, y toda la revista estuvo ilustrada por Luis Felipe Noé. Yo ya venía trabajando con la obra de Noé,  pero allí decidí conocerlo personalmente. Una figura magistral, de fuerte ascendencia sobre mí y cuya pintura va a seguir generándome escritos. Mi libro posterior,“La varita del mago”, es una reflexión sobre el vínculo entre las generaciones del ’60 y del ’70. Algunos poemas nacen de la visión de un cuadro de Noé y los  otros parten de la lectura de un verso de Juan Gelman. La escritura y publicación  de ese libro coincidió además con la disolución de mi matrimonio. Y operó como bisagra para  separarme también de mi pasado,  de los amados maestros, del heroísmo como forma de vida. Lleva una dedicatoria que me trajo más de un problema: “A los hombres del ’60 por cuyas ideas mi generación puso el cuerpo.” Lo cual no pretendió decir que la generación del ’60 no puso el cuerpo como se interpretó, sino que no es lo mismo dar la vida a los 20 años, cuando difícilmente tus ideas se puedan considerar cabalmente propias.

          En 1995 se publica el poemario que ronda la figura materna y reflexiona también sobre el suicidio: “La vida espera”.  Lo materno en sí mismo y la femineidad son temas que reaparecen de modo más sesgado en el quinto libro: “La entrada secreta”,  un trabajo con mucha intertextualidad. Alude a las leyendas de la gesta artúrica, al imaginario celta. Aquí importa decir que para los chicos argentinos nacidos en los ’40 y los ’50 el imaginario celta, el rey Arturo y sus caballeros, personajes como Ivanhoe o el Príncipe Valiente fueron lecturas habituales. E integraban la famosa Colección Robin Hood que acompañó nuestra infancia.  Con este libro inicio mi experimentación en las performances: se presentó en la Sala de Representantes de la Manzana de las Luces y leí el último poema, “Canto de alabanza”, desde el escenario a oscuras y con un único reflector sobre el atril donde estaba el libro. Concluida mi lectura, desde el fondo de la sala empezaron a oírse voces que cantaban los versos y que el público no podía ver. Un efecto “fantasmal” que resultó interesante. Hoy esta forma de presentar un poema se ha vuelto habitual pero en aquel momento fue novedosa y  justamente por lo inesperado, causó mayor emoción en el público.

          A“Regreso a la fuente”, mi sexto libro, la considero una obra aún irresuelta. Creo que debiera reescribirla, pero por ahora la voy completando con puestas en escena. Su escritura me sumergió en una investigación de la mística renacentista y los escritos de las academias italianas. Me apasionó la lectura de la “Hypnerotomachia Poliphili” (“Sueño de Políphilo”) atribuida a Francesco Colonna, aunque  me acerco más a la tesis de Kretzulesco-Quaranta de que se trata de un texto colectivo cuyo compilador fue León Battista Alberti. Un texto en clave redactado por los humanistas de las academias.  De alto contenido ecológico, en él se advierte el peligro de olvidar que provenimos del agua. Profetiza como especialmente riesgoso el momento en que nuestra civilización gire alrededor de las “fuentes negras de la muerte en las tierras donde se inició la humanidad”. Fijate que leí esto a mediados del 2002, faltaban pocos meses para que Estados Unidos invadiera Irak. Una coincidencia conmocionante.

         Después vino  “Sin andarivel”, donde se puede leer entre líneas mi incursión en la meditación budista. Hace días acaba de salir  “Balandro”. Y tengo inédito un  poemario titulado “El privilegio de los años”.

 

 

   

          3 – El título del poemario inédito me da en el plexo. Ya lo quiero leer. Tanto me ronda, cuando no me acecha o acicatea, el asunto de “tener ya mis años”. Introito éste para solicitarte que nos adelantes algo sobre su estructura. Y, de paso, también sobre “Balandro”.

 

          GP - El título “El privilegio de los años” lo tomo de la película “El maestro de música”.  La esposa del maestro habla a la alumna joven, deslumbrada por su profesor, y le dice: “Usted tiene la ventaja de la edad,  yo tengo el privilegio de los años”. Fijate que son expresiones  que fuera de contexto pueden parecer sinónimas pero no lo son.

          Por otra parte, para alguien nacido en los’50 y de mis ideas, haber llegado a los 63 en Argentina es un privilegio. Pero además, una -a fuerza de vivir y equivocarse- adquiere una mirada privilegiada sobre la vida. Ahora, me han preguntado si el título tenía que ver con la escritura y hay que decir que este privilegio no implica una facilidad mayor para escribir, porque a medida que se aprende el oficio también aumenta la exigencia, el desafío de lo que se pretende.  La distancia entre lo que se quiere lograr al escribir y lo que realmente se puede, es infinita siempre.

            El libro habla de estas cosas, de lo que cambia con los años y de lo que no. El ansia de amor no cesa, el abismo frente al otro no cesa. Nunca se sabe cómo cruzar la calle y comprender o hacerse comprender… También llegan las generaciones nuevas, el ser abuela y ver que en algunas cosas volvés a empezar, a acompañar el crecimiento de un niño, verlo asomarse al mundo, otro mundo, no el que sentiste tuyo. Inevitablemente  comparás tu infancia con el ser niño de estos días y hay algunas coincidencias y también abismos de distancia.

            En cuanto a “Balandro”, está dividido en dos secciones: “la necesidad de pintar” y “la necesidad de narrar”. La primera la integran poemas más breves, escenitas, cuadros. La segunda es una novedad en mi obra: aparece el poema largo narrativo. Se busca el sentido de ciertos acontecimientos del pasado. Una va tratando de armar un rompecabezas, descubrir el revés de la trama que se escribió con la vida. El título nombra la más pequeña de las embarcaciones a vela, un navío que Fabio Morábito en su contratapa, asocia a los naufragios, al transcurrir de los sobrevivientes.

 

 

           4 – “Punto de Vista”, “Hablar de Poesía”, importantes –sustanciosas- revistas te han publicado. (Sé que sucedió también con una que yo apreciaba tanto: “Feminaria”.) ¿Qué te hace sentir que tu quehacer aparezca en ellas? 

 

          GP - Una espera el reconocimiento, esa mirada del colega que nos confirma en el camino, por supuesto, y no siempre se da. Pero aun cuando sí se da, forma parte del trabajo. En cambio hay otras cosas que te desbordan. Fijate que en un sitio de la Red, leí de pura  casualidad , una anécdota de un preso en la cárcel de Río Negro que cuenta esto: “Yo me sostenía leyendo el poema  ‘Tiempo de familia’ de Graciela Perosio; pensaba voy a salir de acá y vamos a volver a estar todos juntos.” Eso es algo más allá de lo esperable. ¿Y sabés cómo le llegó el texto? Porque lógicamente necesité averiguar: el hijo de una ex alumna del taller, que es psicólogo, hace un trabajo de lectura en presidios y cuando falleció su mamá, se había quedado con mi primer libro que es  donde está ese poema.

          Hay reconocimientos íntimos que para mí valen infinitamente, comentarios de lectores, de  personas que pasaron por mis clases. Me parece que si los repito violo el encanto del secreto. También fue fuerte ver mi poema en un  cartel de la avenida 9 de Julio. Y tuve la alegría de que a pesar de que en ese momento fuimos sólo cinco poetas seleccionados por la Secretaría de Cultura de la Ciudad, uno de ellos había asistido a mi taller, Gustavo Álvarez Núñez. ¡Cartón lleno!

 

           5 – Que te hayas ocupado de escudriñar la obra de Carlos Latorre, el autor de “La ley de gravedad”, “La línea de flotación”, “La vida a muerte”, “Cabeza o triste páramo”, prologado por Juan Antonio Vasco (Ediciones Botella al Mar, Buenos Aires, 1979), me incita a reclamarte una semblanza de ese admirado poeta. Y como también has escudriñado a Ricardo Rojas y a Norah Lange, tu visión es bienvenida.

 

          GP -  Latorre era una persona que vivía con el pie en el acelerador, la vida a pleno costo y la poesía a pleno costo. La palabra “conveniencia” no entraba en su vocabulario. Pero te tengo que contar mi historia con él. Tendría yo unos siete u ocho años y encuentro en un Suplemento Literario, probablemente  el de “La Nación”, un largo poema de versos extensos. Y lo copio en un cuadernito. De allí en más no iba a ningún lado sin ese cuaderno. Mi vieja lo llamaba “el talismán de Graciela”. Un día, intrigada, me preguntó si lo podía leer, entonces se lo di lo más contenta y me dijo: “Pero Gracielita,¿ vos entendés esto?”  “Entenderlo no, mami ¡pero cómo suena!” Y allí mi vieja me miró de una manera como si pensara: no hay nada qué hacerle, está perdida.  Ahora,  pasaron los años y en una presentación de libros de Editorial Tsé-Tsé, Reynaldo Jiménez informa que en el público se encuentra Mariluz Luna, la viuda de Latorre. Me acerco y le cuento la historia anterior, y ella exclama: “Tuve que compartir a Latorre con tantas mujeres, ¡pero también con una nena!”. Después Mariluz vino a mi casa sorpresivamente y me trajo todos los papeles de su marido con la finalidad de que escribiera sobre él. Terminé presentándome  a la Beca del Fondo Nacional de las Artes, con los auspicios de Enrique Molina y de Juan Gelman, y la gané. Entre los archivos de Latorre iba a encontrar guiones de radioteatro, escritos bajo el seudónimo de Osvaldo Prada. ¿Sabés qué eran?: las adaptaciones de films para la radio que pasaban los sábados por la noche en el radioteatro “Lux” y que no me los perdía nunca. Me acuerdo que hasta dieron una radionovela ¡basada en Bergman! Y me pasé la infancia siguiendo ese programa; al final, Latorre había estado en mi niñez de distintas maneras. Pero, más allá de mis motivos personales, creo que es imprescindible advertir su importancia a la crítica. La obra poética de Latorre marca un paso entre el cincuenta y el sesenta, él es un precursor de  hallazgos del coloquialismo, del uso de jergas en el poema, por ejemplo, expresiones tomadas de la  publicidad. Así como Eduardo Romano destaca el poemario “Sentimientos” de César Fernández Moreno, yo insisto en que en su poesía, especialmente en los poemas amatorios de Latorre, hay un antecedente de lo que va a hacer el ’60. Me parece que hay que subrayar que ocupa ese lugar de puente en la Historia de la Literatura Argentina.

          En cuanto a Ricado Rojas, hay mucha gente que lo único que sabe de él es que escribió “El santo de la espada”, su libro sobre el general José de San Martín, y la verdad es que me parece lo menos valioso. Rojas nos ofrece un pensamiento original para comprender la cultura de América Hispana. “Eurindia”, hasta dónde yo sé, es nuestra primera Estética. Rojas crea la Literatura Argentina como disciplina. Hace un trabajo extraordinario recopilando su Historia Literaria que abreva en múltiples fuentes coloniales. Siempre reflexioné sobre los dos textos pioneros que él señala y el peso que tienen sobre nuestra construcción de identidad y de imaginario. La “Carta de Doña Isabel de Guevara”, una pensionada que le reclama al Rey el pago de su pensión, y el poema “La Argentina” de Martín del Barco Centenera: un poema escrito por un funcionario oscuro de la Inquisición del que no sabemos con certeza ni los datos de su nacimiento ni de su muerte en España. Sabemos sí todas las tropelías que hizo en nuestras tierras. Dejándonos, como dice Rojas, “el nombre inmortal de una obra muerta”. Su escritura, mala imitación del chileno Alonso de Ercilla, es farragosa, ilegible, irresponsable, cuenta las cosas “más o menos”,  manda las medidas de la isla Martín García -para zanjar un problema limítrofe con Portugal- diciendo “a ojos vista de aquí para allá mide…” Corrupto, “chanta”, plagiario…, así  es el padre que nos nombra. Pero, por otra parte, aún no sé de otro país que tenga nombre dado por un poeta. Un poeta desastroso pero poeta al fin. Con Elsa Osorio, narradora de mi misma generación, nos planteamos más de una vez hacer el guión de una película histórica sobre Centenera. El problema es que sería un film de muy alto presupuesto. Pero a mí me parece interesante preguntarse si la “legendaria” riqueza de nuestro país, además de radicar en su ubérrima pampa húmeda, no está también en su inextinguible capacidad de leyenda…

          Respecto a Norah Lange, me llamó la atención la coyuntura histórica que le tocó como poeta. Algo de esto ya lo había señalado Beatriz Sarlo. Lange quiere pertenecer a la vanguardia prestigiosa y separarse del aplastante modelo de Alfonsina Storni, pero por otro lado está la figura gigantesca de Oliverio Girondo, y creo que no lo puede resolver desde el género poético, no encuentra espacio para un decir propio y acaba haciendo una excelente obra narrativa. En sus breves poemarios hay muestras de la gran escritora que será, muestras sueltas, poemas que vale la pena revisar, no digo todos, ella era muy joven, su plenitud se dio en la prosa, sin duda.

 

 

          6 – Dos décadas se cumplen de aquella muestra tuya de pintura: “Causas desaparecidas”.  ¿Qué tipo de pintura era? ¿Fue gratificante, o no lo fue y por eso no has reincidido? ¿Has seguido pintando?

 

          GP - La especialización en creatividad me llevó a practicar distintas posibilidades: bailar, cantar, pintar. Pero sólo me considero autorizada a enseñar escritura y muy relativamente. Guardo esas vertientes creativas como lugar de juego donde no hay una carrera profesional a la que responder; en esos sitios no siento la exigencia y los transito por puro placer. Pero en un momento la pintura creció y necesité detenerla, porque no podía llevar adelante dos carreras artísticas más la docencia. Los cuadros de esa muestra estaban dentro del informalismo, pero no todo lo que he pintado es así, creo que cuando tomo algunos elementos de la figuración mi pintura crece, se complejiza. Esa serie de la muestra nació en el taller de Eduardo Médici y no estaba en nuestros planes -ni míos ni de Eduardo- que se hiciera una muestra. Eso fue una casualidad que me sobrepasó y no sé si considero hoy una buena idea haber permitido que se muestren esos trabajos aún muy primitivos.

 

 

          7 y 8 – Se me ocurren dos preguntas. Una acerca del Encuentro Nacional de Escritoras, realizado en el Centro Cultural General San Martin y del que participaste en  el 2000. ¿En qué consistió?... La otra sobre el escritor y sus reflexiones sobre la escritura. Como sabemos, Graciela, hay autores más propensos a hablar de sí mismos, a divulgar en público sus hábitos y sus vicisitudes a la hora de enfrascarse en el trabajo, a confesar sus encontronazos con las limitaciones subjetivas y objetivas. Están aquellos que han escrito ensayos y aun libros íntegramente consagrados a revelar  –entre nosotros, uno de los poetas que me entusiasman: Darío Canton- la intimidad cotidiana. Y están los que optan por no ofrecer pistas. ¿Qué escritores  te enseñaron más, en este sentido, a través de sus análisis, y de sus declaraciones en reportajes o conferencias o mesas de debate?

 

          GP - Escritores que me hayan enseñado desde su actitud, seguramente muchos; ahora, que yo haya aprendido, es otra cosa. Siento que una nunca sabe lo que tiene que hacer, ¿no? Qué tiene que decir, qué espera el lector, qué puede serle útil. Esto es un oficio y a la vez no es un oficio, porque no cuenta con ninguna de las certezas de un oficio. Aquí nada es preciso, taxativo.

          Lo que sí quiero comentar es que a lo largo del proceso de esta entrevista me llama poderosamente la atención todo lo que he olvidado. Me preguntabas por allí acerca del Congreso de Escritoras en el año 2000, por ejemplo, y me vuelven fogonazos. Me vuelve y ni siquiera  estoy segura de que fuera esa vez que la escuché, la voz de Graciela Safranchick leyendo un texto que me volvió loca y nunca tuve oportunidad de decírselo; después busqué obra de ella pero encontré muy poco. Me acuerdo casi sólo eso… Entonces, una tiene que creer que lo vivido permanece de alguna manera, que aunque no me acuerde, las personas, los libros que leí (y hay tantos que no recuerdo en lo más mínimo), los acontecimientos están constituyéndote y que lo que dejaron es igual de valioso como inhallable, irrepetible. Una debe hacer profesión de fe y entregar su vida como puede, que es viviéndola.

          ¿Vos sabés que desde hace dos años me reúno con poetas en encuentros mensuales que llamamos Casa Abierta? Bueno, en uno de los últimos, gracias a un texto que leyó Alejandro Archain, un poema suyo muy bueno que habla de huellas en el pasto que le sirven al otro para caminar;  gracias a eso, me acordé de una cita de Luis Felipe Noé, creo que de la “Antiestética”, que dice más o menos así: para el artista lo importante es el camino, ese camino se hace con obras. Las obras, dice Yuyo Noé, son en realidad las huellas del andar y resultan importantes para los otros, mucho más que para el artista mismo. ¿Se entiende a dónde voy? Yo te puedo contar más o menos lo que me acuerdo, lo que registré y siempre es mínimo; pero el sentido de lo que te cuento está en mañana, en lo que vamos a hacer, en seguir andando. ¿Estas huellas que voy dejando lo quiera o no, alguien las va a seguir? ¿Señalarán algún destino? ¿Aliviarán una búsqueda?  No sé. Sólo mañana sabremos si tuvo sentido hacer esta entrevista.

          Y me preguntabas por entrevistadores que recuerde...; y,  la uruguaya María Esther Gilio, esos reportajes publicados en la revista “Crisis” eran deliciosos; y otro material excelente: los tomos de “Confesiones de escritores”, editados por El Ateneo, recopilaciones de artículos  de “Paris Review”.

 

           9 – “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración” para escribir (las Musas, “el espíritu”); y “en este otro rincón” Edgar Allan Poe, Plinio, Camilo José Cela, Uslar Pietri, o William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” Los púgiles, cada uno en su rincón: los hemos presentado. ¿Por cuál te inclinás? O, ¿con quién más te identificás? ¿Adscribís a…?

 

          GP - Vos estás hablando de distintos personajes internos que intervienen en el acto creativo (y aquí sigo a Martínez Bouquet con su esquema de los seis personajes de la creatividad). Todos esos personajes son necesarios. Hay uno que es el que escribe, que a veces se conecta con el personaje del deseante y cuando ocurre eso, la persona no puede dejar de escribir,  no  le importa no ser Borges, ni Cervantes. Escribe, escribe, se devora el papel. Pero en el mejor de los casos esa fiebre pasa, si no las obras no tendrían límites (y cuando sucede es una “patología” grave). Cuando pasa, una examina el resultado sobre el papel y descarta, a veces todo, a veces salva un verso o un poco más y comienza el trabajo del personaje enemigo que se conecta con el amigo y entre ambos trabajan, corrigen, reflexionan. Hay otros modos de escritura, por ejemplo, vos estás leyendo y se te ocurre que ahí hay algo que te interesa, algo desde el pensamiento, una ocurrencia teórica, tomás notas, investigás. Puede pasar que en el proceso se desate el deseante y arranquemos de nuevo, pero también puede que no suceda y sea sólo un proyecto inteligente pero sin fuerza. ¿Por qué no tiene fuerza? Porque nació de un modo exclusivamente teórico, programático, racional. Y esto es así: cuando empezás con el deseo (la inspiración) después podés podar,  pero cuando empezás desde lo programático y sin entraña es muy difícil insuflar en segunda instancia ese desborde del impulso. Este es el problema más común que se me presentaba en el taller con las personas que venían de la Carrera de Letras. El crítico era tan fuerte que siempre le ganaba al deseo…, y cuando la crítica ya interviene limitando la gestación, la escritura no resulta vigorosa, generalmente se observa eso. Es como intentar educar un feto dándole palmadas, lo más probable será que abortes o que nazca deformado. Primero la criatura tiene que nacer. Cuando se inicia con un excesivo nivel de crítica, de inseguridad, de dudas, el camino es riesgoso. Al comenzar es bueno un poco de descontrol, hay que sentirse potente, entusiasmada, infinita y acto seguido decaer y ver la realidad de lo que quedó. En el medio, un sinfín de variantes, de consultas, de búsquedas, pero el sueño inicial ayuda y desespera porque una sabe que se acaba y hay que releer y enfrentarse a la verdad.

 

           10 - El argentino Rafael Freda, para la edición de su poemario “Mundo tenaz” (sonetos) (Alicia Gallegos Editora, Buenos Aires, 1993), concibió un Estudio Preliminar de 24 páginas, interesantísimo (como el propio poemario lo es). Entresaco lo siguiente: “Adoptar un lenguaje poético es lo tradicional; probar a ver qué pasa es experimentar. Tomar lo aceptado e introducirle elementos inesperados es innovar”; “Me gusta imitar. Reconozco mis fuentes. Prefiero el verso medido al verso libre, el verso rimado al verso libre, el verso suelto al verso libre”; “No rechazo la irracionalidad; pero quiero que mi poesía tenga por qués, para compensar las sinrazones de las que se nutre”; “El estudio preliminar lo escribí para que este libro imitara a los libros de texto”; “La poesía agoniza sin lectores, y cada vez hay menos lectores de poesía”. ¿Añadirías, refutarías, comentarías (a sabiendas de que al entresacar, retiré los contextos o escenografía)?

 

          GP - La poesía no agoniza nada. En todo caso, lo que agoniza en nuestro país es la política cultural.  No hay gestores culturales o hay muy pocos,  hablo especialmente a nivel institucional, y sobre todo escasean gestores que se ocupen del género poético.

           Para contestarte necesito considerar algunas características de este momento histórico. Creo que el neoliberalismo se ha introducido con fuerza en los comportamientos sociales y el mundo de la poesía no es ajeno al fenómeno. Algunas características neoliberales son el no respeto por el trabajo, la incentivación de la competencia, el individualismo a ultranza. Entonces respecto de la valoración del trabajo poético, a mí me puede gustar esta propuesta y no aquélla, eso es válido y siempre ha sido así, pero cuando una persona sostiene una vocación durante años con un trabajo entusiasta, con obra, con estudio, con lecturas, ese trabajo debe ser respetado.

          La poesía no va a morir si nosotros no la matamos. Pero, ¿le damos vida suficiente? La vida surge y se promueve en la reunión de lo diverso. Una gran riqueza literaria no puede provenir de un grupito de personas y de una o dos poéticas nada más, de actitudes sectarias en extremo. Mucho menos en un país como el nuestro con complejidad de regiones muy diferentes entre sí.

           Por otra parte, la política cultural no debe estar limitada por las miserias de la política partidaria. Hay que diseñarla como política de estado y sostenerla en el tiempo. Y es muy poco lo que hay: pocos concursos, pocos subsidios, poca difusión. También ante la escasez, la competencia se vuelve feroz. Y la competencia entre nosotros no va a mejorar las condiciones de la producción cultural, ni la va a incrementar ni a difundir. Cada esfuerzo serio que se pierde nos debilita a todos.

          Es justo destacar el esfuerzo de los blogs de poesía. Ya hace una década o un poco más, algunos escritores, entonces muy jóvenes, empezaron a difundir mucha producción y a conectar a los poetas entre sí a través de la red, esta tarea continúa hoy (nombro a Alejandro Méndez, Selva Dipasquale, Valeria Cervero , Franco Castignani, María Belén Aguirre, de Tucumán,  y son muchos más, más de los que yo alcanzo a leer seriamente y con asiduidad). En la actualidad hay poetas de muy distintas  generaciones trabajando en blogs para difundir  nuestra poesía y la extranjera, a veces con traducciones propias. Como es el caso de Jorge Aulicino, que siempre propone versiones nuevas de poemas clásicos y contemporáneos, o los sitios de poetas como María del Carmen Colombo, Irene Gruss,  Marcelo Leites, Gustavo Tisocco, Catalina Boccardo; son incontables. Esperemos que este empeño no se debilite a futuro. Porque eso es lo que se ve, que muchas veces el entusiasmo decae porque al ser escaso el apoyo desde lugares institucionales, entonces los proyectos dispersos por todo el país, de blogs, de ciclos, de festivales, no encuentran algo que los aglutine, que los interconecte, que los ayude a sedimentar y  perfeccionarse con el paso de los años. Es una pena que no haya prosperado el proyecto de Casa de la Poesía, como la Casa de Poesía Silva, de Colombia. Nosotros tuvimos distintos intentos pero lo cierto es que la Biblioteca, la única especializada en poesía, que tuviera como sede la Casa de Evaristo Carriego en la calle Honduras, hoy desafortunadamente está cerrada, y no contamos con una Casa de Poesía ni en el Gobierno de la Ciudad ni en el Nacional. Tampoco sé en qué quedó el esfuerzo de montar un Museo de la Poesía en la casa de Lafinur en la provincia de San Luis. El Museo se hizo, pero ignoro qué trascendencia ha conseguido. En general, creo que ni siquiera se sabe que el Museo existe.

          De repente aparecen algunas excepciones como la creación del Premio Rosa de Cobre a la Trayectoria Poética, una iniciativa reciente de la Biblioteca Nacional, que esperemos continúe. Pero la riqueza de nuestro movimiento poético actual, que es enorme,  merece mucha más atención y cuidado de los existentes.

 

 (1)     Milagros King,  Libros de Tierra Firme (editorial del fallecido poeta argentino José Luis Mangieri), Buenos Aires, 2006.

 

 

Graciela Perosio selecciona para esta entrevista, en abril de 2014, seis poemas de su autoría:

 

 

LLUVIA

 

Estoy oyendo llover. Y me desintegro, pierdo las formas que me limitan para diluirme en el agua. Estoy lloviendo y choco estrepitosamente contra el alero del quincho y me resbalo por las canaletas, me filtro en el jardín, arrastro la tierra de las barranquitas, me encharco en los desagües. Asumo tantos ruidos diferentes, colores, transparencias. Chorreo, goteo. Golpeteo contra las aplanadas hojas del filodendro y salpico los vidrios. Me enfurezco en los techos buscando sus fallas, sus grietas escondidas. 
Yo no puedo dejar de llover. La sensatez indica el intento de cimentarse en una casa. Una casa acogedora, de grandes ventanales con prudentes y castas persianas, con avizores cerrojos nocturnos. Pero no puedo abandonar la intemperie, no ser lluvia. Lluvia. Desordenada lluvia que no admite forma global, que está y no está en la gota, en el canto, en la nube, que forma napas y alimenta ríos pero no está ni en lo uno ni en lo otro. 
Soy la que se derrama, se regala, penetra, fertiliza, moja, empapa, limpia o ensucia, según. 
Sólo sé caer, desparramarme, deslizarme y permanezco únicamente en el oído de los hombres como una música de orígenes que los empuja hacia dentro de su corazón en busca de un techo no existe para mí, que soy la lluvia, la que está fuera. Deshilvanada, deshilachada, descabellada, desnuda. La que está fuera llorando su exilio. 

 

(De “ Del luminoso error”  (1982))

 

 

 

Brechas del Muro

                                                                                      para Beatriz, con el amor viejo

 

                                                                                                              “es mero muro es mudo mira muere”

                                                                                                                                     Alejandra Pizarnick  

 

       

es muro    un mero muro    un muro  para morir  un muro               

mudo es miedo mudo de la muerte    

muerdo el muro   el muro miente   MIERDA el muro

                                                           muro de muerte

siento el musgo del muro el mero musgo muelo mi mente

contra el muro  el muro es un muelle que se hunde en

oscuros mares  mero musgo  mero musgo del muro para mi

muerte Mierda 

          es muro es mero muro es mudo mira muere

la vida por los amigos   di la vida   di mi muerte

mi mera muerte   mi mera vida contra el muro contra el

muro siempre

          mira es mero muro   mira   el muro muere

 

 (De “Brechas del muro”  (1986))

 

*

    

sol edad es el tiempo que nos queda

soles que viajan solos rigiendo

en tristes centros sistemas planetarios

llamaradas de vos destruyen las voces

estallan la palabra y el encuentro

mientras la vida va y va y va.

 

   (De “La varita del mago” (1990))

 

 

 

 IV

 noche

 

 

quedóse exhausto el mar que tanto bufó el viento.

una desmesurada noche disemina ecos de fukuyama.

y tu voz, un susurro en la espuma del mar,

batiendo , sin embargo, duramente.

 

el único problema ideológico,

verdaderamente serio

que nos queda por debatir,

es la muerte.

pensar, legislar, engendrar

desde su perfil estricto.

pero ¿qué si desvanecemos el luto?

¿qué si disfrazamos la obra

del dibujante eximio en nuestro rostro?

¿qué podrá saber quien no empuñe

-como triunfante bandera por la vida-

la epifanía del ritmo de la disolución?

tu sabia disolución te hará invencible.

honra, pacientemente,

la sacralidad del instante

y el milagro austero de la precariedad,

ardua llave del arte,

que siempre, aunque te abrume,

es la orfebrería de lo mínimo.

contracara del poder.

en fin, hija

esa hendidura leve

 

del escueto diálogo

con la más fiel de las amantes.

 

 (De “La vida espera” (1995) )

 

 

*

 

 Caudaloso río iluminado por enervante sol del desierto se revuelca y me revuelca de olas de juncos de algas de arco iris de barro y remolino burbujas caracoles movimiento la forma de las formas se perfila crece crecen plateados peces translúcidos almibarados crustáceos del inicio quelonios pétreos escondidos vamos hacia la orilla desbordada vamos venimos nos golpeamos recalamos y nuevamente una potencia nos arranca nos lleva nos deshace nos hace nos renueva nos forma y nos deforma vamos a un tobogán túnel de limo subimos rodamos más allá no se detiene marcha al galope el río desbocado marcha en torrentes corre y se abre se abre y abraza al mar al mar al que se vierte hacia él nos vence nos envía burbujas remolinos olas que se van aquietando se deslizan por la arena de plata de diamante de bronce de corales madreperla infinita la playa disemina y en ella la silueta apenas pura luz que descarta con suaves movimientos de medusa con espasmódicos ritmos de delfines la bella hija de Urano la Dorada está naciendo ved del proceloso océano el espejismo de horizonte invulnerable y trae el regalo el don que ha de otorgarnos el erótico sexo que define al ser que llegará y habrá de amarla

                                                           victoriosa por siempre la divina Afrodita

 

  (De  “Regreso a la fuente” (2005))

 

 

 

*

 

Para disfrutar enero en Buenos Aires,

a pesar del calor subtropical,

conviene que aguces el oído.

Hay mucho menos tránsito,

menos ruido.

Y eso permite leer

en los balcones con la fresca.

Pasear por el parque de Palermo

sintiendo que es un parque.

Si prestas atención,

en algún momento cierto,

descubrirás un par de cardenales,

buscándose comida

a los saltitos por el pasto.

Puede que la suerte te sonría

y veas también algún pichón,

generalmente el penacho aún no es rojo rubí

sino sepia o ladrillo,

después pareciera que el color

virara hacia la sangre.

Te recomiendo, además,

que entres al Rosedal y hacia la isla:

hay pocas garzas blancas,

sólo algunas volando cielo arriba,

muy lejos de la fronda,

pero, en compensación,

en enero, sólo entonces,

puede que descubras una sabacú

o tal vez una real, o una mora,

tienen alas gris verdoso

y sólo blanco el pecho,

pero una línea de tiza vibrante

les cruza la cabeza negra,

mira con cuidado entre las ramas

porque estando quietas

se funden con el árbol.

También hay un arbusto

de hojas ovales y brillantes

de un verde muy oscuro,

almenado de flores blancas por decenas,

parecen gardenias con pocos pétalos,

y completamente abiertos

como margaritas,

eso sí, sin aroma.

Búscalo con el busto de Darío,

en el jardín de los poetas,

no podés confundirte,

la planta lo rodea en homenaje.

La última recomendación es culinaria:

a mediados del mes

aparecen las ciruelas Santa Rosa

en sazón y son una delicia,

aprovéchalas,

suelen durar una o dos semanas

y desaparecen hasta el año próximo.

No sé si las exportan o qué

sucede pero presta atención,

no hay postre que se iguale.

Y sobre todo recuerda:

apunta con tus ojos hacia el cielo,

la luz es una gloria a cualquier hora.

Con tiempo despejado o entre  nubes

y aún por las noches

el aire flota tan dulce…

que casi las ciruelas se imaginan.

 (De  Balandro”  (2014))

 

***

en la ciudad de Buenos Aires, Graciela Perosio y R. R., abril 2014.

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20 de Enero, 2014 · General

María Pugliese: sus respuestas y poemas

 

Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti

 

María Pugliese nació el 29 de mayo de 1957 en la ciudad de Vicente López, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es profesora adjunta de la Universidad Nacional de Luján –ciudad de Luján, provincia de  Buenos Aires- en el Departamento de Educación. En tal carácter integra allí el equipo de Educación Intercultural. Es profesora de Castellano, Literatura y Latín, egresada del Instituto Nacional del Profesorado “Joaquín V. González” en 1981. En su condición de investigadora en estas materias, es autora de varios libros y de numerosos artículos difundidos en medios gráficos del país y del extranjero (una pequeña parte es hallable en la Red). Éstos son los títulos de algunos de sus ensayos: “El desierto y la memoria (La poesía argentina en la década 1980-1990)”, “Frank Kafka: La condena o el triángulo de la ausencia”, “Antonio Machado y la ardua tarea de desrealizar lo realizado”, “Francisco de Quevedo y Villegas o  las máscaras de una carcajada”, “Ausencia y silencio en la poesía de Alejandra Pizarnik”. Su poemario inédito “A paso de hombre” obtuvo el premio “Sigfrido Radaelli”, otorgado en 1987 por la Fundación Argentina para la Poesía. También permanecen inéditos “Cripta de amor” (2004), “Ejecuciones” (2005), “El silencio” (2010). Y fueron publicados entre 1988 y 2007: “De uno y otro lado”, “Viento y cenizas y otros poemas”, “Sobre un puente de cañas”, “Esquirlas”, “Voces como furias”, “Vigías en la noche” (Primer Premio del Certamen Internacional Editorial Los Tilos, de la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, 2004). Además de plaquetas con selecciones de su quehacer poético, fue incluida en antologías no sólo de la Argentina, sino también de Uruguay, Brasil, Venezuela, Canadá y España.

 

      -Tu apellido –ya me dirás lo que tantos te habrán preguntado: ¿algún parentesco con Osvaldo?- es el de un insoslayable de nuestra música ciudadana. Podrías llamarte María Troilo, María Discépolo, María De Caro, María Magaldi, María Arolas, María Cadícamo, María Gardel. Con las letras de tango, María, con las milongas, con los valsecitos, con el lunfardo, con Piazzola, con Susana Rinaldi, ¿qué onda?...

 

       -Muchos me preguntaron acerca de mi apellido, y otros tantos me trataron con cariño, ya que les evocaba al maravilloso Osvaldo. Nuestro apellido es originario de la zona de Puglia –Italia-, y sin dudas debe existir un parentesco lejano que no verificamos, pero sospechamos, ya que físicamente mi abuelo, mi padre y mi tío son muy parecidos a Osvaldo.  Lo conocí en una pizzería de Villa Crespo a la que asistía periódicamente; al verlo me acerqué y le dije “¿Osvaldo Pugliese?”, él se puso de pie con una sonrisa y mirada interrogantes…, me dio un beso y le dije “Soy María Pugliese”, y nos reímos un poco entre  cierto intercambio de palabras. Creo que podría llamarme “Simplemente María”, bien tele-teatresco lo mío…Tengo poco de compadrita pero bastante de arrabalera y chamuyera. La radio es una presencia constante en mis cotidianeidades, desde muy chica, escucho mucho tango, sé las letras de mis autores  e intérpretes preferidos y las canto en principio bajo la ducha, y si me dan espacio, en cualquier lado. Conviven en mi corazón Julio Sosa, Tita Merello, Roberto Goyeneche, Ferrer-Piazzola, Amelita Baltar y muchos más.

 

      -Participaste en el Primer Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos, en la Universidad Popular Madres del Plaza de Mayo, en 2002, y en el Tercero, en 2004, con sendas ponencias. ¿Querrías dárnoslas a conocer y trasmitirnos cómo valorás esas incursiones en una universidad tan emblemática? El ministro de Justicia y Derechos Humanos acaba de presentar públicamente el proyecto de ley que transformaría esa universidad en el Instituto Universitario Nacional de Derechos Humanos “Madres de Plaza de Mayo”. ¿Algo para comentar?

 

     -Allí, donde hay una puerta para abrir, me dispongo a pasar… La convocatoria a ese Congreso me pareció una propuesta necesaria y acorde a los tiempos que corrían y hacia allí fui con las conclusiones de un trabajo de campo que llevé a cabo durante cinco años en el Área Metropolitana de la provincia de Buenos Aires –distrito de José C. Paz-. El eje fue “Lengua materna y diversidad cultural”. La Universidad desbordaba de estudiantes, profesionales de diferentes disciplinas, miembros de organizaciones sociales…: una fiesta.  La exposición del trabajo inquietó, por la temática y por los grupos sociales involucrados –inspectores, directivos, docentes y comunidad educativa de Jardines maternales y de infantes-.  Lo que en ese trabajo se plantea como un diagnóstico, con el transcurso de los años se convirtió en una trama  que a modo de espiral se abrió a  contextos mucho más complejos (sigo profundizando en ellos). En los años 2003 y 2004, con un equipo  multidisciplinario,  propusimos talleres de juego en un hospital infanto- juvenil de Salud Mental  ubicado en el  Gran Buenos Aires.  Quise centrarme en niños menores de seis años, y con dolor y sorpresa descubrí que no había registro de niños menores de ocho años…; elegimos casos de niños y niñas de ocho a doce años. En el Tercer Congreso expusimos las conclusiones. Durante el mismo, se multiplicaron las ponencias, los talleres, los asistentes. Otra fiesta. Las instituciones –como tales- tienden a clasificar, y a mi criterio, toda clasificación y normativa es excluyente.

 

      -En un Sitio declarás que tu primer poema lo pergeñaste a tus doce años. Dieciocho años después una Institución premia un poemario tuyo. Y no lo has publicado. Ha quedado allá, en 1987, acaso en un Word que mantenés en tu computadora, acaso en un único ejemplar anillado. Ha quedado como un hito íntimo. ¿Cuál es la historia, qué te fue pasando con esa obra? Algunos de los poemas de “A paso de hombre”, quizá corregidos, ¿han sido incorporados a tus poemarios publicados?

 

      -A los doce años comencé a escribir en forma sistemática y exclusiva, poesía; desde los ocho escribí microrelatos, crónicas y cartas, cientos de cartas a mis abuelos y tíos italianos en un idioma precario y fabuloso, del que me atraía el sonido más que el significado.  Cuando percibía que no contaba con el vocabulario adecuado, tomaba como referencia las cartas recibidas desde Italia y las reformulaba. En mi humilde casa no había más libros que los manuales escolares. Mi mayor influencia fueron “las bibliotecas orales”, constituidas por  las narraciones de familiares y vecinos, amigos de la familia, todos ellos emigrantes de las provincias o inmigrantes: en dos cuadras a la redonda habitaban franceses, portugueses, alemanes, polacos, holandeses, españoles, correntinos, paraguayos, bolivianos, austríacos, chaqueños, árabes, italianos de Sicilia, Calabria, Potenza, Bolognia, todos con sus costumbres y lenguas trasplantadas a una zona semipoblada del actual partido de Malvinas Argentinas. Por lo tanto no nos quedaba más que visitar una y otra casa –la del almacenero, la del zapatero, la modista, el albañil, el plomero, el obrero, el mecánico y el cura-, y en cada lugar aromas y músicas diferentes, objetos misteriosos. En la casa de mis vecinos franceses vi por primera vez una enorme biblioteca ubicada en una galería muy luminosa. Su dueño, Rogelio –ex seminarista- nos dejaba explorarla, mirarla. La presencia de esos objetos me impresionaba. Cuando aprendí a leer descubrí que estaban ¡escritos en francés!!! Ya no me importaba, ya me habían transportado a mundos de aventuras y maravillas. Rogelio era buzo y había conocido en Francia a Jean Cousteau, nos hablaba de él mientras recorríamos el mini museo marino que había armado en el garaje.  A medida que fui creciendo entendí que en medio de tanta diversidad había una constante: todos llegaron a ese barrio escapando de algo…

“A paso de hombre” iba a ser publicado de modo independiente, con formato de cuadernillo por su brevedad; no hubo acuerdo ni morlacos, entonces decidí participar del concurso con expectativas de una posible edición. Sólo hubo honores. Casi todos los poemas fueron incluidos en “Esquirlas”, sin modificaciones.

 

     -Me ha interesado la opinión que el poeta santafesino Rubén Vedovaldi instaló en uno de los blogs que administra el poeta neuquino Aldo Novelli, quien te presenta como “poeta de palabras aladas”, a propósito de una muestra de textos tuyos, María: “Versos de ágil claridad: un viaje de imágenes que nos abren a otras imágenes en creativo equilibrio entre la razón y la intuición.” Transcurrido un cierto lapso entre lo que refiero y hoy, más allá de la gratificación del halago, ¿qué añadirías? Hasta los títulos de tus libros nos aproximan a equilibrios…

 

     -Las imágenes y los equilibrios habitan tal vez en algunos lectores, en otros el misterio de lo incomprensible, en otros el interrogante: “¿Esta pérdida latente e inasible es de verdad, qué le pasó?”. Mi  poesía emerge desde todos los sentidos –administrados por la razón-, todo vale, lo de afuera y lo de adentro, en movimientos constantes, en desorden y caos, al ritmo de la respiración y con el cuerpo del trabajo. Las palabras con las que construyo los poemas son espejos, y lo que se refleja en ellos depende de la luz, el lugar desde donde se mire y la mirada…, sobre todo la mirada…

 

      -Hubo un poeta portugués, Al Berto (Alberto Raposo Pidwell Tavares), fallecido en 1997, que afirmó: “Escribo con un sólo fin: el de salvar cada día”. Y lo tenemos a Ernesto Sábato: “No he escrito nunca por placer, he escrito siempre por no morir”. Nabokov admitió que escribía por placer y para quitarse de encima el libro en que estuviera ocupado. Flaubert también: “Escribo sólo por el placer de escribir (…) En mi pobre vida, tan vulgar y tranquila, las frases son aventuras, y no obtengo otras flores que las metáforas.” Y Tolstoi, más o menos: “No escribo por ambición, sino por gusto.” Gabriel García Márquez blandió  que él escribía para que sus amigos lo quisieran. Otros, como Alberto Moravia, sentenció: “Escribo para saber por qué escribo”; o Arturo Uslar Pietri: “Escribo más para entender lo que busco que para expresar lo que entiendo”. Instalada vos, María, con ellos, en la pasarela, ¿por dónde te ubicás? Esto es: ¿de quiénes quedarías más cerca? Hablanos de tus fines y tus placeres y tus morires y tus saberes y entendimientos.

 

     -Me siento un poco más cerca de Moravia, y parafraseándolo diría que “escribo para saber por qué escribieron otros”. Los fines fueron virando en cada etapa de la vida, pero coinciden con lo que expresan “los monstruos” que citás y me alejan totalmente de lo expresado por Sábato.

 

      -El amor, la lectura, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo dirías que te has ido relacionando con esos asuntos en las distintas etapas de tu vida?

 

      -El amor a la política me enseñó a trabajar en grupos y con propósitos colectivos -y como todo gesto amoroso, me ayudó a sobrellevar las derrotas-.  Las lecturas compartidas y comparativas contribuyeron a la organización de mi trabajo.  El dinero va y viene.  Y el amor en todas sus expresiones es casi mi religión. El texto que aparece en la contratapa de “Voces como furias” -1996-, da cuenta de todo esto. Te invito a que lo rastrees.

 

       -Nuestros lectores conocen los títulos de algunos de tus ensayos. Te insto a que nos acerques a ellos, sintetizando para nosotros tus visiones (e inclusive, trasmitiéndonos si en algún caso se ha modificado tu enfoque). Complementariamente, puesto que sé que tenés en elaboración al menos un par de estudios sobre las obras de Myriam Fraga y Aleilton Fonseca, de quienes, además, has traducido textos al español, también te insto a que nos acerques a ellos.

 

      -El primer ejercicio de análisis literario fue acerca de Julio Cortázar; lo escribí a pedido de una compañera directora de  la revista del colegio secundario -ya se había difundido en ella un poema mío-. Y fue, en verdad, una excusa para adentrarme en la vida y obra de Julio Cortázar, cuya lectura le estaba dando bastante trabajo a mis catorce años. Así es como ocupándome, sin apuros, de uno u otro autor con el que me identifico por alguna cuestión, escribir acerca de ellos me obliga a sistematizar las lecturas. Intento en los ensayos concretar un análisis de un aspecto de la obra –el mismo varía según el autor- desde una perspectiva socio-histórica.

Conozco bastante la obra de Aleilton Fonseca –contemporáneo-, es poeta y narrador. Al principio traduje algunos cuentos y el año pasado comencé con la poesía.  El contacto con la obra de Myriam Fraga es más reciente, me interesa mucho, es muy compacta y original, con identidad marcada; es contemporánea de Alejandra Pizarnik, y en la actualidad me encuentro entrecruzando sus propuestas poéticas. Veremos qué resulta.

 

    -En los últimos años expusiste en coloquios de literatura bahiana, en Brasil, y en un simposio en Paraguay. Tanto en éstos como en otros eventos internacionales, ¿cómo te han resultado esas participaciones? Y, desde luego, sobre qué expusiste.

 

     -La primera participación en San Salvador de Bahía –Brasil- fue en el 2011, por gentileza de los miembros de la Academia de Letras de Bahía. Mi conferencia se centró en el escritor Antonio Castro Alves, “el poeta de los esclavos”. El título de la misma fue “Antonio Castro Alves: hermano de los pobres, hijo de la tempestad”. Expuse en español;  la presencia de estudiantes -en su mayoría negros- me emocionó, literalmente hasta las lágrimas. La segunda fue en 2013, con un ensayo acerca de la poesía de Myriam Fraga, quien estaba sentada en tercera fila, atenta y sensible; otra emoción compartida…

En Asunción del Paraguay el eje fue la poesía en las tres orillas: Paraguay, Argentina y Brasil.  Abordé al autor  Aleilton Fonseca –brasileño- en su libro de poemas  “Un río en los ojos”. Cada encuentro de este tipo, cualquiera sea el lugar en el que se concrete, nos exige mucho esfuerzo a los escritores, ya que en la mayoría de los casos tenemos obligaciones laborales y/o  personales. A pesar de ello provocamos encuentros presenciales para reafirmar lazos que se originaron a través del correo postal, luego el electrónico y ahora a través de las redes.  Por ejemplo, con los escritores bahianos inicié el primer contacto catorce años atrás; pero lo mismo sucede con escritores de mi propio país o barrio.

  

      -En tanto que además del castellano y el latín, no te son ajenos los idiomas italiano, inglés y portugués, y uno de tus artículos éditos en 2007 es “Lengua y literatura: ¿qué significa enseñar una lengua?”, te disparo: María, ¿qué significa enseñar una lengua?

 

      -Realmente es un disparo, Rolando.  Si tuviera la respuesta… Ése fue el título de un seminario en el que participé –no fui la única exponente- en el año 2006 en Buenos Aires, destinado a profesionales de diferentes áreas que trabajaban con niños/as menores de seis años.  El mismo fue grabado y desgrabado, aquí va un fragmento: “Cualquier elemento puede ser un signo en la medida en que signifique algo distinto de sí mismo, que lo represente. Un grito espasmódico acompañado de la agitación de los miembros es signo de dolor, no es el dolor. Lo esencial es que la señal que envía un mensaje a un receptor esté dentro de un sistema -aunque se trate de códigos elementales-, y que el receptor entienda el significado del mensaje. Todo lenguaje se articula a través de códigos y por ellos podríamos distinguir al lenguaje verbal -cuyos signos son artificiales, por lo tanto engañosos- del lenguaje natural  manifiesto en los rasgos fisonómicos, la indumentaria, la liturgia como reiteración de formatos a modo de rito.  La diferencia entre los lenguajes naturales y las lenguas formalizadas es su relación con el contexto; las naturales son dependientes del contexto,  por lo tanto más concretas, en cambio las formalizadas son independientes y exigen un mayor grado de abstracción y objetividad. Los niños/as más pequeños se manifiestan muy receptivos ante los lenguajes no verbales, si esto es tenido en cuenta por los adultos, cuanto más organizado sea el uso del lenguaje verbal en situaciones cotidianas, más fluidos serán los vínculos comunicacionales. En toda lengua existen palabras cuyo significado está dado  por el conjunto de circunstancias externas que lo rodean, y esto da origen a un problema de carácter léxico que aparece con mayor frecuencia en niños/as menores de cinco años: no existen relaciones siempre exactas entre los planos significativos y el plano fonético de cada una de las palabras de una lengua. A veces una misma combinación de fonemas puede poseer diferentes significados, otras en cambio es un mismo significado el que admite distintas combinaciones fonéticas. Estos matices que abordaremos con más detalle más adelante, acarrean equívocos que interfieren en los procesos de enseñanza-aprendizaje.”

 

     -¿Perdura inédito desde el 2005 ese ensayo que titularas “Poesía e infancias”? Me atrae muchísimo. ¿Cómo está encarado? ¿Nos transcribirías un párrafo?

      -Sí, cada vez encuentro una nueva arista y sigo. Muchos escritores abordaron el tema –Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, María Elena Walsh, Federico García Lorca, José Martí, Juan Ramón Jiménez, entre otros-. Ellos me aportaron mucho desde lo conceptual, pero en la organización metodológica del trabajo estoy más cerca de Federico García Lorca. Aquí transcribo uno de los apartados de “Poesía e infancias”:

 

“Nana, arrullo, regazo.”

 

“Algunos autores reconocen en las nanas el primer contacto con el lenguaje práctico, tal vez por su esencia evocativa, sintética, eficaz, rítmica y, sobre todo, por ser un vehículo de emoción y sentimientos. Las nanas no admiten dispersiones, exigen una respuesta inmediata ante una necesidad concreta biológica y/o afectiva. Arrullar, inducir al sueño, calmar, consolar, jugar, son sus funciones genuinas. En forma directa ― a través del contacto de los cuerpos ― o indirecta ― con la voz y el ritmo como mediadores ― constituyen un diálogo íntimo. El encuentro es corporal, en él tanto  la posición de los brazos como el tono muscular del regazo, la placidez del sostén, los ritmos de la respiración “del otro”, los latidos de la sangre, delimitan ese espacio de contención. El vaivén del arrullo se refuerza con la mirada, la caricia y un suave murmullo.

¿Cuándo y por qué surge, entonces, la palabra? El lenguaje verbal es evocación, es una representación “artificial”, no se puede prescindir de la presencia concreta durante el arrullo, pero sí de la palabra y ésta a la vez puede prescindir del regazo. El término “nana” alude a la mujer cuidadora, encargada de amamantar y asistir a los bebés hijos de nobles.

¿Cuál es su relación con las primeras composiciones poéticas? Imagino a estas mujeres, en ocasiones con varios niños a cargo, inclusive sus propios hijos, yendo y viniendo desde los quehaceres domésticos  hacia  las cunas desde donde reclamaban “su presencia corporal”. Las cunas contaban con un arco en su base que permitía la oscilación rítmica del vaivén, imagino a estas mujeres ocupadas tratando de hacerse presente a la distancia, con un pie sobre el arco al ritmo del vaivén: la voz, el ritmo, el canto y las palabras constituían entonces esa otra presencia física, la del lenguaje emotivo.”

 

“Son las pobres mujeres las que dan a los hijos este pan melancólico y son ellas las que lo llevan a las casas de los ricos.  El niño rico tiene la nana de la mujer pobre, que le da al mismo tiempo, en su cándida leche silvestre, la médula del país.

Para provocar el sueño del niño intervienen varios factores importantes si contamos, naturalmente, con el beneplácito de las hadas. Las hadas son las que traen las anémonas y las temperaturas. La madre y la canción ponen lo demás”. De: “Las nanas infantiles”,  Federico García Lorca, español (1898-1936).

 

“Los rastros de estas composiciones simples, breves, improvisadas, hasta a veces sin rimas, permanecieron a lo largo de la historia por su transmisión en cada núcleo familiar a modo de secreto con poderes mágicos. Constituyeron un recurso apropiado para “hacer tiempo” antes del auxilio; en sus melodías y en sus palabras se reconocen al decir de García Lorca “la sangre” del calor histórico. Monotonía y melancolía conforman las esencias de las nanas. Son necesarios dos ritmos: el ritmo físico de la cuna, la silla o el vaivén del cuerpo, y el ritmo intelectual de la melodía. El adulto alterna estos dos ritmos con distintos compases y silencios; los combina hasta conseguir el tono justo que encante al bebé. El texto no tiene valor, el cansancio o el dolor ceden ante el ritmo y la vibración de la voz sobre ese ritmo.

En la melodía se refugia la añoranza de tiempos pasados ya que define los caracteres geográficos y la línea histórica de una región. La canción de cuna perfecta se podría lograr con la repetición de dos notas entre sí, alargando sus efectos. El objeto fundamental es dormir al bebé que siente ganas de jugar, por lo que el canto es un modo de incentivación al juego que él mismo genera a través del balbuceo.

Las palabras, entonces, son un instrumento de los adultos al que transfieren sus propias necesidades; asimismo, a través de ellas los niños se trasladan fuera de sí, a la lejanía, a sitios fabulosos habitados de aventuras… para hacerlos volver a sus regazos, para que cansados, concilien el sueño. Los personajes recurrentes de las nanas son seres “activos”, con movimientos gráciles. A oídos de los niños constituyen una precoz iniciación al lenguaje poético, quienes fueron iniciados en este rito acuden a él aún en edad avanzada a través no sólo de la apreciación poética sino también de los juegos con el lenguaje, adivinanzas, enigmas, etc.…”

 

      -No sé si elegirás para acompañar este reportaje textos de tus poemarios inéditos. En todo caso, ¿nos interiorizarías sobre lo que primordialmente subyace en cada uno de ellos?

 

     -Los dos primeros  poemas que transcribo pertenecen a “Cripta de amor”, que permanece inédito en su versión gráfica pero que fue difundido en forma parcial en diferentes sitios web.  Esta cripta está construida por diez bloques, en cada uno hay dos textos espejados en el que se narra una misma situación desde una perspectiva diferente; el enlace entre uno y otro texto se da a través de una cita bibliográfica. Los otros pertenecen a  “Ejecuciones” (empecé a escribirlo en 2005 y aún sigo en su elaboración).

 

María Pugliese selecciona para esta entrevista, en enero de 2014, seis poemas de su autoría:

De “Cripta de amor”

 

I

            Nadie es el otro.  Nada importa saber qué  piensa y  por qué  había llegado hoy allí.

            Toda idea fue previa.  Ahora la única inquietud sitia la expresión de los labios semiabiertos.  ¿Cómo saben los besos?, ¿con qué frecuencia se rozan o se alejan?, ¿cuál es el punto  en que los propios rasgos desvanecen en mullidos impactos? Una tenue presión más y el encuentro de lenguas, es el momento de un giro sinuoso e imprescindible de los cuellos, cóncavo y convexo.  Acompasados.

            Sólo labios sin cuerpo, sólo lenguas sin voz, sólo ritmos  alientados  por respiros.

            Abrir y cerrar.  Hacia adelante un desfiladero de ráfagas que intentan espiarse.  Como ojos, imaginan las líneas aplastadas de los rostros e intentan tomar distancia para abrir la mirada.  Pero se alargan: caer y sostener para volver a caer y sostener.  Dos en la multitud, dos aleteos de palomas sobre un cable a la espera del vuelo.  Dos en un vuelo sin cielos, arrumbados, bajotecho.

 

            Persiste la inquietud por saber el sabor de los besos.  ¿Vendavales?  ¿Salitre? ¿Miel de pétalos? ¿Aromas de glicinas?  Ajenjo.  No hay sabor en los besos transmutable en esencias.

 

            Danza de ensalmos.  Algo quebró y se aúna para embestir una y otra vez:  ¿quién es? ¿quién soy?.

 

            No hay sabor en los besos y sin embargo nada está quieto, todo es asombro, nuevo.

 

 

boca

 

 

        entrada, agujero, orificio, hueco, raja, grieta, rendija, jeta, abertura, tragaderas, salida, pico, embocadura, fauces, tragadero, bocacha, hocico, labios, morro, bocaza

 

 

 

Diccionario de sinónimos y antónimos. Espasa Calpe.2005

 

Para nada y en soledad extrema

con el único afán

de profanar insignias

hubo quien ideó el primer criptograma

para nada ni nadie

                              a ras del suelo    

 

En este instante

me ciñe por los flancos

y un suspiro  amargo  imanta los alientos

puja  médanos

con labores  pacientes

de intemperie y viento

                              bajotecho

 

Para nada

una sobre otra

dentro de

 

            Ciertos  sabores me llegan  encubiertos por las  reminiscencias del recuerdo, atados a las circunstancias, a los preparativos -quién, cuándo, cómo  presentaba los alimentos-.  Comer era una fiesta.  Y sentarse a  la mesa un ritual habitado de palabras y risas.  ¿Tienen edad los paladares?    Hay días en que hasta mastico sin ganas, es como si  la saliva empastada lijara  mi garganta;  y ese vacío en el estómago que debería alertar al apetito, se niega  por  la sed, una sed insaciable  que distorsiona todos los sabores.

 

Labios sin cuerpo

sobre piernas

que alegan algún vago estertor

se abren

como fauces

 


*

 

 

De “Ejecuciones

 

el olfato ondula

entre los vestidos que  conservan   la fragua

de los aromas íntimos

y me traiciona

 

el sabor del café

oscila  por el borde de la taza

y  refiere a  los  sellos de la boca

sobre el esternón

y me traiciona

 

el discurso de un andar constante

bajo sauces sombreados

evoca  pasillos maullidos vidrios rotos

escritos llantos  desesperos

vanidades

y me traiciona

 

el erizo cautivo

se resiente

se niega al alimento

se encrespa y se contrae

cuando el único peligro es la huída

cuando la única certeza es la ansiedad

y me traiciona

 

la estela

enaltece con ráfagas

aristas que devuelve el sueño:

mejillas en roce

cinturas trenzadas

piernas en arco

ensalmos  placidez

y me traiciona

 

son una niebla espesa

que transmuta en desprecio

cualquier rastro de amor

 

 

**


a contrapelo 
cabalgamos llanuras 
desiertos estepas 
cima y sima 


nos elegimos viento 


flameamos entre mástiles 
proas y popas 
enaltecimos al agua 
y aplacamos al polvo 

por las terrazas y los terraplenes 
por los sinuosos senderos de las villas 
a la hora de la siesta 
escandalizamos  el meneo de las hamacas y los barriletes 
con alas de gaviotas 
y temblor de palomas en celo 

fuimos viento 
herederos 
del miedo a las catástrofes 
fuimos giro torbellino ímpetu 
trashumancia 
                                             huérfanos 
                                             del tibio arrullo 
                                             previo 
                                             al sueño profundo 
nos elegimos viento 
para deambular 
por ciudades oscuras 
a medianoche 
y desprender sin pudores 
las vestiduras del paisaje

ingenuos e ignorantes 
nos elegimos viento 
                                            dónde virar 
                                            cómo reconocer 
                                            encontrar 

 

***

 

esas estampas

por detrás

son huellas?

 

hubo  pies  territorios rutas

allí entre las madejas?

 

los  residuos que deprenden aromas nauseabundos

contienen  algo más que abandonos y muertes?

 

fiel a los hilos de

deshacer  las tramas

y  desatar los nudos

atraviesa lo enmarañado

a paso lento

se encauza hacia el plácido sendero de sus ojos

e interroga

queda algo por decir?

 

en  medio de  las sombras que se desperezan

sobre  un haz oblicuo  de la lámpara

al  ras del vaho extendido por  las hojas del tilo

encima  de  los paños que ondulan  la terraza como fantasmas

en frente del ocaso en el que la ciudad se aletarga

y  nos devuelve las voces de los niños allí abajo

los cantos de los obreros que penden de una soga

el crujir de los carros y las bocinas

las  sirenas

las  cortinas de agua

 

todavía

queda mucho por decir

 

los sitios de la espera y el desencanto

debieron   haberse poblado de palabras

los gestos de su pulgar en mi mejilla

debieron  haberse poblado de palabras

las  bocas entrelazadas  en los besos

debieron  haberse poblado de palabras

el sudor el cansancio el llanto la traición  la cobardía

debieron   haberse poblado de palabras

 

cada  país habitación  suelo lecho manta

que  nos atravesó  distanciados vacíos tristes extraños

debieron  haberse poblado de palabras

las tenues nevadas sobre las acacias

el sopor del asfalto en los eneros

los zorzales y tacuaras en pugna por tan solo una rama

debieron haberse poblado de palabras

los  aeropuertos  las estaciones  y los equipajes

testigos  permanentes

debieron  haberse poblado de palabras

 

 

por los bálsamos del sol al mediodía

por los túneles del miedo y las retaguardias

por los escondites que gestaron y dieron a luz estigmas de esperanza

por las voces desperdigadas en soliloquios

y por todos los espacios del desencuentro

 

aún

queda  tanto 

                      por decir

 

 

**

dispone sus manos

blancas  pequeñas de uñas cortísimas

sobre  las hojas

en movimientos opuestos hacia afuera

las recorre

como si fueran las yemas

-no el índice ni el pulgar-

las portadoras de  llaves

que con rasgos prolijos gráciles y equilibrados

abrirán  puertas 

en medio del silencio y los desechos

 

dispone sus manos

y con sólo dos gestos

traza  los límites: ya no más inocencias

 

 

  En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, María Pugliese y R. R., enero 2014.

 


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19 de Mayo, 2013 · General

Simón Esain, sus respuestas y un poema

 

Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti

 

Simón Salvador Esain (pronúnciese esáin) nació el 30 de agosto de 1945 en Maipú, provincia de Buenos Aires, República Argentina. Desde mediados de 1970 reside en otra ciudad de la misma provincia: Chascomús. En 1987 y 1988 asistió al taller literario de Pablo Ingberg. Fue miembro fundador del M.A.Y.A. (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) (1988-1998). Coordinó en esa institución los talleres de literatura durante cuatro años. En 1988, junto a Ricardo Chambers, crea la revista artesanal “La Silla Tibia”. También incursiona en radio. Es miembro invitado de la Seccional Chascomús de la Sociedad Argentina de Escritores, donde coordinó talleres informales de poesía entre 2006 y 2008. Poemarios editados: la trilogía de “El Año Inútil”: “Indignación de noviembre”, edición artesanal, 1995; “Mayo de 1989 o el humo”, Alicia Gallegos Editora, Villa Tesei, Buenos Aires, 1995 (con dibujo de tapa de su hija, María de las Mercedes Esain); “Musa interventora”, Alicia Gallegos Editora, 1996; y “El momento de ahogarse”, edición artesanal, 2000. En 2008, por el sello Editores Urbanos, de la ciudad de Buenos Aires, se publica la crónica de viaje “El llamado del árbol” (Travesía a Perú en cuatriciclo), que Simón Esain redacta a partir de manuscritos de su hermano Rubén, bajo cuyo nombre se editó. Permanecen sin socializar numerosos volúmenes de poesía y prosa breve.

 

    -Sé que has nacido en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, donde tu padre atendía un almacén, despacho de bebidas y cancha de bochas. Y sé que siendo vos un pibito tu familia se trasladó al campo y te convertiste en pastor de ovejas y criador de vacunos, patos, ñandúes y zorrinos. ¿Cómo te recordás hoy en ese paisaje y cómo a tus padres y a tus hermanos? ¿Cómo transcurrió tu escolaridad? ¿Qué libros has leído, qué autores, hasta ya adoleciendo tu adolescencia? ¿Fue por entonces que comenzaste a escribir poemas y relatos?

 

   -Lo admito, Maipú es una ciudad pequeña, lo que llamamos un pueblo, en la panza escurridora y ventosa de la provincia. Sus habitantes, incluidos los que nunca sabrán montar a caballo ni ordeñar una vaca ni cómo se degüella un chancho, son tildados de ‘paisanos’ en ambas ciudades capitales cuya cercanía nos deshonra y nos desangra; pero ellos a su vez, se permiten diferenciarse otro tanto, llamando paisanos con justa razón, a los que viven en el campo, sea en ranchos o casas, que en aquellos tiempos eran y éramos muchos, muchos más que ahora, como grafica mi singladura. Éramos tantos que podíamos categorizarnos socioculturalmente en otros tres niveles, siempre descendentes, según he mirado.

 

   El paisaje pampeano no se recuerda; se lleva puesto. Es una línea que divide el suelo del cielo. Nada notable; silencio, soledad, rumores del aire en los pastos. Voces de aves, balidos, mugidos lejanos o cercanos. Más bien árboles, sol, nubes, gente sola. Pero de eso hay en todas partes. Lo que de él se extraña es no ver el horizonte a toda hora, como si hubiésemos perdido el reloj. No me veo allí y eso me alivia; me siento allí. Es duro decirlo: el campo embrutece; lo vemos hermoso desde la ciudad.

 

   Comprender la condición de mi padre me ha llevado la vida entera. Huérfano del suyo a los cinco años, se enteró que no vivía en el País Vasco cuando empezó a ir a la escuela y tuvo que aprender castellano. A sus siete años comenzó a trabajar en la huerta de la madre, único medio de subsistencia familiar de la reciente viuda, oriunda de Guipuzkoa. Luego, en un luego que debió ser largo largo, a sus doce aprendiz de armero le valió no morirse de hambre y asistir al prostíbulo. (De tal época le vienen los rastros de tuberculosis que, a su agonía, nos informó el médico.) Con parientes carnales en el comercio local, no bien estuvo más alto que un mostrador, devino a empleado de comercio. Proletario en vías de inclusión, socialista cristiano ayudando a algún cura a ayudar, cultivó el odio secular del buen navarro a los españoles que habían sometido el viejo reino. Algo intangible lo destacaba: su afición a la lectura. Lo visible; su afición a las mujeres, al juego por plata, al alcohol, los mostradores enchapados, las madrugadas, los amigos de esos alrededores. Lo apreciable en cualquier caso: su modestia, su honestidad, su lealtad.

 

    Y debo apuntar porque viene al caso, la condición de mi madre, nieta de terrateniente castellano, hija de estanciero conservador, apenas menos iletrada que él, igual de terca, igual de rencorosa y tascadora, tan apegada al mito de su linaje como él al meritorio sobreponerse a ese menoscabo. Es decir: lo menos peor de la provincia bonaerense.

 

    Entrambos, de nexo, una típica mezcla epocal: la pinta y los ojos azules de mi él, mas el prurito hereditario de mi ella. En el Club Ferroviario una noche de tango y milonga con la orquesta de Di Sarli, “Sacarra”, el “Cachafaz”, lo que, mediada muerte de mi abuelo materno, algunos llamarían ‘braguetazo’. Decirlo es exagerar mucho; toda su vida mi viejo ganó su guita levantándose a las cinco de la mañana y sudando. Pero es cierto que el matrimonio de ambos jóvenes pronto pasó a ser propietario de almacén en una esquina de barrio, despacho de bebidas, cancha de bochas y un teléfono a manivela que podían usar todos.

 

    Allí, recién terminada la segunda guerra mundial y a la sombra del hongo atómico, la ‘vasca’ me trajo al mundo. Fui la alegre noticia superadora, el mimado de los vecinos viejos y del ‘canchero’, entonces un oficio que permitía comer. Si voy y le vuelvo a preguntar, mi madre vuelve a contarme cómo fue el parto y su temor a que esa cosa chiquita entre sus brazos se le muriera por inexperiencia mía y de ella.

 

    Hay un pueblito en la provincia al que pusieron de nombre la fecha de mi nacimiento. Pero homenajeando al tren; o sea, a su modo ronda mis afectos profundos. Nací a dos cuadras de la estación de Maipú y el silbato a vapor de aquellas locomotoras es el sonido más antiguo que recuerdo. La que fuera nuestra casa familiar en Chascomús sigue adosada a los rieles y convoyes atronando entre los patios; mi primera casa propia aún los tiene enfrente, cruzando la calle; mi segunda casa, a ciento cincuenta metros; la actual, a cincuenta.

 

    Cuando nací, una perra de un vecino había parido. Fue mi padre y se trajo un cachorro para mi regalo. Crecí custodiado por un ovejero alemán, el ‘Chicho’: nadie me acariciaría sin su consentimiento, él se comería mi caca y me limpiaría el culo de dos lengüetazos; me ampararía de los automóviles que pasaban levantando polvareda; me ayudaría a caminar prestandomé su lomo. Luego de mi madre, no conocería a nadie más leal.

 

    En algunos momentos del día la cancha de bochas, silenciosa, alisada, quedaba a mi arbitrio. Tomaba un palito y dibujaba en ella largas siluetas y diseños. ‘Chicho’ descansaba en la sombra; todo bien. El lío se armaba cuando entraban los paisanos a jugar y pisoteaban mi obra. Venía mamá a llevarme alzado, pataleante y lloroso; cuánto odio sentía por esos tipos socarrones, de alpargatas y bigotes. Otras mañanas me iba a la medianera del  fondo a comer polvo de ladrillo. Hablando de comer, me cruzaba enfrente, donde vivía un familión de negros amontonados en un ranchito, a comer tallarines en un plato de aluminio con un tenedor al que le quedaba un diente solo. O más lejos, más allá de la vuelta a la esquina, casi donde acababa el mundo, a la casa en ruinas de otros negros (muy cariñosamente lo digo) que primos de estotros. O a mitad de cuadra, me sentaba en el suelo, cerca de donde para ganarse su vida, la ‘Chacha’ Albornoz lavaba ropa en la batea; a responder nunca sabré cómo las preguntas de su voz profunda y pausada; a observar flores de yuyo o manosear bichitos. Todas las morochas viejas de ese lado del barrio tenían voz de bajo y risa larga.

 

   Cuando nací había cosas de moda; entre ellas el tango Cuartito Azul, de Mores. Cuando mis padres se mudaron a su casa propia mi padre agregó añil a la cal, encaló lo que sería cuarto dormitorio y le dijo a su embarazada: Ahí tenés tu cuartito azul…

 

   Yo era tan capaz de travesuras terribles como tranquilo y silencioso. Pasaba inadvertido y como en ese tiempo se usaba hacer referencia a cierto Mongo Aurelio para calificar a un nadie, el ‘canchero’ empezó a llamarme ‘Mongo Aurelio’ y todos me llamaron ‘Mongo’, como al famoso planeta de Flash Gordon. Pero era un sobrenombre muy pesado para un niño, y las mujeres lo llevaron a ‘Mongui’. Y el ‘Mongui’ perduró hasta hoy en el recortado mundo de mi madre, mis hermanos y parientes carnales.

 

   Mi bisabuelo murió poseyendo 22.000 hectáreas de campo en General Madariaga. Como también tuvo catorce hijos, volvió innecesaria la reforma agraria. Mi abuelo murió con 1.200 hectáreas. Cuando me llegaba el turno de iniciar el jardín de infantes, a mi padre se le dio por establecerse en la parcela de campo que por sucesión correspondía a mamá. De cuántas atrocidades pueblerinas me habré salvado, no sé. Sé cuántas campesinas me esperaban y podría contar cuántas de ellas se concretaron. Fuimos y somos cinco hermanos, pero me he bastado para oveja negra. El menor me es el más afín, como si cerráramos una ronda. Eso hemos sido hermanos y hermanas, no más que una mano juguetona desde el mero principio, que hasta hoy conserva sus cinco dedos.

 

   A los siete años, unos almaceneros supieron de mi afición a la lectura; me dijeron: Esperá… e ipso facto volvieron de adentro para ponerme en las manos un libro grande, de tapas duras, y me pidieron que leyera alto. Lo hice fluidamente y se maravillaron hasta hacer carraspear de orgullo a mi padre. Fue mi primer libro: Los Robinsones Suizos. Dos años tardé en leerlo; a mi hermano menor, rubio como un alemán, todavía le decimos el apodo surgido de entre aquellos personajes.

 

   Un día, a mis nueve años, conciente de que me había enamorado por vez primera, pero apenas de eso, comencé a desenrollar versos a rasgos rojos y doble espacio en uno de mis cuadernos; ella tenía quince, nada menos, y era rubia y cuando dormía soñaba y conversaba en voz alta. Recuerdo que le hablé al reloj y a otras cuestiones, casi un Gelman, porque no debía nombrarla ni aludirla. Mi timidez crecía por el modo alucinante.

 

    Nuestros padres llevaban muchachas a casa para que nos instruyeran, pero ellas preferían ponerse de novio con nuestros tíos, y desfilaban. Así que mi escolaridad ocupó, formalmente, dos años: una fugacidad. Aprendí a jugar a la bolita y a manejar el jeep. Nadie quería verme en la escuela. Era mucho más alto que las maestras.

 

    Te cuento, para variar, una vez que hicieron a mis hermanas y compañeros tomar la comunión, y vino el cura al aula. Entre la maestra y mi madre me obligaron a confesarme y comulgar. Empecé a repetir ante el cura algunas tonterías preparadas, hasta que me pidió, un poco pálido, escandalizado: Baja los ojos, hijo. Me quedé mirandoló con la boca abierta. Algo recuerdo pues, de qué dicen los curas.

 

    Leía y releía cuanto caía en mis manos. Empecé por Verne, Salgari y Harold Foster. Meché con La Hora Veinticinco, La Revolución Húngara, Nuestro Enigmático Planeta, El Último Mohicano, El Decamerón, Dumas, Hugo, Shakespeare, o donde la fuerza aérea norteamericana criticaba el papel que le habían asignado en la gran contienda, el diario de un piloto alemán, cuanto hablara de griegos, judíos, indios, Storni, Cervantes, Fray Mocho, Echeverría, Malaparte, Waltari, Dostoievsky, Sarmiento, Tolstoi, Twain, Moody, Buck, Uris, Lin Yutang. Todavía no llegaban Borges, Whitman, Cortázar y reseñas de los poetas considerados nuevos, como Trejo, Gelman, Urondo, Romano. Y vuelta a Mc Cullers,  Dalmiro Sáenz, Camus, Miller, Hesse, Hemingway, Baroja, Galdós, Gómez de la Serna, Vila, Donoso, Pavese, Conti, Marcuse, Salinger, Engels, Nietzsche, Di Benedetto, Vargas Llosa, García Márquez, Juárroz, Pizarnik, Hikmet, Montale, Bassani, Rulfo, Foucault... Fuera en casa, en lo de mis tíos, entre los cajones de revistas que había en la estancia principal, en las bibliotecas de las casas adonde iba con mi familia… Me gustaba leer de historia y de filosofía. Mis lugares preferidos en Maipú eran un quiosco y la librería. Hice la colimba en una escuela para cadetes y oficiales, donde tuve a mi merced toda una biblioteca. Era un ratón de biblioteca. Ahora apenas leo un libro por mes; de a poco y sentado en el inodoro.

 

   -¿En qué época comenzaste a publicar en diarios y revistas, Simón? ¿En qué diarios y revistas fuiste publicado? ¿Estabas inserto siendo muy joven en algún círculo de escritores o taller o asociación? ¿En aquellos sesentas de la Argentina, militabas en algún partido político o te formabas ideológicamente?

 

   -Me hace sonreír tu pregunta, querido Rolo, y a su modo es indudable que comencé a publicar. Pero tan ridícula su vista comparada a lo que tengo inédito, que me tienta una carcajada triste. En un ocasional suplemento literario que sacaba El Día, de La Plata, en 1970 me publicaron el cuento que le había prometido escribir a un tío con uno de sus sueños que contó. Siendo muy joven y no tanto, mi afición a la literatura y la poesía fue cruz no más, en mi relieve. Entre Whitman, Borges y Marcuse me pusieron a escribir algo que apuntaba en alguna dirección. Pasados los cuarenta, fui a un taller por primera vez. Quizá un tiempo antes, haya salido de una reunión entre iguales aficionados, aquí en Chascomús.

 

    Por cierto, los ’60 y ’70 fueron años de formación turbia y lenta, de algunas charlas con jóvenes o mayores. No milité ni me integré a grupos clandestinos porque en su momento decidí que no me daban las convicciones y la imprudencia. Además, salir de la colimba en la Armada tildado de comunista, habiendosemé confiscado lo que escribí en ese tiempo y con la seguridad de que su servicio de inteligencia me vigilaba, trabajó bien para disuadirme. Acabé radicandomé definitivamente en Chascomús, adoptando un oficio silencioso, casandomé. La literatura era una afición, un hobby recóndito. No tenía idea de qué era hacer literatura. Me costó décadas poder escribir prosa, un relato, un cuento. Me ayudó decidirme el escribir lo que veía en mis sueños antes que preferir alguna ocurrencia.

 

    Entiendo que fui aparecido en esas revistas en las que nos publicábamos los unos a los otros, como ahora lo hacen sin retaceo en los medios internéticos. Sería cálido que me pusiera a revolver papelerío para hacer una lista, pero mejor será que te lo quede debiendo. Siempre hay que deberles algo a los amigos; es parte fundamental del vínculo. Debo mucho agradecimiento, y me emociona cada vez que lo pienso. Una de esas personas a las que debo mucho de lo emocionante, sos vos, Rolo. Me han dicho tanto tus silencios.

 

   -Desde hace décadas residís en Chascomús, esa otra ahora no tan pequeña ciudad (y su laguna) que para mí es encantadora (hasta he fantaseado con mudarme a ella).  ¿Cuál es tu visión de Chascomús, en cuanto al quehacer literario, desde que la adoptaste hasta la actualidad? ¿Cómo has contribuido, de qué modos te has ido involucrando en lo que solemos denominar "lo cultural"? Y paralelamente, ¿a qué tareas remuneradas te has ido dedicando?

 

    -Sí, Chascomús es una ciudad encantadora e incluye entre sus encantos la ilusión de mudarse a ella. Viví esa experiencia del lado agradable, digamos. Teniendo en cuenta que el quehacer literario desapareció de Maipú en cuanto sus padres se llevaron a Leopoldo Marechal, igual fue deprimente lo visible bajo tal denominación que aprecié en Chascomús. Te confieso mi sospecha de que donde debiera tener el criterio habita un bicharraco. Acá hay escritores desde que tienen memoria unos de otros; la memoria local es selecta  porque en algún momento se lesionó.

 

    Reconozco que las novelas europeas nos mostraban cenáculos rumbosos, distantes, prohijadores de famas llegadoras. He crecido reparando en esa cara de lo lejano, ajeno, de lo apenas apreciable desde acá. Que te hace concebir lo que no sos como impropio de lo que sos. Una mora o una rémora, en el mejor de los casos como puede serlo el mío. Porque no entendí que acá, a escala menor pero no menos valorada, incurrían en lo mismo. ¡Misántropo de mí! Una de mis primeras novelas preferidas fue El Extranjero. También amo El Principito, pero como cábala falló.

 

    Puedo decir que en Chascomús he vivido de las letras, pero dejandolás pintadas en paredes, vidrieras, vehículos de transporte, carteles, automóviles de competición varios de ellos campeones. Que en cuanto me enteré de talleres de literatura fui, sin tener en cuenta que nadie del ambiente considerado en sí propio (Dolina dixit) iría. Un taller que empezó a darse en la Asociación Bancaria y que terminó funcionando en mi casa, fue decisivo. Por primera vez sonó la palabra postmodernismo en Chascomús (¡Un redoble ahí!). Fue decisiva una visita de Néstor Sánchez, el amigo de Cortázar, a comer asado en casa. Ya habíamos creado el MAYA; y desempolvado y expuesto poemas a víctimas de la dictadura. (¡Un médico a la derecha!). Estábamos vivos. ¡Pero cómo no!... si la dictadura genocida había pasado y Raúl Alfonsín era presidente de la república. Hicimos circular La Silla Tibia. Me encargué del taller literario del MAYA durante cuatro años. Celeste Diéguez ganó la medalla de oro en poesía y un viaje a España. ¡Ole! Hasta sucedió que vinieran dos chicos de Maipú que se colaban en el tren de venida y de vuelta… ¿Oíste, Marechal? ¡Qué hermoso! Qué caradura o qué falta de otras cosas, ¿no? Creo que ilustrar con esto me evita describir lo otro. ¿Me lo aceptás? Chascomús desconoce a Juan Antonio Vasco que está enterrado acá, y venera a Baldomero Fernández Moreno que está enterrado allá. Quise dar vuelta eso pues de otro modo no va a suceder. ¿Se podrá?

 

    Sí se puede. Aunque me suene horrible que sea posible la cosa imposible. Aunque los jóvenes más capaces e inquietos se nos sigan yendo a las metrópolis y se vea eso como  éxito, algunos envejecidos quedamos o vienen de tanto en tanto. Como que la SADECH sigue andando y este año organiza la sexta o séptima feria del libro en Chascomús; se siguen publicando libros aunque ya no se sepa para qué; funcan dos o tres talleres y de tanto en tanto alguien de acá lee algo que me gusta. He tratado de molestar poco con mis opiniones y eso me envolvió en una mala fama persistente, tan persistente que un día comenzarán a considerarla sólo fama. Aquí, mi único libro exitoso es uno que apareció bajo nombre de otro. ¡Con decirte que al taller donde concurro, frente a mi casa, lo denominaron ‘Impulso foráneo’!

 

    Una vez me convencí que me habían dejado desocupado para siempre, hundido en esa mi condición soñada, me dediqué a un montón de actividades pero, lamento informarte, ninguna de ellas remunerada. No importa; en nuestra comunidad siempre aparece alguien que sufraga cobrando.

 

   Un día (nomás unas horas) ¿podré darme el gusto de traerte a Chascomús a vos, a Roberto Malatesta, a Ale Schmidt, a Rubén Vedovaldi, a Juan López, a Jorge Omar Altamirano, a Eduardo D’Anna, a Osvaldo Bossi, a José Emilio Tallarico, a César Cantoni, a Celeste Diéguez, a Celia Fontán, a Ana Emilia Lahitte, a Cynthia Sabat, a Alicia Gallegos, a Emilce Rotondo, a Ketty Alejandrina Lis, a Anahí Lazzaroni, tantos otros y otras, verlos sonreír juntos y hacer oírlos en gran anfiteatro, presentados en voz alta y decir: ¡Estos son mis amigos!?

 

    -Desde luego, Simón, estaría buenísimo que un festival de poesía en “tu zona de influencia” nos reuniera a los nombrados y a tantos otros y otras, que vos, al principio con Chambers y después solo, fuiste difundiendo en la revista “La Silla Tibia”, la cual mantuviste hasta que fue materialmente imposible. Te propongo que presentes a los lectores de este “diálogo” a través del correo electrónico, aquella propuesta gráfica tuya, artesanal. ¿Cuántas ediciones fueron, durante qué lapso, qué te fue pasando de grato e ingrato mientras la editabas, cómo armabas cada número, qué criterio de selección de textos prevalecía...?

 

   -En verdad sucedió que el taller de Pablo Ingberg y la creación del MAYA nos movilizaron mucho y en especial a mí, que me había aislado totalmente durante la dictadura y estaba abocado a la finalización de mi nueva casa, conclusiones que coincidieron en un mismo tiempo y me abrieron un amplio panorama de relaciones y actividades. Pablo nos mostró todo tipo de revistas artesanales y alguna de ellas nos decidió a imitarla desde Chascomús. Chambers propuso llamarla ‘El último perro’ pero a mí ya me había picado la imagen de esa silla que permanece tibia en razón de su tarea. Incluso el comprobar la repercusión y posibilidades de LST, hizo que pronto Chambers quedara desplazado por mi dedicación, que suele ser obsesiva. Fui el primero en alejarme del MAYA por diferencias ideológicas y a poco, otro grupo importante me imitó, así que mi casa (justamente diseñada con ambición) pasó a ser por un tiempo, centro de reuniones de los ‘desmayados’, como graciosamente nos calificó una compañera. El mismo taller de Ingberg y algunas propuestas aledañas, funcionaron en casa a falta de un sitio institucional y fue así como nos visitaron algunos escritores desde Buenos Aires, entre ellos Néstor Sánchez.

 

    La edición de La Silla pasó por una etapa de desarrollo y difusión acelerada (de la que fuiste partícipe), momentos especiales como la ‘previa’ al Vº Centenario de la invasión de América por los europeos, ocasión en que me reintegré al MAYA aportando esa misma inquietud. Fueron años cúlmine. En el ’92 mi situación económica comenzó a declinar y la pendiente se acentuaría. De cualquier modo continué sosteniendo la correspondencia, edición y distribución de La Silla hasta donde pude y lo mejor que pude. Se armaba con un 70 u 80 % de material inédito, a veces recibido escrito a mano y sin corregir, y el resto elegido entre publicaciones recientes. Además agregaba artículos periódicos de mi amigo indigenista, Enrique Marcó del Pont (Rumiñawi, Piki Chaki y otros seudónimos) y los que secundaran mi visión ideológica. El criterio para seleccionar el contenido era sumamente básico: que me gustara y una calidad suficiente. En caso de percibir errores o correcciones necesarias, consultaba al autor y en general, nos poníamos de acuerdo. Ignoro en qué consistió el acierto, pero La Silla, salvo alguna que otra excepción, recibía una notable acogida. Los números llegaron a treinta a lo largo de diez años. Alguna mereció llamarse Yawar Silla, porque me costó sangre publicarla. Varios acontecimientos se precipitaron y no pude sostener el esfuerzo. Pero mi empeño revela que casi todo alrededor de ella, fue grato, reconfortante. Obtuve algún apoyo económico de los mismos amigos de La Silla (por ejemplo, a Alejandrina Ketty Lis debo mucho agradecimiento), la Municipalidad y empresarios locales, no el suficiente como para continuar su edición. Tampoco en el ámbito local La Silla provocó lo que podría haber resultado de su presencia. Mi complicada situación personal ya pesaba demasiado en mi ánimo y había empezado a militar en varios frentes contra el gobierno reaccionario de Menem, Cavallo y compañía.

 

    -Antes de publicar tu primer libro habías escrito cinco poemarios. Me pregunto si los tenés, si los conservás, si los valorás, y si así fuera, si los publicarías. ¿Escribías prosa antes de 1986? ¿Cómo se fue dando tu producción antes de sacar “Indignación de Noviembre”? Y como tengo mi ejemplar a mi lado, leído por tercera vez en 2005, voy a tu prólogo, a tus palabras prologales, donde es nombrado “Siberia Blues” de Néstor Sánchez. ¿Cómo perdura en vos aquella influencia? “Una vivencia indeseable: 1989”, leo en la mentada introducción, y leo “Ese fantasma, El Año Inútil”. Ampliemos, te propongo. Expláyate.

 

    -Sí, aunque me desentendí totalmente de ellos, conservo casi todos mis trabajos anteriores al taller con Ingberg. Es que para mí escribir había sido un hobby sin mayor pretensión; de escritor yo tenía apenas mi gusto por la lectura y dos años en una escuelita rural. Rescato algún trabajo aislado, como el poema que dediqué a un amigo asesinado por la policía en 1974, y otros que se refieren a visiones de mi infancia rural. Pero no, no los publicaría. Soy muy crítico de mi pretensión literaria, dada mi falta de estudios y capacitación para semejante tarea. Salvo alguna excepción, demoré cuarenta años en escribir prosa. Considero mi primer relato a ‘El Canto de las Sirenas’, concluido en 1991, y que abre mi primer libro en prosa: ‘Las Malvinas y Otros Sueños’. Han pasado casi treinta años desde entonces y por tanto, lo que mi olfato dice de aquella prosa, de nuevo comienza a provocarme desconfianzas.

 

    Fue Néstor Sánchez, a raíz de nuestros comentarios sobre su Siberia Blues y Diario de Manhattan, quien nos habló de fragmentación literaria y de una postura distinta frente al impulso de escribir. La posmodernidad era algo novedoso e inquietante entonces. Nos propuso repetir una tarea que él mismo se había impuesto: escribir alguna cosa todos los días a lo largo de un año. Fui el único loco del grupo que lo hizo, y reconozco que resultó un esfuerzo tremendo, lleno de tropezones y remiendos. Porque al aficionado la vida se le atraviesa e interpone a cada rato. Creo que su influencia significó la conciencia perdurable del hecho escritural. Coincidió además, con la decadencia del gobierno de Raúl Alfonsín, el resurgimiento de fantasmas que creímos superados, la conciencia de nuestras limitaciones sociales y de nuestra relación con un mundo cada vez más globalizado.

 

   1989 fue un año terrible para mí, plagado de vivencias indeseables, de reversiones, pérdidas, frustraciones. El Año Inútil, que es mi fantasma literario, fue el recipiente donde volqué esa amargura y la ironía consiguiente. Sin embargo, de él surgieron mediante un trabajo en el que me empeñé a fondo y en absoluta soledad, seis o siete libros en verso y prosa. Gracias a la entrañable Alicia Gallegos pude publicar algunos poemarios, pero sinceramente, sigo creyendo que me apresuré en hacerlo. Es probable que lo necesitara (no lo dudo) para cortar el cordón que me unía a la experiencia primeriza. Reconozco que el poemario ‘El Momento de Ahogarse’ describe un segundo esfuerzo destinado a sacar la cabeza del agua, dejar atrás la ironía.

 

   -La trilogía de El Año Inútil, comenzada con “Indignación de Noviembre”, ve su continuación en “Mayo de 1989 o El Humo”, y allí tu Introducción determina que se trata de “otro libro extraído de los borradores de El Año Inútil”. Y llega después la culminación de la trilogía con “Musa Interventora”, dedicado “a la mujer más despreciable de la República Argentina”. Te insto, Simón, a que les trasmitas a los lectores, muchos de ellos extranjeros, qué le pasaba a la República en cuestión. Qué te pasaba y qué nos pasaba en dicha República.

 

    -Escribí lo que llamo los Borradores del Año Inútil desde fines de Octubre de 1988 hasta Octubre del ’89. A fines del ’88 otras cuestiones me frustraban, además del fracaso del Plan Primavera. Lo grave que nos pasaba, a mi entender, fue la tardía llegada al gobierno (uno de los regalos o lastres que nos dejaba cada dictadura militar) de Raúl Alfonsín, su discurso, sus promesas. Sobre todo tardía porque coincidió con el embate de la ola neoliberal Reagan-Thatcher. Electo Menem en Mayo de un ’89 que ya arde y quema, muchas cosas humean en el horno de la hiperinflación sin dinero. Quién no la vivió ¿puede imaginarse la hiperinflación sin dinero? Menem, un simple oportunista, se subió en Julio, anticipadamente, al tren que venía  marchando en otra dirección. Designada la hija de Álvaro Alsogaray (uno de mis tradicionales detestables) interventora en la empresa pública de teléfonos, para rifar su privatización, el asco se me volvió completo; en María Julia Alsogaray resumo mi desprecio a una sarta de mujeres que luego se hizo cada vez más larga y pútrida, desgraciadamente (y eso que considero a la mujer como el verdadero sujeto protagonista del cambio histórico en los últimos 45 años).

 

   Ya había sufrido este tipo de cólicos proféticos en el ’62 y en el ’73. Ahora era distinto: dejaba los rastros escriturales de mi desesperación. Aquellos tres primeros poemarios fueron extraídos de los chorreantes borradores sugeridos por Sánchez, y nada parecía suceder por casualidad. Cavallo ministro de economía, Bussi gobernador de Tucumán, Aldo Rico ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, eran porotos comparados a la grosura de lo precedente.

 

    Finalizado el trabajo sobre esos borradores, tuve dos sueños que debieron ser productores de sendas prosas. Uno se titula ‘La Espadaña’; el otro ‘La Valija’. No fui capaz de escribirlos y es una cuenta pendiente que no me perdono, porque me enredé en pretensiones en lugar de dar cauce a una creatividad que, es evidente, no tengo. Digo en mi descargo, que mi vida particular de entonces no era fácil. Considero anticipatorios a ambos sueños, es decir, que debieron ser escritos y difundidos oportunamente. Mi consuelo es que, de haberlos escrito oportunamente su difusión hubiera resultado del todo utópica. Han quedado en su condición de anécdotas de sobremesa. Luego traté de resolver algún problema ubicando ‘La Valija’ como relato de un sueño propio que en el otro narrara el protagonista de ‘La Espadaña’, pero ni así he podido dedicarme a escribirlos. Ahí están, apagados, juntando moho, volviéndose ellos sí, inútiles. Creo que no me dan las fuerzas con que natura me dotó, para trabajos de enjundia, de largo aliento. Con ellos llegué al borde de mi destino literario.  

 

     -Trasmitamos a los lectores, Simón, que mientras conveníamos este método de diálogo, me enviaste un texto redactado por vos en tercera persona, sarcástico-biográfico, del que yo he capturado el presentatorio detalle curricular. Transcribo un fragmento: “Por romper las pelotas, adopta progresivamente la acentuación conjugacional en los enclíticos finales, como un tiempo antes lo hiciera José Hernández y hasta el mismísimo Mempo Giardinelli. Esto le impidió ganar numerosísimos concursos literarios en los que, por lo general, no participa. Pero dice que procura la consolidación de un idioma netamente argentino.” ¿Qué otras apreciaciones respecto de tu escritura nos podrías brindar? ¿En qué escritores intuís búsquedas más o menos semejantes a las tuyas? Y extemporáneamente –me hago cargo- algo más: ¿Intentaste incursionar en la dramaturgia o en el guión cinematográfico?

 

    -Permitime incursionar en el amplio terreno de las decepciones a mi cargo, Rolando, ya que mis respuestas al respecto no saldrán de ese solar. Pasó que observé, no recuerdo a partir de qué antecedente, el modo en que pronunciamos los enclíticos finales, supongo que en razón de ensayar diálogos coloquiales en mis intentos por alcanzar la prosa narrativa. Una frase como: Se quedó mirandolá… permanece enquistada en mi memoria y ha obtenido carácter paradigmático, indesvirtuable. Puse y pongo atención cuando escucho hablar a mis vecinos, a los funcionarios políticos, y al cabo transformé en norma esa acentuación, que es real. Sobre todo porque mostramos poner el peso fonético en la partícula que señala a la persona. Me llama mucho la atención esa singularidad: el acento sobre el lá, el ló, el mé, el lés… También advertir que, al menos hace un tiempo, Giardinelli usaba ese modo en uno de sus cuentos. Más luego paré mientes en que Hernández había cometido la trampita de utilizar ambas acentuaciones, la castiza y la nuestra. Y bueno… tengo una excusa para consolarme: me descalifican a priori por escribir incorrectamente. Siguiendo esa línea, a veces el diálogo coloquial me tienta a imitar otras innovaciones que ya no lo son mucho: yuvia, eya, yegar, güeno. Escribí un cuento (“De regreso al zoológico”) donde a título de muestra gratis, abundé en la transcripción de estos modismos. ¿Porqué en ese cuento?… Porque converso con una víbora y sucede en el futuro. Es como una manera de trasladar, de extrañar de entrada nomás, al lector. Me gusta, pero no lo he repetido. El castellano es un prodigio lingüístico y tienta. Las lenguas criollas, las añadiduras indígenas, los modismos campiranos, todo tienta. Y tiene que dejar de ser tentación para ser asumido como identitario. Después de todo, allá en España se enfrentan a algo bastante similar. Creo que uno de los compromisos de un escritor pasa por mantener vivo su idioma, y muy sujeto a su tiempo y a sus personajes. Uno también es un personaje. Por su lado, la globalización pretende homogeneizar y neutralizar lenguajes. Creo que, como siempre ha sucedido, vamos a seguir creando y manejandonós con dos maneras lingüísticas, la espontánea y la intencional; la del poder y la insurreccional. Recuerdo que al idioma inglés lo hablaban los siervos, que la aristocracia normanda hablaba en francés, y lo mismo sucedía en Rusia: al ruso lo hablaban los mujiks. 

 

    Sí, hace muchos años, traté de escribir algo parecido al teatro. Muy difícil, muy peliagudo. Creo que di la vuelta y volví adonde había estado; uno no se merece fracasar tanto. Respecto del cine, del lenguaje cinematográfico, tengo por ahí algo sin terminar. También surgió en ocasión de un sueño donde uno que era yo pero que no lo era, tenía la capacidad de moverse en un tiempo distinto al de los demás. Eso le permitía delinquir, atacar, huir sin obstáculos. La única explicación a mano fue que se trataba de la compaginación de dos películas. Por el momento es un relato en ciernes.

 

     -Ocupaste diversos puestos en entidades sociales. ¿Nos contás de algunas, qué has sido y cómo han resultado esas experiencias? Sos miembro fundador del Círculo de Ajedrez Chascomús en 2005: este novel interrogador que durante sólo unos meses de su juventud jugó varias partidas, mientras aprendía, y después nunca más lo hizo, inquiere: ¿La literatura y el ajedrez contactan entre sí en vos? ¿Tenés detectados a escritores aficionados al ajedrez que te hayan promovido inferir incidencia del ajedrez en parte de sus obras?

 

    -La cuestión de participar a nivel social comenzó con la creación del MAYA (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) en la primavera democrática. Funcionábamos en estado de asamblea y a veces asumíamos tareas de promoción y difusión. Una escisión en ese movimiento provocó la continuidad y práctica de cierta línea cuasi ideológica, muy unida a la praxis. De resultas, un grupo más nucleado dio lugar a la creación de una agrupación política informal. A pesar de su pequeñez, impulsamos la creación de una comisión de derechos humanos para Chascomús y cuando, a veinte años, por primera vez se conformó aquí una multipartidaria y se memoró entre nosotros el 24 de Marzo, gestamos la Delegación Chascomús de la APDH. Como premio fui su secretario coordinador ad límine. La actuación de una entidad de derechos humanos resultó tan notoria que era convocada a integrar otros organismos participativos. Así me tocó ser secretario del Foro Vecinal de Seguridad, electo durante cuatro períodos consecutivos, y cuando quise retirarme me nombraron tesorero. Desde este otro peldaño también integré el Foro Municipal y el Interforos regional. Todas experiencias enriquecedoras. Pero a la vez (yo había quedado sin trabajo a fines de 1997) integré la CTA local, nuestro pequeño grupo político actuó bajo el rótulo de otras minorías formalizadas en frentes electorales, y al cabo de idas y vueltas siempre esclarecedoras, nos dimos el gusto con otros grupos, de parir un partido vecinal con todas las de la ley que, desde hace años tiene en su haber el principal bloque de concejales municipales. E intacta la esperanza de ocupar el ejecutivo municipal.

 

    La actividad política (por la que toda persona debiera transitar en serio y alguna vez en la vida, así cuando opina tan alegremente sabe un poco de qué cuernos habla) expande tu visión y comprensión de muchas situaciones sociales y culturales. Con el SUTEBA local, que tanto nos apoyó siempre, pude enseñar ajedrez a niños en ese gremio y en varias escuelas. Lo hice gratuitamente durante cinco años. Mi idea era que no destruyeran al ajedrez en Chascomús en nombre y colofón de algo que se veía venir. Pero al cabo, creo que lo destruyeron exitosamente. El Círculo de Ajedrez fue un intento, no más, durante dos o tres años, de extender hacia arriba lo que se producía por debajo. Vino gente de la provincia, prometió mucho, no cumplió nada. Me ha quedado el dulce, reconfortante recuerdo, de haber trabajado con los chicos.

 

    El ajedrez es un hobby bastante común a la gente que escribe. Tiene fama de serlo. Lo que el ajedrez enseña viene bien para casi todo. Un buen cuento es comparable a una buena partida. En los últimos años he participado jugando a las damas en torneos de mayores (cantera en donde persisten los mejores jugadores) y he llegado cuatro veces a las finales en Mar del Plata. Cuarto en la provincia es mi mejor clasificación, pero lo principal es haber entendido que las damas no es un simple juego de mesa; que toda actividad es compleja y proclive a la especialización.

 

     -Fuimos incluidos vos y yo en una Antología –concurso en 1998, impulsado por la Revista del diario “La Nación”, de la ciudad de Buenos Aires, y con el auspicio de la empresa Metrovías, imitando una iniciativa del Metro de París, socializada como volumen en 1999 a través de Ediciones de la Flor, y entre agosto del ’98 y febrero del ’99, difundidos los poemas que iban siendo seleccionados en la Revista y en simultánea en las carteleras de las estaciones de subterráneos- que se tituló “Poesía en el subte”. ¿Recordás otros emprendimientos (hayan prosperado o no) originales en el género poesía? ¿Propondrías alguno? ¿Fantaseaste con ser el antologador de alguna muestra poética o de prosa breve, sus características, su impronta?

 

     -Fijate que, a pesar de mi antipatía por los concursos, participé en esa iniciativa de ‘Poesía en el Subte’ porque la difusión de las obras seleccionadas era algo prioritario, y por suerte así ocurrió. Recuerdo lo que hicieron un grupo de poetisas neoyorquinas hace unos años: volantear la ciudad con poemas recortados. Con el MAYA incluíamos a la poesía y la narrativa en nuestras mega muestras anuales, material expuesto y lecturas de autores locales. También me he encargado de microprogramas radiales con lectura de poesía en FM locales. Sigo pensando que la radio es el medio casi ideal para difundir literatura; pero sus dueños creen que lo es para difundir publicidad.

 

     Para Chascomús me gustaría que los poetas del lugar tuvieran ocasión anual de recorrer las aulas del secundario y leer personalmente para los alumnos, y que estos  pudieran, ipso facto, charlar con los autores. Creo que esa actividad debiera ser rutinaria. Una vez fuimos a dos escuelas, y me gustó mucho la experiencia. Pero no pasó de ahí. En los municipios se designa ‘director de cultura’ (un oxímoron) a gente que le interesa un soto la cultura, en especial la literatura, que es pensamiento en libertad.

    No (dios me libre), no se me ha ocurrido ni en sueños meterme con la obra de otros escritores. A vos te constan qué escasas pautas llevaba adelante LST. Ya bastante deliro  tratando de que me cuenten entre ellos.

 

De ‘Indignación de Noviembre’

 

Antorchas a la selva

 

La inteligencia se nos vuelve garra y llega a borbotar

ácido digestivo utilizado en pruebas externas

Laminados, aprendemos a sobrevolar el panorama

y lanzarnos sobre cualquier presa a la vista como halcones tenaces

golosos, hasta despedazarla en nombre del arte

y después

sus harapos al sol

De tal aprendizaje se trata nuestro presente hambre

Temas obras personajes un hecho cualquiera ofrecible

una escena cualquiera ofrendable

Y otros escapan revelandosé bajo nuestro pico para satisfacción plena

de la furia anidada en la peña matinal adonde la bruma desfila

Y lo demás importa menos se convierta en hierba lejana o polvo expeditivo

Haremos nueva desproporción nueva caza nueva rapiña desde lo alto

desde lejos. Nos perfeccionaremos nos afilaremos

Nuestro corazón funcionará al compás de los desgarrones en la piel abajo

Interiorizada. Fotografiada. Y si el ensañamiento se dispara se exacerba

las garras se dispararán tras él las alas multiplicarán su ritmo

 

El paisaje se tiñe de rojo dos veces al día y nos halaga

Gotea sangre de nuestros bolsillos interiores

¿Por qué pensar en las flores nos da asco?

¿Por qué nos da asco pensar en caricias?

¿Por qué nos subleva esta fragilidad?

¿Por qué tomamos por cobardía los gestos o la falta de gestos?

No importa y no espanta. El otro lado es la salud

Adelante. Es lo que significa

Tanta desatención

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24 de Febrero, 2012 · General

Tomás Borge reedita en La Habana su histórica entrevista a Fidel


Prensa Latina (17.02.12) El escritor y político nicaragüense Tomás Borge presentó el pasado jueves 16 de febrero una nueva edición de su libro
Un grano de maíz, la histórica entrevista concedida por el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, en abril de 1992.

A 20 años de su publicación, Borge destacó la vigencia de las ideas de Fidel Castro, quien nos pone frente a sus predicciones cumplidas. Todo lo reflejado ahí, dijo, es como si lo hubiera dicho mañana.

Sus palabras, agregó, tienen un espíritu profético, él avizoró los cambios que se iban a producir en América Latina con las nuevas corrientes, y casi predijo que Hugo Chávez llegaría al poder.

Editado por el sello venezolano El perro y la rana, el volumen fue puesto a la venta en la sala Nicolás Guillén de la antigua Fortaleza San Carlos de la Cabaña, sede principal de la 21 Feria Internacional del Libro Cuba 2012.

Según la periodista cubana Arleen Rodríguez Derivet, Un grano de maíz es un libro armado con inteligencia y belleza, un encuentro entre dos rebeldes latinoamericanos y universales, subrayó.

¿Qué es para usted ser cubano?, fue una de las tantas preguntas de Borge en ese diálogo de tres largas sesiones recogidas en 10 horas de grabación entre el 18 y 20 de abril de 1992.

“Soy por encima de todo internacionalista sin dejar de ser patriota, pero hoy cuando vemos que nuestra patria encarna los más altos valores de la nación, los más altos valores de un pueblo noble, los más altos valores del internacionalismo (…), para mi es un verdadero privilegio ser cubano”.

Temas como el concepto de democracia y la posibilidad de cambios en la estructura política cubana, las perspectivas de la lucha revolucionaria en América Latina y los países del tercer mundo, sus opiniones sobre Stalin y Gorbachov, sus aficiones, afectos y gustos literarios, son reflejados en 289 páginas.

“Me impresionaron, relata Borge en el texto, la persuasión, disertación, un poema antológico sobre el respeto a Cuba a los derechos humanos”, sus reflexiones, la calidad humana y su protagonismo en la levedad de la historia.

Con una larga y abundante difusión desde que salió a la luz, el autor espera que Un grano de maíz llegue a las más nuevas generaciones y viva por largo rato. (Fin/Prensa Latina)
 
Coordinación de Comunicaciones y Relaciones Institucionales
Fundación Editorial el perro y la rana
www.elperroylarana.gob.ve
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